—He oído que vas a participar en un programa de variedades. Dime, ¿es cierto?
La voz de Lan Ting sonaba fría y tajante, cargada con ese tono de reproche que sacaba de quicio.
Una rabia sorda brotó desde lo más profundo de Gu Yu, pero logró contenerla. Se obligó a mantener la calma, a responder con voz firme y serena.
—Fue una decisión de mi padre —dijo simplemente.
—¡¿No te he dicho ya que no participes en esos programas ridículos?! ¡Nosotras somos cantantes de talla internacional! ¡Esto es rebajarte! ¡Yo no tengo una hija como tú!
Los ojos de Lan Ting se enrojecieron, y le gritó a Gu Yu con furia descontrolada. En ese momento, parecía una lunática sin razón. Si no estuviera postrada en cama, Gu Yu sentía que habría saltado para abofetearla sin dudarlo.
—¡Cancela esa participación ya! ¿Para qué te sirve salir a perder el tiempo en eso en lugar de practicar canto todo el día? ¡¿Has visto los comentarios en internet?! ¡Casi todos te insultan! ¡¿No tienes un poco de vergüenza, Gu Yu?!
Aunque en realidad esas experiencias no le pertenecían, no pudo evitar sentir que esa tormenta de gritos le taladraba la cabeza. Las emociones dolorosas de la antigua dueña del cuerpo resonaban con fuerza, como si otro espíritu llorara dentro de ella, haciéndola temblar de pies a cabeza.
—Maestra, por favor, no se altere. La presión le está subiendo otra vez.
Su Yue, al ver el estado de Lan Ting, se apresuró a contenerla mientras presionaba el botón de llamada.
—Ir o no ir… nunca ha sido mi decisión.
Gu Yu tenía los ojos rojos, al borde de las lágrimas.
—De todos modos, ustedes jamás me han dado la oportunidad de elegir nada.
Lan Ting se quedó paralizada, sin saber qué responder. Pero Gu Yu no le dio tiempo. Se giró de inmediato y salió de la habitación a toda prisa.
Enseguida entraron médicos y enfermeros, corriendo a revisar el estado de Lan Ting. El cuarto se llenó de voces, pasos y un bullicio creciente.
Gu Yu presionó el botón del ascensor y bajó directo al primer piso.
Ya afuera, se echó a correr por un sendero del hospital bordeado de plantas y flores. El viento le rugía en los oídos.
—Haa… haa…
No sabía cuánto tiempo corrió. Solo cuando su cuerpo ya no pudo más se detuvo, jadeando con fuerza, desplomándose contra el tronco de un árbol.
Solo así, exhausta y temblorosa, sintió que quizá… podría sacudirse de encima todo aquel dolor que le llenaba la cabeza.
No sabía por qué, pero al escuchar esas palabras de Lan Ting, Gu Yu sintió cómo algo dentro de ella se rompía de repente, como una reacción visceral, imposible de detener. Todo el resentimiento y la inseguridad que había estado reprimiendo durante tanto tiempo se desbordaron de golpe. El llanto en su mente se volvía cada vez más fuerte, al punto de que casi no podía controlarse.
No tenía manera de comunicarse con Lan Ting. Lo único que podía hacer era escapar. Evadir la situación, aunque fuera por un momento.
Pero entonces… ¿por qué le dolía tanto el pecho?
A su espalda, se oyeron pasos suaves, como el crujido de zapatos sobre hojas secas.
—Te encontré.
La voz de Su Yue sonó de pronto detrás de ella, y Gu Yu se sobresaltó al escucharla sin previo aviso.
—¿Viniste a burlarte de mí? ¿A ver cómo hago el ridículo?
—…No.
Su Yue se quedó callada un momento. Parecía debatirse consigo misma, hasta que finalmente sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió.
—No llores más. Se te ha corrido todo el maquillaje.
Gu Yu parpadeó, sorprendida. Al llevarse la mano al rostro, recién entonces notó que tenía la cara empapada de lágrimas.
—Gracias… —murmuró, casi en un susurro, al tomar el pañuelo.
El viento soplaba, levantando las flores caídas del suelo. Los pétalos rosados danzaban por el aire como bailarinas libres, esparciendo una fragancia suave y reconfortante.
Bajo los cerezos en flor, las dos chicas permanecieron en silencio, de pie una frente a la otra, separadas por una distancia justa: ni demasiado cerca, ni demasiado lejos.
