La herida, ya seca y sin tratar, seguía allí, marcada de forma cruda y evidente sobre la piel blanca de Gu Yu. Un rastro rojizo tan notorio como una espina clavada en la mirada.
—Tu mano… ¿qué te pasó?
En su vida habitual, Gu Yu era como una flor en invernadero: mimada, cuidada hasta el mínimo detalle. Incluso la fruta debía ser cortada y servida por las criadas. Si se hubiese hecho un corte así, lo más lógico habría sido que armara un escándalo en casa. ¿Cómo, entonces, había ocurrido algo así sin que nadie lo supiera?
—Ah… solo fue un accidente, no le des importancia.
Gu Yu bajó la mirada y le lanzó una ojeada tranquila a la herida, que ya había dejado de sangrar. Aunque era profunda, no le impedía moverse. De hecho, estaba acostumbrada a eso; en sus días trabajando con telas, era común cortarse de vez en cuando. Para ella, no era motivo de preocupación.
Sin decir más, tomó la mano de Su Yue y, entre los destellos de las cámaras, caminaron juntas por la alfombra roja rumbo al edificio principal.
Pero Su Yue frunció levemente el ceño. No estaba satisfecha con esa respuesta tan ligera. En sus pupilas color vino comenzó a colarse una sombra incierta.
Ese gesto de cercanía que Gu Yu había iniciado—tomarle la mano, caminar juntas—, que en otra situación le habría causado alegría, ahora solo agitaba con furia una tormenta dentro de ella. Era como si la envolviera una maraña de pensamientos oscuros, todos punzantes e inasibles.
Tenía preguntas. Muchas. Pero las palabras se le quedaban atascadas en la garganta, sin fuerza para salir. Gu Yu, por su parte, no notó nada extraño en su expresión. Sin embargo, la frialdad que le llegaba desde su mano sí que no pudo ignorarla.
Acaricia como el agua… ¿Siempre fue tan fría su mano?
Gu Yu apretó con más fuerza, intentando brindarle algo de calor. Pero entre ellas, reinaba el silencio.
Al llegar al salón del evento, Gu Yu soltó la mano de Su Yue con elegancia y se retiró un paso hacia atrás, dejando espacio entre ambas.
Y allí estaba él.
Entre la multitud, Gu Yu divisó a Qin Mo: el representante de Su Yue… y, más aún, el protagonista masculino de este mundo.
Desde ese instante, supo que la batalla comenzaba.
Apretó los puños con determinación y su actitud se volvió más alerta. Sabía que debía mantenerse distante, pasar desapercibida, no atraer la atención ni de Su Yue ni de aquellos que podrían ser sus rivales.
Solo tenía que actuar con discreción, no interferir, y terminar la grabación sin sobresaltos.
Pero Su Yue sí notó ese paso atrás.
La imagen de Gu Yu alejándose le resultó inexplicablemente molesta. Su rostro mantenía una expresión indiferente, pero sus ojos se enturbiaron con emociones complejas. Había algo en esa mirada baja, en esa postura comedida, que la hacía sentir… rechazada.
¿Estaba esquivándola? ¿Temiéndole?
En el pasado, Gu Yu siempre era la primera en provocarla, en burlarse, en ponerle obstáculos frente a todos. ¿Y ahora de pronto se retiraba con esa frialdad distante?
Recordó aquella noche, las palabras que Gu Yu le había dicho con aparente sinceridad: “Quiero ser tu amiga.”
Y cuanto más lo pensaba, más oscura se volvía la mirada de Su Yue, fija en Gu Yu como si buscara una respuesta que aún no sabía poner en palabras.
¿Acaso… lo que dijo era verdad?
Bajo la mirada penetrante de Su Yue, Gu Yu no podía evitar sentirse incómoda. La presencia de la chica era tan opresiva que cada segundo a su lado la hacía sentirse más insegura. Y ahora, rodeadas de cámaras, público y el silencio inquietante de lo no dicho, Gu Yu solo deseaba encontrar una excusa para alejarse, aunque fuera por un momento.
Al mirar de reojo, descubrió a Qin Mo observándola desde no muy lejos con una expresión fría y severa. El corazón de Gu Yu se encogió. Necesitaba una salida. Rápido.
Estaba por abrir la boca y usar el clásico pretexto de “voy al baño”, cuando una voz clara y melodiosa la llamó desde la distancia:
—¡Señorita Gu!
Gu Yu se detuvo, sorprendida, y giró la cabeza.
Una joven de vestido rojo fuego avanzaba hacia ella con pasos decididos. No debía tener más de diecisiete o dieciocho años, y su rostro dulce y delicado parecía sacado de una ilustración de cuento. A la distancia, era como una rosa roja en plena combustión: apasionada, vibrante, imposible de ignorar.
Pero…
“¿Por qué se me hace tan familiar…?”
Los ojos de Gu Yu se entrecerraron con suspicacia. El vestido… ese diseño tan característico… ¿No era idéntico al modelo “Rosa” que había alquilado el otro día?
—¡Señorita Gu! Por fin la encuentro —exclamó la joven, con los ojos brillantes de emoción.
