—No está lejos, puedo ir y volver todos los días. Pero… no queda muy de paso para tu jardín de infantes.
Anzhi habló con cierta duda:
—No me gusta el jardín…
—¿Por qué?
—Es muy fácil —dijo Anzhi.
Pff. Esa respuesta hizo que Yan Xi soltara una carcajada. La abrazó con ternura.
—Ya lo sé, para ti el jardín es demasiado sencillo…
Yan Xi pensaba que incluso podría ir directamente a segundo o tercer año de primaria.
—Pero verás, ir a la escuela no es solo para aprender conocimientos. También es para aprender a convivir con los demás, a hacer amigos.
Anzhi puso una expresión de duda. Sus compañeros eran niños que lloraban por todo, que necesitaban contar con los dedos para resolver 1+1. No sabían escribir los puntos cardinales. Apenas unos pocos podían escribir del uno al diez. Ya llevaban dos semanas y aún había varios que no se aprendían todos los sonidos iniciales y finales del pinyin.
Lo que las maestras enseñaban ella ya lo sabía. Además, elegían solo los textos más fáciles, y si algún niño se ponía a llorar durante la clase, se detenían a consolarlo. Así, se pasaba toda la hora. Ella solo podía leer por su cuenta y anotar las palabras que no entendía para luego buscarlas en el diccionario de la biblioteca del bisabuelo, porque en el jardín ni siquiera había uno.
¿Así era la vida en grupo? Qué aburrido.
—¿Y no hiciste ningún amigo? —preguntó Yan Xi.
Anzhi frunció los labios.
—No… Son muy infantiles.
Infantiles. Mis compañeros son muy infantiles. Frase bien construida. Otro término que ya entendía.
Yan Xi se rio de nuevo. Le pareció tan adorable.
—Entiendo… Entonces, ¿qué tal si después del Año Nuevo empiezas primaria? Pero eso no se puede apresurar, tu registro no lo tenemos aquí, así que hay que hacer algunos trámites. Déjamelo a mí.
Los ojos de Anzhi se iluminaron otra vez.
—Y además, en realidad eres muy pequeña todavía —Yan Xi frunció el ceño al hacer cuentas—. Anzhi, en realidad solo tienes cinco años, ¿verdad? Si naciste en el año del conejo…
—¿Eh? —Anzhi quedó completamente en shock.
—Puede que allá donde vivías usaran la edad tradicional… Pero aquí usamos la edad real. Y normalmente, uno entra a primaria con seis años cumplidos. Según tu sistema, sería a los siete.
Anzhi seguía impactada. ¿Cómo que de repente tenía un año menos? ¿Y ahora tenía que estar en el jardín dos años más?
—Y además… tienes que comer más, para crecer rápido…
¡Otra vez con lo de la estatura!
Anzhi infló las mejillas, disgustada.
Yan Xi le revolvió el pelo.
—Bueno, ya es tarde. Anzhi, ve a dormir.
Anzhi la siguió de cerca, hasta que de pronto se detuvo y le tiró del borde de la ropa.
—¿Qué pasa? —Yan Xi bajó la mirada.
Las mejillas redondas de Anzhi estaban sonrojadas. Sus labios se movieron, como si quisiera decir algo.
—¿Eh? Vamos, dímelo —Yan Xi la animó con la mirada.
—…¿Por qué ya no me llamas Taotao…?
La niña alzó su carita redonda, los ojos grandes y brillosos, y tiraba de su ropa como un animalito pidiendo cariño.
En sus mejillas aún quedaban rastros de haber llorado. Y aunque hacía poco se había reído, los niños eran así: mostraban sus emociones con una facilidad asombrosa. Lloraban y reían con la misma facilidad. Incluso alguien tan callada como Anzhi, se abría así con ella.
Yan Xi no solía sentirse enternecida por los niños, pero verla así le ablandó el corazón por completo.
Aquella noche, Anzhi no paraba de llorar. Las lágrimas le corrían por los ojos cerrados, lloraba con hipo, sin poder respirar bien. Yan Xi no sabía qué hacer más que abrazarla. Recordaba que le había dicho que su abuelo la llamaba Taotao, por eso ella también la llamó así. La pequeña se acurrucaba contra su pecho, llorando como una gatita, hasta que finalmente se quedó dormida agarrada a su ropa.
