Era como si algo se hubiera aflojado en su interior.
En los ojos de Su Yue se agitaba una tormenta. Una semilla que llevaba enterrada mucho tiempo empezaba a germinar con fuerza en su pecho, aferrándose con sus raíces al corazón, latiendo con cada respiración. Y así, la rosa se coló en su alma.
—Sé que tal vez no lo necesites —dijo Gu Yu con una sonrisa leve—. Pero piensa que es… un pequeño deseo mío.
En ese momento, una brisa suave pasó entre ellas, levantando los mechones claros del cabello de Gu Yu, haciéndolos danzar entre el mar de flores. Sus ojos, tan puros y claros como el rocío, reflejaban únicamente a Su Yue.
El corazón de Su Yue se saltó un latido. No sabía qué era exactamente ese sentimiento. No podía describirlo con palabras. No tenía forma. Pero… no era desagradable.
Abrió los labios levemente, como si quisiera decir algo:
—Yo…
El corazón de la chica latía con fuerza. Sus dedos delgados se apretaban contra su ropa. Estaba… nerviosa.
—Ah, parece que va a llover.
Gu Yu alzó la vista justo a tiempo para ver una gran nube oscura cubriendo el cielo. El viento se volvió frío y la lluvia cayó de pronto, implacable.
Sin pensarlo, Gu Yu tomó a Su Yue de la mano, se quitó su costoso abrigo de gala y se lo puso sobre la cabeza para cubrirla. Después, tirando de ella, comenzaron a correr entre la tormenta fuera del jardín.
Las palabras que Su Yue no llegó a decir… se las llevó la lluvia, mientras corría con ella de la mano bajo aquel aguacero inesperado.
Las siluetas de las dos chicas se desdibujaban entre el mar de flores. Sus vestidos estaban empapados, pegados a la piel. Pero Su Yue no apartó ni un segundo la mirada de Gu Yu, que corría delante de ella, tirando de su mano.
Y, aun así, la rosa detrás de su oreja seguía perfectamente intacta.
Corrieron hasta llegar al auto, y apenas subieron, el aire caliente las envolvió, devolviendo algo de calor a sus cuerpos mojados por la lluvia.
Su Yue no estaba tan mal; después de todo, Gu Yu le había puesto su abrigo encima. Solo sus pantorrillas estaban húmedas, el resto del cuerpo permanecía tibio.
Gu Yu no había corrido con la misma suerte.
Su vestido largo estaba completamente empapado, y el único abrigo que tenía lo había entregado sin dudar.
Su cabello claro, mojado y pegado al rostro y los hombros, chorreaba. Una gota cayó justo sobre el dorso de la mano de Su Yue: fría, delicada, transparente.
“Como una flor de té blanca cubierta de rocío” pensó Su Yue, sin querer.
El chofer, al ver que ambas señoritas estaban empapadas, arrancó enseguida de vuelta a la villa.
Lin Yi las esperaba en la entrada. Apenas bajaron del auto, se apresuró a recibirlas con un paraguas y las metió adentro.
—¡Ay, mis niñas! Si empieza a llover, tienen que volver rápido o van a resfriarse —les regañó con cariño mientras las guiaba al comedor.
Había preparado té de jengibre caliente y las hizo sentarse.
—No se preocupe, no es nada —respondió Gu Yu con una sonrisa, sirviendo una taza para Su Yue y luego bebiéndose la suya de un solo trago, con ese aire despreocupado tan suyo.
—El agua para el baño ya está lista. Señoritas, sería mejor que se den un baño caliente para no agarrar frío.
Gu Yu asintió y fue la primera en subir.
Su Yue, en silencio, observó su espalda alejarse. Luego bajó la vista hacia su taza, dio un sorbo al té caliente… y su expresión se volvió imposible de descifrar.
Ella cerró suavemente la mano. Dentro, había una rosa roja y fresca.
Gu Yu subió primero. Después de un buen baño, su cuerpo se sentía mucho más ligero. Ya no tenía la molesta sensación de humedad, y su cabello estaba limpio y suelto.
Se dejó caer boca arriba sobre la mullida cama, pero su mente estaba completamente ocupada con Su Yue, que seguía en el comedor de abajo.
—Ahora mismo… ¿Su Yue ya habrá tomado el té de jengibre? —pensó con flojera.
La vez pasada, al cuidar de Su Yue, había notado los restos de jengibre atascados en el desagüe del lavabo. Ahí entendió que Su Yue no confiaba en ella, y que por supuesto no iba a aceptar sin más su ayuda, así viniera con buenas intenciones.
