Capítulo 2
Ella extendió la muñeca. Bajo su piel blanca se dibujaban finas venas azuladas. La forma redondeada de la palma, los dedos largos y delgados, como ramas estilizadas, creaban una imagen imposible de ignorar. Solo la había acercado para que pudiera oler el perfume que se había aplicado, y aun así, algo en ese gesto hizo que su corazón comenzara a latir con fuerza.
Un rubor súbito le tiñó el rostro, avergonzada por lo que acababa de pensar. Solo por un momento, se dijo, tragando saliva mientras se inclinaba levemente. Sus labios estuvieron a punto de rozar aquella muñeca.
El aroma, como una rosa en plena flor, comenzó a envolverla con suavidad. Era una fragancia sutil, pero profundamente embriagadora.
—¿Te gusta?
—…Sí, me gusta.
—¿Qué cosa?
Solo había dicho eso. Que le gustaba el perfume. Nada más.
El tiempo pareció detenerse. Desde su ángulo, podía ver la línea suave de su mandíbula, inclinada hacia abajo. Sobre esa curva, los labios entreabiertos formaban una ligera sonrisa. Eran de un rojo cálido, con un toque anaranjado.
Ina retrocedió de golpe, como si acabara de oír algo que no debía. Tropezó con el estante y agitó la mano. Los frascos de perfume tintinearon unos contra otros.
Como si alguien rebobinara una cinta en cámara lenta, uno de los frascos se precipitó hacia el suelo.
¡Crash!
El estallido del vidrio quebrándose llenó el ambiente. El perfume se derramó entre los fragmentos esparcidos por el suelo, impregnando el aire con una intensa fragancia a almizcle. Tan densa que casi resultaba sofocante. Y a través de esa neblina aromática, todavía podía ver su rostro.
El aire acondicionado hacía ondear su cabello corto, castaño con reflejos rojizos. Las puntas se alzaban apenas sobre su cuello, terso y de una blancura impecable. Bajo el cuello cerrado de su camisa negra se adivinaban las clavículas, marcadas y delicadas. Las mangas arremangadas dejaban al descubierto unas muñecas de una belleza casi hipnótica.
Era como si el mundo se hubiese detenido por completo. Cuando abrió los labios, como si estuviera bajo un hechizo, la vio acariciarse los suyos con los dedos. En teoría, era un gesto incómodo… pero no lo parecía. Sus cejas caídas se alzaron de pronto, y sus ojos, tan claros como el jade, se oscurecieron apenas por un segundo.
Eso fue todo. Y sin embargo, frente a Ina, ya no estaba la misma persona de hace un momento.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Como una presa que siente la cercanía de su depredador, su piel reaccionó antes que su razón. Pero lo que sentía no era solo peligro.
Tenía los labios secos, y aun así, sentía humedad entre las piernas. En ese instante, no habría sabido ponerle nombre a lo que ocurría. Pero aquella sensación no le era del todo desconocida. Años después, supo identificarla con una sola palabra:
Masoquismo.
La mujer se acercó con pasos firmes. Ina se quedó paralizada, como si tuviera frente a sí a una fiera. Todo a su alrededor parecía congelado.
Con la punta de los dedos, ella le recorrió el brazo, desde el pliegue interior del codo hasta la muñeca, trazando una línea invisible con su caricia. Cuando le rozó el meñique, el aire pareció detenerse por completo en sus pulmones. De su muñeca emanaba una mezcla embriagadora de almizcle y rosas.
Ese instante, que pareció extenderse por horas, se rompió de golpe.
—¿¡Qué estás haciendo, Yoon Ina!?
Era la voz de Sujin. Como si algo se encendiera de golpe en su interior, todos sus sentidos volvieron a activarse. Ina, que había estado inmóvil, alzó la cabeza y la miró. Y allí estaba ella, sonriendo con dulzura, como si todo lo anterior no hubiera sido más que una fantasía.
—¿Te hiciste daño? ¿Estás bien?
—Ah, sí… sí. ¡Perdón!
