Capítulo 3
Yu Zhou se despertó sin alarma, como de costumbre, frunciendo el ceño al desbloquear el celular. Miró la hora, luego revisó los mensajes y comentarios de sus lectores en Weibo, y finalmente abrió Changpei para leer uno por uno los comentarios del día anterior.
Después entró al grupo de chat, solo para ver qué estaban repitiendo en bucle sus seguidores de siempre. Una fila interminable de “Buenos días, buenos días, buenos días”.
Se levantó de la cama, corrió las cortinas y dejó que el sol cálido le acariciara la cara. Otro día normal.
Aunque… había algo diferente.
Le llevó tres segundos de aturdimiento recordar a la chica del dormitorio de al lado.
Abrió la puerta del cuarto para echar un vistazo, pero la puerta de al lado seguía cerrada, así que Yu Zhou decidió ir a lavarse primero.
Si estuviera sola en casa, no seguiría paso a paso toda la rutina de aseo matutina. Pero con una desconocida bajo el mismo techo… no era lo mismo.
Salió fresca y arreglada, con aliento mentolado, y fue a tocar la puerta del dormitorio. Nadie respondió.
Siguió caminando y encontró a Xiang Wan sentada a la mesa, mirando fijamente una figurita de una de esas cajas sorpresa junto a una planta.
—¿A que es linda? —le dijo Yu Zhou, acercándose con aire de quien muestra un tesoro.
Xiang Wan se llevó la mano al pecho:
—¡Qué susto! Esa cabeza es enorme. ¡Y encima tiene cuernos!
Negó con la cabeza mirando a Yu Zhou:
—Las estatuillas de barro no son así. La cabeza y el cuerpo deben estar en proporción, solo así se ven delicadas.
Yu Zhou se rió tanto que le dolían las mejillas.
—¿Te lavaste los dientes y la cara ya? —le preguntó.
Xiang Wan puso cara de preocupación:
—Ayer no tuve problema, pero hoy seguí tus instrucciones y usé ese cepillo y esa pasta… y me sangraron las encías.
Se bajó el labio inferior con el dedo índice:
—Mira.
—Parece un poco inflamado, tal vez sea por el cambio de agua o clima —Yu Zhou se inclinó sobre la mesa para mirar de cerca—. Si sangra, solo escúpelo. No es nada grave.
—¡Escupir sangre sí es grave! —protestó Xiang Wan.
—Aquí no. Pasa todo el tiempo.
Yu Zhou no quiso seguir discutiendo. Rodeó la mesa y se dirigió a la cocina.
—¿Tienes hambre? Te puedo hervir un huevo. Como acabas de llegar, capaz tu estómago no aguanta mucho. Un huevo cocido en agua es más seguro.
—Muchas gracias, señorita —respondió Xiang Wan, poniéndose de pie también, aunque sin atreverse a entrar en la cocina. Estiró el cuello y miró con cautela ese montón de trastos de metal y cobre.
Por suerte Yu Zhou no encendió la estufa. Solo conectó el hervidor de huevos, que no hacía mucho ruido y no la asustaría.
Yu Zhou la miró de reojo, y de pronto le vino a la cabeza una travesura: tenía ganas de girar la perilla de la estufa, dejar que el fuego estallara con fuerza y ver cómo la señorita Xiang salía corriendo asustada, con el rostro desencajado.
Solo imaginarlo ya era divertidísimo. Sonrió con los ojos entrecerrados.
Y mientras pensaba en eso, se dio cuenta de algo… ¡Xiang Wan se parecía a una codorniz!
Las dos comieron en silencio. Esta vez, Xiang Wan no se sobresaltó. Primero observó detenidamente cómo Yu Zhou tomaba el vaso de vidrio, bebía leche, partía el huevo, y entonces ella empezó a imitarla. Aunque el uso de los utensilios no le era ajeno, se notaba en su actitud que aún dudaba de todo, como si esperara que una sirvienta probara primero por si estaba envenenado.
Después del desayuno, Yu Zhou se preparó para salir. Tenían que cambiarse de ropa.
