—Era una broma, señorita Gu. No se lo tome tan en serio.
Lu Yang soltó una leve risa. Sus ojos color castaño, rasgados y brillantes como pétalos bañados de luz, parecían reflejar fragmentos de estrellas cayendo sobre un lago en primavera: cálidos, profundos, y con un resplandor que se deshacía en ondas suaves.
—Aunque debo admitir —añadió, bajando la voz—, que este traje que diseñó para mí… me encanta.
No había esperado que la famosa señorita Gu, de la que todos decían que era arrogante y difícil, resultara en persona alguien tan directa, tan viva. Su opinión sobre ella empezaba a cambiar.
—Pero hay algo que no entiendo —continuó, observándola con curiosidad—. Según dicen, tú y Su Yue no se llevan precisamente bien. ¿Por qué arriesgarte a ser descubierta… solo por ayudarla?
Gu Yu bajó la mirada. En su interior, algo se enredó suavemente, como una enredadera creciendo entre sus pensamientos: una emoción silenciosa, dulcemente dolorosa, que se extendía por su pecho dejando un leve perfume de tristeza.
Entre esas sensaciones, una rosa invisible dejaba caer sus pétalos uno a uno.
—No tengo por qué contártelo —respondió al fin, con una sonrisa breve y firme—. Es asunto mío. Hago lo que quiero.
Se colocó las gafas de sol con un gesto despreocupado.
—Gracias por lo de hoy. Nos vemos, Lu Yang.
Y se giró con elegancia, marchándose sin mirar atrás.
Lu Yang la siguió con la vista, sonriendo sin decir palabra. En sus ojos, el reflejo de su figura parecía un puñado de luz temblando como polvo de estrellas.
Quizás ni él mismo se dio cuenta de cuándo había empezado a sentirlo: una sensación liviana, como una nevada inesperada cayendo sobre el corazón.
—¿Ese aroma… es de Jägermeister? —murmuró.
Aún quedaba flotando en el aire el rastro de su feromona: una mezcla de licor fuerte y dulzura distante, adictiva.
—Nada mal…
Sonrió, entrecerrando los ojos como un zorro satisfecho.
—Gu Yu… eres más interesante de lo que pensaba.
———————-
Gu Yu salió del patio trasero y regresó al recinto del evento. Se mezcló entre la multitud, quedándose en un rincón discreto, y desde allí alzó la mirada hacia el escenario.
En el centro de todas las luces, Su Yue caminaba con paso sereno.
Llevaba el vestido que Gu Yu había modificado con sus propias manos, y cada detalle resaltaba su elegancia natural. Su Yue irradiaba un aire de nobleza tranquila, como una flor blanca abriéndose bajo la luna.
El público rugía, los flashes estallaban sin pausa. En ese instante, ella era la reina indiscutible del escenario.
—Qué hermosa… —susurró Gu Yu, casi sin darse cuenta.
Su corazón tembló.
Una parte de ella se deshojaba al ritmo de los aplausos, entregándose por completo a esa figura lejana.
“En realidad, solo quiero que sea feliz. Nada más”.
Apretó el puño, ocultando los ojos tras las gafas oscuras, y se marchó en silencio antes de que terminara el evento. Nadie notó su salida.
Desde el escenario, mientras respondía preguntas del presentador, Su Yue creyó ver entre el público una silueta familiar.
Desvió la mirada hacia la multitud… pero ya no había nadie.
—¿Qué ocurre, señorita Su? —preguntó el conductor.
—Nada… —dijo con una leve sonrisa—. Debí confundirla con otra persona.
Volvió a concentrarse en la entrevista, aunque una sombra de melancolía se había posado en sus ojos color vino tinto.
Media hora más tarde, cuando el evento terminó, Su Yue regresó al camerino.
Soltó el vestido, dejando que su cabello oscuro resbalara sobre sus hombros desnudos. Fue entonces cuando un pequeño destello llamó su atención…
Una luz diminuta, fugaz, reflejada en algún objeto sobre la mesa.
