Capítulo 1
—Dos de diez mil.
—Ocho de círculos.
—¡Pung!
—Baja esa, gané.
Yu Zhou estiró la mano para tomar la ficha. Con la derecha empujó las suyas y con la izquierda encajó el ocho de círculos justo en la ranura entre sus piezas. Aprovechando que las demás se inclinaban a mirar, calculó rápidamente:
—Todo del mismo palo, pares grandes, ocho puntos, tope de la mesa. Dos kong, uno descubierto y uno oculto. Tres fichas de cada una. Páguenme.
—¡Maldita sea, eso fue trampa! —protestó alguien.
—¿Qué clase de suerte es esa? —se quejó otra.
Las quejas resonaban por toda la mesa de mahjong. Huoguo sacudió la caja vacía con cara de derrota.
—Me quedé sin dinero. Te lo debo.
—Hazme una transferencia. Yo ya no juego más —dijo Yu Zhou.
—¿Ganas y te vas? —Huoguo, resignada, sacó su teléfono a regañadientes.
Yu Zhou abrió el grupo de chat, vigiló atentamente hasta que vio la transferencia llegar, guardó el celular en el bolsillo y se puso de pie para salir por la cortina metálica.
—Wanwan está en celo. No sé si va a orinarse por todos lados, tengo que volver a vigilarla.
Wanwan era una gatita que su hermana le había dejado para que la cuidara. Se suponía que solo serían dos semanas mientras ella viajaba a Shenzhen, pero ya habían pasado casi tres meses de eso.
La gata no estaba esterilizada y entraba en celo cada mes. Como no era suya, Yu Zhou tampoco se atrevía a llevarla a operar. Solo le quedaba ver videos en internet y, según las explicaciones científicas, intentar aliviarla dándole palmaditas… en el trasero.
¿Funcionaba? Difícil saberlo. Pero después de un par de veces, Wanwan ya la miraba con unos ojos llenos de amor.
Yu Zhou se colocó la mascarilla mientras veía salir a sus amigas. Huoguo bajó la cortina metálica con un ruido estrepitoso, como un trueno. Luego la pisó para fijarla y se agachó a poner el candado.
—Ahora que te vas, ¿cuándo vas a volver a salir, eh, gran escritora? —dijo Huoguo, con un chupetín en la boca como si fuera un cigarrillo.
—¿Escritora? ¡Qué va! —Yu Zhou se metió las manos en los bolsillos, y recién entonces recordó que había olvidado pedir un coche.
Llevaba varios meses sin trabajar, y parecía haber olvidado cómo manejar algunas cosas básicas. Ahora, parada en la calle, apenas comenzaba a llamar un auto. Se sentía un poco torpe.
Yu Zhou no se consideraba una escritora. Era más bien una redactora. No sabía exactamente cuál era la diferencia, pero estaba segura de que existía. Cuando le dijo a su antiguo jefe que dejaría el trabajo para dedicarse a escribir a tiempo completo, él la miró con esos ojos saltones, se subió las gafas y le preguntó:
—¿Ganarás tanto escribiendo novelas?
Ella asintió con aire misterioso.
El jefe la despidió con una expresión mezcla de orgullo y tristeza, como si hubiera descubierto tarde que en su pequeño departamento había un talento oculto.
Si escribir novelas daba o no dinero, era difícil saberlo. Lo que sí olvidó contarle fue que… no tenía ningún contrato.
“No quiero seguir”, pensó. Tres palabras tan simples como directas. Y lo de escribir novelas era solo una excusa, una manera de hacer que el resto de su vida tuviera algún sentido.
Después de un rato de pensar, llegó el auto. Al menos escribir le había entrenado la imaginación, así que hasta esperar un coche se le hacía menos aburrido.
Se despidió sin rodeos de sus amigas, subió al auto y se apoyó contra la ventanilla, dejando que el viento le diera en la cara.
En Jiangcheng, entre agosto y septiembre, el aire normalmente olía a pólvora, como si el calor fuera a prender fuego el ambiente. Pero ese año había llovido demasiado, y lo que se sentía era como pólvora mojada.
Yu Zhou regresó a su edificio enfrentando ese viento pegajoso. Su flequillo se levantaba como un espantapájaros, y en el ascensor intentó alisarlo frente a la puerta metálica varias veces, sin éxito. Al final, resignada, entró al apartamento con el pelo parado.
