El quinto día del Año Nuevo, Liu Yiyi fue a visitarles.
Llevaba el cabello teñido de un rojo cálido, cortado de forma asimétrica —más largo al frente y corto detrás—, y con esos ojos de párpado único, ligeramente entrecerrados, tenía el aire de una gata persa coqueta y perezosa.
Entró en casa con sus tacones resonando contra el suelo, dejó una montaña de regalos junto a la puerta, y se quedó mirando fijamente a Anzhi durante largo rato.
—¿Así que esta es tu hija? —preguntó, y sin esperar respuesta la tomó entre brazos, pellizcándole las mejillas y los brazos—. ¡Qué linda, parece una muñeca! Uy, no, es de verdad…
Yan Xi rodó los ojos.
—Debería llamarte “tía”.
—¡Nada de eso! —protestó Liu Yiyi con dramatismo—. Si me llama tía me siento vieja. ¡Que me diga “hermana”!
Anzhi, completamente confundida, apenas entendía qué estaba pasando. Su carita se frunció mientras la mujer seguía sobándola, sin saber cómo reaccionar. Terminó mirando a Yan Xi con expresión de súplica.
—Ya, suéltala —dijo Yan Xi, tirando suavemente de la niña hacia ella—. No seas bruta.
—¡Ay, estamos en Año Nuevo! Solo vine a saludarte —dijo Liu Yiyi riendo.
—Ya estamos a día cinco, y además, sé perfectamente a qué vienes.
Liu Yiyi arqueó una ceja y sonrió con picardía, echando un vistazo rápido alrededor.
—¿Y tu segundo hermano?
—Volvió a la universidad.
—¿Qué? ¡Imposible! —replicó ella, perdiendo color—. No se suponía que regresara hasta después del Festival de los Faroles. Esta mañana te mandé un mensaje y me dijiste que seguía aquí.
—Estaba —explicó Yan Xi, con una sonrisa que mezclaba compasión y diversión—. Pero después del almuerzo se fue. Seguramente ya está de vuelta en el campus.
Liu Yiyi la miró con desesperación.
Era su amiga de toda la vida, dos años mayor que ella, y llevaba media vida enamorada sin éxito del segundo hermano de Yan Xi, Yan Yixi.
Yan Xi nunca entendió qué veía en él: su hermano era reservado hasta lo extremo, indiferente a todo lo que no fuera su campo de estudio, sin pasiones, sin hobbies. Apenas hablaba unas cuantas palabras al día, a menos que la conversación girara en torno a la investigación.
Su aspecto, eso sí, era pulcro y elegante; delgado, de rasgos finos, siempre vestido de blanco, con una calma que lo hacía parecer distante y puro como el agua.
Liu Yiyi, en su adolescencia, se había enamorado perdidamente de esa “flor de la cima de la montaña”. Pero ni sus coqueteos abiertos ni su amor silencioso lograron conmoverlo.
Desilusionada, se marchó a estudiar al extranjero. Tuvo algunas relaciones y, ya trabajando, creyó haberse curado de aquel viejo enamoramiento.
Pero al volver al país y reencontrarse con Yan Yixi en casa de los Yan… cayó otra vez. Como si los años no hubieran pasado, volvió a ser la chica que suspiraba por él. Incluso renunció a su trabajo en el extranjero para quedarse definitivamente en China.
El problema era que Yan Yixi seguía siendo el mismo tronco inexpresivo de siempre.
Liu Yiyi había llegado al punto de pedirle ayuda a Yan Xi y a su otro hermano, Yan Yinan, para averiguar qué tipo de mujer le gustaba. Los dos le dijeron lo mismo: nunca lo habían visto salir con nadie.
Liu Yiyi llegó a sospechar que quizá no le gustaban las mujeres… aunque tampoco lo habían visto con hombres.
—A lo mejor —había dicho Yan Xi en tono seco—, mi segundo hermano simplemente no está interesado en los seres humanos.
Liu Yiyi suspiró con dramatismo.
—Si algún día se enamora de mí, ¿crees que me recitará ese verso de Haizi? “Esta noche no me importa la humanidad; solo pienso en ti”.
