Capítulo 3
Chaekyung lo miraba como si quisiera atravesarlo con los ojos. Seonwoo estaba sentado como un alumno esperando que lo llamaran en la sala de profesores. Esa postura era, claramente, una manera de presionarla para que se sentara frente a él y lo escuchara.
Cualquier otra persona simplemente habría dicho “tenemos que hablar”, pero Chaekyung no reaccionaba bien a esas cosas. Seonwoo lo sabía de sobra. Por eso se limitaba a quedarse ahí, en silencio, como si fuera parte del mobiliario.
Podía haber seguido ignorándolo, entrar en un juego de resistencia a ver quién cedía primero. Pero era imposible pasar por alto a ese tipo alto y corpulento plantado como si nada en una esquina del local.
Con un largo suspiro, Chaekyung colocó con brusquedad un vaso de agua fría frente a él. Todo en su gesto decía claramente: bébetelo y lárgate. Después, se sentó enfrente.
—Podrías haber mandado a alguien. ¿Para qué venir tú en persona?
—Si mandaba a otro, ya sé que no le ibas a hacer caso.
—…
Chaekyung frunció el ceño sin decir nada. Cruzó las piernas y lo miró en silencio, esperando a que fuera directo al punto. Ante esa mirada, Seonwoo abrió su maletín y sacó un sobre grueso que dejó sobre la mesa. Ella no dijo nada, solo lo abrió y sacó los papeles del interior.
Era un contrato de traspaso de propiedad.
Chaekyung entrecerró aún más los ojos al leerlo.
—A partir de ahora, la financiación va a venir de este lado.
—¿Y viniste hasta acá solo para decirme eso? Haah… Voy a tener que echar sal en la entrada, por si acaso.
Sus labios dibujaron una sonrisa brillante, de esas que parecen encantadoras. Pero sus ojos decían otra cosa: si pudiera, lo haría trizas en ese mismo instante.
—Peor habría sido que te enteraras por otra persona, ¿no crees?
—No. Justamente porque eres tú, me parece una completa mierda. Sabes perfectamente cómo he tenido que sobrevivir con esto… sabes que ya no significa nada. Y aun así, vienes con esa cara tan descarada. Solo verte ya me revuelve el estómago.
Chaekyung soltó los papeles sobre la mesa con desgano, casi como si los arrojara. Seonwoo bajó la mirada y no respondió.
El hielo del vaso de vidrio, amontonado hasta el borde, crujió al asentarse. En el silencio que se hizo entre los dos, se oían con claridad los grillos del exterior y el zumbido del ventilador de techo.
Fue Seonwoo quien rompió el silencio.
—Más allá de lo que esto signifique para ti… el contrato lo firmaste con esa persona. Si tienes algo que reclamar, que sea con ella. Yo solo vine a entregártelo.
—Patético.
A pesar del insulto directo, Seonwoo no reaccionó. Ni una mueca, como si de verdad estuviera acostumbrado a escucharlo.
—Firma.
—¿Y si me niego?
—Mejor hazlo sin armar escándalo. En lugar de aceptar transferencias, podrías al menos cobrar alquiler. Eso, al menos, te daría algo de dignidad.
Seonwoo levantó la mirada y la sostuvo. Los ojos de Chaekyung estaban fríos, como si estuviera a punto de estallar.
—Meterte en problemas por esto no vale la pena. Y sí, todavía recuerdo la promesa que te hice. Voy a ayudarte. Pero esto… esto no es ayudarte. Esto te hace daño.
Cuando Seonwoo apareció en el funeral de su madre, Chaekyung le gritó en plena sala: “¿Con qué cara te atreves a entrar aquí, siendo el hijo de la esposa legítima?”
Mientras todos trataban de contenerla, Seonwoo no dijo una palabra. Caminó hasta el altar, colocó las flores frente a la foto y encendió una varilla de incienso.
Cuando todos se marcharon y quedaron solos, fue entonces cuando hizo esa promesa:
“Tal vez no ahora… pero algún día, te voy a ayudar”.