El lector de huellas no fallaba: había que apoyarlo dos veces para que reconociera al “tonto de su dueño”.
—Puerta abierta —anunció una voz femenina, monótona y sin emoción.
Yu Zhou se quitó los zapatos, se puso las pantuflas en la entrada, colgó la mascarilla en el gancho —pensando que aún podía usarla para el próximo test de COVID—, y mientras se quitaba la ropa, gritó:
—¡Wanwan!
Pero Wanwan no salió a recibirla como de costumbre.
Levantó la vista… y vio a una mujer sentada en su sofá.
—¡¿Pero qué carajos…?!—exclamó.
Aún tenía ambas manos cruzadas, sujetando la parte inferior de la camiseta, a punto de quitársela por la cabeza. No era momento de maldecir, pero se le aflojaron las piernas. Si no soltaba un insulto, sentía que se iba a caer al suelo.
La mujer estaba sentada con rigidez, perfectamente recta, sobre el sofá de cuero cubierto con una manta. Llevaba un peinado antiguo, adornado con horquillas que tintineaban. Vestía una túnica cruzada de color rojo oscuro, con capas y más capas, muy elaborada, de algún período que Yu Zhou no podía reconocer. Y también parecía algo asustada.
Yu Zhou, de pronto, soltó una carcajada.
—He… jejeje… ¡jajajaja!
Su risa brotó del pecho, más extraña aún que la mujer frente a ella.
No era su intención reírse, pero siempre había sido así desde pequeña: cuando el dolor de un calambre en la pierna llegaba al límite, o cuando una película de terror le daba demasiado miedo, le daban ganas de reír. Quizá era porque, al reírse, todo se volvía más bullicioso, y de algún modo, eso le daba un poco de valor.
La mujer se sobresaltó, echó ligeramente el cuello hacia atrás, con el rostro completamente pálido.
Dios mío… ahora sí que parecía un fantasma.
Yu Zhou apoyó la mano en la cerradura electrónica de la puerta, pero no lograba acertarle al sensor infrarrojo después de varios intentos. Entonces apretó con fuerza el picaporte y, sin apartar la vista de la joven sentada en el sofá, preguntó:
—¿Tú quién eres?
En su cabeza, el análisis fue automático: ¿persona… o fantasma?
No podía ser un fantasma. Los fantasmas no hacían apariciones tan simples. Ella había escrito muchas historias de terror, y sabía que los espíritus necesitaban una entrada con algo de escenografía. Además, aquella mujer también parecía asustada. Siempre se hablaba de fantasmas que asustan a la gente, ¿pero cuándo se había visto que una persona asuste a un fantasma?
Si era humana… Eso era más fácil de manejar. Además, era una chica, y más baja que ella por media cabeza. Si llegaba a haber pelea, Yu Zhou no tenía tanto que temer. Así que respiró hondo, trató de mantener la calma y forzó una sonrisa relajada.
—¿No será que te equivocaste de casa?
La chica la observó con cuidado, la miró de arriba abajo, y finalmente le sostuvo la mirada.
—Creo que… me equivoqué, sí.
Qué voz tan bonita, pensó Yu Zhou. Sonaba como una actriz de doblaje. Y con ese aire tan clásico y refinado, hasta la pegajosa noche de verano se sentía un poco más fresca.
Yu Zhou bajó la mano de la cerradura, tomó el teléfono y le habló en tono amable:
—Entonces… ¿no vas a volver a tu casa?
De repente, se le ocurrió otra posibilidad: ¿y si aquella chica estaba loca? Había “entrado por error” y seguía sentada como si nada, sin la menor intención de irse.
La joven le lanzó una mirada de soslayo, bajó la vista con esos ojos grandes y húmedos, y no respondió.
Yu Zhou, sin decir nada, tanteó el suelo con el pie. Ya no le temblaban las piernas. Caminó hasta la mesa, tiró de una silla y se sentó con calma.
—¿Tienes algún problema? —preguntó.
—Sí —asintió la chica.
—¿Qué pasó? —Yu Zhou frunció el ceño—. ¿Estabas haciendo cosplay y te echaron de tu casa?
La joven alzó la mirada, luego negó con la cabeza.
—No entiendo lo que dices.
Yu Zhou soltó un largo suspiro y se remangó.
—¿Tienes calor?
—Un poco —respondió ella, dudando.
—Prende el aire acondicionado. Yo también tengo calor.
—¿Aire… acondicionado?