El mismo gesto cuidadoso, temeroso, se repetía ahora.
Yan Xi sintió que, para una niña como Anzhi, ese pequeño gesto ya era un paso enorme.
Se agachó frente a ella y le preguntó con una sonrisa:
—¿Te gusta que te llame “Taotao”?
Vio cómo las mejillas redonditas de la niña se teñían de rosa apenas le hizo la pregunta, y sus hoyuelos se marcaban con timidez. Era evidente que le gustaba, aunque le diera vergüenza decirlo.
—Está bien, entonces de ahora en adelante te llamaré Taotao —dijo Yan Xi con una suave sonrisa.
El rostro de Anzhi se iluminó por completo, sonriendo como una flor que se abre bajo el sol.
Yan Xi tomó su manito y la balanceó con cariño.
—Es muy tarde, vámonos, tenemos que irnos a mimir —dijo, y en cuanto terminó de hablar, sintió un pequeño escalofrío de vergüenza.
Anzhi miraba su mano, la que estaba siendo sujetada y mecida suavemente. Era una sensación feliz, reconfortante.
Yan Xi la miró de reojo.
—Pero tú no puedes llamarme “Xiao Wu”.
Anzhi parpadeó y se rio bajito, como si acabara de guardar un pequeño secreto.
Tal vez gracias a las palabras de Yan Xi, Anzhi empezó a dejar de lado el miedo y la inseguridad. Poco a poco se animó a jugar con los gemelos y ya no se escondía sola en el tercer piso. Los gemelos también comenzaron a acostumbrarse a ella, la llevaban a ver Doraemon y jugaban a las escondidas.
Aunque Yan Xi no le había dicho con claridad cuándo se mudarían, Anzhi confiaba plenamente en ella. Y así, los días comenzaron a pasar rápidamente, envueltos en esa dulce expectativa.
En Beicheng ya había empezado oficialmente el invierno. En el lugar donde había nacido Anzhi, nunca había nevado. Nunca había visto la nieve con sus propios ojos. Los adultos decían que en Beicheng, en invierno, solía nevar. La abuela Xin le contó que a veces uno se iba a dormir y al despertar, el mundo entero estaba cubierto de blanco: el suelo tapizado con una capa mullida y espesa de nieve.
Nieve. Anzhi buscó la palabra en el diccionario: al igual que la lluvia, también era un fenómeno natural. Y eso despertó aún más su curiosidad. En secreto, empezó a esperar con ansias la primera nevada de Beicheng, que sería también la primera de su vida.
Esa tarde, justo un fin de semana, después de comer, los niños jugaban en la sala del primer piso. Afuera, el viento soplaba frío, el cielo se había oscurecido un poco, y de repente… pequeñas motas, como granitos de sal, comenzaron a caer del cielo. Eran copos de nieve, revoloteando en el aire antes de descender suavemente.
Yan Xiao Pang, con su vista aguda, fue el primero en darse cuenta. Señaló al cielo con entusiasmo y gritó:
—¡Ah! ¡Está nevando!
Enseguida, Yan Da Pang también exclamó feliz:
—¡Está nevando! ¡Tiene que nevar más fuerte para que podamos hacer un muñeco de nieve!
Anzhi se pegó curiosa contra la puerta de vidrio, mirando hacia arriba sin parpadear. La nevada se intensificaba rápidamente: las pequeñas motas se transformaban en copos grandes como plumitas que danzaban en el aire antes de caer suavemente al suelo.
Su boquita se abrió en una expresión de asombro, completamente fascinada.
Alguien se acercó y le acarició suavemente el cabello. La mejilla blanca y suave de Anzhi rozó la palma de esa mano. Yan Xi le sonrió:
—No mires por tanto tiempo, sino te van a doler los ojos.
Los gemelos la jalaban con insistencia, pidiéndole salir. Anzhi también la miraba con ansias, esperando su permiso.
Yan Xi negó con la cabeza.
—No, hace demasiado frío, podrían resfriarse.
Al ver sus caritas decepcionadas, les propuso:
—Mañana en la mañana, si ya paró la nieve, salimos a hacer un muñeco, ¿les parece?
