A la tarde siguiente, en un tranquilo día otoñal, Yan Xi se preparaba para volver a la ciudad. Yan Yinan no tenía ganas de manejar, así que decidió aprovechar y subirse al coche con ella.
Los dos iban camino al garaje cuando Anzhi apareció corriendo detrás de ellos. Como Yan Yinan venía unos pasos atrás, fue el primero en verla. Sonrió y bromeó:
—Tu hija viene a despedirte.
—¿Qué pasa? —Yan Xi se agachó y le preguntó con suavidad.
Anzhi se había despertado esa mañana sola en la cama de Yan Xi. Pensó que tal vez se había movido mientras dormía. Yan Xi no mencionó nada al respecto.
Llevaba el cabello recogido de forma sencilla, sin maquillaje, el cuello blanco y alargado expuesto, y una sonrisa apenas perceptible en los labios.
Desde el auto, Yan Yinan sacó la cabeza por la ventana:
—Eh, Anzhi, ¿viniste a despedirte de mí?
—Mm… —Anzhi dudó un poco con timidez—. Tío…
Esa mañana, Yan Yinan había estado bromeando con ella para que lo llamara “tío”, y al fin lo había conseguido.
—Ah, definitivamente eres mucho más adorable que los chicos —rió Yan Yinan.
Yan Xi le lanzó una mirada de advertencia y luego le habló a Anzhi en voz baja:
—¿Qué pasa, Anzhi?
—¿Cuándo vas a volver? —preguntó la niña.
—La verdad… no lo sé —suspiró Yan Xi. Pensó un momento y dijo—: ¿Qué tal si te doy mi número de teléfono? ¿Podrías recordarlo?
Anzhi asintió con su cabecita.
—137***** —le dictó Yan Xi, y luego le preguntó—: ¿Sin papel ni lápiz puedes memorizarlo?
Anzhi volvió a asentir. Siempre había tenido buena memoria para los números. Mientras la mayoría los memorizaba en bloques de 3-3-3-2, ella lo hacía en combinaciones de 3-4-4. Así había aprendido el número de su abuelo.
Repitió el número varias veces. Yan Xi le acarició la cabeza, la elogió y le dijo:
—Llámame si pasa algo, ¿sí? Por cualquier cosa que sea. Hay un teléfono fijo en cada piso de la casa, ¿de acuerdo? —le dijo con una mirada seria.
Anzhi volvió a asentir. Sus mejillas, de un tono miel, se habían teñido de un leve sonrojo. Sus ojos infantiles estaban llenos de nostalgia.
Yan Xi quiso suavizar el ambiente y le preguntó con una sonrisa:
—A ver… ahora ya dices abuelo, abuela, bisabuelo, bisabuela, hermano, tío… Entonces, ¿cómo deberías llamarme a mí?
Anzhi, algo apenada, se frotó las manitos y respondió con voz suave:
—¿Tía… tía?
Escuchar ese “tía” en la vocecita de una niña tan dulce la hizo sonar muy tierna. Especialmente tratándose de Anzhi, que llamaba a su cuñada “tía Xiao” y a ella directamente “tía”. Eso demostraba que en su corazón, la sentía más cercana que a los demás.
Pero, como muchas chicas de poco más de veinte años, Yan Xi aún no estaba del todo preparada para que la llamaran “tía”. Sin embargo, “hermana” tampoco encajaba con la diferencia de edad y parentesco.
Se rascó la cabeza y sonrió:
—Mejor llámame por mi nombre…
Anzhi parpadeó, la miró fijamente y, de repente, con una profunda sonrisa en sus hoyuelos, dijo:
—¿Xiao Wu?
Yan Xi se quedó un segundo en blanco, luego una sonrisa se extendió por sus ojos y, riendo, le pellizcó la mejilla:
—¡Qué falta de respeto!
Anzhi se echó a reír.
Cuando el auto arrancó, por el retrovisor aún se veía la pequeña figura de Anzhi, agitando su manita para despedirse.
Yan Yinan, cómodo en el asiento trasero, se recostó y comentó con tranquilidad:
—No pensé que te gustaran tanto los niños.
