—Ah… entonces veamos otra cosa. —Tomó el control remoto y comenzó a cambiar de canal. De pronto, miró a Xiang Wan y le preguntó—: ¿No te parece que mi vida es bastante aburrida? Cada día hago lo mismo: comer, dormir, mirar televisión, escribir un poco, leer chismes… y, de vez en cuando, jugar una partida de mahjong. —Yu Zhou suspiró.
Xiang Wan sonrió levemente.
Yu Zhou la miró de reojo.
—Ya lo sé, acabas de llegar y todo te resulta nuevo. Pero espera unos días, ya verás que cambia.
A Xiang Wan le pareció extraño; sentía que aquella chica tenía algo de desprecio por sí misma.
Y, sin embargo, era bonita: piel clara, rasgos luminosos. Aunque vistiera una camiseta amplia y shorts, irradiaba juventud y frescura.
—Perdona, no tengo nada con qué agasajarte. En mi casa no hay mucho, y a mí tampoco me gusta nada. —Yu Zhou iba saltando de un programa a otro—. No me gusta salir de compras, ni arreglarme, ni salir de fiesta o socializar. No tengo ganas de hacer amigos, ni siquiera de seguir a ningún famoso.
Xiang Wan bebió un sorbo de agua y recordó en voz baja:
—Cuando vivía en la residencia, rara vez salía. Solo en los festivales para ofrecer incienso, o en la fiesta de las linternas, donde las damas y los caballeros se encontraban bajo las luces, resolvían acertijos y compartían palabras al corazón.
Ah, con razón se sentía tan cómoda encerrada en casa.
Al menos ahora tenía televisión, ¿no?
—Mira un rato si quieres. Esta noche te llevo al jardín de abajo a caminar un poco. No hace falta salir del condominio, no necesitas pase sanitario. Si te aburres, puedes bajar tú también.
Xiang Wan asintió.
—Gracias.
—¿Qué tal, eh? Trato de realeza. Hasta tenemos jardín imperial. —bromeó Yu Zhou, arqueando una ceja.
Xiang Wan apoyó la mejilla en el dorso de la mano, el codo sobre el reposabrazos del sofá, y la observó.
—Tu aspecto es bastante apuesto.
—Soy guapa, ¿eh? —dijo Yu Zhou, levantando de nuevo una ceja.
Xiang Wan giró la cabeza.
—Todo en exceso pierde su encanto.
Entre la música ruidosa del televisor, inclinó la cabeza con cierta confusión, miró la pantalla y luego a Yu Zhou.
—Esa chica que sale ahí… se parece un poco a ti.
—¿Eh? —Yu Zhou echó un vistazo—. Ah, es Lang Jie… Yu Wenwen.
—Ajá.
Yu Zhou soltó una risa.
—Esa es mi hermana. Mira, hasta tenemos el mismo apellido. Fue a grabar el programa, por eso me dejó el gato a mi cuidado.
—¿Hablas en serio?
—“En serio…” —Yu Zhou se encogió de hombros con una sonrisa pícara—, es mentira.
Xiang Wan la miró con un gesto de leve reproche, mitad molesta, mitad divertida. Yu Zhou, apoyada hacia atrás con las manos detrás del cuerpo, la observó. De pronto, tuvo una sensación extraña: como si fuera una descarada coqueteando con una señorita bien.
“Coquetear”, pensó. Qué palabra tan anticuada… pero tan acertada.
Se rió para sí, hasta que sonó su teléfono. Esta vez tocó la pantalla varias veces con los dedos antes de desbloquearlo.
Era un mensaje de WeChat: F la había agregado a un grupo.
Nadie hablaba allí. Luego F le escribió por privado:
[¡Maestra Yu!]
Solo el saludo, como si esperara que ella preguntara.
[¿?] respondió Yu Zhou con un simple signo de interrogación.
[¡La profesora Su consiguió a la directora de doblaje! ¡¡Peng Xiangzhi!!]
Dos signos de exclamación, uno menos que la vez anterior, cuando se enteró de que Su se unía al proyecto. Parece que F estaba aprendiendo a disimular el entusiasmo.
Yu Zhou estuvo a punto de responderle: “Maestra F, usted es la productora de la app Zhi’er, una de las plataformas de radioteatro más conocidas, con varios grandes proyectos y decenas de figuras famosas… ¿cómo puede seguir mostrando tanta pasión?”
Pero luego lo pensó mejor. Tal vez la maestra F solo quería contagiar entusiasmo a los autores.
O quizá… pensaba que Yu Zhou había tenido una suerte tan increíble que todavía no podía creérselo.
Y, bueno, no era mentira.
Una novela con menos de setecientos seguidores, ni siquiera considerada un IP digno de adaptación… si no fuera por la fiebre actual de los radiodramas, nunca habría tenido esta oportunidad.
Había escuchado hablar de Peng Xiangzhi: una reconocida directora de voz del estudio San Sheng, con una larga trayectoria en el mundo del cine, que llevaba al menos tres o cinco años sin dirigir un radiodrama.