Ambas se agacharon frente al cesto de la ropa, buscando qué llevar. Yu Zhou se fijó en una prenda con flecos de perlas, pero Xiang Wan se la arrebató enseguida, diciendo que era su más preciada.
Entonces Yu Zhou eligió una horquilla adornada con jade y esmalte, pero Xiang Wan se llevó un susto y murmuró que esa era demasiado valiosa.
Yu Zhou la miró en silencio, con cara de “¿en serio?”.
Finalmente, luego de una negociación silenciosa y muchas miradas lastimeras de parte de Xiang Wan, ambas acordaron que usarían la peineta de jade blanco.
Tras despedirse del accesorio con cierta pena, Xiang Wan se animó a cambiarse y salir. Después de todo, era una joven de dieciocho o diecinueve años. Había llorado toda la noche anterior, pero ya estaba recuperando el entusiasmo por lo nuevo.
Yu Zhou la ayudaba a elegir la ropa, cuando de repente recordó algo importantísimo.
Se giró hacia ella, seria:
—No puedes salir.
—¿Ah?
—No tienes documento de identidad.
—¿Documen…?
—¡No preguntes! —la interrumpió Yu Zhou—. ¿Recuerdas cómo Tang Sanzang tenía que cambiar salvoconductos en cada reino para seguir su viaje? Bueno, es lo mismo. Aquí, en cada lugar que vas, te piden un documento. Si no lo tienes, no puedes entrar ni salir de ningún lado.
—¿Y… cómo se consigue ese documento?
—Tú no puedes conseguirlo —dijo Yu Zhou, negando con la cabeza.
Y ahí estaba el gran problema: sin documento de identidad, Xiang Wan estaba completamente atrapada en este mundo. No podía dar un paso.
Qué complicado, de verdad, ¡qué complicado! En su cabeza, Yu Zhou buscaba desesperadamente alguna novela de viajes en el tiempo que hubiera leído, a ver si encontraba una pista… pero nada, había leído tan pocas que ni sabía cómo se resolvían estas cosas normalmente.
¿Hacer un documento falso? No, eso era demasiado arriesgado.
Bah, no importaba. Por ahora se quedaría en casa. Si pudo atravesar el tiempo hasta este mundo, entonces seguro que en algún momento aparecería su “poder dorado” para salvar el día. Ella escribía novelas, lo entendía mejor que nadie.
Así que, dejando atrás la mirada triste de Xiang Wan, Yu Zhou se metió en la mochila la peineta de jade blanco y salió sola.
Antes de irse, no pudo evitar darle una última tanda de advertencias: qué cosas no debía tocar bajo ninguna circunstancia. También le descargó unos cuantos libros en caracteres tradicionales en el iPad, se aseguró de que los pudiera leer, y recién entonces se fue con tranquilidad.
El mercado de antigüedades estaba al sur de la ciudad, en la intersección de varios callejones. Delante había un mercado de flores y pájaros, y detrás una fila de tiendas de antigüedades. Cuando hacía buen tiempo, los dueños montaban sus puestos afuera, y algunos vendedores ambulantes recorrían el lugar empujando carritos de tres ruedas, listos para desaparecer si veían algún control.
Yu Zhou metió las manos en los bolsillos y entró con actitud de agente secreto en una misión encubierta.
Antes siempre pasaba sin mirar mucho, pero hoy que prestaba atención… ¿por qué todos los vendedores tenían esa cara de pícaros de poca confianza?
“El hombre no tiene culpa, pero por llevar jade, se vuelve culpable” pensó. Sentía que todos querían robarle.
Se detuvo frente a un tipo que parecía un poco más decente, se agachó y se inclinó hacia él con un solo hombro como si fuera una veterana del negocio. Le susurró:
—¿Recibe mercancía?
Usó como referencia cómo actuaban los vendedores de DVDs pirata.
El dueño la miró un par de veces.
—Yo vendo antigüedades, no compro celulares.
—¿Celular? ¿Qué celular? ¡Digo que tengo mercancía! ¿La quiere o no? —Yu Zhou ya se estaba empezando a molestar.
—¿Mercancía?
—Échele un vistazo. —Yu Zhou sacó el objeto con aire misterioso—. Una peineta de jade blanco, de la dinastía Li.
