Capítulo 1
Parte 1. ¿Te gustaría dejar tu vida en mis manos?
“La vida es la C de Choice (elección), entre la B de Birth (nacimiento) y la D de Death (muerte).”
—Jean Paul Sartre
* * *
Un día, apareció una bruja.
Llevaba un vestido elegante que flotaba con cada paso, una sonrisa radiante que se reflejaba en sus ojos y un rostro tan hermoso que deslumbraba. Extendió la mano hacia mí con una voz dulce y encantadora, y me susurró:
—Puedo darte las mejores cualidades, gloria, riquezas… ¿Quieres hacer un trato conmigo?
Un intenso aroma a almizcle me nubló los sentidos. Embobada por la tentadora oferta que me tendía frente a los ojos, le tomé la mano casi sin pensarlo. Ese perfume que acariciaba el aire, ese rostro tan perfecto que cualquiera se giraría a mirar por la calle… Me cautivó por completo. Sentí que no solo le entregaría el corazón, también el alma si me lo pedía.
—¿Tengo que… darte mi alma?
—¿Quién pide eso hoy en día?
—¿Perdón?
Fruncí el ceño, desconcertada, y ella soltó una risita mientras me tomaba de la muñeca. Me atrajo hacia ella sin esfuerzo. Me rodeó la cintura con el brazo y clavó sus ojos en los míos. Sus pupilas, de un azul claro, brillaban con un leve temblor. Al tenerla tan cerca, el aroma que antes flotaba suave ahora me envolvía por completo. Casi no podía respirar.
—Vas a entrenar dos horas al día, estudiar inglés, aprender qué cosméticos funcionan, cuáles te quedan bien. Vas a descubrir qué ropa te favorece, qué colores te quedan mejor. Vas a saber qué decir en cada conversación y cómo manejar cualquier ambiente. Tendrás que aprenderlo todo.
—¿…Perdón? ¿Y la magia? ¡Se supone que eres una bruja!
—¿De verdad crees que en el mundo de hoy se consiguen las cosas así como así?
Ante esa respuesta tan tajante, la miré con incredulidad. Ella me sostuvo la mirada durante unos segundos… y de pronto estalló en carcajadas. Se rió con ganas, como si aquello de verdad le resultara divertido. Yo, en cambio, no entendía qué tenía de gracioso. Me sentí perdida.
Cuando por fin dejó de reír, inclinó ligeramente la cabeza. Su rostro se acercó más al mío. Tragué saliva.
—Todo depende de lo que tú elijas.
Su brazo, que aún rodeaba mi cintura, bajó lentamente por mi espalda. Un escalofrío me recorrió. Cada caricia parecía despertar una parte dormida de mis sentidos. Su mano descendió sin aviso y me apretó con fuerza una nalga.
—¡Ah!
Estaba tan cerca que podía sentir su aliento. Sus ojos, de un azul verdoso, brillaban con una luz intensa. Sus labios se entreabrieron y susurraron, despacio, como si dejara caer un hechizo:
—…No huyas, Ina.
Abrí los ojos de golpe.
Reconocí el techo de mi habitación.
Una brisa entraba por la ventana abierta.
Se oían cigarras a lo lejos.
“Mem, mem, mem, meeeeeem…”
¿Había sido un sueño o realidad? Todo se sentía borroso. Y justo en ese momento, el celular vibró. Todavía medio atontada, tanteé a ciegas sobre la cama para encontrarlo. Era una llamada entrante.
Dueña.
Todo se sentía irreal. El nombre en la pantalla resplandecía con una nitidez extraña, como si no perteneciera a este mundo.
* * *
—Deberíamos terminar.
Cuando Ina escuchó esas palabras, se quedó en calma.
Era el día de la fiesta de fin de semestre. Todos estaban un poco ebrios, riendo, tropezando, y empezaban a dispersarse en grupos: algunos se iban a casa, otros al karaoke o a seguir bebiendo en algún bar. En medio de ese bullicio, él se detuvo de pronto. Dijo que necesitaba hablar con ella, la miró directo a los ojos y soltó la frase. Ina, sintiéndose culpable, no pudo sostenerle la mirada y bajó la cabeza.
Kang Seokju. En su carrera, estaba sin duda entre los tres más guapos. Se conocieron por casualidad en la fiesta de bienvenida de los nuevos, cuando él se sentó a su lado. Sus sunbaes decían que hacían buena pareja, que se veían perfectos juntos, así que en la ronda de copas que siguió, los volvieron a sentar lado a lado. Cuando Ina perdió en uno de los juegos y le tocó beber como castigo, él se ofreció como buen caballero y bebió por ella. No hubo forma de detenerlo: se tomó cinco o seis tragos con total naturalidad, y le sonrió de medio lado.