Yan Xi se quedó callada un instante.
—…En fin —dijo al final—, mi hermano no está. Si de verdad quieres verlo, tendrás que ir a buscarlo a la universidad.
—No, no, hoy vine a verte a ti —contestó Liu Yiyi, riendo—. Ya casi vuelves al trabajo, ¿no?
—Me voy el octavo día.
—Escuché que te vas a mudar.
—Así es.
Liu Yiyi miró de reojo a Anzhi, pensativa.
Yan Xi preguntó:
—Voy a ir al centro a comprar algunas cosas, ¿vienes conmigo o vas a pasar por la universidad?
—Voy contigo —respondió ella enseguida—. Hace tiempo que no hablamos bien.
—Perfecto —dijo Yan Xi—. Voy a comprarle útiles escolares a Anzhi. Este año empieza la primaria.
—Nosotras dos podemos ir solas, ¿para qué llevar a una niña? —preguntó Liu Yiyi, con el ceño fruncido y una expresión de incomprensión que no borraba la vivacidad de su rostro.
Liu Yiyi siempre había tenido buena relación con la familia Yan. Aunque nunca consiguió conquistar a Yan Yixi, se llevaba de maravilla con los demás, sobre todo con los más cercanos en edad: Yan Yinan y Yan Xi.
Como muchas jóvenes de poco más de veinte años, pensaba que los niños eran adorables solo de lejos: se les hace una mueca, se les sonríe un poco, y listo. No entendía por qué Yan Xi había decidido asumir algo tan complicado. Además, Yan Xi nunca había sido precisamente una amante de los niños.
Pero Liu Yiyi era observadora. Imaginó que, tal vez, después de la ruptura con Gao Jiming, Yan Xi había decidido criar a una niña para distraerse y llenar el vacío emocional. Aunque, pensándolo bien, no tenía sentido. Cuando alguien sufre un desamor, lo normal sería empezar una nueva relación, ¿no?
Y, francamente, Yan Xi tenía todas las condiciones para hacerlo: provenía de una familia influyente, era atractiva, talentosa y con una sólida posición económica. En la universidad, los pretendientes nunca le faltaron.
Liu Yiyi no entendía nada, pero tampoco estaba en su mejor momento: su propio enredo sentimental con Yan Yixi la tenía frustrada, y solo quería desahogarse. Pensó que con una niña a cuestas sería difícil hablar con tranquilidad, pero Yan Xi insistió. Así que no tuvo más remedio que aceptar.
Después de comprar los útiles escolares, todavía era temprano, y decidieron ir a la feria del templo.
Era plena época del Año Nuevo, y el lugar estaba abarrotado de gente, lleno de risas y bullicio.
Anzhi nunca había estado en una feria así, y todo le parecía fascinante. Yan Xi no soltaba su mano, hablándole mientras caminaban entre los puestos.
Al pasar junto a un grupo que hacía girar los trompos de aire, Yan Xi levantó a Anzhi para que pudiera mirar mejor. Luego le compró una cometa con forma de mariposa, un tamborcito de madera y un molinillo dorado con figuritas de lingotes de oro.
Liu Yiyi, resignada, iba detrás cargando con todas las compras, convertida en la asistente improvisada del grupo.
En un puesto de figuras de azúcar, un anciano artesano trabajaba rodeado de niños fascinados. Tomaba un trozo de caramelo, lo amasaba en una bolita, y con sus manos arrugadas y hábiles lo moldeaba. Al alcanzar la textura perfecta, soplaba con cuidado por un tubo delgado, inflando una burbuja de caramelo. Luego la moldeaba hasta convertirla en un cerdito gordito. Con un toque final, enrollaba el extremo del azúcar sobrante y formaba una pequeña colita enroscada.
Los niños a su alrededor estallaban en exclamaciones de asombro.
—¡Quiero uno! —gritaban—. ¡Yo quiero un tigre! ¡Yo un Rey Mono! ¡Yo una gallina! ¡Yo un Ultraman!
Anzhi miraba embelesada, sin querer moverse.
Yan Xi lo notó y sonrió.