El hombre la miró con atención y le bajó la voz:
—¿Cuánto cuesta al por mayor?
—¡Pero qué…! —Yu Zhou frunció el ceño y volvió a guardarla. Esto no era como en las novelas de saqueadores de tumbas que había leído.
Se levantó, dio una vuelta, y al ver que todos los puestos tenían casi las mismas cosas, decidió que este camino no servía.
Pero pensándolo bien, volvió a agacharse y le dijo al dueño:
—Oiga, quería preguntarle algo.
—Con confianza, pregunte nomás. —El hombre jugaba con unas monedas de cobre antiguas.
—Tengo una hermana menor —dijo Yu Zhou—. Es del campo, acaba de llegar a la ciudad y no tiene registro civil. ¿Qué puede hacer?
El vendedor se remangó, listo para conversar.
—¿Una persona sin papeles?
—Sí, en su casa solo valoraban a los hombres, así que nunca la registraron.
—Ah, un caso de omisión de registro de nacimiento. —El hombre asintió con entendimiento. Varios de los otros tipos que estaban cerca se acercaron y se agacharon a escuchar, intrigados.
Uno de cabello teñido de rubio dijo:
—Tienes que ir a la comisaría y decir que va a vivir contigo. ¿Son parientes?
—Eh… no exactamente —dijo Yu Zhou, algo incómoda.
—No importa —intervino otro, calvo—. Aunque no tenga documentos, puede registrarse igual. En un par de semanas le sale el registro. Lo único que necesita es demostrar que es ciudadana.
—¿Y cómo se demuestra eso…? —Yu Zhou parpadeó. ¿Acaso una persona de la dinastía Li contaba como ciudadana de este país?
—¿Eso tampoco lo pueden hacer? —el vendedor la miró con sospecha, como si algo no le cerrara—. No me digas que es una esposa que trajeron de contrabando de otro país…
La miró fijamente, con la intensidad de quien está a un segundo de llamar a la policía si nota algo raro.
—¡No, no, para nada! —Yu Zhou negó con energía.
—Ah, bueno, entonces mejor ve a la comisaría a averiguar. —Los tipos se fueron agachados otra vez, arrastrando los pies.
Yu Zhou se puso de pie, con las piernas entumecidas. No había conseguido nada. Con las manos en los bolsillos, caminaba de regreso mientras el escándalo de los loros le taladraba los oídos. Su mente giraba buscando una solución.
De pronto, el teléfono vibró.
Era un mensaje de un contacto guardado como “F”:
«¡Maestra Yu! Ya tenemos la voz principal para el audio drama: ¡¡¡es Su Chang!!!»
Tres signos de exclamación. Se notaba la emoción.
Su Chang, nada menos. Una de las actrices de voz más famosas del medio, con casi un millón de seguidores. Había protagonizado varias adaptaciones de novelas famosas, todas con altísima popularidad.
Yu Zhou nunca imaginó que una de sus novelas olvidadas fuera a conseguir a alguien así. La plataforma nunca le había informado nada, así que recién se enteraba en ese momento.
Debería estar feliz, como si le hubiera caído un premio del cielo. Pero tampoco era para tanto como para decir que su apellido iba a ser recordado por generaciones. Tal vez había algún término intermedio más adecuado para una alegría así, pero ahora mismo no se le ocurría.
Bajó la mirada y escribió:
«¡Jajaja! Qué increíble. ¿Cómo consiguieron a Su Chang?»
«¡Ni yo me lo creo! ¡Estoy emocionadísima!» respondió enseguida el otro lado.
Yu Zhou sonrió y bloqueó el celular. A su alrededor, los gritos de los loros le parecieron de repente como cantos de urracas que celebraban una buena noticia.
—Qué ruidosos… —murmuró, y pidió un coche para volver a casa.
En el camino, de repente pensó en que aún no estaba acostumbrada a tener que pedir transporte.
La verdad es que antes no lo necesitaba.
Porque en aquel entonces… era Su Chang quien siempre iba a buscarla en auto.
Y luego, la llevaba a su casa.
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