Más tarde, de camino al baño, se cruzaron de nuevo. Se quedaron hablando afuera, sin prisa, de cualquier cosa. Él lanzaba bromas, ella reía con cierta timidez. Y así, una y otra vez, como si estuvieran ensayando algo.
De pronto, una polilla voló directo hacia él. Seokju se asustó y, sin pensarlo, se lanzó hacia Ina. Sus ojos se encontraron a muy poca distancia. Estaban tan cerca que ella podía sentir su aliento.
Y entonces, se besaron. Fue su primer beso. No sintió nada especial, ni siquiera sorpresa. Solo una vaga intuición: “así empieza el amor”, pensó. Fue lo único que le vino a la mente. Así que a partir de ese día, empezaron a salir.
Pero si lo pensaba ahora, no fue una señal ni una premonición, sino una simple ilusión. La necesidad de experimentar eso que todos parecen vivir: el amor. Quería sentirlo, como cualquier otra persona. Y ahora, mientras escuchaba sus palabras, se daba cuenta de que nunca se amaron. La prueba más clara acababa de salir de su boca.
—……
Siempre supo que lo suyo acabaría así. A veces sentía una especie de desconexión con Seokju, algo que no tenía que ver exactamente con lo que él hacía, sino con una incomodidad más visceral, casi instintiva. Por más que lo intentaba, no lograba sentir verdadero afecto por él, y estar a su lado le resultaba incómodo. Aun así, le aterraba ser ella quien pusiera fin a ese lazo que había llegado de forma tan repentina, y también le daba miedo que, al mirarlo a los ojos, fuera él quien dijera primero que todo había terminado. Así que se aferró a la esperanza de que su relación simplemente se extinguiera sola.
Usó esa excusa para dejar de ir a clase. Pasaron los días sin que se escribieran, y cuando terminaron los exámenes finales y anunciaron la fiesta de fin de curso, de no haber sido por la insistencia de Sujin, ni siquiera se habría presentado.
Tal vez por eso pudo mantenerse tan serena cuando escuchó las palabras de despedida. Como un niño que tiembla antes del castigo, pero se calma en cuanto lo recibe.
—¿No vas a decir nada?
—…Lo siento.
Seokju frunció el ceño y exhaló con pesadez. Su suspiro se mezcló con el zumbido cálido del calefactor que giraba sin descanso.
—De verdad, no entiendo en qué estás pensando.
Fue una frase lanzada con frialdad. Aun así, Ina no apartó la mirada del suelo. Sus últimas palabras se fueron deshaciendo en su interior como el aire denso de principios de verano: pesadas, cálidas, y poco a poco, desaparecieron.
* * *
El canto estridente de las cigarras llenaba el túnel de árboles. Aquel junio, los mismos árboles que durante los exámenes de mitad de semestre habían sostenido delicadamente los pétalos de los cerezos, ahora cargaban hojas verdes dispersas.
Era el primer receso de verano desde que entró a la universidad. Los primeros amigos que había hecho se marcharon a sus ciudades natales o hablaban entusiasmados de cómo iban a aprovechar las vacaciones: algunos trabajarían medio tiempo, otros estudiarían para el TOEIC. Las caras que veía a diario pasaron a ser solo iconos en el grupo de chat.
Ina estaba recostada en la cama, mirando con desgano el chat grupal a través de la pantalla. Después de un rato, sin pensarlo mucho, arrojó el teléfono hacia una esquina del colchón.
El calor no daba tregua. Por las noches tampoco se podía dormir bien. Si encendía el aire acondicionado, amanecía con dolor de garganta. Si lo apagaba, la humedad y el bochorno la hacían sentir como si se estuviera cocinando viva. Dormía un par de horas, se despertaba, volvía a dormir y otra vez despertaba… y así, hasta terminar agotada.
Aunque quizá no era solo por el calor.
“De verdad, no entiendo en qué estás pensando.”
Esa frase no dejaba de rondarle en la cabeza.
“Mem, mem, mem, meeeeeem…”
El canto insistente de las cigarras se colaba entre el leve zumbido del aire acondicionado en la habitación quieta. En ese momento, el teléfono vibró con la notificación de un mensaje. Ina se giró medio cuerpo sobre la cama y volvió a tomar el celular.
[Oye, ¿qué haces?]
[¿Ya comiste?]
[Si no, salgamos a comer.]
Era Sujin, compañera desde la secundaria y también del bachillerato. Por alguna razón que ya parecía destino, terminaron entrando a la misma universidad y, casi sin darse cuenta, se volvieron inseparables. Aunque últimamente, desde que Sujin se puso de novia, Ina notaba que se había distanciado un poco. Pero Ina no era del tipo que se aferraba a las cosas.
