Capítulo 4
Le dijeron que su madre tenía cáncer. También le reclamaron por haber tardado tanto en aparecer. A partir de ese momento, su madre vivió en el hospital. Permaneció internada hasta que la chica llegó a la universidad. Durante más de seis años, su madre luchó contra la enfermedad.
Vendieron la casa. Vendieron el auto. La vida se volvió cada vez más difícil.
La chica veía a su madre apagarse poco a poco. Sentía rabia por verla enferma, tristeza por no entender por qué justo a su madre le tocaba pasar por eso, y un miedo enorme de quedarse sola en el mundo. Entre todo eso, solo podía desear, con todas sus fuerzas, que su madre lograra seguir con vida, como fuera.
Un día, escuchó decir que, si no pagaban pronto los meses atrasados del hospital, tendrían que darle el alta. Ya no tenía tiempo para vivir su juventud como el resto. Tenía que trabajar. Como fuera.
Hacía tutorías, trabajaba en tiendas, en locales de comida rápida… encadenaba varios empleos, pero nada alcanzaba para cubrir los gastos médicos. Y cada vez que veía a su madre dormida, una voz dentro de ella —silenciosa y cruel— se preguntaba: “Mamá… ¿cuándo vas a morir?”
No podía darse el lujo de perder su beca, así que dormía poco para poder estudiar. No tenía tiempo ni dinero para comer bien. Sentía que se secaba por dentro. Un día, camino a clase, se desmayó. Y justo antes de perder el conocimiento, lo único que pensó fue: “Si no asisto hoy, me bajan la nota…”
Vendieron lo que quedaba del departamento. Al empacar sus cosas para mudarse a un monoambiente, encontró algo en el fondo de un cajón del tocador de su madre: un número de teléfono escrito con fuerza, como si el bolígrafo hubiese traspasado el papel.
Decía: “Papá de Chaekyung”.
Lo dudó. Pero sentía que si seguía así, iba a morir antes que su madre.
Marcó por primera vez. A ese hombre que, la única vez que lo llamó “papá”, frunció el ceño como si acabara de oír algo repugnante.
Solo después de ese encuentro supo quién era: el presidente de una de las marcas de moda más grandes del país. Y ella… era su hija.
El hombre hablaba con una voz tan serena que resultaba exasperante.
—Necesito dinero para los gastos del hospital de mi madre. Haré lo que sea, cualquier cosa… pero por favor, présteme el dinero.
Eso fue lo que dijo. El hombre se quedó pensativo por un momento y luego respondió:
—Te daré el dinero. No solo para los gastos médicos, sino suficiente para que vivas sin preocuparte por nada el resto de tu vida. Pero a cambio, no debes decirle a nadie de dónde vienes. Vive como si estuvieras muerta.
Era un contrato que hipotecaba su futuro. Y así, la chica vendió el suyo.
Pocos meses después, su madre murió.
Había estado tan ocupada resistiendo los embates de la vida real que casi se había olvidado de lo que sentía. Solo quería que su madre siguiera viva. Le guardaba rencor por estar postrada, por haberle arrebatado incluso su futuro, pero seguía siendo su única familia.
Y ahora, ni siquiera eso le quedaba.
Su madre murió, pero el contrato seguía en pie. Lloró al ver sus cenizas convertidas en polvo. No fue tanto por la tristeza de haberla perdido, sino por la soledad abrumadora de quedarse completamente sola en el mundo.
Aun así, había algo en ella que se mantenía intacto. Sabía con claridad lo que le gustaba, lo que le atraía. Tenía un ojo innato para el detalle: sabía cómo vestir a una persona según su tipo de cuerpo, qué materiales combinaban mejor con cada entorno, qué ropa hacía que alguien se sintiera cómodo… o irresistiblemente atractivo. Tenía el talento de hacer que una persona brillara a través de lo que llevaba puesto. Era algo que le brotaba desde dentro, como una fuerza que parecía estar escrita en su sangre. Un instinto. Una afinidad. Y, sin embargo, era un mundo que ya le había sido cerrado para siempre.
Ojalá le hubiera gustado algo completamente distinto al mundo de ese hombre.
Ojalá no fuera tan orgullosa.
Ojalá no tuviera tanto talento.
Ojalá fuera de esas personas que pueden conformarse con una vida cómoda, con una existencia sin preguntas.
Lloró al comprender, con toda su crudeza, el futuro que le había sido impuesto.
Un futuro en el que solo le quedaba vivir como si estuviera muerta.
¿Valía la pena seguir viviendo en un futuro así?
No había respuesta. O tal vez, la respuesta existía, pero estaba aún muy lejos, aguardando en algún rincón del tiempo.