Se inclinó torpemente, nerviosa, dando pequeños pasos mientras se disculpaba diciendo que ella pagaría el frasco roto. Sujin agitó la mano con suavidad, asegurando que lo importante era que no se hubiese lastimado. Pero incluso mientras hablaba, Ina no fue capaz de sostenerle la mirada.
Era una sensación muy distinta a la que sentía cuando no podía mirar a los ojos de Seokju.
Como si todo lo ocurrido no hubiera sido más que un sueño de pleno verano, Ina soltó un suspiro leve, arrastrado por la extraña inquietud que aún le palpitaba en el pecho.
* * *
Cuando regresó a casa, el sol ya se ocultaba lentamente en el horizonte. Aún conmocionada por lo ocurrido, Ina se quedó mirando su celular con la mirada perdida, como si le faltara un tornillo.
En el grupo de clase, todos comentaban que ya habían salido las notas. Al leer “publicación de calificaciones”, volvió en sí. Había faltado a tantas clases que dudaba seriamente de obtener una nota decente.
Encendió la laptop con las manos sudorosas. Tragó saliva justo antes de hacer clic en el enlace de consulta de calificaciones.
La página se cargó. Al deslizar hacia abajo, aparecieron las notas, una tras otra.
—……
Todas eran F.
No había ni una sola materia en la que no tuviera una F. Sintió que se le vaciaba el pecho. Aunque se lo había imaginado, verlo escrito ahí, en el boletín, le atravesó el corazón.
Sacar esas notas no solo significaba que no había estudiado. Era una confirmación de que ni siquiera había asistido a clase. En su momento se dijo que era porque no quería encontrarse con Seokju, pero tener ahora el boletín frente a los ojos hacía que esa excusa le sonara ridícula. Y no era solo por eso.
Simplemente no tenía ganas de salir de su cuarto, no tenía motivación, quería seguir durmiendo.
Ni notas decentes pudo sacar, y encima rompió un frasco de perfume en una tienda que ni siquiera era suya.
—No hago nada bien…
Una ola de culpa la envolvió ante su propia dejadez. Todo lo que había pasado era consecuencia de sus propios actos. Y aun así, no podía ofrecer ni una sola excusa. Ese sentimiento le pesaba tanto que sintió que se le haría insoportable si no lo compartía con alguien.
Abrió la app del blog, que hacía tiempo no usaba. Ya se había quedado sin dinero, y por seguir a una amiga a una tienda terminó rompiendo un perfume. Sabía perfectamente que iba a sacar puras F, pero al ver las notas de verdad, la realidad la golpeó con fuerza. Empezó a escribir, quejándose una y otra vez, diciendo que se volvía loca.
Sabía que al día siguiente se revolcaría de vergüenza y terminaría borrando esa entrada. Pero si no lo escribía, sentía que iba a ahogarse en su propia estupidez. Así que lo publicó. Una simple descarga emocional.
Arrojó el teléfono a un rincón y se cubrió con la manta hasta el cuello. Sentía una opresión en el pecho, como si el aire no le bastara. Al subir la manta hasta el borde del cuello, percibió el aroma a rosas que venía desde la parte interna de su brazo.
El cabello castaño rojizo ondeaba levemente con la brisa del aire acondicionado. Una muñeca de piel clara, con las venas apenas visibles, se extendía frente a ella. Un perfume de rosas, seductor y envolvente, se abría paso en el ambiente. Recordó las palabras que siguieron cuando alzó la mirada.
“…Sí, me gusta.”.
“¿Qué cosa?”
Cuando dijo aquello, alcanzó a ver sus labios. No era una pregunta ingenua. En sus labios se dibujaba una sonrisa pícara, como quien ya conoce la respuesta. Fue como si le hubieran dado justo en el blanco. El perfume que se desató al romper el frasco la envolvió de golpe, anulando todo pensamiento lógico.