Frunciendo el entrecejo, Ina echó una mirada fugaz por la ventana.
“Máxima de 38 grados”.
Apretó el teléfono con ambas manos y empezó a teclear.
[¿Salir con este calor hoy? ¿Estás loca?]
[Yo invito.]
¿Salir con este clima solo porque le iban a invitar comida? Fuera arroz o sopa, con este calor era un suicidio salir de casa. Iba a rechazar de inmediato, ya tenía el dedo sobre la pantalla… pero justo en ese momento, el estómago rugió con fuerza. A fin de mes, su dinero se había esfumado por completo, y llevaba días comiendo apenas lo justo. Se quedó dudando un buen rato con el celular en la mano, pero al final, la sensación de hambre que no paraba de crecer la venció.
—Haa…
Soltó un largo suspiro y movió los dedos.
[¿Dónde nos vemos?]
Hacía calor. Un calor tan sofocante que el sudor le chorreaba por las mejillas y la barbilla como si le estuvieran exprimiendo el cuerpo. Con los 38 grados que marcaba la temperatura, salir de casa era una tortura.
Y si solo fuera el calor… El aire era tan denso y pegajoso que parecía llevar puesta una mascarilla de varias capas. Sentía que le apretaba el pecho con cada respiración. En ese momento, no había nada que deseara más que huir de ahí y meterse en una habitación con el aire acondicionado al máximo.
Cuando abrió la puerta del restaurante, el aire frío que se le coló por el pecho fue como una bendición. Reconoció un rostro familiar y caminó directo hacia él para sentarse.
Era una melena larga, trenzada y rubia. Con su camiseta blanca, shorts cortos y ese rostro apenas maquillado, su aspecto no daba la impresión de que hubiese salido solo a comer.
—Dios… hace un calor del demonio…
—El clima está completamente loco hoy.
Pidieron algo del menú, y pronto trajeron agua. Ina alzó el vaso, y el hielo giró dentro con un leve sonido antes de deslizarse por su garganta. El frescor era tan intenso que la hizo estremecerse.
—¿De verdad tú invitas? No tengo ni una moneda.
—No te preocupes~ Pero eso sí… me tienes que ayudar con algo~.
Gratis no hay ni el arroz, pensó. Debería haberse grabado esa frase a fuego. Pero en ese momento, lo único que importaba era calmar el hambre. No pasó mucho antes de que trajeran el pilaf de camarones y la pasta vongole. Ina tomó una cucharada del pilaf y preguntó:
—¿Qué necesitas?
—Es el regalo de los cien días. Tengo que elegirle algo a mi novio~ ¿Me acompañas? ¿Sí?
—…Está bien.
Ina era insensible. Que alguien le pidiera ayuda para elegir un regalo para su novio, justo una semana después de que ella terminara con el suyo, sería algo incómodo para cualquiera. Otro en su lugar habría fruncido el ceño, tal vez incluso se habría molestado. Pero Ina dejó pasar la indiferencia de Sujin sin decir nada. O quizás, más que tolerancia, era una forma de convencerse de que no le dolía.
Después de todo, ya le había invitado la comida. Lo justo era devolverle el favor. Pensando así, se llevó a la boca una gran cucharada de pilaf y masticó en silencio. El arroz suelto, los camarones firmes y salados, el huevo frito crujiente… todo bajó por su garganta sin que llegara a saborearlo del todo.
Mientras seguía comiendo, Ina desvió la mirada hacia la ventana. Bajo el calor aplastante del verano, la calle estaba vacía. El tintinear de los cubiertos en el local se mezclaba con el canto lejano de las cigarras.
Una primera relación, insignificante. Un primer novio. Un primer beso.
Y cuanto más pensaba en ello, más clara se volvía la única certeza que le quedaba: que en realidad… nunca había amado a Seokju.
* * *
El taller de perfumes del que había hablado Sujin quedaba en la entrada de la zona universitaria. No era precisamente el lugar más transitado, pero seguía siendo parte del barrio estudiantil, así que el alquiler seguramente no era barato.
Ena recorrió con la mirada el edificio de tres pisos, de arriba abajo. A excepción de las ventanas y un pequeño cartel del tamaño de dos manos, todo era negro. A la derecha de la entrada colgaba un letrero blanco, perfectamente cuadrado.
Η επιθυμία της Σαπφώ
The desire of Sappho
El deseo de Safo
Las primeras letras, parecidas a símbolos matemáticos, no supo ni siquiera de qué idioma eran. Pero las dos líneas inferiores, en inglés y español, sí pudo leerlas sin problema.
