Cuando Yan Xi regresó a la habitación, Anzhi ya se había bañado. Seguía usando la vieja camiseta de Yan Xi como pijama.
—¿Te pusiste el ungüento? Déjame ver —dijo Yan Xi, revisando su rodilla.
—Mm…
—¿Todavía te duele?
—Ya no…
Yan Xi le acarició la cabeza.
—La próxima vez puedes decírmelo…
Anzhi bajó la mirada. Yan Xi le pasó un brazo por los hombros, rodeando su pequeño cuerpo.
—Mhm… —respondió Anzhi, obediente.
Yan Xi cambió de tema:
—A ver, enséñame tu tarea. ¿Qué están aprendiendo en el jardín?
—Esta semana vimos los sonidos iniciales y sumas de hasta diez.
Yan Xi hojeó sus deberes.
—Todo esto es muy fácil para ti, ¿verdad? —lo decía porque nunca había visto a una niña de jardín que supiera recitar la tabla periódica. Además, sabía que el abuelo de Anzhi había sido maestro.
—Ajá —Anzhi asintió ligeramente. Puedo recitar todos los sonidos iniciales y finales, sé la tabla de multiplicar, también sumas y restas de dos cifras, ¡y además la tabla periódica! Porque… mi abuelito enseñaba química…
Al principio, Anzhi hablaba con su carita iluminada, pero al mencionar a su abuelo, su voz fue haciéndose más baja.
—Lo extraño mucho…
Por un instante, Yan Xi pensó que iba a romper en llanto, pero Anzhi solo se quedó sentada, quieta, hasta que esbozó una sonrisa amarga.
—Sé que no va a volver…
Yan Xi guardó silencio. Hasta entonces había creído que Anzhi, como mecanismo de defensa, simplemente soportaba en silencio la pérdida de su abuelo, el abandono de su madre y la frialdad de su padre.
Los niños de su edad, como sus sobrinos, lloraban a gritos ante cualquier disgusto.
Y sin embargo, las verdaderas penas eran las que ni siquiera se podían poner en palabras. Eso… era algo que uno entendía de adulto, después de mucho tiempo. No era justo que una niña de apenas seis años ya lo supiera.
Pero poder hablarlo, aunque fuera un poco, ya era un avance. Yan Xi la escuchaba con atención.
—Si ese día hubiera pedido ayuda antes… —Anzhi frunció los labios, y sus ojos se enrojecieron.
“¿También se culpa por eso…? Pobre niña…” pensó Yan Xi mientras la tomaba en brazos, dejándola acurrucarse contra su pecho. La carita de Anzhi se apoyó en su hombro y empezó a sollozar bajito, con la nariz ya roja.
Incluso para llorar parecía contenerse.
Yan Xi la abrazó con fuerza y escogió cuidadosamente sus palabras:
—El destino muchas veces no está en nuestras manos. Hay cosas que simplemente escapan de nuestro control… No fue tu culpa. Anzhi, puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Ya está… tranquila… —le acarició la espalda y, para distraerla, preguntó—: ¿Qué es esto?
—Son cuadernos para practicar caligrafía… Me los dio el bisabuelo —dijo Anzhi, mientras se frotaba los ojos y seguía sollozando.
—Ah —Yan Xi sonrió. Esos cuadernos le resultaban muy familiares: eran obra de su propio abuelo. De tamaño octavo, combinaban apuntes, ejercicios de caligrafía e ilustraciones, todo escrito e ilustrado a mano por él.
El abuelo Yan tenía una caligrafía admirable, con trazos firmes y elegantes, llenos de carácter y armonía.
Primero enseñaba a los niños a sujetar correctamente el pincel, luego a comprender la estructura de los caracteres y, finalmente, a dominar las técnicas del trazo.
Uno de los cuadernos era para calcar los caracteres; el otro, de hojas en blanco, servía para practicar. Después de imitar por un tiempo la caligrafía del anciano, ya se lograba una comprensión bastante sólida de la estructura de los caracteres, y entonces se podía pasar a otros cuadernos de práctica.
Una vez que los niños aprendían a sostener correctamente el pincel y habían practicado así durante varios años, el abuelo ya no intervenía tanto. A quienes les gustaba la caligrafía, los seguía guiando; y a quienes no, los dejaba, pero todos terminaban escribiendo con una letra muy cuidada.
