Yu Zhou se quedó quieta un momento, con el pulgar deslizándose inconscientemente por la pantalla un par de veces.
Pero no se apresuró a salir para revisar a la nueva seguidora. Solo cerró ese mensaje privado y siguió con el siguiente.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, le llegaron de golpe tres o cuatro mensajes nuevos.
Uno estilo “Sherlock Holmes”:
[¡Es “Santuario”! ¡¿Verdad que sí?! Chai Chai, la protagonista de “Santuario” es Chang, ¡¿cierto?!]
Otro con aire de “lo tengo todo resuelto”:
[Chai Chai, ya lo entendí]
[ajustándose las gafas.jpg]
Su seudónimo literario era “Los Ocho Enviados Imperiales” (Ba Da Qin Chai), muy típico del mundo literario masculino. Pero irónicamente, ella escribía novelas lésbicas. Los lectores más veteranos la llamaban “Chai Chai”.
Yu Zhou soltó una risa. “¿Entendiste qué, eh? ¿Qué crees que entendiste?”.
Después cerró la sección de mensajes privados y entró en su perfil. Abrió la lista de seguidores.
Un avatar completamente azul le llamó la atención. Su Chang no tenía alias. Su cuenta simplemente se llamaba “Su Chang”. Ni cambiaba su nombre, ni usaba apodos. Su Chang era la persona más directa y transparente que Yu Zhou había conocido. Al menos en ese sentido.
Debajo del nombre, aparecían tres palabras: “Sin biografía disponible”. Y un poco más abajo —“desde perfil personal”.
Eso quería decir que Su Chang había buscado su ID, revisado su perfil, y recién entonces la había seguido.
Yu Zhou era lista y detallista, pero toda esa agudeza la aplicaba siempre… en tonterías.
Deslizó el dedo un par de veces más, hizo algunos gestos falsos, como si dudara, para que cuando finalmente presionara el botón de “Seguir”, pareciera casual… casi como si se le hubiera resbalado el dedo.
Cuando vio aparecer esas tres palabras grises de “Se siguen mutuamente”, todo fluyó de forma natural, y entró al perfil de Su Chang.
Wow, ya tenía más de un millón de seguidores. No tenía ningún posteo fijado, y al bajar, había unas tres o cuatro publicaciones, todas promocionales. Publicaba algo cada dos o tres días, y hasta para compartir un cartel de la serie, se tomaba su tiempo.
Luego miró la lista de seguidos por Su Chang. Solo seguía a 49 personas, y la primera en la lista se llamaba “八大钦差” (Los Ocho Enviados Imperiales), con apenas algo más de 2000 seguidores, y ni siquiera tenía cuenta premium de Weibo.
Destacaba por lo patético entre una larga fila de biografías que decían “actriz”, “director” o “Estudio Sansheng”.
“Qué vergüenza”, pensó. “¿Y si me compro unos cuantos seguidores?”.
Pero la verdad es que, antes siquiera de que pudiera averiguar cómo comprar seguidores, la primera cifra de su número de seguidores ya había pasado de dos a tres. Gracias al impulso del follow de Su Chang, los seguidores de Yu Zhou crecieron más rápido que si los hubiera comprado.
Yu Zhou tenía sentimientos encontrados. Le dio vueltas al asunto varias veces, hasta que por fin entendió que esa sensación desconocida… era ironía.
En aquellos años en que ella y Su Chang compartían la misma cama, actuaban como completas desconocidas en todas las redes sociales. Incluso para escuchar música, Yu Zhou evitaba usar la cuenta de Su Chang.
Y ahora, finalmente se seguían mutuamente… después de haberse separado.
Sin pensar, mantuvo el pulgar presionando la pantalla, actualizó el feed, esperando alguna noticia… pero en su lugar, apareció algo inesperado: la cuenta con el avatar azul —la “nueva seguidora”— acababa de publicar algo.
[Hace buen tiempo.]
Tres palabras, un punto. Publicado hacía solo un minuto. Y ya tenía casi mil comentarios.
Yu Zhou entró a verlos.
Uno “más rápido que nadie”:
[¡Primero!]
Otro, incrédulo:
[¿¡¿La primera respuesta es mía?!?]
Uno educado:
[Hola, maestra Su.]
[abrazo con corazón.jpg]
Uno bromista:
[¿Así que Chang Chang sí sabe escribir publicaciones originales?]
Uno que ya se creía familia:
[¡Aaaaaaah! ¡¡Mi tesoro!! Por fin apareciste, ¿quieres matar a mamá del susto o qué? ¡Waaaaaaah!]
Entre todo eso, aparecieron uno o dos comentarios sueltos mencionando a Yu Zhou.
[Jejeje, maestra Su, vi a quién seguiste hoy, ¿acaso…?]
A Yu Zhou se le erizó la piel. De verdad. Sin saber por qué exactamente, pero se le erizó.
Por suerte, ese comentario desapareció enseguida entre la marea de otros. Nadie lo notó.