Recordó la sensación de estar atrapada en algo que no comprendía del todo. Nunca había tenido buen instinto para leer a las personas. Pero lo que sintió en ese momento fue real. Pensó en aquella mirada que parecía incómoda y encantada a la vez, que temblaba ligeramente. Pensó en la forma en que, con calma, parecía calcular cómo jugar con su desconcierto. Tal vez todo era una ilusión suya… pero en ese instante, fue como aquel aroma: envolvente, repentino, imposible de ignorar.
Deslizó su mano dentro de su ropa interior. Solo pensar en ella la había dejado empapada entre las piernas. Acarició con la punta de los dedos su clítoris hinchado, y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Haa, ugh… ahh…
Su respiración se volvió errática, entrecortada. Sus caderas se elevaron levemente. Los dedos, cada vez más rápidos, pellizcaban, retorcían, jugueteaban con el punto de placer. Con cada nueva caricia, sus caderas se movían, a punto de alcanzar el clímax.
Si hubiera alguien que pudiera llevarla allí.
Si hubiera alguien que la dominara.
En un instante, la sensación la barrió por completo. Se estremeció, empapada en el placer que la embestía como una marea. Exhaló un suspiro tembloroso y retiró los dedos de su ropa interior.
—Fuuu…
Quizás por haberlo soltado todo de una vez, se sentía extrañamente aturdida. El sueño fue invadiéndola con lentitud, envolviéndola como una niebla tibia, hasta que se dejó arrastrar sin resistencia.
Cuando abrió los ojos, ya estaba amaneciendo. Durante las vacaciones solía pasarse las noches leyendo, pero parecía que el agotamiento del día anterior la había vencido. En la pantalla del celular parpadeaba una notificación: alguien había dejado un comentario en su blog.
—¿Qué…?
El sueño se le borró de golpe. Normalmente no dejaba los comentarios activados, pero anoche, claramente, no estaba en sus cabales. Se apresuró a entrar para borrar la entrada cuanto antes.
Y ahí estaba. Se quedó mirando el mensaje, parpadeando como una tonta, sin poder apartar la vista de las letras que brillaban al otro lado de la pantalla.
“¿Te gustaría dejar tu vida en mis manos?”.
* * *
Cuando el cuerpo se pone en movimiento, los pensamientos se disipan. La ansiedad, las preocupaciones… todo se borra, y solo queda lo que hay que hacer. Sentía que, por fin, la rigidez que la dominaba empezaba a soltarse poco a poco.
Chaekyung, quien tenía un taller de perfumes cerca del campus universitario, dejó caer la barra de pesas que llevaba sobre los hombros. El peso hizo que la barra se tambaleara varias veces al tocar el suelo. Jadeando, bebió agua a grandes sorbos. Las gotas de sudor le corrían sin cesar por la frente y las mejillas. Hyunjeong, que no pudo seguir viéndola así, le tendió una toalla.
—Toma, sécate.
—Ah, gracias.
Chaekyung se pasó la toalla por la cara y el cuello. No fue hasta que el paño, antes de un marrón claro, se tiñó de un tono más oscuro, que su respiración comenzó a calmarse.
—¿Quieres almorzar conmigo?
Cada vez que parpadeaba, sus pestañas se agitaban suavemente. Incluso en ellas brillaban pequeñas gotas de sudor, claras como lágrimas. Hyunjeong negó con la mano y respondió:
—Es temporada alta, imposible.
—Ah, ¿ya es temporada otra vez? Debes estar agotada.
—Esta vez sí que voy a llegar al cero por ciento.
Porcentaje de grasa corporal: cero por ciento. Un objetivo que solo los verdaderos atletas se atrevían a intentar. Chaekyung la miró con una expresión entre asombro y hartazgo. Hyunjeong se encogió de hombros, como si fuera lo más natural del mundo. Pero Chaekyung sabía muy bien cuánta paciencia y sacrificio se necesitaban para lograr algo así, aunque suene simple al decirlo.
—¿Terminaste ya con las pesas?
—No, todavía no. Me falta hacer cien sentadillas más, y ahí sí termino.