—¿Eh? ¿Qué es esto?
Su Yue giró el vestido, observando el delicado forro blanco de la falda. Algo diminuto y brillante cayó suavemente en su palma: una pequeña lentejuela redonda, translúcida, de un rosa pálido.
Era un adorno muy común, nada especial. Parecía de esas decoraciones que algunas mujeres llevan en las uñas.
Su Yue la levantó hacia la luz, observándola entre los dedos. Frunció el ceño con suavidad, sumida en silencio. Había algo en esa lentejuela que le resultaba vagamente familiar…
“¿Dónde la he visto antes?”.
Por un momento pensó que quizá era solo una coincidencia, una ilusión. Pero cuanto más lo meditaba, más sentía que algo no encajaba.
El vestido rasgado, la diseñadora que apareció para salvar la situación, aquella sensación de familiaridad en medio de la entrevista… y ahora este pequeño adorno en el forro.
Todo parecía estar conectado, como hilos invisibles tejiéndose a su alrededor.
—¿Esa diseñadora…? —susurró.
Unos minutos después, salió del camerino y se dirigió hacia un coche negro estacionado cerca del recinto.
Subió al asiento trasero y entregó una bolsa al conductor, Qin Mo.
—Quiero conservar este vestido. Informa a la marca, ¿sí?
Qin Mo asintió, tomando el paquete. Dentro estaba la icónica “Rosa Blanca”, la prenda que había acaparado todos los flashes.
—Gracias a ese vestido, ahora mismo estás en el primer puesto de las tendencias de Weibo —comentó con media sonrisa.
—Mm. Es… muy especial.
Era cierto. Aunque había sido una pieza improvisada, el diseño y la composición eran tan originales que resultaban imposibles de ignorar.
Su Yue no podía evitar preguntarse qué tipo de persona podía imaginar algo así.
—Qin Mo, ayúdame a contactar a esa diseñadora. Quiero agradecerle personalmente.
—¿Ah, sí? —replicó él con un deje de picardía—. ¿Tan interesada estás en ella?
—Solo quiero darle las gracias. No es “interés” —contestó Su Yue con calma, sus ojos color vino reflejando una seriedad tranquila—. Pero si se puede, me gustaría seguir colaborando con ella.
La pequeña lentejuela rosa ya había desaparecido, arrojada al cesto minutos antes.
Aunque el detalle seguía pareciéndole familiar, no lograba ubicar de dónde provenía esa sensación.
Aun así, algo en su interior le decía que aquella mujer no era una desconocida más.
—Estoy segura de que no rechazará una buena oportunidad —dijo finalmente—. Una colaboración puede beneficiarnos a ambas.
El coche avanzó lentamente por la avenida, bañada por los tonos anaranjados del atardecer.
El sol descendía hacia el mar, tiñendo el horizonte de reflejos dorados. Era una escena serena, casi melancólica.
El vehículo se detuvo frente a la residencia Gu. Su Yue abrió la puerta y bajó, sin llevarse el vestido consigo.
—¿No te lo quedas? —preguntó Qin Mo.
—No aquí. Las flores bordadas son muy delicadas. No quiero que se estropee.
Se despidió con un leve gesto y observó cómo el coche se alejaba antes de girarse hacia la casa.
Apenas cruzó el umbral, un aroma delicioso flotó en el aire.
¿Comida?
Su Yue frunció el ceño con curiosidad y caminó despacio hacia el interior.
—¿Has vuelto?
La voz de Gu Yu sonó desde la cocina.
Asomó la cabeza, sonriendo con suavidad.
—Perfecto, justo a tiempo. Ya que estás aquí, ven a cenar conmigo.
Salió del comedor con un plato en las manos y lo colocó en la última esquina libre de la mesa.
—¿Qué haces ahí parada? La comida está servida, siéntate.
Gu Yu se secó las manos y tomó asiento primero.
—¿Y esto a qué viene? —preguntó Su Yue, con una mezcla de sorpresa y desconfianza.
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