Capítulo 8
Yu Zhou tardó unos segundos en procesar el significado de aquella frase, y cuando por fin lo entendió, la llamó con nombre y apellido:
—Xiang Wan, acabas de ofenderme.
Xiang Wan la miró con expresión inocente, como si no entendiera nada.
—No te hagas la tonta —replicó Yu Zhou, molesta—. Si hasta casi me estrangulas, ¿y aún te haces la buena?
Xiang Wan apretó los labios y, con un aire de discreción, dejó escapar una sonrisa.
Esa sonrisa tenía algo de adorable, y Yu Zhou, sin poder evitarlo, le lanzó una mirada de fastidio fingido antes de dirigirse hacia el ascensor.
Xiang Wan la siguió, mirando con curiosidad los números rojos del panel que subían y bajaban.
Cada vez que cambiaba un número, sus pestañas parpadeaban al mismo ritmo, lo que hizo que Yu Zhou soltara una carcajada.
“Qué divertida es esta chica… una viajera del tiempo, y tan curiosa como una niña”.
Mientras esperaban el ascensor, Yu Zhou le preguntó:
—¿No te aprieta mucho? Si es así, mañana te compro ropa nueva.
Luego murmuró para sí, divertida:
—Mira tú, venir al futuro solo para morir asfixiada por un sujetador.
Xiang Wan respondió con total seriedad:
—Sí, un poco me cuesta respirar… pero aún puedo resistir.
Yu Zhou se echó a reír.
—¿Y por qué te empeñas en resistir con eso puesto? Está bien, mañana te compro ropa más cómoda.
La miró de reojo, algo incómoda, y añadió:
—Te compraré dos tallas más grandes. Si solo tienes dieciocho, todavía estás creciendo.
Las últimas palabras, por alguna razón, sonaron casi tristes.
Xiang Wan asintió. El ascensor sonó con un “ding” y las puertas se abrieron.
Suavemente, sus hombros se sacudieron al oír el sonido. Yu Zhou entró primero al cubículo metálico y le tendió una mano.
—Vamos, entra. No te quedes ahí o las puertas te van a pillar. —Movió los dedos para llamarla.
Xiang Wan se apresuró a tomarle la mano y entró corriendo.
Observó el interior: paredes, techo y piso de metal reluciente. Las puertas se cerraron solas, y en cuanto el ascensor descendió, la sensación de vacío la tomó por sorpresa. Apretó la mano de Yu Zhou con fuerza y se aferró con la otra al pasamanos.
Era la primera vez que sentía esa pérdida de gravedad. Cerró los ojos y respiró agitadamente.
Yu Zhou apretó su mano en señal de consuelo.
—Si te sientes mal, acércate un poco.
Xiang Wan obedeció. Su fragancia suave y su calor se mezclaron en el aire. Yu Zhou la sostuvo, atrayendo su mano hasta su propio abdomen, y con la otra le sujetó la muñeca.
Las puertas del ascensor se abrieron.
Afuera, un hombre de mediana edad, con una canasta de verduras, las observó con extrañeza.
Una de ellas estaba recostada en el cuello de la otra, con un aire lánguido, casi como si estuviera ebria.
Yu Zhou, protegida por su mascarilla, lo miró sin inmutarse.
Y, en plena batalla de miradas, le pasó el brazo por los hombros a Xiang Wan y dijo con total naturalidad:
—Vamos, cariño. Ya llegamos.
El hombre arqueó una ceja, las esquivó para entrar al ascensor y la puerta se cerró con un “ding”, cortando su mirada curiosa.
Xiang Wan, aún mareada, salió al vestíbulo. El aire cálido le rozó la cara, y tras un momento recuperó el aliento.
Con la respiración agitada bajo la mascarilla, preguntó:
—Cariño… ¿qué significa eso?
—Es tu apodo —contestó Yu Zhou.
—Pero ya tengo uno. Me llaman A Xi.
—Pues ahora que estás en el mundo moderno, puedes tener otro. Ese suena demasiado anticuado.
Xiang Wan se detuvo y ladeó la cabeza.
—Me mentiste.
—¿Qué?
—En los dramas que he visto, también dicen “esposa”. Significa “mujer legítima”.
Yu Zhou se paró también.
—Si lo sabías, ¿por qué me preguntaste?
—Quería oírte explicarlo. Quería saber por qué me llamaste así.
—Ah… —Yu Zhou se rascó la cabeza—. Fue por aquel tío del ascensor. ¿No viste cómo nos miraba? Seguro pensó que te estaba secuestrando. Me puse nerviosa y… bueno, fue lo primero que se me ocurrió, un recurso del momento.
Xiang Wan no pareció convencida.
—Podías haber dicho “hermana”. También suena afectuoso.
Yu Zhou se quedó sin palabras un segundo.
Xiang Wan siguió caminando, sin mirarla.
—Tú solo querías asustarlo. En realidad, disfrutas… hacer travesuras.
“Eres una lala*, y eso no está bien”. Aquella voz vino suave, flotando desde adelante, pero esa última frase se clavó como una aguja.
[NT: “Lala” es un término que se usa en China para referirse a las lesbianas]
Yu Zhou se quedó callada, un poco abatida. “Vaya… esta señorita del pasado aprende rápido. Dentro de poco ya no voy a poder engañarla con nada”.
El jardín del condominio era enorme: tenía colinas, estanques, pabellones y puentes, como un pequeño parque cuidado al detalle. Yu Zhou acompañó a Xiang Wan por el sendero de piedra entre el césped y no pudo evitar sentir orgullo de su buena elección.