Yu Zhou le señaló con el dedo.
—Eso que tienes al lado, ese aparatito alargado, sí, ese. Levántalo. ¿Ves el botón amarillo en el centro? Presiónalo. Beep… listo.
Estaba agotada. Se apoyó la frente en la mano mientras esperaba la brisa fresca, preguntándose por qué diablos había sentido la necesidad de hacerle efectos de sonido al control remoto.
La chica, en cambio, se sobresaltó. Apretaba el mando con torpeza, sin saber bien qué hacer con las manos ni los pies. Se movió un par de veces en el sofá y, con evidente cautela, se quedó mirando fijamente la salida del aire.
—¿Tú… tú sabes magia celestial? —preguntó con valentía, los ojos brillando de emoción.
—¿Magia celestial?
—¡Puedes invocar el viento y la lluvia!
—Je… jeje… ¡jajajaja! —Yu Zhou volvió a reírse, aunque esta vez solo un par de carcajadas antes de recuperar la compostura—. Qué chiste tan malo. La que debe saber magia eres tú. Anda, dime, ¿cómo llegaste a mi casa?
—Estaba por acostarme… afuera tronaba… y al abrir los ojos, ya estaba aquí.
—Ah —Yu Zhou la miró con una mezcla de asombro y resignación—. ¿Entonces fue un rayo el que te trajo?
—Bueno… —No era del todo cierto. El rayo no la había alcanzado. Pero al ver el rostro cada vez más alterado de Yu Zhou, decidió aceptar la historia—. También podría entenderse así… si a ti te sirve.
—¿Si a mí me sirve? —repitió Yu Zhou, indignada—. ¿Tú sabes lo que estoy pensando ahora mismo?
—No —respondió la chica, con sinceridad.
—Estoy pensando en llamar a la policía.
—A-abrazo… —balbuceó la otra, nerviosa, mordiéndose el labio—. ¡Abrazo fuerte…!
[NT: En chino, “llamar a la policía” (报警) y “abrazo fuerte” (抱紧) suenan muy parecido]
Yu Zhou perdió la paciencia.
—¿Qué clase de chistes malos sueltas tú todo el día? ¡No quiero más juegos de palabras!
—Yo… —La chica no sabía qué hacer. Parecía a punto de llorar.
Tal vez se le había ido un poco la mano, pensó Yu Zhou. Tomó aire y trató de serenarse. Tenía que ordenar la situación desde el principio.
—A ver —empezó, respirando hondo—. Tú apareces en mi casa en plena madrugada. Y yo, en lugar de echarte a patadas, te dejo quedarte. ¿No demuestra eso que soy una persona amable, cálida, humilde, con un gran sentido de la justicia y una decencia ejemplar?
—…Sí —admitió la joven, bajando la cabeza.
—Te ves bien, hablas claro, y no pareces tener problemas mentales. Si tienes alguna dificultad, dilo de una vez. Dejar las cosas en el aire no nos va a llevar a ninguna parte.
—Yo…
—Si no te vas, ¿cómo se supone que voy a dormir?
—Yo… —La joven dudó varias veces, hasta que al fin tomó valor y empezó a hablar con solemnidad—. Me llamo Xiang Wan. Nací en el año veinticuatro de la era Xinyuan, tengo dieciocho años. Mi padre, Xiang Yu, es el actual vicecanciller imperial. Mi madre, Xiang Hua, es hija legítima de la princesa Zhaohua, del emperador Gaozong. Mi hermano mayor, Xiang Pi, ocupa el cargo de supervisor de salinas y también es censor imperial. Aún no está comprometido, pero se encuentra en tratos con…
—Alto.
“Está recitando su árbol genealógico…”
Yu Zhou se sostuvo la cabeza con la mano izquierda, mordisqueando la piel muerta de su labio. Se quedó en silencio un buen rato, y cuando volvió a levantar la mirada, su tono ya era distinto.
—¿Todo eso que dijiste… es verdad?
—Sí —asintió Xiang Wan con firmeza.
Yu Zhou sacó el móvil del bolsillo, lo desbloqueó delante de ella, entró al marcador, y con el rostro inexpresivo, presionó los números 1-1-0. Luego dejó el dedo sobre el botón de llamada.
—¿De verdad?
Xiang Wan la miró sin entender del todo lo que hacía, algo intrigada por ese objeto en sus manos. Pero tras una breve pausa, la observó con atención y respondió con seriedad:
—De verdad.