Dicho eso, Chaekyung se colocó frente al espejo antes de que su cuerpo se enfriara. No esperó a que Hyunjeong dijera nada y empezó a hacer las sentadillas. Aunque Hyunjeong era entrenadora y atleta profesional, Chaekyung no necesitaba que alguien la vigilara; se bastaba sola. Mientras tanto, Hyunjeong se acercó a la fuente para servirse un poco de agua. Fue entonces cuando un hombre, que había estado observándolas desde hacía rato, se le acercó y le habló de pronto:
—Profe Hyun, ¿Chaekyung estará libre a la hora del almuerzo?
—¿Y por qué me preguntas a mí?
—Bueno… como usted es cercana a ella, pensé que tal vez… si me la pudiera presentar…
—…
Hyunjeong lo miró como si no pudiera creer lo que acababa de oír. Luego, desvió la mirada hacia Chaekyung, que seguía haciendo sentadillas con total concentración.
Lee Chaekyung. Compañera del instituto. Más de diez años de amistad. Una amiga de la infancia con quien compartía hasta los secretos más vergonzosos del pasado.
Su imagen era como la de un perrito pequeño. Un rostro diminuto donde cabían unas pestañas largas, ojos grandes de forma caída, una nariz bien definida y unos labios carnosos. Resultaba increíble que todos esos rasgos pudieran armonizar en un espacio tan reducido.
No solo tenía una cara bonita. Su piel era blanca y limpia, sus mejillas, enrojecidas como si llevara rubor, destacaban sobre su tez clara. Su cuello, sus hombros, su figura moldeada por el ejercicio: todo en ella era elegante, pero firme.
Lo que más llamaba la atención eran sus ojos azules. Ese tono que uno imaginaría al pensar en un mar de jade. Era como si quisiera dejar en claro que tenía un cuarto de sangre alemana: el cabello castaño rojizo, los ojos coralinos, todo en ella desprendía un aire misterioso.
La forma caída de sus ojos, la sonrisa suave que siempre asomaba en sus labios… Esa mezcla de dulzura y simpatía, unida al exotismo de sus ojos, hacía que resultara imposible no mirarla.
Pero para Hyunjeong, Chaekyung no era solo una cara bonita. La conocía desde el instituto, y sabía mejor que nadie cuánto se esforzaba en todo lo que hacía, cuántas cosas había probado, y lo constante que era. A pesar de su apariencia delicada, era firme, decidida y muy competitiva.
Cuando algo le interesaba, simplemente tenía que hacerlo. Era alguien con hambre de vivir, en el sentido más auténtico de la palabra.
Además, tenía una mente clara y una visión amplia. Sabía cuándo avanzar, cuándo detenerse, qué valía la pena y qué no. Era ordenada, observadora, serena, y nunca se apresuraba sin pensar. A veces, ni siquiera parecía que tuviera solo veintisiete años.
Chaekyung tenía muchas virtudes. Pero Hyunjeong conocía bien el único defecto que resaltaba entre todas ellas.
Al girar la cabeza tras llenar su botella de agua, vio a un miembro del gimnasio acercándose a Chaekyung. Le estaba diciendo algo. A todas luces, estaba coqueteando.
—Haa…
Hyunjeong soltó un suspiro largo y silencioso.
Chaekyung, con una sonrisa tranquila, rechazó la propuesta del hombre con elegancia. Al intentar apartarse mientras se secaba el sudor, el hombre le bloqueó el paso y siguió hablándole insistentemente.
“Qué imbécil. Como siga así, esto va a acabar mal”.
Justo cuando Hyunjeong iba a intervenir, el hombre le agarró la muñeca a Chaekyung mientras ella intentaba escabullirse. Al ver que quería soltarse, él apretó más fuerte. Entonces, Chaekyung le soltó una bofetada con la otra mano.
¡Paf! El sonido seco de carne contra carne resonó con fuerza.
—¡Agh!
Los ojos de Hyunjeong se abrieron de par en par. El hombre soltó la muñeca de Chaekyung.
—¡Maldita sea!