Por eso, esta vez lo hizo diferente: frente a ella, Gu Yu se tomó una taza entera sin dudar, y luego le sirvió otra a Su Yue, antes de subir a bañarse, dándole tiempo y espacio a solas.
—Así quizás se sienta un poco más tranquila —suspiró.
Realmente se estaba esforzando por ganar su favor. No solo tenía que estar alerta todo el tiempo, sino también leer sus emociones al vuelo. Ya parecía un eunuco imperial, cuidando hasta del más mínimo detalle.
De pronto, un sonido suave se oyó pasar frente a su puerta, y luego se detuvo.
Gu Yu abrió los ojos enseguida y se incorporó.
¿Eran los pasos de Su Yue?
Abrió la puerta justo a tiempo para encontrarse con ella: acababa de bañarse, aún no se había secado el cabello.
Vestía un camisón blanco de tirantes, que se pegaba ligeramente a su piel. La piel, recién bañada, estaba radiante, con un leve sonrojo en los hombros por el vapor caliente. El cabello mojado le caía sobre la espalda, y el cuello pálido y delicado brillaba con las gotas que resbalaban lentamente por su cuerpo, perdiéndose entre las telas suaves.
Los ojos rojo vino de Su Yue, húmedos por el baño, la miraban con una calma tenue.
Gu Yu tragó saliva sin darse cuenta. ¡No podía seguir mirando! Si no se controlaba, iba a hacer el ridículo.
Carraspeó, apartando la mirada con discreción.
—¿Qué pasa?
—El secador de mi cuarto no funciona. Vine a ver si me prestas el tuyo.
—Oh… sí, claro. Pasa —dijo Gu Yu, dándose la vuelta enseguida para que no le viera el rubor en la cara.
Fue al baño, se echó agua fría en la cara y se dio unas palmadas. Tenía que sacarse de la cabeza esas ideas raras.
Casi se le escapa… La belleza realmente era peligrosa.
Cuando salió con el secador en la mano, encontró a Su Yue sentada en su cama. Con aquel camisón blanco que dejaba entrever sus curvas, su figura resaltaba aún más.
Gu Yu se quedó pasmada.
“¿Qué… qué significa esto? ¿Por qué está sentada en mi cama?”
—Aquí tienes el secador —dijo, algo desconcertada.
En ese momento, Su Yue frunció suavemente el ceño y dijo con una voz suave:
—Me duele un poco la mano… creo que me la golpeé al bañarme. No tengo mucha fuerza…
Mientras hablaba, sus ojos rojizos temblaron levemente, con una expresión tan frágil y lastimera que conmovía al corazón.
—¿De verdad estás bien? Si quieres… ¿te seco el cabello yo? —preguntó Gu Yu con preocupación.
Cayó en la trampa.
Su Yue curvó levemente los labios fuera del campo de visión de Gu Yu, y en sus pupilas rojo oscuro brilló una chispa fugaz.
—Entonces… te lo encargo.
—No hay problema, no es molestia —respondió Gu Yu, encendiendo el secador y comenzando a secarle el cabello con cuidado.
El cabello de Su Yue era muy suave, con ligeras ondas. Gu Yu lo alzó con delicadeza, permitiendo que el aire tibio lo secara de forma uniforme, manteniendo siempre una distancia y temperatura adecuadas. Peinaba sus mechones con cuidado, como si acariciara seda.
Su Yue bajó la mirada. Esa sensación era completamente nueva para ella, algo que nunca antes había experimentado. Los dedos finos de Gu Yu se deslizaban entre su cabello con calma, ordenando cada mechón con dulzura. Un cosquilleo suave recorría su piel, como si fuera un felino que disfrutaba de que su dueña le alisara el pelaje.
Los dedos suaves, la calidez de su piel, el soplo tibio que rozaba su coronilla, y el tenue aroma a gel de ducha que flotaba en el aire…
Su Yue aspiró discretamente ese aroma y, sin darse cuenta, se inclinó más hacia Gu Yu. Su mano se deslizó con suavidad hasta tocar su cintura…
—¿Hm? —Gu Yu se sobresaltó, sin entender bien lo que pasaba. El secador en su mano tembló un poco, casi se le cae.
Su Yue pareció volver en sí de golpe. Al darse cuenta de que había cruzado la línea, retiró la mano de inmediato como si se hubiera quemado. Sus ojos rojo vino se apartaron con nerviosismo de la mirada inquisitiva de Gu Yu, y con rapidez murmuró:
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