El hombre avanzó unos pasos. Su expresión, fría y severa, emanaba una autoridad que helaba el aire. Sus ojos oscuros y penetrantes se movieron con precisión por cada rincón hasta detenerse en el hombre acorralado en la esquina. Luego, lentamente, se volvieron hacia Lu Yang.
—¿Este es el sospechoso del que hablaste? —preguntó con voz cortante.
Lu Yang arqueó una ceja.
—Por supuesto.
—¿Y cómo sabes que fue él quien dañó el vestido de Su Yue? —insistió Qin Mo, su mirada tan afilada como una hoja.
Lu Yang suspiró, llevándose una mano a la frente, con esa mezcla de ironía y fastidio que le era tan habitual.
—Vaya, qué falta de tacto la tuya. ¿También vas a interrogar mis intenciones personales con tanto detalle?
—Estoy en mi derecho de hacerlo —replicó Qin Mo sin perder la compostura.
—Tranquilo, “detective”. Solo lo vi actuar de manera sospechosa cuando intentaba saltar el muro. Me pareció prudente intervenir, sobre todo después de lo que pasó en el camerino. —Lu Yang sonrió con desdén—. No pienses siempre lo peor de la gente.
Los dos hombres se miraron un instante, midiéndose el uno al otro. La tensión era palpable. Qin Mo apartó la vista primero, lo que hizo que Lu Yang sonriera con un gesto entre aburrido y triunfante.
—Eres un tipo difícil de entretener —murmuró Lu Yang, con evidente sarcasmo.
Mientras tanto, Qin Mo se giró hacia el saboteador y lo interrogó con calma. En cuestión de minutos, su mente ya había hilado los hechos y las relaciones entre los invitados.
—Debe de haber sido ella —concluyó finalmente—. Es la única artista bajo la agencia de Gu Shengming, y ya tuvo problemas con Su Yue antes.
Gu Yu, que seguía escondida detrás de la puerta, se inclinó para escuchar mejor, pegando el oído a la rendija.
Así que todo era cosa de una actriz de tercera, una de esas figuras que envidiaban el talento y la popularidad de Su Yue.
Con razón la rabia.
Ahora todo tenía sentido. La mujer, resentida, había querido congraciarse con Gu Shengming al mismo tiempo que humillaba a Su Yue. Pero jamás habría imaginado que Su Yue contaría con la ayuda de una diseñadora profesional… mucho menos con ella, Gu Yu.
Gu Yu no pudo evitar pensar con sarcasmo: “qué cerebro tan limitado… ni siquiera le pagó al cómplice, y ahora lo tienen acorralado. A ver cómo se libra de esta”.
Por suerte, no era un plan orquestado por Gu Shengming; de haber sido así, Qin Mo y los demás nunca habrían tenido una oportunidad.
Soltó un suspiro de alivio. La tensión acumulada en su cuerpo por fin comenzó a disiparse.
Pero justo en ese instante, sintió un escalofrío. Una mirada fría y cortante se clavó directamente en la puerta tras la cual se escondía.
—¿Quién anda ahí?
La voz de Qin Mo fue tan baja como peligrosa.
Sus ojos se entrecerraron, fijos en la pequeña puerta al lado de Lu Yang. La intensidad de su mirada era tal que Gu Yu sintió que la atravesaba por completo. Un sudor frío le recorrió la espalda.
¿No podía ser…? ¿Cómo pudo notarlo tan rápido?
Contuvo el aliento y retrocedió un paso, pero su espalda chocó contra la pared con un leve roce.
“Oh, no…”
Cerró los ojos, el corazón latiéndole con fuerza descontrolada.
Qin Mo avanzó despacio. Sus pasos resonaron pesadamente en el suelo, cada uno más cerca.
Había percibido un leve olor en el aire… un aroma a licor. Whisky fuerte, familiar, envolvente.
Sus ojos se entornaron, brillando con una luz fría y calculadora.
—Interesante… —murmuró.