En el coche sonaba suavemente una vieja canción de Zhang Yusheng, “El pez que nada todo el día”:
“El pez que nada todo el día no se detiene,
la persona que te piensa todo el día no deja de amar…”
Yan Xi mantenía la mirada en el camino, y murmuró en voz baja:
—…Ay… no lo sé…
Pasó un rato, y entonces preguntó:
—Oye, ¿cerca de mi casa hay una escuela primaria?
Yan Yinan se encogió de hombros:
—¿Yo cómo voy a saber? Cuando papá compró esa casa, yo era chiquito. Pero creo que la compró porque quería que tú estudiaras por esa zona… aunque después ya sabes… volvimos a la casa vieja.
Yan Xi asintió. Había demasiadas cosas por hacer y justo lo que menos tenía ahora era tiempo. Tendría que ir resolviendo todo poco a poco.
Esa noche, Anzhi estaba en su habitación, ordenando sus cosas. Su pequeña mochila, su álbum de fotos —lleno de recuerdos con su abuelo—. Su billetera: al abrirla, cayeron algunas monedas y billetes pequeños. Era el dinero que usaba para el autobús.
Estaba en el último año del jardín de infantes, y sus compañeros aún no sabían reconocer bien el dinero. Por suerte, su abuelo la llevaba desde pequeña al mercado, y aunque Anzhi era callada, observaba atentamente cómo él compraba, pagaba y recibía el cambio… así, sin darse cuenta, aprendió a reconocer los billetes y monedas.
Durante ese mes que había vivido en aquella casa, su desastroso “papá” solo había aparecido una vez. Estuvo media hora, le dijo un par de cosas y luego le dio diez billetes rojos. En el jardín, Anzhi le pidió al guardia de la entrada que le cambiara el dinero por billetes más chicos.
Ahora estaba revisando lo que le quedaba, ordenándolos y contándolos… hasta que, de pronto, se detuvo. Sus manitas rozaron unos billetes verdes, marrones, plateados… incluso uno violeta.
Esos se los había dado Yan Xi.
“¿Sabes qué valor tienen estos?” le había dicho, y luego le explicó uno por uno. También le enseñó a sumar con ellos. Incluso jugaron a comprar cosas, como:
—Quiero comprar una botella de agua. Si cuesta 3 yuanes, ¿cuánto me tienen que dar de cambio si pago con 5? ¿Y con 10?
La verdad, Anzhi ya sabía responder todo eso.
—Toma, estos son para ti. Puedes comprar lo que quieras, o invitar a tus compañeros —le había dicho Yan Xi con una sonrisa.
Anzhi se rió por dentro. Yan Xi no sabía que los demás niños del jardín no llevaban dinero. Ni se imaginaba que Anzhi ya sabía cambiar billetes. Aun así, le dio un montón de monedas y billetes pequeños, con toda la intención de ayudarla.
Al principio no quería aceptarlos, pero Yan Xi le dijo riendo:
—Bueno… entonces me los devuelves cuando crezcas, ¿sí?
“Crecer…” pensó ella, “¿y eso cuándo será?”
—Mmm… cuando midas casi lo mismo que yo —le dijo Yan Xi.
Anzhi se desanimó al instante. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en alcanzar esa altura? A sus ojos, Yan Xi era altísima, más que muchos adultos.
Incluso los gemelos Yan Da Peng y Yan Xiao Peng eran más altos que ella…
Por eso no querían llamarla “hermana”. Decían que era una renacuaja.
¡Pero ellos eran dos bolas de grasa!
Anzhi infló los mofletes. Tomó el conejito de juguete que le había regalado Yan Xi, le tiró de la cuerda, y el conejo empezó a golpear el tambor: dong, dong, dong. Le brillaban los hoyuelos de lo contenta que estaba.
Pensó un momento y salió de la habitación.
En la casa vieja de los Yan, cada piso tenía una sala de estar. Al lado del sofá había un teléfono fijo. Anzhi se asomó para ver si había alguien en el living.
Al confirmar que no había nadie, corrió en puntitas hasta el sofá y se subió al apoyabrazos. Marcó el número, dígito por dígito.
Sostuvo el auricular, escuchó los tonos de espera durante un rato… hasta que reconoció la voz clara y suave de Yan Xi:
—¿Tía Xin?