* * *
El gel de ducha que le habían regalado tenía un aroma dulce y ácido a ciruelas. Plum Rain. Un nombre hermoso para un perfume.
Chaekyung salió del baño envuelta en su bata. Un vapor blanco subía desde sus hombros. En cuanto llegó a la sala, bajó la temperatura del aire acondicionado.
Se dejó caer con pesadez en el sofá y estiró las piernas. Desde el techo, la brisa del aire acondicionado le acariciaba el cabello. Apoyada en la pereza que deja una buena ducha, soltó un suspiro suave.
Se peinó el cabello con los dedos, retirándolo del rostro. “Tengo que comer algo, cualquier cosa antes de que el estómago se me revuelva…” Pero, aunque lo pensaba, su cuerpo no respondía. Como un péndulo que pierde impulso, se desplomó boca arriba sobre el sofá.
—Haa…
A diferencia de los días en que solo trabajaba en el segundo piso, hoy había tenido que encargarse de todo, y sentía que la energía se le había ido por completo. El estómago no le dejaba de gruñir. No había tenido tiempo de sentarse a comer, así que apenas logró morder un par de veces un sándwich que compró en el minimercado.
Había supuesto que sería un día tranquilo, pero resultó todo lo contrario: más clientes de los esperados. Uno buscando un regalo de cumpleaños para su pareja, otro preguntando por perfumes personalizados, y hasta alguien que parecía decidido a llevarse media tienda.
Más que estar abarrotado, lo cierto es que los clientes llegaban uno tras otro, como si se pasaran la posta en una carrera de relevos, sin darle a Chaekyung ni un segundo para relajarse.
—…Era tan linda.
De todos los que entraron ese día, fue la segunda clienta en cruzar la puerta. A pesar de su expresión altiva y distante, se le notaba torpe, sin saber bien qué hacer. Su cabello negro, de un brillo sedoso, se movía suavemente con el aire acondicionado. Las gotitas de sudor que se formaban en su frente por el calor sofocante bajaban por sus mejillas. Y cuando levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron…
Chaekyung sintió algo que hacía mucho tiempo no sentía.
Fue verla por primera vez y pensar: qué belleza.
—¿Será universitaria?
Por la ropa, parecía una estudiante. Y por lo poco contaminada que se veía, seguro era de primer año. A Chaekyung no le gustaban las chicas demasiado jóvenes, pero aquella le despertaba cierta expectativa. Una cría, sí, pero prometedora.
Primero habría que quitarle esa ropa floja que no le favorecía nada, remover lo que quedaba del esmalte de uñas en sus pies… Tal vez cuando tonificara un poco más el cuerpo y bajara algo de grasa, podría vestirla con una blusa blanca, vaqueros que dejaran ver los tobillos, zapatillas deportivas. O quizá una tank top con falda larga y sandalias de plataforma…
—Con cualquier cosa se vería hermosa…
Era como si se hubiera convertido en una diseñadora con su musa frente a los ojos, completamente absorta en su imaginación. Justo cuando estaba por reírse de sí misma, preguntándose si no se estaba adelantando demasiado a los hechos, sonó la alarma de su celular.
Estiró el brazo y tomó el teléfono que había dejado en el borde del sofá.
Era una notificación de una nueva entrada en un blog.
Había un blog que seguía desde hacía mucho tiempo. Lo había descubierto por casualidad, mientras leía publicaciones sobre búsqueda de parejas para juegos de rol. La autora usaba el apodo “Brillitos”. Aunque no tenía especificado su perfil o inclinaciones, por el contenido de sus publicaciones se podía intuir que era masoquista y sumisa.
De vez en cuando subía entradas sobre su vida cotidiana, a veces con lamentos o reflexiones. Tal vez porque recibía demasiados mensajes de hombres dom, tenía cerradas tanto la bandeja de mensajes como los comentarios.
No parecía tener mucha edad. A lo sumo, unos veintitantos. En sus textos se notaba que dudaba, que se esforzaba, que pensaba mucho en sus relaciones con los demás. A pesar de no confiar demasiado en sí misma, hablaba de sus deseos y expectativas sobre el juego, y eso resultaba a la vez tierno y entrañable. Algo en ella hacía que una quisiera seguir leyéndola.
Así habían pasado más de tres años, siguiéndola de forma completamente unilateral.
[Saqué puras F en todas las materias… T_T
Ni estudié ni fui a clases, ¿qué esperaba de mí misma? T_T
Encima hoy fui a un taller con una amiga y rompí un frasco de perfume… de verdad, no hago nada bien, nada. TT_TT
Haah… pero al menos vi a una chica hermosa hoy. Era tan linda y me hablaba todo el rato, me puse súper nerviosa y me sorprendió un montón T_T Y justo hoy que fui vestida toda desarreglada… hasta tenía el esmalte de los pies todo despintado… en serio… Pero bueno, aunque el ambiente fue un poco extraño… eso será nuestro secreto…… /// Jeje. ]
Sintió como si el tiempo se hubiera detenido. ¿Sería solo una ilusión? Se quedó mirando fijamente la pantalla, sin parpadear. Actualizó varias veces la página. Sí, era el blog de Brillitos.