Levantó la mano, pero Chaekyung no retrocedió ni un paso. En su lugar, le dio una fuerte patada directa en la entrepierna. Fue un golpe certero. Se oyó un crujido sordo seguido de un alarido. El hombre cayó de rodillas, sujetándose el bajo vientre mientras temblaba.
—¿Te pensaste que por sonreír soy idiota? Pedazo de mierda… Ya bastante tengo con el día de hoy. ¿Y tú, bestia sin cerebro, vienes a hablarme como si fueras una persona?
Lee Chaekyung. Su único defecto, si podía llamarse así, era que no dejaba pasar ni una. Ojo por ojo. Siempre.
Ya fuera gratitud o rencor, no podía dejar nada sin devolver… y siempre con intereses.
Tenía, sin lugar a dudas, un carácter endemoniadamente fuerte.
* * *
El sol ardía con fuerza sobre su cabeza. Pero no era solo el sol lo que abrasaba: el asfalto, los carteles de la calle, los bloques de la vereda… todo parecía irradiar un calor sofocante, como si lo estuvieran cocinando desde abajo. Daba la impresión de que, si rompiera un huevo en el suelo, se freiría en segundos.
Y eso que acababa de terminar su rutina en el gimnasio y había salido de la ducha, pero el sudor ya le corría por las mejillas como si no se hubiera bañado en absoluto. Desde una pila de basura en una esquina, se escapaba un hedor desagradable. El aire era tan denso que sentía que, en cualquier momento, podría ahogarse.
—¡Qué calor…!
Del gimnasio a la tienda solo había que cruzar una calle, por eso solía ir caminando. Pero en verano… ¿debería empezar a usar el auto? El solo pensar en esperar a que el aire acondicionado empezara a enfriar la hacía descartarlo enseguida. Ideas sin sentido se le amontonaban por la cabeza.
Al cruzar el semáforo, la tienda apareció a la vista. Justo frente a ella, un hombre conocido estaba de pie.
Tenía un rostro sereno y bien cuidado. Sus pestañas oscuras y los ojos de forma caída le daban un aire tranquilo. Las líneas en el contorno de los ojos y el cuello marcaban con claridad que estaba ya en sus treinta, como los anillos de un árbol. Observaba a Chaekyung en silencio mientras ella se acercaba.
Llevaba puesto un traje que solo con verlo daba calor. La camisa blanca abotonada hasta arriba, el saco y los pantalones negros como el carbón. Seguramente sería un traje de verano, de esos de tela ligera como el seersucker, pero incluso así, no dejaba de parecer sofocante.
Podría haberse remangado, o al menos desabrochado el cuello. Pero el hecho de que no lo hiciera decía mucho sobre su carácter.
L-Materials, L-Fashion, L-Outlet, L-Duty Free… Un conglomerado que cualquier ciudadano del país habría escuchado alguna vez en su vida. Él era el hijo del presidente del grupo L. Lee Seonwoo.
Chaekyung introdujo la llave en la cerradura, justo bajo la puerta. Fingiendo que no lo veía, abrió y trató de entrar. Pero Seonwoo, que podía parecer impasible, fue rápido al sostener la puerta y colarse tras ella. A pesar del evidente desdén de Chaekyung, él, con un rostro sereno, se mantuvo en silencio.
—¿Por qué entraste?
—Ya lo sabes.
Chaekyung frunció el ceño y le lanzó una mirada cortante. Seonwoo, sin inmutarse, se acercó a la mesa junto a la pared, sacó una silla y se sentó. Por suerte, antes de salir, Chaekyung había dejado encendido el aire acondicionado, y el interior de la tienda estaba agradablemente fresco. Sacó una botella de agua del refrigerador y, mientras bebía, lo miró de reojo.
En un día tan sofocante como este, normalmente habría ofrecido un jugo, un café frío o, al menos, un vaso de agua. Pero no tenía nada preparado para un visitante inesperado como él.
Tampoco es que Seonwoo fuera del tipo de persona que pidiera algo. Muy distinto a su madre, pero aun así, ambos dejaban claro que compartían la misma sangre.
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- Capítulo 2 octubre 9, 2025
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