Gu Yu alzó la vista hacia el cielo. Sobre el azul intenso, solo flotaban nubes blancas y algunas aves que surcaban el aire con total libertad.
Respiró hondo. En medio del bosque florido, el viento suave y fresco le acariciaba el rostro, y poco a poco, fue calmando la tormenta de emociones que llevaba dentro.
—Perdón… creo que antes hablé demasiado fuerte. No quiero que lo malinterpretes —dijo con voz baja.
—No… yo también tengo parte de culpa. No sabía que la relación entre tú y la profesora… fuera tan mala.
Su Yue suspiró. Si hubiera sabido desde un principio cómo era realmente la situación entre madre e hija, probablemente esa misma mañana no se le habría ocurrido invitar a Gu Yu al hospital.
—Supongo que es cosa del destino. No tienes por qué culparte —respondió Gu Yu, ya más tranquila. Sin duda, el poder de la naturaleza era el mejor bálsamo para el alma. —Fue un error mío. Debería haberlo previsto…
El viento levantó suavemente el cabello claro de Gu Yu. Sus ojos, aún un poco enrojecidos por el llanto, brillaban con humedad, como los de un animalito herido.
Su Yue la miró, y una extraña ternura le recorrió el pecho.
Pero la diferencia entre sus posiciones y sus identidades le impidió dar un paso más. Ese tipo de sentimientos no deberían tener lugar en su corazón, y mucho menos por alguien como Gu Yu.
Gu Yu, por su parte, se sentía agotada. Pensó que la tía Lin probablemente ya habría subido todas las cosas que necesitaba al departamento. Así que, al menos, su “misión” de hoy estaba cumplida… aunque el proceso hubiese sido todo menos fácil de explicar.
En fin, ya era hora de volver y descansar un poco.
—Bueno… ya me voy —dijo Gu Yu, girándose para marcharse.
—Espera.
La voz de Su Yue la detuvo justo cuando iba a dar el primer paso.
—¿No dijiste que querías ir a ver las flores?
Gu Yu se quedó inmóvil por un instante. No esperaba que Su Yue recordara eso… y mucho menos que fuera ella quien lo mencionara de nuevo.
¿Acaso Su Yue no debería detestarla, querer mantenerla lo más lejos posible?
Estaba sorprendida, sí, pero al fin y al cabo, esa invitación había salido de ella misma, así que ahora tampoco podía rechazarla.
Poco después, ambas llegaron a una pequeña finca que Gu Yu había reservado con antelación.
Era un lugar poco conocido, un destino discreto para los locales. Como Gu Yu había hecho la reserva con tiempo, en ese momento no había nadie más. El entorno era tranquilo, sereno. A ella le parecía encantador.
—Este lugar solía ser un pequeño jardín… ahora lo han reformado como finca —explicó mientras caminaba por el sendero empedrado, bordeado de rosales en plena floración. Las flores, con su color intenso, contrastaban maravillosamente con sus facciones delicadas.
Allí, en medio del sendero cubierto de pétalos y rodeada por rosas, Gu Yu se inclinó para oler una flor. El viento levantaba suavemente los pliegues de su vestido, y en su rostro apareció una sonrisa suave, apacible.
Hermosa, vibrante, deslumbrante… Su rostro, de una perfección imposible de esculpir siquiera por el artista más talentoso.
Su Yue contuvo la respiración sin darse cuenta, temerosa de romper aquel instante de ensueño.
—¿Eh? ¿Por qué esta rosa no tiene aroma?
Gu Yu, algo sorprendida, notó que aquella rosa roja que sostenía no desprendía ningún olor.
—Pero entonces… ¿de dónde viene el aroma?
Su Yue, sobresaltada al ser llamada de vuelta a la realidad, se giró y tosió un par de veces con suavidad, tratando de disimular su nerviosismo.
—En realidad, las rosas comunes no tienen fragancia. Lo que estás oliendo… es el perfume de las rosas chinas —explicó con calma.
—¿Las rosas chinas? —Gu Yu abrió los ojos con cierta sorpresa y se inclinó para olfatear una flor parecida que crecía a pocos pasos de la rosa anterior.
—¡Tienes razón! ¡Es ese el aroma!
Las flores, en toda su variedad de colores, danzaban suavemente al ritmo del viento. Gu Yu se acercó más, y su nariz quedó envuelta en un perfume delicado, elegante, puro… y dulcemente fresco.
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