—Yo también empecé a escribir así de niña, igual que mis hermanos —comentó Yan Xi, mirándola con ternura—. ¿Ves cuánto te quiere el bisabuelo? Anzhi, eres una niña encantadora.
Yan Xi la envolvió entre sus brazos, hablándole en voz baja. Su tono era cálido y suave, como una nube flotando en el cielo despejado. Anzhi alzó la vista para mirarla, y sin darse cuenta, dejó de llorar.
Yan Xi hojeó el otro cuaderno y, de pronto, soltó una risita.
—¿Eh? —exclamó con suavidad.
Anzhi siguió su mirada, y al ver la hoja de práctica con su propio nombre, se ruborizó.
—Todavía no lo escribo muy bien… —murmuró.
—No es cierto, lo hiciste muy bien —respondió Yan Xi con dulzura—. Ven, te lo mostraré de nuevo.
Sin soltarla del abrazo, se sentó con ella sobre la alfombra, tomó el lápiz y empezó a escribir. Primero, su propio nombre: “蹊”. Luego, el de la niña: “陶安之”.
El carácter “蹊” lo escribió con una caligrafía clara y precisa, ordenada y delicada. Y los caracteres “陶安之” también tenían una elegancia sencilla, con un trazo ligeramente libre, como si fluyeran como el agua. El último trazo del carácter “之” se alargaba apenas, con una soltura contenida, sobria y grácil a la vez.
—Anzhi, tienes un nombre precioso.
La pequeña se acurrucó más contra ella. Le gustaba mucho estar en ese abrazo. Sabía bien que Yan Xi no era su madre, ni alguien que estuviera obligada a hacerse cargo de ella. Era la tía de otros niños, una adulta que trabajaba mucho, que tenía su vida ocupada.
No debía ser egoísta, no podía esperar demasiado.
Y aun así, le encantaba que la abrazara así.
Un segundo… solo un segundo más.
Anzhi cerró los ojos. Sus pestañas suaves y finas se humedecieron poco a poco con una tenue película de lágrimas.
La habitación quedó en absoluto silencio.
Yan Xi tampoco dijo nada. La verdad era que nunca le habían gustado demasiado los niños. Toleraba a los mellizos revoltosos de la familia porque, al fin y al cabo, compartían sangre con ella. Nunca estuvo segura de si estaba haciendo lo correcto al dejar a Anzhi en casa. Su cuñada volcaba todo su cariño en los mellizos, y Anzhi, al ver eso, debía sentirse fuera de lugar.
Ni siquiera lo había considerado al principio. Solo pensó que, al estar con otros niños de su edad, se sentiría mejor… pero no pensó en lo doloroso que sería para ella.
Tal vez por eso pensó en su abuelo.
¿A quién más podía echar de menos, si no era a él?
Después de todo, Yan Xi era solo la tía de los mellizos. ¿Cómo iba Anzhi a atreverse a esperar que ella estuviera de su lado?
Un nudo de tristeza se le formó de pronto en el pecho.
Deslizó la mano con ternura por la espalda de la niña. Podía sentir lo mucho que necesitaba ese gesto de cercanía.
Yan Xi ya no recordaba bien cómo había sido tener esa edad. Cuando ella tenía cinco años, sus padres y su hermano murieron en un accidente. Los abuelos, de un día para otro, parecieron envejecer por completo: su cabello se volvió blanco de golpe. Recordaba haber visto a sus hermanos llorar desconsoladamente, pero ella no lo entendía del todo. Además, la protegieron tanto, la envolvieron con tanto cuidado, que su infancia transcurrió en paz. Durante mucho tiempo creyó que sus padres y su hermano simplemente estaban lejos, viviendo en otra ciudad. Fue recién en su adolescencia, cuando ya comprendía más del mundo, que tomó conciencia de que había perdido a sus seres más cercanos. Aquel dolor punzante aún la estremecía al recordarlo.
Bajó la mirada, dejando que sus pestañas ocultaran la expresión en sus ojos. Sin embargo, su mano, como si tuviera voluntad propia, continuó acariciando la espalda de la pequeña Anzhi.
—¿Ya te dormiste? —preguntó en voz baja, inclinándose sobre ella.
Las pestañas de la niña temblaron ligeramente, pero no abrió los ojos. Parecía que de verdad se había dormido.
—Entonces duerme tranquila —susurró Yan Xi.
En realidad, Anzhi no estaba dormida. Al escuchar la pregunta de Yan Xi, decidió no abrir los ojos. Quería saber qué haría ella después.