Chaekyung se había reído con amargura. Le escupió que no necesitaba su ayuda, que siendo el tercer hijo de la esposa oficial, no tenía nada que ofrecerle. Que solo tenía que quedarse cómodo viviendo bien bajo el ala de ese gran padre suyo. Y añadió con rabia que, si ella hubiera nacido con un maldito pene, no la habrían enterrado viva de la forma en que lo hicieron.
Entre la rabia contenida, la ironía y el desprecio, Seonwoo habló con ese rostro sereno tan suyo:
—Lo decidí porque era lo que sentía que debía hacer.
“Haz lo que te dicte el corazón”.
Eso era lo que su madre le repetía casi a diario.
El ventilador de techo giraba con su característico zumbido. Chaekyung soltó un largo suspiro y se recogió un mechón de cabello detrás de la oreja. Todavía mirando a Seonwoo, dijo en voz baja:
—…¿Dónde tengo que firmar?
Seonwoo era como ese traje impecable que llevaba puesto: siempre correcto, siempre con prisa. En cuanto Chaekyung estampó su firma, él tomó los documentos y desapareció como si se lo llevara el viento. Incluso si no tuviera nada urgente, igual habría hecho lo mismo. La relación entre ellos se limitaba a lo esencial: lo justo y necesario, sin palabras de más.
Chaekyung se quedó mirando el vaso de agua que él había dejado intacto. El hielo, ya medio derretido, giró sobre sí mismo antes de hundirse lentamente.
En la tienda enmudecida, solo se oía el murmullo constante del aire acondicionado. Chaekyung miró su reloj. Pronto debía llegar Kyuwon, su empleada. Justo en ese momento, el celular vibró sobre la mesa. Era un mensaje.
[Jefa, me siento mal y fui al médico… Me salió positivo de gripe 😭]
[Como es contagiosa, no creo que pueda ir a trabajar por unos días… Lo siento muchísimo 😭😔]
Chaekyung parpadeó, procesando lo que leía.
—…Haaah.
Se cubrió el rostro con una mano y soltó un suspiro tan profundo como si el suelo se le viniera abajo, claramente frustrada. Apenas había logrado superar una ola, y ya otra venía a aplastarla.
Cuando pensó que las cosas no podían complicarse más…
De verdad, qué mala suerte la suya.
* * *
Había pasado poco más de dos años desde que Chaekyung construyó el edificio en las afueras del distrito universitario.
Era una construcción de tres plantas, sólida y bien presentada. En el primer piso, como lo indicaba el cartel de El deseo de Sapho, se vendían perfumes al público. El segundo estaba destinado al taller, donde se fabricaban los perfumes. Y el tercero era la vivienda de Chaekyung.
Su rutina habitual consistía en hacer ejercicio por la mañana, abrir la tienda alrededor de las once y dejarla a cargo de Kyuwon. Después, se encerraba en el taller del segundo piso para fabricar perfumes, hacer pruebas de fragancias y desarrollar nuevos productos hasta la tarde. A eso de las ocho, cuando Kyuwon se marchaba, Chaekyung volvía a encargarse de la tienda, cerrando sobre las nueve. Pero como Kyuwon había contraído gripe y no podía venir por unos días, a Chaekyung no le quedaba más remedio que ocuparse también de las ventas.
Era época de vacaciones, y al no coincidir con momentos clave como las ceremonias de mayoría de edad, San Valentín o Navidad, la tienda no estaba especialmente concurrida. Con el stock que ya tenía preparado, todo debería estar bajo control. Aun así, tener que encargarse al mismo tiempo de revisar el inventario de perfumes, jabones, aceites y lociones corporales, y además atender el local, resultaba agotador.
—¿Tendré que contratar a alguien, aunque sea por unos días…?
Contratar a alguien. Enseñarle. Que cometa errores. Resolverlos. Volver a enseñarle.
Solo imaginar ese ciclo la hacía sentirse abrumada. La ausencia de Kyuwon se notaba demasiado. Para desearle una pronta recuperación, le envió por mensaje un vale de comida reconfortante y luego abrió la caja fuerte del mostrador.
—Parece que hay suficiente cambio, al menos por ahora.