Yu Zhou giró el móvil entre sus dedos y lo bloqueó. No iba a llamar a la policía. No se atrevía.
—Xinyuan… ¿eso de qué dinastía era?
—La dinastía Li.
—Ah, sí, sí… eso lo estudiamos en la secundaria.
Xiang Wan movió el cuello, incómoda.
—Entonces… —Yu Zhou apretó los labios y soltó una conclusión—. ¿Tú viajaste en el tiempo?
Las ventajas de ser escritora: una ya ha visto de todo.
—¿Viajar…?
—O sea, venir de otro espacio-tiempo.
Aunque en las novelas de viajes en el tiempo nunca aparecían antiguos tan… despistados. ¿Cómo es que no entendía nada?
—Entonces —Xiang Wan miró a su alrededor, todavía pálida—, ¿ahora estamos en…?
—Año 2022, de la era común.
La chica se sostuvo del brazo del sofá como si la hubiera alcanzado un rayo.
—Entonces, mis padres…
—Salvo que haya ocurrido un milagro… probablemente estén muertos.
Xiang Wan se llevó una mano al pecho, tomó la manga de su túnica y se la llevó a los ojos.
Yu Zhou empezó a sentir que le dolía la cabeza. También la espalda. Necesitaba tirarse en la cama urgentemente.
—Hagamos una cosa —dijo, suspirando—. Por esta noche no llamo a la policía. Quédate. Al final del pasillo, doblando a la derecha, está la habitación de invitados. No hay cama hecha, así que te las arreglas. Mañana salimos y vemos si lo que dices es cierto.
Xiang Wan, con los ojos llorosos, la escuchó entre sollozos. Cuando Yu Zhou terminó de hablar, apenas logró preguntar:
—¿Y cómo… cómo lo vas a comprobar?
—Esas horquillas que llevas en el pelo —respondió Yu Zhou, señalando con la barbilla—. Las que hacen “clinc, clinc” cuando te mueves. Mañana me das una, la llevo al mercado de antigüedades y vemos si es una reliquia de verdad. ¡Jajajaja!
Terminó riéndose sola. No sabía por qué, pero le había dado justo en el punto de la risa.
Xiang Wan se sonó la nariz mientras la miraba reír, sintiéndose profundamente triste. Pero en ese momento no tenía otra opción. Estaba sola, sin nadie en el mundo, así que no le quedó más que adaptarse. Asintió, aceptando con resignación.
—Eh… —Yu Zhou se levantó de repente—. ¿Y Wanwan?
Xiang Wan inhaló con cuidado. ¿Tan familiar así, siendo apenas unas desconocidas?
—Ah, es la gata de mi hermana. Se llama Wanwan. Como los tazones para comer.
—Estaba todo el tiempo restregándose contra mí, y me dio miedo… así que la metí en el armario.
Yu Zhou abrió los ojos, alarmada:
—¡¿Qué armario?!
Xiang Wan señaló hacia un lado.
—¡Ese es…! —El armario de su ropa. No de cualquier ropa, sino la buena. La que solo usaba para aparentar en eventos importantes, la que debía ir a la tintorería.
Con el rostro descompuesto, Yu Zhou se acercó, abrió la puerta… y no se sorprendió: sus camisas, antes planchadas y colgadas con esmero, y su abrigo negro, ahora estaban cubiertos de mechones de pelo. Wanwan se había restregado a gusto, y no había prenda que se salvara.
Con expresión derrotada, sacó a la gata del armario. Luego giró hacia Xiang Wan y le dedicó una leve sonrisa.
—¿Q-qu… qué pasa? —preguntó Xiang Wan, con el corazón latiéndole un poco más rápido.
—Nada —dijo Yu Zhou, abrazando a la gata mientras la rodeaba y se dirigía al dormitorio principal.
“Cuando venda esa horquilla de jade, será mejor que me dé una parte”, pensó.
Chapters
Comments
- Capítulo 8 octubre 30, 2025
- Capítulo 7 octubre 11, 2025
- Capítulo 6 octubre 9, 2025
- Capítulo 5 octubre 9, 2025
- Capítulo 4 octubre 9, 2025
- Capítulo 3 octubre 9, 2025
- Capítulo 2 octubre 9, 2025
- Capítulo 1 octubre 9, 2025
Comentarios del capítulo "Capítulo 1"
MANGA DE DISCUSIÓN