Salió de esa publicación y volvió a su perfil. Revisó su “buenos días” de hacía unas horas. 15 comentarios. Para ella, ya era bastante.
Deslizó hacia arriba. Su Chang no había dicho nada más. Ni respondió a ningún comentario.
Y, por supuesto, tampoco explicó nada sobre el follow.
Así era Su Chang. Siempre lo había sido. Insondable. Cercana y lejana al mismo tiempo. Siempre era así: te daba un caramelo. Y solo uno.
Sin razón, sin propósito, sin dejar rastro. Nunca compartía lo que pensaba.
Si ese caramelo te sabía dulce, o te sabía agrio, no le importaba en absoluto.
Estaba hecha para ser admirada desde abajo.
—Parece que… estás un poco triste —susurró una voz clara a su oído, devolviéndola de golpe a la realidad.
Yu Zhou giró el rostro y miró a Xiang Wan, que la observaba con preocupación. La luz del sol entraba por la ventana y danzaba entre sus cabellos. Sentada con postura impecable, parecía un gatito elegante que nunca pierde la compostura.
Hasta sus ojos eran parecidos: grandes, brillantes, como gemas negras relucientes.
Yu Zhou pensó que hoy en día era difícil ver ojos así. Tal vez porque en la antigüedad no existían los aparatos electrónicos, y las personas sabían cuidar su vista. Siempre se veían claros, puros, sin ningún tipo de desgaste.
—Sí… estoy muy triste —dijo, dejándose caer de lado sobre el apoyabrazos—. Estoy triste porque soy una completa desconocida.
—Significa que a nadie le importas. Que da igual lo que hagas, incluso si sales a correr desnuda por la calle, lo único que dirán será: “¿Y eso a quién le importa?”.
—¿Desnuda…?
—Sin ropa. Corriendo.
—Señorita Yu… ¿tiene gustos tan… particulares? —Xiang Wan apretó los labios con expresión complicada.
—¡No los tengo! —Yu Zhou se enderezó y la fulminó con la mirada—. ¡Era una metáfora! ¿Sabes lo que es eso? Quiero decir… uno se esfuerza escribiendo un montón de cosas, con todo su corazón, pero nadie las lee. Pasas el día entero revisando y si logras que te dejen tres comentarios, ya es una hazaña. ¿Entiendes esa soledad, esa tristeza, esa sensación de vacío? Es como estar en un palacio frío y olvidado.
Xiang Wan reflexionó con algo de dificultad:
—Mis hermanas y yo, en la intimidad de nuestros aposentos, siempre escribíamos poesía… y cada palabra valía su peso en oro.
Yu Zhou no pudo evitar soltar una risa, entre divertida y resignada:
—Claro, tú sí que eres increíble.
Volvió a dejarse caer sobre el apoyabrazos.
—Todas ustedes son geniales… Yo soy una inútil. ¿Contenta?
—¿Inútil…?
……
……
Yu Zhou la miró de reojo, y al ver que solo había pronunciado una palabra sin seguir, alargó el tono con ironía.
—Xiang Wan, me doy cuenta de que tú también puedes ser bastante mala, ¿eh?
—¿Mm?
—Ya te acostumbraste a que diga todo yo. Ahora tú solo sueltas una palabra, y esperas que yo te lo explique todo.
Xiang Wan sonrió con un poco de vergüenza y bajó la cabeza con elegancia.
—En realidad, la señorita Yu es increíble.
—¿Oh? Estoy dispuesta a escuchar los detalles.
Xiang Wan comenzó a enumerar con serenidad:
—Capaz de invocar el viento y la lluvia, cocer huevos con las manos, robar almas con su voz, moverse entre sombras como si nada…
—Uff… No digas cosas tan místicas. En la era moderna, eso lo hace cualquiera —Yu Zhou se sintió un poco avergonzada.
—Puede que otros lo hagan, pero ahora que en pleno verano este cuarto está tan fresco, no puedo evitar sentir gratitud hacia usted, señorita.
¿La estaba consolando?
Yu Zhou parpadeó, conmovida. ¿Agradecida por qué? Si ella se la pasaba tratándola como un mono, jugando con ella a cada rato y buscando asustarla.
Entonces sintió un poco de culpa y decidió tratarla mejor.
—Casi lo olvido. ¿Tú… quieres volver?
—Por supuesto —la mirada de Xiang Wan se oscureció ligeramente—. Una está en tierra ajena… no es lugar para quedarse mucho tiempo.
—Entonces…
—Pero anoche estuve pensando, y hoy también estuve observando este escenario… y entendí muchas cosas. Todo en el mundo tiene su destino. Si ya estoy aquí, lo mejor es aceptarlo. Solo queda esperar.
—¿Esperar qué?
Xiang Wan no estaba muy segura, pero aun así sonrió con calma:
—Esperar el próximo trueno. Quizás entonces pueda regresar. Cuando eso ocurra… dejaré mis horquillas aquí, como pago por… la comida.
—Eso es… eso es demasiado valioso —dijo Yu Zhou.
—No lo es. Es un regalo para una persona amable, cálida, discreta, justa y buena.
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