—¿Qué te parece si le pedimos al abuelo que te haga un conejito?
Liu Yiyi, con los pies destrozados por los tacones de diez centímetros, el abrigo abierto y el sudor mezclado con el frío, soltó una queja:
—¡Y yo quiero uno también!
La noche cayó poco a poco, el aire se volvió más frío, y las luces de los faroles empezaron a encenderse. El aroma de la comida callejera flotaba en el aire, y Liu Yiyi, por fin, recuperó el ánimo al empezar a comer.
Fueron probando de todo: pasteles fritos, “burros rodando”, bolitas de arroz dulce, dulces de jengibre…
Cansada del sabor empalagoso, Liu Yiyi compró jianbing guozi (crepe chino) para equilibrar.
Era tan grande que Anzhi no pudo terminárselo. Yan Xi partió la mitad y le dio una porción más pequeña. La niña mordió, se quemó un poco, sopló sobre el borde y volvió a morder con gusto. Dentro había verduras verdes, trozos de jamón rojo, una capa crujiente dorada y el aroma del huevo recién hecho.
Comía tan feliz que los ojos se le curvaban, con la boca manchada de salsa.
Yan Xi se agachó para limpiarle la cara con una servilleta, con una expresión suave y llena de ternura.
Liu Yiyi, observando desde un lado, rodó los ojos. “¿Segura que esta niña no es su hija biológica?”, pensó.
Después de horas caminando, Anzhi ya no podía más. Yan Xi la cargó a la espalda.
Aunque estaba llena, en cuanto vio un puesto de tanghulu (brochetas de frutas caramelizadas), susurró al oído de Yan Xi:
—Quiero eso…
—¿Aún te cabe algo más, pequeña glotona? —rió Liu Yiyi.
Anzhi, que no había cruzado palabra con ella en todo el día, se encogió tímidamente, creyendo que la estaban regañando.
Yan Xi miró alrededor a los niños que también llevaban brochetas y sonrió.
—Está bien, compraremos una para nuestra Taotao.
“Nuestra Taotao”… Anzhi se quedó quieta. Hacía mucho tiempo que nadie la llamaba así.
Los brillantes frutos rojos, cubiertos con una fina capa de caramelo dorado, parecían pequeños faroles en miniatura. Anzhi sostenía la brocheta con cuidado, y luego la acercó a los labios de Yan Xi.
—¿Para mí? —preguntó ella, sorprendida.
Anzhi asintió, el hoyuelo de su mejilla asomando apenas.
—La primera es para ti.
Yan Xi mordió una con una sonrisa.
—Está deliciosa. Las demás son para ti.
Anzhi, recostada en su hombro, trataba de no golpearla con los pies mientras masticaba el dulce y observaba las luces del festival. Escuchaba de fondo la conversación de las dos mujeres.
—¿Crees que tu segundo hermano volverá esta noche? —preguntó Liu Yiyi.
—¿Y si vuelve, piensas quedarte a dormir en mi casa?
—Claro. Así lo veo esta noche y también mañana por la mañana.
—No tienes remedio… —suspiró Yan Xi.
En el auto de regreso, Anzhi se sentó junto a Yan Xi, somnolienta. Liu Yiyi conducía mientras las luces de la ciudad pasaban intermitentes por la ventanilla.
—Supongo que estoy destinada a colgarme de ese árbol llamado Yan Yixi —murmuró Liu Yiyi, resignada.
—No tienes por qué hacerlo —replicó Yan Xi con calma.
—No puedo evitarlo. Eso es el amor, ¿entiendes? Por eso no entiendo cómo pudiste dejar a Gao Jiming. Creo que nunca lo amaste de verdad.
Anzhi no entendía lo que decían. Estaba demasiado cansada, y tampoco sabía qué era “el amor”. Solo sentía la mano de Yan Xi acariciándole la cabeza, suave y protectora. Y así, con el corazón tranquilo, se quedó dormida.
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ShadowTP
Tu tranquila mi niña no pienses en eso todavía :v como me duele recordar todo lo que se viene… 🥀
ShadowTP
A esa edad recién contaba xddd