Contó cuánto cambio quedaba en la caja y luego fue al lavamanos a enjuagarse las manos. Como perfumista, Chaekyung era especialmente sensible a los olores; no podía soportar tener ningún aroma extraño en la piel.
Se secó las manos y soltó un suspiro leve. Su mirada se desvió, una vez más, hacia los documentos que había dejado en un rincón del mostrador. Era una de las dos copias que Seonwoo le había traído.
Le molestaba que su atención siguiera volviendo a ellos, así que desvió la vista a propósito, haciendo como que revisaba el local entero sin razón aparente.
Fue entonces cuando la campanilla de la puerta sonó con un tintineo suave.
La persona que entró tenía el cabello rubio trenzado, adornado con una diadema con lazo. Llevaba una camiseta blanca con un estampado vistoso, shorts cortos, zapatos planos y un maquillaje llamativo, con rubor marcado en las mejillas. Su estilo, claramente arreglado, saltaba a la vista.
—Bienvenida —saludó Chaekyung de forma automática, por costumbre.
En ese momento, alguien más entró detrás de ella. Cuando Chaekyung la vio, sus ojos se abrieron por completo.
Había algo en su presencia que atrapaba al instante. Un aire silencioso, serio… y a la vez cortante. Una impresión que se te quedaba grabada. No tenía que ver con el tipo ideal, ni con el gusto personal. Era algo más profundo que eso. A veces hay personas que, apenas las ves, te dejan completamente atrapada.
Y fue así. En ese instante, se sintió hechizada, sumergida en su aura. Solo después de recuperar la noción del momento pudo empezar a notar los detalles de aquella figura que la había dejado sin palabras.
Parecía incómoda, como si aquel lugar le resultara completamente ajeno. Llevaba los hombros encogidos, en una postura tensa. Aun así, su rostro no mostraba emoción alguna. Los ojos, alargados y rasgados, se alzaban con una línea afilada; bajo ellos, unas pupilas oscuras y penetrantes. La nariz era recta y bien definida, y sus labios, gruesos pero delicadamente marcados. Su cabello negro brillaba con un tono intenso, como si contuviera todos los colores mezclados en su interior. El cuello, tan pálido que parecía no tener una gota de sangre, creaba un contraste llamativo con su melena.
Pero lo que más destacaba era su altura. ¿Uno setenta, tal vez? Su cuerpo era delgado, con brazos y piernas largas y bien proporcionadas. Su rostro pequeño acentuaba aún más lo equilibradas que eran sus proporciones. A juzgar por la altura de su cadera, tenía piernas notablemente largas.
Vista con detalle, tenía muchísimos rasgos atractivos. Pero esa no era la razón por la que Chaekyung se había quedado tan sorprendida.
“…Es exactamente mi tipo”.
Una expresión fría y reservada, como la de un felino. Un rostro afilado y una gran estatura, contrastando con una actitud que parecía tímida, suave. Sus ojos recorrían el local con nerviosismo, como si estuviera incómoda en un sitio desconocido.
En cambio, su ropa no hacía justicia a su físico. Llevaba una sudadera de manga corta con capucha y pantalones anchos. No es que las prendas en sí fueran horribles, pero en ese cuerpo… simplemente no funcionaban. Tapaban su silueta, sus proporciones, toda su presencia.
“Bueno, la ropa es lo de menos… eso se puede arreglar”.
Después de intercambiar unas palabras con la amiga que se había acercado primero, Chaekyung se dirigió hacia ella. La chica, que estaba observando la sección de perfumes cerca de la entrada, dio un pequeño respingo al notar su presencia. Sus hombros se echaron ligeramente hacia atrás, como si se pusiera a la defensiva.
“Ay, qué tierna”.
“Si lo manejo bien, esto podría ser muy divertido”.
Chaekyung, como siempre, se protegió con una sonrisa, llevándola como una armadura.
Cualquiera que la conociera bien habría levantado las cejas al instante, sospechando que tramaba algo. Pero alguien que no la conociera pensaría simplemente que tenía un rostro amable y encantador.
Y aquella chica no la conocía.
Las palabras salieron de su boca tan suaves como trazos de pincel:
—¿Está buscando algo en particular, señorita?
