La manta mullida la envolvió de forma repentina, cubriendo su cuerpo por completo. Su Yue no se lo esperaba en absoluto. Para cuando quiso reaccionar, ya era imposible evitarlo.
Cuando bajó la vista y vio claramente lo que la cubría, sus pupilas color vino tinto se contrajeron apenas perceptiblemente.
—Tú… —susurró Su Yue. Sus labios pálidos temblaban, pero no logró pronunciar palabra. No se atrevía a expresar la duda que le atravesaba el pecho. Si Gu Yu solo estaba ayudándola por una efímera compasión del momento, y ella llegaba a creerlo… sería una completa tonta.
¿Pero no era esa la famosa capa de zorro plateado que Gu Yu siempre había considerado un tesoro y no permitía que nadie tocara?
Su Yue apretó la suave prenda contra su cuerpo, en silencio, con la mirada ensombrecida.
¿Por qué Gu Yu le entregaría tan fácilmente algo que siempre había protegido como si fuera un tesoro? ¿Acaso era… una nueva forma de castigarla?
Ah… tan fuera de lo común. Claro, no debía ilusionarse. Después de todos estos años, Gu Yu no había cambiado ni un poco. ¿Cómo podía pensar ahora que tal vez quería ser amable con ella? Falsedad. Pura fachada. El rostro de Su Yue se volvió aún más distante que antes.
Claro que Gu Yu no tenía forma de saber lo que pasaba por su cabeza.
Mirándola ahí de pie, frágil como un conejito blanco, Gu Yu pensó que simplemente… se estaba sonrojando de timidez.
Había estado demasiado tiempo bajo la lluvia y ya se estaba congelando. Gu Yu, con prisa, ajustó la manta sobre los hombros de Su Yue.
—¿Te sientes más cálida?
—…Sí.
—Con que estés caliente, es suficiente —respondió Gu Yu con una leve sonrisa, esforzándose por no parecer tan severa—. Espera aquí. Iré a prepararte un poco de sopa de jengibre.
Dicho esto, se dio la vuelta en busca de la salida de la habitación, decidida a encontrar la cocina.
En cuanto su silueta desapareció entre las sombras de la casa, la mirada quebradiza y vulnerable de Su Yue se tornó de inmediato en una expresión gélida.
Tch… ¿Y ahora con qué pretende salir?
Su Yue mantuvo el rostro frío, y sin mostrar un ápice de compasión, tomó la manta de zorro plateado y la usó para secarse el cuerpo y el cabello con movimientos rudos. Después, como si fuera un trapo sucio, la tiró sin piedad al suelo.
Ella nunca había sido una chica dulce o inocente. Su fragilidad y docilidad no eran más que un disfraz obligado para ocultar su identidad de alpha. Y en cuanto a Gu Yu, quien durante tanto tiempo se había aprovechado de su posición para pisotearla sin piedad… Su Yue la odiaba con cada fibra de su ser. Solo esperaba el momento oportuno para vengarse.
Y cuando Su Yue se vengaba, lo hacía con determinación y sin medias tintas. Si odiaba a alguien, no descansaba hasta hacer que desapareciera por completo de este mundo. Cualquier otra opción sería traicionarse a sí misma, sería un insulto a todo lo que había soportado por culpa de Gu Yu.
A estas alturas, ya no había forma de que volviera a aceptar ningún gesto de amabilidad de su parte.
Muy bien. Gu Yu, no importa qué intenciones tengas ahora… ya no significan nada para mí.
Su Yue lanzó una última mirada fría a la manta de zorro plateado tirada en el suelo, luego se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Mientras tanto, al otro lado de la mansión, Gu Yu acababa de encontrar la cocina y estaba en plena faena, preparando apresuradamente sopa de jengibre para Su Yue. Observó cómo el vapor subía en espirales desde la olla y el aroma del jengibre se extendía por todo el lugar. Finalmente, su expresión se suavizó un poco, como si por fin el hielo en su corazón comenzara a derretirse con ese calor.
Añadió unos cuantos dátiles rojos remojados y un poco de azúcar moreno. El aroma se volvió aún más denso y reconfortante.
En su mundo original, Gu Yu era toda una experta en la cocina. No había plato que no supiera preparar. Incluso su mejor amiga, que era increíblemente exigente con la comida, no podía dejar de alabar sus habilidades. Preparar algo tan simple como una sopa de jengibre… era lo más fácil del mundo para ella.
Una sirvienta la observaba con cara de incredulidad, preguntándose por qué su señorita se estaba molestando en cocinar algo así personalmente. Quiso ofrecerse para hacerlo en su lugar, pero Gu Yu lo rechazó.