La clienta que había ido a la tienda. El frasco roto. La mención de su “tendencia”. El esmalte de uñas.
“…Ha.”
Quizás… Si realmente era esa persona…
Se permitió soñar un poco, aferrándose a la dulce ilusión.
Tal vez…
Tal vez esa chica fuera quien le cumpliría su sueño.
Chaekyung exhaló lentamente, conteniendo la respiración temblorosa. La sección de comentarios estaba abierta. Eso también le pareció una especie de señal. Sus dedos, que hasta entonces solo habían estado aferrando el celular, comenzaron a moverse.
“¿Te gustaría dejar tu vida en mis manos?”
2. La propuesta de la bruja
El aire acondicionado soplaba frío en la cafetería en la que Ina estaba sentada. Sobre la mesa, el yogur frappé se derretía lentamente, volviéndose aguado. A través del ventanal, se veían los autos pasar a toda velocidad por la avenida.
Dentro del local, los clientes iban y venían, los empleados atendían con prisa, y las conversaciones llenaban el ambiente. En medio de todo eso, Ina estaba sola. Si alguien que la conociera la hubiera visto ahí, seguramente le habría preguntado de golpe: “¿Pero qué haces tú aquí?”
Ina era la típica chica hogareña, reconocida por ello incluso entre sus amigas. Especialmente en una tarde de verano como esa, con el sol ardiendo sin piedad, era impensable que saliera de casa sin una muy buena razón.
Y, sin embargo, ahí estaba: sola, en una cafetería, en pleno calor del verano.
Todo por un comentario.
“¿Te gustaría dejar tu vida en mis manos?”
Ese fue el mensaje que le dejaron aquel día. Al principio se sorprendió. Luego, le pareció absurdo, así que intentó ignorarlo. Una locura. Una secta. Una estafa. Alguien que no está bien de la cabeza. Eso fue lo que pensó. O, mejor dicho, lo que quiso pensar.
Pero, de algún modo, le despertó curiosidad.
La entrada que había publicado ese día no era más que una queja sobre su propia vida.
Y alguien le respondió con: “¿Te gustaría dejar tu vida en mis manos?”.
Qué persona responde algo así…
“¿Qué significa eso?”, había preguntado Ina. Y casi de inmediato llegó la respuesta. Pensó: ¿No tiene nada mejor que hacer? Pero aun así, siguió leyendo el comentario.
“Literalmente eso. ¿Te parece si lo hablamos en persona?”
La persona le escribió la dirección de una cafetería. Era en su mismo barrio.
Ina se sintió atrapada en una emoción difícil de describir. Había algo inquietante… la sensación de que esa persona la conocía, de que había algo familiar. Por el tono del mensaje, Ina intuyó que era una mujer.
“Gafas de sol, camisa blanca y shorts. En la muñeca izquierda llevo un reloj y dos pulseras. Tengo el pelo corto, a la altura de los hombros”.
La desconocida describía exactamente cómo iba vestida. Era una desconocida… ¿o no?
Si resultaba ser alguien que realmente conocía su blog y sabía lo que ella escribía sobre su sexualidad… entonces, sí, sería aterrador. Pero si en verdad no la conocía, si era solo una extraña, entonces… bueno, si le daba mala espina, siempre podía fingir no saber nada y marcharse.
“Nos vemos en el Café Blueline, a las dos de la tarde”.
¿Por qué?
¿Por qué estaba ahí sentada, si normalmente jamás habría salido?
¿Será por la seguridad con la que esa persona asumió que vendría? ¿Será porque la cafetería estaba tan cerca de su casa? ¿Porque era un lugar público, y podría reaccionar si algo iba mal? ¿Porque pensaba que, al ser una mujer, no parecía tan peligrosa? ¿O porque, después de lo que pasó ayer… se sentía sola, y necesitaba a alguien?
No… más que por todas esas razones…
“¿Te gustaría dejar tu vida en mis manos?”
Era esa frase la que no podía sacarse de la cabeza. Tenía demasiadas ganas de saber qué significaba realmente.
Ina revolvió el yogur frappé derretido con la pajilla. No sabía si era por nervios o por una extraña expectativa, pero había llegado media hora antes al lugar del encuentro. Desde la ventana veía el paso incesante de gente en el cruce frente a la avenida. Los coches corrían, la gente cruzaba, y otra vez… una y otra vez.