Menos mal que había comprado aquí. Con tanta vegetación y espacio, aunque cerraran las salidas, uno podía vivir tranquilo.
Claro que, estando sola, rara vez bajaba a caminar.
Qué desperdicio, pensó.
Por suerte, ahora estaba ella. La forma en que Xiang Wan se movía entre los árboles, con pasos elegantes y ligeros, hacía que incluso un simple complejo residencial pareciera un jardín imperial.
Yu Zhou metió las manos en los bolsillos y caminó unos pasos detrás de ella.
Xiang Wan, al notarlo, se volvió.
—¿Por qué siempre caminas detrás de mí?
—¿Ah? —Yu Zhou se quedó perpleja. Nunca lo había pensado. No solía caminar al lado de nadie; prefería observar desde atrás.
Xiang Wan se giró por completo hacia ella.
—Si fueras mi doncella personal, deberías ir medio paso detrás. Las criadas comunes, tres pasos más. Y los sirvientes, aún más lejos. Pero tú y yo no tenemos diferencia de rango. Deberías caminar a mi lado.
Yu Zhou se quedó mirándola, atónita.
Nadie le había hablado así nunca.
Nadie se había preocupado por si estaba a su lado o no.
La contempló un rato, iluminada por la luna, y finalmente respondió:
—No es que no quiera. Mira el camino… es tan estrecho que no cabemos las dos.
Xiang Wan bajó la vista al sendero de piedra, frunciendo el ceño.
—Tendrían que ensancharlo.
—Claro —rió Yu Zhou—, que el Ministerio de Obras Públicas del palacio mande fondos.
Xiang Wan alzó la mirada hacia ella. Yu Zhou le devolvió una sonrisa y, rozando su hombro, pasó al frente.
Xiang Wan se quedó quieta un instante, sorprendida, y luego la siguió. Bajaron juntas por una pequeña colina hasta una zona más ancha, bañada por la luz cálida de los faroles.
Esta vez caminaron una al lado de la otra: una con las manos en los bolsillos, la otra con las manos colgando a los costados. El paso lento, tranquilo.
Cuando se acercaban al final del sendero, Yu Zhou levantó la barbilla y señaló hacia el oeste.
—Ese es el portón oeste. ¿Lo ves? El de las rejas negras. Por ahí estábamos antes, en el este. También están las puertas sur y norte —explicó Yu Zhou—. Mientras no salgas del complejo, puedes pasear libremente por donde quieras. Hay una plaza cultural donde los ancianos suelen jugar ajedrez, practicar caligrafía, bailar o entrenar con espadas. Si te aburres, puedes ir a mirar. Al sur del lago central hay una zona de ejercicio, con aparatos para hacer gimnasia y juegos infantiles. Si te interesa, mañana te llevo. Hoy ya estás cansada.
Iba hablando con calma mientras caminaban de regreso.
Su tono era tan natural que casi sonaba a quien presenta orgullosa sus dominios, como si dijera: “Todo esto es mi territorio”.
Y claro, ¿cuándo si no presumir? Todas esas ventajas estaban incluidas en el precio del departamento, aunque rara vez las usaba.
De regreso, se cruzaron con algunos vecinos.
—Tú, que ya renunciaste a tu cargo, ¿de dónde sacaste el dinero para comprar esta casa? —preguntó Xiang Wan, observando el jardín que no tenía nada que envidiar al del Palacio del Primer Ministro.
—Para serte sincera —suspiró Yu Zhou—, soy una rica de segunda generación.
—¿Una rica…?
Otra vez esa cara de confusión. Yu Zhou la miró de reojo.
—Más o menos como tú.
—¿Te ampara el mérito de tus antepasados?
—Eh… más o menos.
—No lo pareces.
—¿Y eso por qué?
Xiang Wan la observó con calma mientras esperaban el ascensor.
—Está bien —cedió Yu Zhou, sonriendo con cierta resignación—. Ahorré un poco por mi cuenta, pero la mayor parte la puso mi mamá. En principio iba a comprar algo más pequeño, pero Su Chang aportó dinero y terminé cambiando a este lugar.
Golpeó suavemente el borde de mármol con la punta del zapato.
Recordaba bien cuando Su Chang le había dicho que también quería mudarse allí. Que, si iban a vivir juntas, sería mejor un sitio más amplio, más cómodo.
Sabía que Su Chang ganaba bien y venía de una familia acomodada, así que no vio problema en aceptar. Después de todo, llevaban años juntas; tarde o temprano compartirían casa.
Pero luego terminaron.
Y Yu Zhou quiso vender el departamento para devolverle el dinero, con intereses incluidos.
Su Chang solo respondió: “No hay prisa.”
No dijo que no se lo devolviera, solo eso: “No hay prisa.”
El agente inmobiliario también le aconsejó no vender. El apartamento tenía menos de dos años, los impuestos serían altísimos y no valdría la pena.
Más tarde, cuando sus inversiones subieron y ganó algo de dinero, Yu Zhou aprovechó su liquidación al dejar el trabajo, retiró sus ahorros y parte del fondo de previsión, sumó las regalías de sus novelas y todas las pequeñas ganancias dispersas… y transfirió todo al número de cuenta que Su Chang usaba antes.
Le alcanzó para cubrir casi todo, faltando apenas los intereses.
Su Chang nunca respondió.
Y eso también estaba bien.
Porque, sinceramente, cualquier respuesta habría sido incómoda.
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