Anzhi infló las mejillas.
—Soy yo…
Del otro lado hubo una pequeña pausa. La voz de Yan Xi sonó con una leve sonrisa:
—¿Anzhi?
Los hoyuelos de la niña se hundieron levemente.
—¿Qué pasa?
Anzhi marcó el número sin haber pensado bien por qué quería llamar. Así que, al quedarse en silencio unos segundos, solo atinó a buscar algo rápido que decir:
—Tú… ¿cuándo vas a volver?
—Ah… —del otro lado se oían ruidos, como si varias personas hablaran al mismo tiempo—. Taotao… esta semana me parece que no voy a poder volver a casa…
—Ah… —Anzhi enrollaba el cable del teléfono con sus deditos.
—¿Pasó algo divertido en el jardín?
Justo en ese momento, recordó algo:
—Ayer la maestra nos pidió llevar un pez al jardín para observarlo… la abuela Xin me dio un pececillo dorado… pero un compañero llevó la carpa que su mamá iba a cocinar para la cena…
—¡¿Qué?! Jajaja… —la risa de Yan Xi estalló al instante.
Anzhi pensó en cómo se veía cuando reía: la curva en sus labios, los ojos entrecerrados y brillantes, llenos de alegría.
Mucho tiempo después, cuando leyera un pasaje de Youyang Zazu que decía “Era primavera, la noche era clara y la luna brillante”, ese recuerdo —la risa de Yan Xi en ese instante— le volvería a la mente.
—¿Y cómo supiste que era una carpa? —preguntó Yan Xi entre risas, aún un poco agitada.
—¡Porque yo sé! ¡El abuelo me llevaba a pescar! Yo conozco las carpas, los peces de pasto, y también esos chiquitos que parecen anguilas… y esos grandes que también parecen anguilas…
—Pffff… —Yan Xi volvió a reírse. No le dijo que eso de “los que parecen anguilas” no era el nombre real, simplemente suspiró y dijo:
—Anzhi, eres muy lista…
Anzhi colgaba los pies y los movía de lado a lado, encantada:
—Hoy la maestra contó un cuento, pero yo ya lo conocía…
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
Del otro lado, el ruido de fondo parecía apagarse. Yan Xi debió haberse alejado unos pasos para escuchar mejor.
—Uno de una niña que se encuentra con un conejo que habla y cae en un agujero…
—Ah, ese… ¿y te contó que hay una segunda parte, donde entra en un gran espejo?
—¡¿De verdad?! ¡Eso no lo contó la maestra!
Yan Xi volvió a reír.
—Entonces yo te lo cuento la próxima vez, ¿sí?
Los ojos de Anzhi se iluminaron… pero pronto bajó la mirada con tristeza:
—Pero… dijiste que esta semana no vas a volver…
—Ay… perdón —dijo Yan Xi con voz suave—. Prometo que la semana que viene intentaré volver, ¿sí?
Anzhi apretó fuerte el auricular contra su mejilla y asintió con fuerza:
—¡Sí, sí, sí!
—¿Hay algo que quieras comer? Te lo llevo cuando vuelva…
A Anzhi le dio vergüenza contestar.
En ese momento, alguien llamó a Yan Xi por su nombre desde el fondo. Ella respondió con un “ya voy” y bajó la voz:
—¿Anzhi?
Por un instante, la niña se quedó en silencio. Desde aquella vez que tuvo una pesadilla, Yan Xi no la había vuelto a llamar por su apodo. Ahora tampoco lo hacía.
Anzhi jugueteó con el cable y murmuró:
—…Quiero comer duraznos…
—¿Duraznos? De acuerdo, la próxima semana te los llevo —prometió ella con una sonrisa—. Ya es tarde… deberías ir a dormir.
—Está bien…
—Abrígate bien, en las noches empieza a hacer frío.
—Sí…
—Voy a colgar, ¿eh?
—Mm…
Anzhi colgó el teléfono. Yan Xi tenía razón, ya estaba haciendo frío. Sus piecitos estaban helados. Corrió a su cuarto, se metió en la cama y abrazó al conejito de peluche. Dentro de su corazón, ya comenzaba a crecer la emoción por la próxima semana.
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