Cuando Sujin abrió la puerta, una campanita sonó con un leve tintineo. Una cortina de aire tibio, calentada por el sol del verano, le rozó la piel al entrar. Y en cuanto cruzaron el umbral, un aroma fresco y limpio las envolvió. Sobre una capa clara de jazmín, como si estuviera envuelta en celofán, se percibía una fragancia suave y delicada. No era punzante ni intensa, sino sutil, casi nostálgica.
—Bienvenidas.
Al volverse hacia la voz, Ina se encontró con una mujer que les sonreía amablemente.
Era de esas personas que harían que te giraras sin darte cuenta si te la cruzaras por la calle: una belleza tranquila, con un aire dulce y amable.
Llevaba el pelo corto, ondulado, que le caía justo por debajo de las orejas. Tenía un tono anaranjado con matices rojizos, y unos ojos de forma suave, ligeramente caídos, que se le quedaron grabados.
Pero lo más llamativo eran sus ojos color jade, que brillaban levemente cada vez que parpadeaba, atrapando la luz.
Ina se quedó inmóvil ante aquella sonrisa apenas esbozada. Fue Sujin quien dio un paso al frente y habló, con su tono habitual:
—Venimos a ver perfumes~.
—Claro, ¿estás buscando algo en particular? ¿Es para regalar a alguien especial?
—¿Cómo lo supiste?
Ante el comentario de Sujin, la mujer no respondió, solo le dedicó una sonrisa enigmática. Ina pensó que sería una frase habitual para alguien que trabaja en una perfumería. Aun así, aquella sonrisa tenía algo que evocaba muchas cosas. Sin decir más, la mujer llevó a Sujin hacia una de las estanterías y empezó a explicarle los perfumes uno por uno.
—Para regalos, estos de aquí suelen ser los más populares. También podemos personalizar la fragancia según los gustos, así que si no encuentras una que te convenza, no dudes en decírmelo.
—¿Podemos mirar un poco por nuestra cuenta?
—Por supuesto.
Ina se mantenía algo alejada, revisando las vitrinas junto a la entrada, cuando sintió que alguien se acercaba, giró la cabeza… y allí estaba ella.
—¿Estás buscando algo en particular, señorita?
—Ah, no… solo estoy mirando.
Ina se sintió incómoda bajo su mirada. Ella solo había venido acompañando a su amiga, no tenía intención alguna de comprar perfume. Con esa presión, sentía que terminaría comprando algo por compromiso. Pero como si leyera sus pensamientos, la mujer sonrió con calma y dijo:
—No tienes por qué sentirte obligada. Si además de mirar te explican lo que estás viendo, puede que la visita te resulte más interesante, ¿no?
Otra persona la habría puesto nerviosa, pero había algo en su voz, en su forma de hablar, que disipaba cualquier incomodidad. Ina alzó la vista y la miró directamente. Un rostro hipnótico. Aunque quizás… no era solo su voz lo que la tenía así.
—Está bien… entonces te lo agradezco…
Lo lógico habría sido rechazarla de inmediato. Pero no supo si fue por su propia indecisión… o porque había algo en ella que hacía imposible decirle que no, pero el caso es que no pudo apartarla.
Con una sonrisa tranquila, la mujer tomó uno de los frascos del borde del estante. Roció un poco de perfume sobre una tira de papel aromático colocada al lado y, tras agitarla un par de veces, se la ofreció a Ina. Tenía los dedos finos, delgados como espinas.
—Cuando lo huelas lo notarás —dijo—. Las notas de salida son de limón, bergamota y otros cítricos, así que es un perfume muy popular en verano. La base es más amaderada, lo que le da un fondo algo más profundo y serio.
Apenas acercó la tira a la nariz, una fragancia fresca y chispeante le acarició el olfato, disipando al instante esa sensación de bochorno que llevaba encima. Ina parpadeó. La mujer le sonrió, y con una voz suave y melodiosa preguntó:
—¿Te gusta?
Solo fue eso. Una pregunta simple. Y sin embargo, sintió un leve rubor, sin saber por qué. Apartó la mirada. Entonces ella tomó otro frasco, roció otra tira con perfume y se la entregó del mismo modo.
—Este lleva almizcle blanco, iris y rosa turca. Es un perfume fresco, pero con un fondo empolvado. Puede considerarse de la familia floral.
Ina olió la nueva tira. El aroma suave de rosas mezclado con el almizcle le resultó familiar. Parpadeó, mirándola, y de pronto lo entendió: era el mismo aroma que llevaba ella.
—Oye… este aroma me suena mucho…
—Ah, ¿sí? —rió—. Es que el perfume que uso tiene como base esta rosa. ¿Quieres olerlo?
Ina asintió con la cabeza. Pensó que, como antes, le daría otra tira impregnada en perfume. Que rociaría el aroma y se lo alcanzaría.
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- Capítulo 4 octubre 9, 2025
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