Qin Mo extendió la mano hacia la puerta.
Gu Yu, al otro lado, cerró los ojos con fuerza, el corazón desbocado, preparándose para lo peor.
Pero justo en ese instante, otra mano se aferró con firmeza a la suya, deteniéndolo en seco.
Lu Yang.
Su rostro, habitualmente relajado, ahora estaba serio. En sus ojos color ámbar brillaba una luz fría, sin rastro de la sonrisa que siempre parecía dibujada en ellos.
Sus labios se curvaron apenas, pero su voz sonó tensa:
—¿Qué crees que estás haciendo, Qin Mo?
El aire entre ambos se volvió espeso.
Las miradas se cruzaron, chocando con la intensidad de dos espadas: una, dura y afilada; la otra, flexible, pero igual de letal.
—Será mejor que te apartes —dijo Qin Mo con voz baja y peligrosa—. Aunque seas tú, no tendré reparos en usar la fuerza.
Lu Yang arqueó una ceja, su expresión entre divertida y desafiante.
—Vaya, qué carácter. Pero puedo asegurarte que la persona que está ahí dentro no tiene nada que ver con este asunto. No hace falta que te preocupes tanto.
La sonrisa volvió a su rostro, aunque su mirada seguía alerta.
—Solo vine porque… —hizo una pausa y lanzó una mirada fugaz a la puerta cerrada antes de añadir con una ligereza calculada— …porque tenía una cita con “ella”. Parece que nos equivocamos de sitio, nada más.
Gu Yu, detrás de la puerta, casi se atragantó con su propio aliento.
“¿Una cita? ¿Contigo? Lu Yang, ¿de verdad puedes decir algo tan absurdo sin pestañear?”.
Qin Mo lo observó, su mirada examinándolo con la precisión de una hoja de bisturí, buscando cualquier gesto que delatara una mentira.
No encontró ninguno.
—Qué romántico, señor Lu —dijo al fin, con sarcasmo apenas disimulado—. Citas secretas en un cobertizo. Todo un caballero.
Aun así, retiró lentamente la mano.
Lu Yang también lo soltó. En la muñeca de Qin Mo quedaron marcadas las huellas rojas de sus dedos.
—Qué puedo decir —replicó Lu Yang, encogiéndose de hombros—. Somos figuras públicas. Ella es algo tímida y aún no quiere hacer pública nuestra relación. Espero que lo entienda, señor Qin.
Con una sonrisa cortés y el tono perfectamente relajado, remató:
—Que tenga un buen día.
Qin Mo lo miró por última vez, una chispa gélida en los ojos.
—No sabía que los alfas tímidos existían. Tienes gustos… singulares.
Y, con un resoplido seco, se dio media vuelta y se marchó con su equipo.
Lu Yang observó cómo desaparecían por el pasillo. Solo cuando el sonido de sus pasos se desvaneció, su expresión se suavizó. Dio un par de golpecitos en la puerta detrás de él.
—Ya puedes salir.
La puerta se entreabrió lentamente. Gu Yu asomó primero la cabeza, asegurándose de que el pasillo estuviera vacío antes de salir por completo.
—Gracias —dijo, soltando el aire con un suspiro aliviado—. Si no fuera por ti, me habría descubierto.
Lu Yang sonrió con ese aire encantado de sí mismo que tanto la irritaba.
—Entonces, considéralo un favor que me debes.
Gu Yu lo miró con resignación. Ese brillo burlón en sus ojos casi parecía una cola de zorro moviéndose triunfante detrás de él.
—Tú sí que sabes aprovecharte de las situaciones. Que quede claro: tú decidiste meterte, yo no te pedí nada. Así que nada de favores pendientes.
Lu Yang se encogió de hombros, divertido.
—Como digas. Pero recuerda, señorita Gu, las deudas más difíciles de saldar… son las que uno no reconoce.
Gu Yu rodó los ojos.
“Este zorro… no hay quien lo aguante”.
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