Su Yue alzó una ceja, mirando a Gu Yu con una expresión burlona. En el fondo, no le molestaría ver cómo esa maldita pareja de padre e hija se despedazaba mutuamente. Ojalá se destruyeran entre ellos.
Sin embargo… esta vez, había algo distinto. Entrecerró los ojos, dudando por un instante antes de preguntar:
—¿Por qué… no me llamaste?
—¿Eh?
Gu Yu se quedó pasmada. ¿Acaso la autora de esta novela había sembrado más trampas sin avisarle?
—…Olvídalo —murmuró Su Yue, levantándose sin más intención de seguir con el tema. Salió de la habitación sin mirar atrás.
Afuera, la tía Lin seguía de guardia. Al ver salir a Su Yue, se acercó de inmediato para preguntar cómo seguía la señorita. Al obtener un leve asentimiento, finalmente respiró aliviada.
—Señorita Su, le agradezco de corazón. A partir de ahora me encargaré personalmente de cuidar a la señorita. Usted ha estado allí dentro toda la noche; si no descansa, su cuerpo no lo va a resistir.
Su Yue no respondió. Echó un vistazo casual a las sirvientas que había alrededor, frunciendo levemente el ceño con expresión confusa. La tía Lin, que era muy perceptiva, entendió al instante la duda de Su Yue y explicó con una sonrisa amable:
—Ayer la señorita Gu despidió a todo el personal de esta residencia. A partir de ahora, yo seré la responsable de atender tanto a usted como a ella. La señorita también dijo que si usted desea algo, puede comunicármelo directamente. No es necesario pedir autorización a nadie.
“Ha cambiado… mucho.”
Esa frase se quedó resonando en los oídos de Su Yue, golpeándole el corazón con suavidad, como un eco persistente que no lograba silenciar ni siquiera al regresar a su habitación.
Por primera vez en mucho tiempo, Su Yue guardó silencio. Pasaba las páginas del libro con desgano, pero sus ojos no se detenían en las palabras.
—Gu Yu… —susurró para sí, perdida en sus pensamientos.
Su Yue recordó que, justo antes de que la alergia dejara inconsciente a Gu Yu, aun estando en aquel dolor insoportable, ella consiguió pronunciar su nombre con total precisión.
Aquel gesto de preocupación no parecía fingido. Cuando una persona sufre semejante tormento físico, no puede reaccionar de forma tan rápida y exacta ante algo fortuito. En otras palabras, la angustia que Gu Yu demostró por ella era real.
¿De verdad podía preocuparse por los demás cuando ella misma estaba al borde del colapso? Resultaba difícil decidir si aquello era ternura o pura estupidez. Al fin y al cabo, la que estaba en peligro era la propia Gu Yu…
Su Yue soltó un leve suspiro. Sus ojos alargados, teñidos por el fulgor rojizo del amanecer, parecían lagos escarlata cubiertos por un velo dorado.
Pero ¿por qué lo hacía? ¿Para qué acercarse de repente con tanta amabilidad?
Su Yue libraba una batalla interna: la persona que más le alteraba los nervios era precisamente Gu Yu, la mujer que habría condenado de buen grado al infierno.
Aquella a quien había jurado no perdonar jamás era, ahora, quien una y otra vez conseguía desarmar su corazón.
No era una buena señal. Con los labios apretados, Su Yue dejó que sus ojos color vino se tornaran tan serenos y profundos como un lago en calma.
El instinto alfa le advertía de un peligro inminente; los alfas siempre perciben las amenazas incluso antes de que se manifiesten.
Casi en el mismo instante en que Gu Shengming apareció en el salón, Su Yue despertó con brusquedad. Esperaba que, como siempre, Gu Yu subiera con él y la arrastrara para compartir la humillación. Al fin y al cabo, ambas sentían la misma repulsión hacia aquel hombre.
Pero transcurrieron los minutos y no hubo ningún ruido fuera. Gu Yu no irrumpió, no abrió la puerta de golpe ni la obligó a bajar.
Cuando Su Yue, incapaz de aguantar la incertidumbre, abrió la puerta para asomarse, vio a la tía Lin de pie en el pasillo. La mujer observaba con el ceño fruncido, llena de impotencia y pena, la escena de Gu Yu siendo aplastada en la planta baja por la presencia de Gu Shengming…
Su Yue apretó los puños. Se dio cuenta de que, esta vez, la única que había sufrido era Gu Yu—y ella no había movido un dedo para ayudarla.
Su Yue bajó la mirada, incapaz de entender por qué aquel descubrimiento la inquietaba tanto.