La última vez fue con “El pensamiento humano”, una obra de hace cinco años que se había vuelto un clásico del género. Hasta hoy, muchos seguían considerándola una joya insuperable, su “luna blanca”.
Su Chang + Peng Xiangzhi: esa fórmula equivalía directamente a éxito y prestigio.
Y fue Su Chang quien la trajo al proyecto.
¿Cómo no pensar que había en ello una intención de protegerla, de respaldarla?
“Protegerla”… qué expresión tan tentadora.
Aun así, aunque le prestaran diez vidas, Yu Zhou no se habría atrevido a dejar que su mente se quedara demasiado tiempo en ese pensamiento.
Abrió el grupo nuevo. F ya estaba organizando la conversación.
Después de las presentaciones, Yu Zhou comprendió que se trataba de un grupo de producción: estaban la directora de doblaje, el guionista, el encargado de posproducción y ella, la autora.
Suspiró aliviada. Su Chang no estaba.
Volvió a pensar: Así es ella. Trae a los grandes nombres, pero no se involucra más de lo necesario.
Todo en ella era impecablemente profesional.
Los demás saludaron con cortesía. Peng Xiangzhi apareció un poco más tarde, seguramente por estar ocupada, y su primer mensaje fue directo:
[Buenas a todos. Los protagonistas serán Su Chang y Zhou Ling. Roles secundarios: Gu Qi’an y Qing Shen. Yo invitaré a los demás actores según vea. Guionista, envíame los perfiles de los personajes.
Tengo tiempo para la lectura del guion este sábado y domingo a las ocho de la noche. ¿Les viene bien?]
[Sí.]
[Por mi parte, sin problema.]
Yu Zhou no se atrevió a hablar.
[¿Y la autora?] —preguntó Peng Xiangzhi después de un silencio.
[Ah… yo estoy disponible] —respondió Yu Zhou rápidamente.
Quiso disculparse, decir que no sabía que debía participar, por eso había tardado, pero antes de poder escribir más, Peng Xiangzhi ya había respondido:
[Perfecto, entonces queda decidido. Encantada de trabajar con ustedes.]
[Encantada] —escribió Yu Zhou.
La rapidez y firmeza de aquella mujer la dejaron un poco nerviosa.
Tan nerviosa que siguió distraída incluso durante la cena.
Había pedido comida a domicilio otra vez. Xiang Wan comía despacio, con esa elegancia natural que hacía que Yu Zhou se preguntara si de verdad habían pedido pierna de cordero asada.
Al terminar, Yu Zhou recogió los envases, los ató en una bolsa y los dejó junto a la puerta.
—Vamos a caminar un rato, así bajamos la comida.
—Está bien.
—Lávate las manos primero. Te buscaré algo para que te pongas —dijo Yu Zhou, secándose con una toalla de papel.
—Está bien —repitió Xiang Wan, siempre con esa voz suave.
Una dama de familia noble, pensó Yu Zhou. Tan obediente… más incluso que mi gato.
Buscó un conjunto limpio, una camiseta y shorts, y luego, en el tocador, rebuscó unas cuantas ligas para el pelo.
El cabello de Xiang Wan era largo; si bajaban al jardín, seguro tendría calor, mejor atárselo.
Ella nunca usaba esas ligas, claro. No le gustaba salir.
Eran viejas, de Su Chang.
Al revisarlas, Yu Zhou notó que una aún tenía uno o dos cabellos negros entrelazados. Los retiró, los hizo una bolita y los tiró a la basura.
Poco después, Xiang Wan salió ya cambiada. Yu Zhou la miró y, enseguida, se dio cuenta de algo: la parte delantera de la camiseta se veía… extraña.
—Tú… —dijo con una sonrisa incómoda—, no puedes salir así, tienes que ponerte sujetador.
Silencio. Una de esas situaciones terriblemente embarazosas.
Xiang Wan la miró, sin responder.
—Te enseño cómo se pone, mira. —Yu Zhou tosió un par de veces, tomó un sujetador y, encima de su camiseta, se lo colocó paso a paso: los brazos por las tiras, los ganchos detrás, un giro, un ajuste, y listo.
—Así —dijo, mostrando la espalda para que prestara atención. Luego se lo quitó y se lo entregó—. Anda, pruébate este.
Xiang Wan bajó la vista, tomó la prenda y, mientras se dirigía al pasillo, practicaba con los dedos cómo enganchar los broches.
Cuando volvió, tenía el rostro ligeramente sonrojado y caminaba más despacio, pero al menos ya no se notaba tanto. Yu Zhou asintió, satisfecha.
—¿Ya te lo pusiste bien? —bromeó—. No vayas a perderlo por el camino.
Xiang Wan respiró hondo, asintió y se puso las sandalias que Yu Zhou le había dejado junto a la puerta.
—Este… dudou es un poco pequeño —murmuró, cabizbaja.
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