Sin previo aviso, se lanzó hacia Gu Yu y le tomó las manos con entusiasmo, acercándose tanto que sus rostros casi se rozaban. La repentina cercanía hizo que Gu Yu diera un paso atrás, un poco desconcertada. Las delicadas cadenas doradas de sus gafas colgaron en el aire, brillando con reflejos como polvo de sol.
La chica llevaba el cabello largo, rizado y dorado, cayendo con suavidad sobre los hombros. Sus ojos eran de un rosa cristalino, puros y luminosos, como si cada mirada suya llevara un deseo sincero o, quizá, una chispa de suerte.
Su Yue las observaba en silencio.
Sus pupilas color vino se enturbiaron, y el aire a su alrededor pareció enfriarse. Desde su sitio, clavó la mirada en aquella desconocida que, sin reservas, le tomaba las manos a Gu Yu. El gesto era íntimo, demasiado íntimo.
Frunció el ceño.
¿Pero con qué derecho podría intervenir…? Ella no tenía ningún título para reclamar nada. Ningún lazo, ninguna promesa. Solo estaba allí… mirando cómo otra persona se acercaba a Gu Yu, mientras su propia figura se volvía más distante, más fría, más… prescindible.
Lo que otros podían obtener con facilidad… era algo que ella, desde un principio, no tenía derecho a poseer.
Ni podría hacerlo jamás.
Gu Yu se sobresaltó al principio, creyendo que por fin alguno de los pretendientes de Su Yue la había atrapado para cobrar venganza en su nombre. Imaginó que esta chica, tan llamativa y segura de sí, venía a darle una paliza para defender a Su Yue… Pero, contra todo pronóstico, parecía que no. De hecho… ¿no estaba viniendo hacia ella?
—¿Señorita Gu, no se acuerda de mí?
Los ojos rosa cristal de la muchacha brillaban con una calidez y ternura que descolocaron por completo a Gu Yu. Había tanta ilusión en su mirada, que por un instante la desconcertó.
—Disculpa… ¿nos conocemos?
Gu Yu realmente no la recordaba. En la novela original apenas se hablaba de ella; la historia giraba casi por completo en torno a Su Yue y el protagonista masculino. Ella, como simple personaje desechable, no solía aparecer demasiado. ¿Sería alguna amiga del cuerpo original?
—Me llamo Lan Xi. Nos conocimos en una de las fiestas que organizó mi familia —respondió la joven con una sonrisa radiante.
Un aroma suave y afrutado flotaba en el aire, dulce como vino espumante de cereza. Su presencia era chispeante, como un brindis inesperado en medio de una tarde tranquila.
—Aunque ha pasado mucho tiempo… quizás ya me hayas olvidado.
Su Yue, que observaba todo desde muy cerca, se tensó al instante.
Esa chica, de cabello dorado y sonrisa brillante… era una alfa.
—Ah… lo siento mucho.
Gu Yu también había notado ese aroma tan particular. Dulce, sí, pero con una intensidad que no dejaba dudas: el vino espumante de cereza era inconfundible. Menos mal, suspiró. Por un momento pensó que sería otra pretendiente de Su Yue. Si era una conocida suya, entonces estaba todo bien.
Lan Xi le sonrió de oreja a oreja, revelando un par de encantadores colmillos:
—Han pasado muchos años. La he echado mucho de menos, ¿sabe, hermana?
Gu Yu miró a la chica que tenía delante, con su energía tan vivaz, y por un momento algo en su interior se ablandó. Llamarla “hermana” implicaba una cercanía del pasado… tal vez sí eran íntimas. Y había tanta sinceridad en su mirada, tanta emoción genuina, que resultaba difícil apartarla con frialdad.
Impulsada por un gesto amable y un instinto protector que no supo de dónde venía, Gu Yu alzó la mano y, con suavidad, le revolvió el cabello a Lan Xi.
“Hmm… Suave y esponjoso. Tiene buena textura”, pensó Gu Yu mientras su mano se deslizaba por los rizos dorados de Lan Xi.
Pero de pronto… una extraña sensación la recorrió, como si una ráfaga de aire frío le acariciara la espalda.
Gu Yu se estremeció levemente. ¿Qué fue eso?
Volteó de inmediato, pero tras ella no había nadie… solo Su Yue, de pie en su sitio, inmóvil, con esa expresión inescrutable que la caracterizaba.
“¿Me lo imaginé…? ¿O es que estoy demasiado nerviosa?”
Gu Yu negó levemente con la cabeza para espantar esa extraña sensación.
Entonces bajó la mano, y su mirada cayó en el vestido que llevaba puesto Lan Xi. El escote, las rosas de tul, los bordes bordados en hilo dorado… Era esa prenda. La “Rosa”.
Lan Xi notó que Gu Yu no dejaba de observar su atuendo, y sonrió con picardía, malinterpretando el motivo.
—¿Hermana, también te gusta este vestido?
Gu Yu dudó un instante antes de responder:
—Mmm… sí. Se ve muy bien.
Y con esa confirmación, no le quedó más duda: el vestido que Lan Xi llevaba puesto era, sin lugar a dudas, el que había sido alquilado el día anterior. Una de sus creaciones.
El mismo que había cosido a mano, con todo detalle, pensando en la figura perfecta que lo luciría.
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