La chica era inocente. Se notaba en cómo se sobresaltaba con cada gesto, cómo vacilaba ante cada expresión. A pesar de tener una apariencia afilada, su rostro lo decía todo.
Si incluso alguien que la veía por primera vez podía notarlo, no cabía duda de que quienes la conocían desde hace tiempo debían leerla con absoluta claridad.
Chaekyung comenzó a mostrarle los perfumes, uno por uno, ayudándola a oler cada fragancia.
—Este lleva almizcle blanco, iris y rosa turca. Es un perfume fresco, pero con un fondo empolvado. Puede considerarse de la familia floral.
De repente, la chica pareció recordar algo. Soltó un suave “ah” y levantó la mirada hacia ella.
Sus pupilas, oscuras bajo las pestañas, brillaban con un resplandor cristalino. Ojos grandes y claros, tan transparentes que Chaekyung sintió que podían atravesarla por completo.
—Oye… este aroma me suena mucho…
La rosa de esa mezcla era, justamente, la nota base del perfume personal de Chaekyung. Mientras respondía con naturalidad, alargó la muñeca hacia ella.
Como antes, la reacción fue inmediata: los hombros de la chica se sacudieron ligeramente. Abrió la boca un instante, pero no dijo nada. Tragó saliva, y su garganta tembló visiblemente al hacerlo.
Ella reaccionaba a cada uno de sus movimientos, como si fuera consciente de todo en Chaekyung. De cada gesto, cada palabra.
“…Dios. ¿Por qué es tan adorable?”
Se inclinó levemente para oler el perfume en su muñeca. Luego, levantó la vista con disimulo, como si buscara su reacción. Poco después, retiró el rostro, con cierta timidez.
—¿Te gusta?
—…Sí, me gusta.
“Me gusta”.
Solo eso. Pero sin dudar, Chaekyung preguntó:
—¿Qué cosa?
Apenas una frase. Una simple pregunta.
Y sin embargo, en la mirada de la chica se notaba el temblor. Se sobresaltaba con cada palabra, vacilaba con cada gesto, como si no supiera cómo reaccionar.
Si alguien sin ningún interés actuara así, se vería torpe, incluso molesto. Pero esa forma de temblar… sin duda significaba algo más. Y Chaekyung ya había decidido pensar que sí. Que le gustaba. Aunque fuera una suposición.
Avanzó un paso, y la chica retrocedió. En su nerviosismo, movió un brazo con torpeza. Rozó un frasco de perfume del estante, que se tambaleó y cayó al suelo, estrellándose en mil pedazos.
Como una ola densa, el aroma del almizcle lo llenó todo. Y a través de la fragancia flotante, Chaekyung volvió a verla.
Su cabello negro se agitaba suavemente con el aire acondicionado. Su rostro reflejaba una mezcla clara de emociones: confusión, vergüenza, culpa. Todo apilado en una expresión temblorosa.
La chica entró en pánico, moviéndose con torpeza, sin saber qué hacer. Y aun así, en medio del caos, sus pupilas oscuras se mantenían fijas en Chaekyung.
Y dentro de esas pupilas, ella alcanzó a ver su propio reflejo.
Parecía una presa acorralada, temblando como un animal pequeño y asustado. Y aun así, sus ojos no se apartaban de los de Chaekyung.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Dentro de ella comenzaba a crecer una emoción conocida, aunque difícil de nombrar. Había sentido eso antes, más de una vez, pero ahora… era distinto. Más nítido, más intenso.
¿Qué era esto…?
Apoyó un brazo bajo el pecho y, con la otra mano, se acarició los labios, como solía hacer cada vez que se sumía en sus pensamientos.
Y entonces recordó a Seop, de rodillas ante ella, con la cabeza gacha. Cuando Chaekyung le rozó la barbilla con la yema de los dedos, Seop levantó la mirada. Tenía los ojos cargados de inseguridad, como si no supiera cómo reaccionar, y aun así… no se resistía. Incluso lamió con suavidad sus dedos, como aceptando sin palabras su control.
