Su Yue seguía siendo tan cautivadora como siempre. No sabía si era por el papel o por su propio encanto, pero aquella tarde su aspecto resultaba imposible de ignorar: el cabello corto, el abrigo largo que le llegaba hasta los tobillos, todo en ella evocaba a una asesina elegante salida de una película de gánsteres. Bastaba una mirada para encontrarla entre la multitud.
Gu Yu dudó un momento si acercarse a saludar, pero antes de decidir, Su Yue apenas frunció el ceño, inclinó la cabeza con un gesto educado hacia los presentes y, sin mirar atrás, subió al vehículo que la esperaba fuera.
Ni siquiera la vio.
Gu Yu sintió una mezcla amarga: alivio… y al mismo tiempo, una punzada de desilusión.
Su Yue era como la luna reflejada en el mar: brillante, distante, inalcanzable.
Y ella, Gu Yu, no era más que una partícula de polvo flotando en un mundo que ni siquiera era suyo. Su Yue brillaba entre las estrellas; ella, en cambio, no tenía derecho a estar a su lado.
—¡Eh, señorita Gu! ¿También vienes a audicionar? ¡Suerte! —gritó desde lejos Lu Yang, guiñándole un ojo antes de desaparecer acompañado por su mánager.
Ese pequeño gesto, sin quererlo, atrajo todas las miradas hacia ella.
—¿Esa no es Gu Yu? ¿Cómo se atreve a venir? Qué descaro… —murmuró alguien.
—Con lo mala actriz que es, ¿va a probar suerte con este director? Qué ridículo.
Gu Yu exhaló despacio. Fingió no oír.
No valía la pena responder a comentarios de figurantes sin nombre.
Poco después, un asistente salió de la sala con una carpeta.
—Número siete. ¿Quién tiene el número siete?
—Yo —respondió ella enseguida.
El asistente le echó una mirada rápida.
—Sígueme. Prepárate.
El set de audición estaba dominado por un enorme fondo verde. Frente a él, una mesa larga donde se sentaban varios evaluadores. En el centro, el director Shen An, el renombrado cineasta internacional de “Aire intoxicado”.
Era joven, con un aire descuidado; sostenía un cigarrillo sin encender entre los labios. Sus ojos, sin embargo, brillaban con una lucidez aguda y exigente. Se le notaba ya cansado de todo lo que veía.
—¡Maldita sea! ¿De dónde salen estos actores horribles? —refunfuñó, tirando una hoja sobre la mesa.
Gu Yu se tensó, justo cuando la mirada del director cayó sobre ella.
—¿Tú? Vas por el papel secundario femenino, ¿no? No es fácil. Empieza. —Se recostó, cruzando una pierna sobre la otra.
La escena que debía interpretar era una de las más intensas de la película: una noche de lluvia, el personaje de la amiga de la protagonista —la mujer que, tras años de amistad, se da cuenta de que no estaba enamorada del mismo hombre, sino de su propia amiga— la encuentra borracha en un bar. En medio del aguacero, entre lágrimas y rabia, confiesa sus verdaderos sentimientos.
Gu Yu respiró hondo. Trató de meterse en el papel, de sentir el dolor de la revelación.
—Tú… tú ni siquiera lo entiendes. ¡Nunca fue a él a quien amé! ¡Era a ti, siempre a ti!
Pero antes de que su voz se quebrara, el director levantó una mano con fastidio.
—¡Corten! —dijo bruscamente—. Nadie diría eso de forma tan torpe. ¡No hay emoción! Tus ojos están vacíos, completamente vacíos. ¡Siguiente!
Tiró los papeles sobre la mesa y se levantó maldiciendo.
—Necesito un cigarro. —Y salió del estudio sin mirar atrás.
El asistente se acercó con un gesto frío.
—Señorita Gu, puede retirarse.
Gu Yu bajó la vista, la decepción pesándole en el pecho. Sabía que ese fracaso tendría consecuencias; el viejo no se lo dejaría pasar.
Fuera, las miradas burlonas la esperaban como un enjambre.
—¿Ven? Se los dije. Shen An jamás la aceptaría.
—Qué vergüenza ajena. Si fuera yo, saldría corriendo antes de que me vieran.
Ignorándolos, Gu Yu caminó hacia la salida. Los guardaespaldas enviados por Gu Shengming seguían esperándola, firmes como sombras.
—El señor lo espera —dijo uno, abriendo la puerta del coche.
El vehículo arrancó con fuerza, perdiéndose entre las calles.
Gu Yu, en silencio, deslizó una mano al bolsillo de su abrigo. Sus dedos rozaron el frasco que había guardado antes, lo destapó sin que nadie lo notara y se llevó algo a la boca.
A la distancia, la tía Lin la vio llegar y corrió hacia el portón.
—¿Señorita, cómo le fue? ¿Está bien?
Gu Yu no respondió. Solo negó con la cabeza.
Apenas dio un paso dentro de la casa cuando un estruendo la detuvo: algo se rompía dentro del salón.
—¡Gu Yu, inútil! ¡Ven aquí ahora mismo! —rugió la voz de Gu Shengming.
El olor agrio del tabaco le golpeó el rostro apenas cruzó la puerta. Le quemaba la garganta, como si estuviera inhalando veneno. “Aire intoxicado”, justo como el título de aquella película.
Pero, ¿por qué tenía que soportarlo?
Los guardaespaldas la empujaron hacia el interior mientras la tía Lin gritaba detrás:
—¡Déjenla! ¡No la toquen! ¡Suéltenla!
Nadie le hizo caso; la puerta se cerró con un golpe seco.
Gu Yu se encontró cara a cara con él. La mitad de su rostro iluminada, la otra hundida en sombra. Incluso la parte visible de sus ojos ardía con una furia inhumana.
—¿Sabes cuánto me costó conseguirte esa audición? —vociferó, y sin darle tiempo a responder, levantó la mano.
La bofetada resonó fuerte.
El golpe le torció la cabeza y le encendió la mejilla de un ardor punzante. Sintió el sabor metálico de la sangre llenándole la boca.
Gu Yu escupió hacia un lado, con los ojos encendidos de rabia contenida.
—En tus ojos solo soy una herramienta, ¿verdad? Si no sirvo para ganar dinero, soy basura. ¡Tú solo amas el dinero!
Gu Shengming volvió a alzar la mano.
—¡Ni para eso sirves! ¡No sirves para nada! ¡Te he mantenido todos estos años para esto!
Pero antes de que pudiera descargar otro golpe, el sonido del teléfono cortó el aire.
Su expresión cambió en un instante al ver quién llamaba.
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