—Siéntate primero. Estuviste todo el día en la conferencia, seguro que aún no has comido, ¿verdad?
Gu Yu sonrió suavemente. En sus ojos claros brillaba una calidez que parecía capaz de derretir el aire.
—Hoy la tía Lin preparó muchas cosas ricas. ¡Ven a probar! —dijo con entusiasmo—. Pequeña pista: uno de los platos lo hice yo. ¿Adivinas cuál?
Sus ojos se entrecerraron con una chispa juguetona, reflejando la luz como si en ellos flotaran estrellas.
Su Yue, sorprendida por aquella expresión dulce y obediente, sintió que algo dentro de ella se ablandaba. Desvió la mirada, disimulando con una pequeña tos.
—Ejem… está bien.
Tiró suavemente de la silla y se sentó frente a Gu Yu. La mesa estaba servida con platos coloridos y elegantes, las velas del centro temblaban con una luz cálida, dorada, que acariciaba sus rostros. Su Yue se sintió… extraña.
Nunca había pasado una velada así con Gu Yu. Antes, ella apenas la soportaba, no la miraba ni de reojo, mucho menos compartir una comida. Esta paz, esta armonía, era algo completamente nuevo.
Gu Yu notó que Su Yue no la había rechazado, y un suspiro de alivio se escapó de su pecho. Abrió una botella de vino tinto que había guardado durante años y sirvió dos copas. Luego tomó una y se la acercó con cuidado.
El aroma del vino, frío y espeso, envolvió el aire. La luz de las velas tiñó el rostro de Gu Yu con un resplandor difuso, casi irreal.
—Felicidades por tu conferencia de hoy. Fue un éxito.
Levantó la copa; el vino rojo se balanceó suavemente, reflejando destellos como gemas bajo el cristal. Su mirada era paciente, pero en el fondo se le notaba la inquietud.
¿La rechazaría?
Su Yue la observó un instante. En esa cara hermosa y seria, tan cercana ahora, vio algo que nunca antes había visto: una fragilidad sincera.
Aquella timidez la desarmó.
—…Gracias —respondió, levantando su copa.
El tintinear del vidrio fue suave y claro. Las manos pálidas de ambas se rozaron brevemente, y el reflejo del vino entre sus dedos parecía más brillante que la propia llama.
Su Yue probó un sorbo. El sabor del vino era redondo y delicado, dejando una nota afrutada en los labios. La calidez le recorrió el cuerpo, tiñendo sus mejillas de un tenue rojo.
Nunca imaginó que Gu Yu recordara algo tan simple. Había creído que, para ella, nada de esto importaba.
—El vino de la tía Lin es excelente. Hacía tiempo que no probaba uno tan bueno —comentó Su Yue.
Gu Yu bebió un pequeño trago también. Su boca se curvó en una sonrisa tenue; el brillo húmedo en sus labios hacía que parecieran una fruta recién lavada, tentadora y suave.
Su Yue apartó la mirada, disimulando el temblor de su garganta.
El ambiente se volvió distinto: entre el aroma del vino y la luz cálida, todo parecía suavizarse, volverse íntimo.
Gu Yu, siempre tan fría y distante, se veía ahora como una flor blanca bajo la lluvia, frágil y tangible, con una belleza que hacía difícil respirar.
—Hoy… estabas preciosa —dijo Gu Yu, girando la copa en su mano. El vino rojo oscilaba con el movimiento, liberando un aroma aún más denso.
Su Yue la observó en silencio. Parecía un poco mareada.
—Estás ebria —dijo, su voz baja, áspera, como si el aire entre ellas también se hubiese llenado de vino.
—Mmm… no… —murmuró Gu Yu con un quejido suave. La miraba con ojos nublados, la voz endulzada por el alcohol, más tierna y frágil que nunca.
De pronto pareció recordar algo, y su mirada se enfocó en Su Yue con insistencia.
—Aún no adivinaste… cuál plato hice yo. Si te equivocas… habrá castigo.
Su Yue no pudo evitar reírse; una calidez suave se coló en su mirada.
—A ver… creo que fue este —dijo, tomando los palillos. Probó un bocado, lo masticó con calma—. Sabe bien.
Al oír su aprobación, Gu Yu sonrió satisfecha y apuró de un trago el vino que quedaba en su copa.
—Ya no puedes beber más —Su Yue le detuvo la mano justo cuando iba a servirse de nuevo. Le apartó la botella con delicadeza.
Gu Yu parpadeó, confusa; sus ojos perdidos la miraban en silencio, tan dóciles que Su Yue sintió una punzada de algo entre ternura y deseo.
—Gu Yu… —susurró.
Alzó la mano y le sostuvo el rostro. Gu Yu no se apartó, dejando que la acariciara. Parecía una muñeca de porcelana obediente.
Su Yue sintió una chispa traviesa. ¿Cómo se vería ese rostro siempre tan frío si perdía el control?
Con esa idea, se inclinó lentamente hacia ella, tan cerca que pudo sentir su respiración cálida, las pestañas temblando como alas de mariposa, los ojos claros y tranquilos como un lago en calma.
Su corazón golpeaba con fuerza.
—Si me equivoqué… ¿cómo piensas castigarme? —susurró.
Gu Yu se quedó un momento en blanco. Su Yue tan cerca parecía un sueño. La pregunta, casi un juego, la hizo pensar en serio.
—Yo… no creo que pueda hacerte nada, pero… te castigo con que… —balbuceó entre pausas, la voz arrastrada por el vino— solo puedas mirarme a mí de ahora en adelante…
El aire se llenó del aroma dulce del vino, de su respiración mezclada.
En el instante siguiente, Su Yue perdió la compostura. La sostuvo por la nuca y la besó.
Gu Yu soltó un gemido ahogado; Su Yue mordió con suavidad su labio antes de invadirla, profunda y temblorosa.
—Mmm… —los sonidos de sus bocas se mezclaron con el eco del vino y el silencio de la sala, húmedos, intensos, irreales.
—Tranquila… respira —susurró Su Yue contra sus labios, la voz baja y ronca. Le limpió con el pulgar una lágrima que se escapaba por la comisura del ojo.
Su aroma, el de vino tinto, comenzó a mezclarse con el de Gu Yu, que no ofreció resistencia; sus brazos la rodearon, torpes, sin fuerza, como si estuviera soñando.
—Está bien… —murmuró Gu Yu entre el sopor y el beso, rendida.
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