La tía Lin le había pedido que no saliera, así que Su Yue se quedó de pie junto a la puerta, envuelta en la sombra que proyectaba la columna, escuchando en silencio la tensa conversación que se desarrollaba en la planta baja.
Las palabras frías y autoritarias, cargadas de amenaza, aún resonaban en sus oídos… pero esta vez, quien las enfrentaba sola era Gu Yu.
¿Se podía llamar a eso protección?
Su Yue se rió, amargamente. Antes, Gu Yu no perdía ocasión de arrastrarla con ella al abismo, deseando que sufriera el doble que ella. ¿Por qué, entonces, esta vez había decidido enfrentar sola a Gu Shengming?
Su mente, una vez más, caía en el caos…
A través de la ventana, Su Yue observó cómo los pétalos de las camelias blancas se desprendían con el viento. El aroma delicado se colaba por la malla, flotando en el aire, mientras la cortina blanca y translúcida danzaba en silencio.
Entraba suavemente… igual que Gu Yu.
—No… —frunció el ceño—. ¿Por qué estoy pensando en ella?
Su Yue suspiró, frustrada consigo misma por lo directa que era su asociación. Gu Yu simplemente se había comportado de forma extraña últimamente, nada más. Tal vez, cuando se aburriera de este nuevo juego, volvería a ser la misma de siempre.
Las nubes teñían el cielo de tonos suaves. Un pájaro oscuro se posó con gracia sobre una rama de camelia, haciendo caer algunas plumas. Los ojos color vino de Su Yue se cerraron lentamente.
……
Gu Yu, por su parte, soltó un suspiro de alivio al ver que Su Yue por fin se había ido. No se había esperado que, al despertar, ella siguiera allí, velando a su lado. Eso solo podía significar que había estado cuidándola durante bastante tiempo…
—Señorita —la voz de la tía Lin la sacó de sus pensamientos—, esto es para usted. El señor Gu lo dejó antes de irse…
La mujer tanteó la frente de Gu Yu. La fiebre ya había bajado, y también había tomado la medicina para la alergia. Al menos ahora parecía un poco más recuperada, aunque sus labios seguían pálidos.
—¿Cómo se siente, señorita? ¿Todavía le duele algo? Si quiere, puedo llamar al médico —preguntó la tía Lin con una mirada cargada de preocupación.
A Gu Yu todavía le costaba acostumbrarse a ese tipo de afecto genuino. Prestó atención a su cuerpo por un momento: más allá del dolor persistente en la espalda y la cintura, no sentía nada fuera de lo normal.
—Estoy bien, tía Lin. No se preocupe.
Sonrió con suavidad, intentando tranquilizarla. La tía Lin asintió, algo aliviada. Gu Yu, entonces, abrió el sobre que le habían entregado… y se quedó congelada al ver su contenido.
—¿Esto es… una invitación para “Sinfonía Juvenil”? —murmuró, sorprendida.
Recordaba bien ese capítulo de la novela.
En la historia original, tanto Gu Yu como Su Yue participaban juntas en ese programa de variedades, uno de los más populares a nivel nacional. Era solo un episodio… pero fue suficiente para hundir por completo a la Gu Yu original.
Durante esa grabación, la “villana” intentaba por todos los medios hacerle la vida imposible a Su Yue: la exponía, la ponía en aprietos, incluso la traicionaba. Pero como buena protagonista, Su Yue siempre lograba darle la vuelta a la situación y salir airosa. De hecho, gracias a esos momentos de tensión, la audiencia la adoraba aún más.
El resultado: Su Yue salía reforzada, acumulando seguidores y simpatizantes; Gu Yu, por otro lado, quedaba como una arpía en todos los rankings, era humillada públicamente y hasta se convirtió en tendencia por todos los comentarios negativos.
Aunque cuando leyó esa parte por primera vez le pareció divertidísima, ahora que le tocaba vivirla en carne propia… ya no tenía ninguna gracia. Porque la que estaba a punto de ser pisoteada por el grupo de protagonistas… era ella.
Solo de pensar en pasar todo un día bajo la mirada acusadora de millones de personas, completamente sola y marginada, Gu Yu ya sentía un nudo en el estómago.
—El señor Gu dijo que tanto usted como la señorita Su deben presentarse dentro de una semana… —explicó la tía Lin con pesar en la voz.
Conocía a esa niña desde pequeña, sabía perfectamente lo mucho que había sufrido durante todos esos años. Su madre, postrada en el hospital, no podía protegerla; su padre, un hombre cruel e insensible, la empujaba sin piedad hacia donde él quería. Y ahora, encima, la obligaba a hacer algo que ella claramente no deseaba.
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Comentarios del capítulo "Capítulo 9"
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