Los gemelos gritaron de alegría y comenzaron a saltar, y Anzhi también sonrió, con sus hoyuelos marcándose mientras sus ojos se curvaban de felicidad. Miró de nuevo la nieve, con sus manitas apoyadas en el vidrio, deseando poder tocarla.
Como los gemelos ya habían visto nevar antes, se conformaron con la promesa y se pusieron a jugar otra cosa, pero Anzhi, cada cierto tiempo, volvía en silencio a la puerta para seguir mirando. Incluso al anochecer, ya en su habitación en el tercer piso, seguía atenta a la ventana, embelesada con la nevada.
Yan Xi estaba preparando la cama. Aunque toda la casa tenía calefacción, no quería que las sábanas estuvieran frías, así que puso una manta gruesa como base y cambió por un edredón bien abrigado.
Al darse vuelta, vio a Anzhi así, absorta. Sonrió. Se acercó por detrás y miró a través del cristal. Bajo la cálida luz naranja de la lámpara exterior, la nieve caía como plumas blancas, silenciosa y serena, como si el tiempo se hubiera detenido.
Después de observar un rato, Yan Xi dijo:
—Bueno, es hora de dormir.
Anzhi llevaba un pijama abrigado y calcetines de lana que le había comprado Yan Xi. Movió sus cortas piernitas, se bajó de la ventana y preguntó:
—¿Mañana va a parar la nieve?
Yan Xi se rio en silencio. Estaba claro que solo pensaba en salir a jugar.
—Debería parar.
Anzhi subió a la cama, se sentó con las piernas cruzadas y se rascó un piecito.
—¿De verdad?
Yan Xi se acercó para ajustarle los calcetines, que tenían conejitos dibujados en los dedos. A Anzhi le encantaban.
—Sí. Pero por ahora, a dormir.
La cama nueva estaba seca y cálida, acolchada y suave como una nube.
—Duerme del lado de adentro —dijo Yan Xi, metiéndose también bajo las cobijas.
Nunca le gustó dormir con alguien más, y aún no le gustaba. Pero Anzhi, aunque no lo mostraba durante el día, a veces tenía pesadillas, lloraba dormida, en silencio, sin darse cuenta.
Yan Xi no podía quedarse en casa todos los días. Solo de pensar que la niña dormía sola esas noches y que podía pasarle eso, el corazón se le apretaba. Aunque le había pedido a la tía Xin que la revisara de noche, no era suficiente.
Por suerte, Anzhi no se movía mucho al dormir, así que compartir cama no era un problema. En las últimas semanas, sus pesadillas ya eran mucho más escasas.
Después de dejar encendida una lamparita de noche, Yan Xi cerró los ojos.
Pero la niña a su lado se movió un poco.
Yan Xi giró la cabeza y la vio con sus ojitos negros, brillantes.
—¿Por qué la nieve no hace ruido? Pero la lluvia sí… —preguntó Anzhi.
Yan Xi se quedó un momento en silencio. ¿Cómo explicar eso?
—Mira, la lluvia es un líquido, o sea, fluye. Así que cuando cae en el vidrio, el suelo o las hojas, hace vibrar todo y por eso se oye. Si es un aguacero, suena más fuerte.
En realidad, no tenía idea si estaba diciendo algo correcto. Probablemente era un fenómeno físico, pero su segundo hermano no estaba ahí para explicarlo. Ella era de humanidades, ¡esto la superaba!
Pero Anzhi la miraba con tanta atención, con tanta admiración, que Yan Xi solo pudo seguir adelante.
—La nieve, en cambio, no fluye. Es sólida, así que… no hace ruido.
—Pero cuando la pisas sí suena, ¿no? Puedes probarlo mañana —añadió, como si eso reforzara su argumento.
Yan Xi se sentía un poco estúpida con su explicación improvisada. Con suerte, Anzhi no le preguntaría mañana cosas como: ¿Por qué entonces usamos palabras como “susurro”, “tic-tac”, “chapoteo” o “crujido”? ¿Y por qué describimos la nieve con esas palabras también? ¿Y por qué…?
Dios… tal vez sí preguntaría algo así.
Yan Xi se dio cuenta de que criar a una niña era más difícil de lo que imaginaba. Mucho más.
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