Su Yue volvió a besar las comisuras de los labios de Gu Yu, y su deseo de posesión alcanzó su punto más alto. La muchacha en sus brazos, ya completamente aturdida, respondía de forma inconsciente, su cuerpo suave y cálido, su respiración mezclada con el aroma del vino.
—Haa… —
Hasta que notó que Gu Yu había cerrado los ojos y se había quedado dormida, Su Yue, con cierta dificultad, se obligó a separarse de sus labios. Le limpió con cuidado los rastros del beso y la sostuvo en brazos. Gu Yu era más liviana de lo que imaginaba; casi sin esfuerzo la llevó hasta la habitación y la acostó sobre la cama.
Por suerte, Su Yue todavía conservaba algo de cordura. Miró el rostro dormido de Gu Yu: tan quieto, tan indefenso, tan tranquilo. En comparación con la fría arrogancia de antes, así… resultaba mucho más adorable.
Respiró hondo para calmarse; el aroma del vino y sus propias feromonas se fueron disipando poco a poco hasta estabilizarse.
El color rojo oscuro de sus ojos se apagó. La feroz y dominante Alfa de hace unos minutos desapareció, dejando solo a la Su Yue de siempre: tranquila, con una belleza pura y apacible.
Sabía que esa noche se había dejado llevar. Si Gu Yu no hubiera estado ebria, jamás se habría atrevido a llegar tan lejos.
Pero la verdad era que, justo así —sonrojada, confundida, temblando apenas—, Gu Yu resultaba terriblemente tentadora… incluso, un poco adorable.
El recuerdo de ese momento en que Gu Yu la abrazó del cuello, sin conciencia, le hacía hervir la sangre otra vez.
Las feromonas de Gu Yu nunca parecían rechazar las suyas.
¿No significaba eso que, quizás, en el fondo… Gu Yu no la rechazaba del todo?
Sin embargo… si algún día ella descubría la verdad, si supiera que era una Alfa, si supiera que su existencia había arruinado a su familia…
¿Aún podría aceptarla?
No.
Su Yue sonrió amargamente. Con la distancia que las separaba, ni siquiera podían llamarse amigas.
Las espinas de la culpa le atravesaban el pecho, una a una, dejando un ardor que no podía aliviarse.
No era el momento. No todavía.
Se recostó junto a Gu Yu y murmuró casi sin voz:
—Si no te gusto… te encerraré. Haré que solo puedas mirarme a mí…
Su tono bajó, casi suplicante.
—Así que… no me odies…
Sus palabras flotaron en la oscuridad, suaves como una caricia, pero frías como una amenaza.
Aun así, Su Yue no cruzó el límite. Por mucho que la deseara, no podía tocarla sin que ella fuera consciente. No sabía qué sentía Gu Yu por ella, y eso bastaba para detenerla.
Era un caos por dentro. Entre ellas existía una enemistad que jamás debió mezclarse con otra cosa, y sin embargo, allí estaba: rompiendo su propio juramento.
Tal vez el destino las había condenado desde el principio.
Si fingía que nada había ocurrido esta noche, ¿acaso todo volvería a su sitio?
¿Y si nunca se hubieran conocido?
Su Yue permaneció despierta mucho tiempo, observando el rostro dormido de Gu Yu bajo la penumbra. Finalmente se levantó, con pasos silenciosos, y salió de la habitación cerrando la puerta con cuidado.
El silencio regresó.
Bajo la noche estrellada y el cielo bajo, dormía una rosa.
Al amanecer, cuando el sol asomó sobre el horizonte, los primeros rayos atravesaron la ventana y acariciaron el rostro de Gu Yu.
Ella entreabrió los ojos, cegada por la luz. La cabeza le dolía; el cuello le ardía, como si alguien lo hubiera apretado con fuerza.
—Agh… qué dolor… —se quejó, masajeando el cuello.
Recordaba vagamente haber bebido, pero después… nada.
¿Qué había pasado anoche?
¿Se habría comportado como una borracha frente a Su Yue?
¡No, su imagen fría y elegante no podía venirse abajo así!
Aunque estaba convencida de que no era una persona con mal “vino”, la duda le hizo temblar. ¿Y si había dicho algo indebido?
Se cubrió la cara, arrepintiéndose. Solo por antojo había bebido dos copas de más. ¡Y ahora ni siquiera recordaba cómo terminó todo!
Además, por los indicios, parecía que Su Yue la había llevado hasta la cama…
Solo pensar en eso la llenó de vergüenza. ¿Cómo había dejado que una omega menuda la cargara?
Aquel banquete, que debía ser una celebración para Su Yue, terminó con ella completamente inconsciente. La culpa le pinchó el pecho.
—Será mejor ir a verla… —murmuró.
Después de lavarse, roció un poco de bloqueador de feromonas; el olor a licor y a su propio aroma quedó disimulado.
Justo al abrir la puerta, se topó de frente con Su Yue.
Su Yue se sobresaltó, deteniéndose en seco. Sus ojos color vino se agitaron, revelando una fugaz tensión.
—Eh… buenos días.
—Buenos días —respondió Gu Yu, rígida, aunque con una sonrisa torpe.
Su Yue, por su parte, desvió la mirada como si el aire le quemara.
Gu Yu no notó nada extraño; incluso se sintió aliviada. Si Su Yue se comportaba igual que siempre, significaba que no había ocurrido nada fuera de lugar.
“Menos mal…” pensó, relajando los hombros.
—Sobre anoche…
El corazón de Su Yue se tensó de golpe; tragó saliva.
—Gracias… por llevarme hasta la habitación —dijo Gu Yu finalmente.
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Comentarios del capítulo "Capítulo 37"
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