Era en esos momentos cuando aquella sensación afloraba con más fuerza.
El deseo de hacerla reír, llorar, temblar. De llevarla al límite solo por verla responder a sus manos.
Sadismo.
Por fin, ese nudo en el pecho tenía un nombre.
Chaekyung se rió, casi sin darse cuenta. Resultaba extraño sentir algo así por alguien a quien apenas conocía desde hacía menos de una hora. Pero al mismo tiempo, algo dentro de ella susurraba que esto no era casualidad. Que había algo inevitable en todo esto.
Los ojos de la chica seguían temblando, atrapados en los suyos.
Chaekyung dio un paso más, y los hombros de la otra se sacudieron levemente. Estaba temblando, sí. Pero no retrocedía. No huía.
Alargó la mano y, con los dedos, le acarició lentamente desde la parte interior del codo hasta el meñique. Su piel era blanda, suave, tibia…
Y cuando la punta de su dedo meñique rozó el suyo, la chica soltó un suspiro largo, como si le pesara que ese roce se terminara.
“¿Te quedaste con ganas?”
Estuvo a punto de preguntárselo, pero…
—¡¿Qué estás haciendo, Yoon Ina?!
El mundo que solo compartían ellas dos se rompió de golpe. Al ver a su amiga corriendo hacia ellas, dio un paso atrás. Recuperó enseguida su sonrisa habitual, la que solía usar con todo el mundo. Ina también pareció volver a su realidad, con el rostro lleno de desconcierto, y se apresuró a disculparse con ella.
Ella respondió que no pasaba nada, mientras alejaba suavemente a Ina, que ya se había agachado para recoger los restos del frasco roto.
Detrás de ese rostro turbado, el aroma del almizcle seguía esparciéndose con claridad en el aire.
* * *
Había una vez una niña. Al crecer, empezó a darse cuenta de que su familia no era como las demás. A diferencia de otros niños, ella no tenía un padre. Su familia estaba compuesta solo por su madre y ella.
Aun así, la niña nunca sintió que le faltara algo. Recibía todo el cariño del mundo de su madre, quien trabajaba como perfumista en una empresa. Nunca se quedó sin hacer lo que quería. Su madre no escatimaba en apoyarla cada vez que expresaba un deseo de aprender algo nuevo o perseguir algún interés. Aunque sabía que su familia no era “normal”, también entendía que no ser como los demás no significaba necesariamente que hubiera algo malo. Mientras su madre estuviera con ella, era suficiente.
Ese hogar, sin embargo, se vino abajo cuando la niña estaba por terminar la secundaria. Una tarde, su madre colapsó de camino a casa. Corrió al hospital, pero cuando llegó, su madre ya estaba en quirófano. Frente a la sala de operaciones, había un hombre que no conocía.
Para que la cirugía pudiera realizarse, se necesitaba el consentimiento de un familiar. El médico le dijo que aquel hombre ya había firmado. Que él era el responsable. Pero… ¿cómo podía serlo? Nunca lo había visto antes. No parecía extranjero, y su madre —que era mitad alemana— siempre le había dicho que su padre era alemán. El hombre, desde luego, no lo parecía. Y sin embargo, había algo en su rostro que le resultaba vagamente familiar. Con las pocas pistas que tenía, solo había una conclusión posible.
—¿Es usted mi papá?
La niña preguntó. El hombre frunció el ceño, como si hubiera oído la última palabra que quisiera escuchar en el mundo. Solo fue eso. Pero su rostro parecía transmitir mil emociones distintas.
Irritación. Vergüenza. Desprecio. Incomodidad… Todo eso estaba grabado en su expresión.
Poco después, entraron otros hombres que parecían ser sus asistentes.
—Señor, tenemos que irnos —le dijeron.
Él chasqueó la lengua con molestia y se alejó, pasando junto a la niña sin mirarla.
Esa fue la primera vez que vio al hombre que, desde entonces, aprendería a odiar con todo su ser.
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- Capítulo 4 octubre 9, 2025
- Capítulo 3 octubre 9, 2025
- Capítulo 2 octubre 9, 2025
- Capítulo 1 octubre 9, 2025
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