La mujer la alzó con cuidado. Sus brazos eran suaves, sus movimientos ligeros. La llevó hasta la cama y la arropó bien con la manta.
Le cosquilleaba la mejilla, había un cabello suelto que le rozaba el rostro. Anzhi trató de aguantarlo, sin moverse. Pero enseguida sintió unos dedos finos y delicados apartar el cabello de su rostro. Luego… esos mismos dedos se detuvieron un instante y, con las yemas, rozaron suavemente sus pestañas.
Yan Xi apagó la luz principal y encendió la lámpara de la mesilla. Luego giró un poco la pantalla de la lámpara hacia afuera.
Anzhi entreabrió los ojos en secreto. A la cálida luz anaranjada, el contorno esbelto de Yan Xi se dibujaba con nitidez. Alzaba los brazos para recogerse el cabello, y en ese gesto, la curva de sus codos y las suaves líneas de su silueta femenina parecían formar parte de un mundo adulto, bello y desconocido.
Como ella creía que la niña dormía, todos sus movimientos eran suaves y cuidadosos. Yan Xi tomó su pijama y entró al baño para darse una ducha.
Pasó un rato. Cuando Anzhi ya empezaba a sentirse adormecida, la cama se hundió un poco con un leve movimiento, seguido del aroma familiar de Yan Xi. Debía haberse acostado.
La mujer revisó el teléfono un momento y luego lo dejó a un lado.
Anzhi volvió a abrir los ojos con disimulo. Yan Xi estaba acostada en el otro lado de la cama, su cabeza descansando sobre la almohada, con el cabello largo esparcido en ondas suaves. La luz perfilaba su oreja pequeña y reluciente.
La mano de Anzhi, desde su propia manta, se estiró hasta alcanzar la colcha de Yan Xi. Sujetó un extremo entre sus deditos, y por fin, se sintió segura para quedarse dormida.
Pensó que descansaría profundamente hasta la mañana siguiente, pero no fue así. En medio de su somnolencia, las imágenes volvieron: trajes blancos de luto, papel funerario flotando en el aire, cayendo al suelo. Una niña diminuta, siguiendo con incertidumbre los pasos de los adultos…
Alguien le hablaba, pero alrededor todos solo lloraban. También estaba ese ataúd de madera… y su abuelo estaba dentro, alejándose cada vez más de ella.
El viento silbaba con fuerza, los árboles pasaban velozmente junto a la ventanilla. Anzhi echó un vistazo al hombre sentado a su lado… Quería hablarle, pero no sabía qué decir. Sentía que a él no le gustaba que lo llamara “papá”…
—Ya lo viste, tu madre no te quiere, solo piensa en ella misma… Yo no te voy a dejar sola… Quédate aquí por ahora —dijo él.
El coche se alejó, y ella quedó sola, de pie. A su alrededor, solo había desconocidos. No le agradaban, y tampoco ella a ellos. Se burlaban de ella.
—Esta niña no tiene nada de encantadora, ni habla ni sonríe.
—No llora aunque no le den de comer, ni aunque no vayan a buscarla. Nunca he visto a una criatura que ni siquiera sepa cómo hacerse querer…
—Sí, ¿y cuánto tiempo más va a quedarse aquí? ¿Acaso la van a reconocer como parte de la familia?
—Imposible, se apellida Tao, no Chen. Dicen que la van a mandar lejos.
—Ojalá lo hagan pronto. Tener que criar a otro niño sin que nos suban el sueldo…
En medio del sueño, Anzhi rompió a llorar. Al principio trató de aguantarse, pero no pudo evitar que el llanto creciera, cada vez más fuerte. Estaba soñando, así que no importaba. Podía llorar con libertad. No tenía que contenerse.
Entonces, una voz suave sonó junto a su oído:
—Anzhi… Anzhi… no llores…
Con sus manitas se secaba las lágrimas una y otra vez, pero no dejaban de caer. La persona que hablaba, impotente ante tanto llanto, le levantó la manta y la tomó en brazos.
—Taotao… ya está, no llores…
Anzhi sintió que la envolvía un abrazo cálido y suave, con aroma a flores de gardenia. Esa persona no dejaba de consolarla:
—Taotao, no llores más… tranquila…
Solo entonces, envuelta en una ternura infinita, Anzhi logró calmarse poco a poco y se quedó dormida, entre sollozos.
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