Así que no le quedó más remedio que ayudar en silencio.
—Si bebe esta sopa —dijo Gu Yu mientras servía una taza llena hasta el borde—, se le irá todo el frío del cuerpo.
Volvió al salón con la sopa recién hecha, pero al llegar… ya no había ni rastro de Su Yue. Solo quedaba, tirada en el suelo, la manta de zorro plateado que ella le había dado con tanto esmero.
—¿Eh? ¿Y Su Yue?
No conocía bien la distribución de la casa, así que Gu Yu no tuvo más remedio que ir habitación por habitación. Finalmente, al fondo del pasillo, encontró a Su Yue recostada, completamente exhausta.
—Oye… hice una sopa de jengibre para ti. Bebe un poco, si no, podrías enfermarte.
Gu Yu le acercó con cuidado un cuenco de porcelana fina.
Su Yue no dijo nada. Sus ojos rojo vino la examinaron con cautela, observando cada uno de sus movimientos. Al final tomó el cuenco, pero no hizo amago de beber.
—¿Por qué no la bebes?
Gu Yu la miró de nuevo… y por un instante, se quedó sin aliento. Esos ojos rojo carmesí, ese rostro delicado y pálido… ¡era tan hermosa!
¡Dios! ¿Así luce la protagonista? ¡Es demasiado guapa!
—Está un poco caliente. La tomaré más tarde.
Su Yue apartó la mirada y colocó el cuenco sobre la mesita junto a la cama.
—Ah… está bien. Entonces descansa. No te molesto más.
Tras decir eso, Gu Yu se dio la vuelta y salió en silencio, cerrando la puerta con cuidado tras de sí.
Su Yue observó con desconfianza la dirección por la que se había marchado Gu Yu. Era obvio que notaba la diferencia. La Gu Yu de hoy no era para nada la misma de siempre. Esa chica arrogante, altiva, que miraba al mundo con desprecio… jamás habría hecho algo así por ella. Pero la de hoy… por un momento, parecía genuinamente preocupada.
—Imposible. Seguramente solo es otra actuación impulsiva suya.
Apartó la mirada de la taza de jengibre humeante. De pronto, se levantó de la cama, tomó el cuenco y, sin pensarlo dos veces, vació hasta la última gota en el desagüe.
—Gu Yu, tu falsa bondad me da náuseas.
Mientras tanto, Gu Yu había regresado a la habitación que, según la novela, le pertenecía. Estaba llena de lujos exquisitos, muchos de los cuales ni siquiera había visto antes. Y eso que, en su mundo original, también era una joven de familia rica. Nunca le había faltado nada. Pero aun así, comparado con la opulencia de este lugar… había una clara diferencia de nivel.
Se tumbó sobre la mullida cama, cerró los ojos… y pensó en el destino que le había tocado originalmente.
Gu Yu había nacido en una familia de la alta sociedad. Se suponía que era una heredera digna del prestigioso círculo de Newera. Pero resultó ser una omega. Su padre la despreciaba por ello. No le quedó otra que fingir ser un alfa para poder sobrevivir, reprimiendo quién era en realidad.
Su madre, además, fue especialmente estricta con ella. Con tal de convertirla en una estrella y engrandecer el apellido familiar, la presionó hasta el límite.
Y justo en ese momento… una idea cruzó fugazmente por la mente de Gu Yu.
“¿Acaso vivir dentro de una novela… tiene que ser forzosamente peor que vivir en la realidad?”
La lluvia había cesado. El cielo, lavado por la tormenta, ahora mostraba una constelación de estrellas brillando tenuemente. La noche de verano se volvió silenciosa, y enredada en pensamientos confusos y dispersos, Gu Yu se fue quedando dormida.
Esa noche no soñó nada.
Cuando los primeros rayos del amanecer se colaron por su ventana, Gu Yu despertó de golpe.
—¿Cómo estará Su Yue?
Aún preocupada por su estado, se apresuró a lavarse y vestirse. En cuanto estuvo lista, se dirigió rápidamente hacia la habitación de Su Yue.
Para ella, que Su Yue estuviera bien… significaba que su destino también iba por buen camino. Lo que quería era cambiar el final que la novela le había asignado a Gu Yu. Pero ¿acaso cambiar el destino era tan sencillo como pensaba? Esa “barra de afecto” no se iba a llenar con solo buenas intenciones.
Abrió la puerta de Su Yue… y la encontró con el rostro teñido del rojo encendido del atardecer, un tono tan intenso que dolía a la vista. Sus ojos estaban cerrados con fuerza, las cejas fruncidas, y sus largas pestañas temblaban levemente.
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