Su mirada no se apartaba de la entrada del café.
Alguien se levantó de la mesa de al lado, y pronto otro ocupó su lugar. Mientras tanto, el sudor acumulado por la caminata empezaba a secarse, y el calor en su cuerpo iba disipándose poco a poco. Dos personas entraron, luego salieron tres, después entró una pareja… no, no era ella… tampoco. Ina miraba todo eso como en trance, con la mente dispersa.
Ding, sonó la campanilla de la puerta.
Entró alguien.
Llevaba una camisa blanca, con los primeros botones desabrochados, apenas insinuando el escote. Las clavículas marcadas, la línea del cuello… todo se veía elegante. Había remangado las mangas varias veces, dejando al descubierto unas muñecas finas. En la izquierda, un reloj de metal, una pulsera rígida tipo bangle y otra de cuero.
Llevaba unos pantalones cortos azul hielo. Sus muslos, al descubierto, se veían firmes. No hacía falta tocarlos para notar lo tonificados que estaban, bastaba con mirarlos. La línea que bajaba por sus pantorrillas hasta los tobillos era suave, estilizada. Llevaba sandalias de tacón alto, y con cada paso que daba se notaba la seguridad con la que caminaba.
Usaba gafas de sol. Su rostro pequeño quedaba cubierto en más de la mitad. Al ir encajando todas esas piezas, Ina contuvo el aliento sin darse cuenta.
Era la dueña de la perfumería que había visitado el día anterior.
Sintió escalofríos. Le resultaba familiar. No podía ser… debía ser una coincidencia. No podía ser ella. Todas esas voces en su mente trataban de negar lo que el corazón ya deseaba con fuerza.
Su pecho latía con fuerza, pidiendo silenciosamente que fuera ella. Pero la razón, cautelosa, susurraba que no se hiciera ilusiones, que seguro se estaba equivocando.
La mujer echó un vistazo al interior del local y sus ojos se encontraron con los de Ina. Esta encogió los hombros como un animalito asustado. Pese a su figura delgada, la mujer se acercó con pasos decididos, firmes, y se detuvo justo frente a ella.
Se quitó las gafas. Sus ojos quedaron al descubierto, brillando como si contuvieran el mar mismo.
― ¿Eres “Brillitos”? —preguntó.
Los labios de Ina temblaron. Tragó saliva.
― ¿Tú eres… la dueña de la perfumería?
― Vaya, ¿apenas me reconoces?
“Qué lenta.” Lo dijo con una sonrisa. Luego enganchó las gafas en el escote de su blusa. Ina la miraba aún atónita.
― No puedo ausentarme mucho de la tienda… ¿Te parece si pedimos para llevar y hablamos allá?
Ella hablaba como si se dirigiera a alguien que conociera de toda la vida. No mostraba sorpresa ni vacilación alguna. Como si ya lo supiera todo. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué significaba todo eso? Ina sentía que la realidad se le desdibujaba.
Se levantó para seguirla. La mujer se acercó al mostrador y se volvió hacia ella.
—¿Qué quieres tomar?
—Ah, yo… ya había pedido algo antes…
—Vas a tener sed después —respondió con calma.
Pidió un americano con hielo, con tres shots extra de café. Ina, que aún seguía aturdida, acabó respondiendo “lo mismo” sin pensarlo mucho, cuando ella volvió a preguntarle qué quería.
La mujer observaba el menú con los brazos cruzados. Su barbilla alzada, el parpadeo de sus ojos, todo en ella brillaba con una calma hipnótica.
Mentira. Esto no podía ser real. ¿La habría hechizado una bruja?
“¿Te gustaría dejar tu vida en mis manos?”
Esa frase volvía a sonar en su cabeza, pero ahora sonaba distinta. No como una locura que debía poner en duda, sino como algo que le aceleraba el corazón… solo porque lo había dicho ella.
Enseguida salieron las bebidas. La mujer tomó el portavasos y, girando apenas la cabeza, dijo:
—¿Vamos?
Ina asintió con lentitud y salió del café siguiendo a la mujer. Se oyó el tintinear de la campanita colgada en la puerta cuando salieron.
Cuando había entrado, acompañada por ese mismo sonido, su mente estaba llena de dudas, pensamientos enredados y desconfianza. Pero ahora, ese mismo sonido que resonaba en sus oídos… le parecía completamente distinto.
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Comments
- Capítulo 4 octubre 9, 2025
- Capítulo 3 octubre 9, 2025
- Capítulo 2 octubre 9, 2025
- Capítulo 1 octubre 9, 2025
podjukos
Me dejan el capitulo en la parte más interesante 😢 , pero gracias por el capitulo esperando el siguiente