A la joven profesora de matemáticas le había costado bastante animar el ambiente de la clase.
Pasó de hablar del número diez al veinte, y de las sumas a las restas.
—Sabemos que 10 + 1 = 11 y que 10 + 7 = 17. Entonces, si le damos la vuelta, 11 – 1 = 10, 17 – 7 = 10.
¿Y si hacemos 17 – 3? Muy bien, veo que muchos ya están contando, pero no se apuren, miren primero el pizarrón…
En la pizarra tenía preparada una tabla ordenada:
la primera fila decía “11 – 9 = , 11 – 8 = , 11 – 7 = …”, hasta “11 – 2 =”;
la segunda iba de “12 – 9 =” a “12 – 3 =”;
la tercera de “13 – 9 =” a “13 – 4 =”, y así sucesivamente hasta “18 – 9 =”.
Pidió a los niños que resolvieran los ejercicios. La mayoría alzaba sus cabecitas, contando con los dedos. Solo la niña del primer asiento fruncía el ceño, con una expresión de aburrimiento y descontento.
La profesora miró de reojo la lista de asistencia: la pequeña era la alumna nueva.
Entonces, con una sonrisa, la llamó:
—A ver, ¿por qué no invitamos a la nueva compañera, Tao Anzhi, a resolver algunos ejemplos en el pizarrón?
Anzhi se puso de pie y dijo con voz clara:
—Maestra, en realidad aquí hay una regla: “Restar nueve, sumar uno; restar ocho, sumar dos; restar siete, sumar tres; restar seis, sumar cuatro; restar cinco, sumar cinco”. Por ejemplo, “restar nueve, sumar uno” significa que si restas nueve a un número, solo hay que sumarle uno a la cifra de las unidades. Así, en el primer ejemplo, 11 – 9: 1 + 1 = 2. Entonces la primera fila es 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. La segunda fila es 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9… La tercera fila es 4, 5, 6, 7, 8, 9… y la cuarta…
El aula entera se quedó en silencio. Solo la vocecita de Anzhi resonaba, suave y firme, cada número cayendo como pequeñas cuentas de cristal.
Los niños la miraban con los ojos muy abiertos. La profesora, también.
Por dentro, la maestra lloraba: “Ahí se fue mi plan de clase… Pensaba que los niños descubrieran el patrón por sí mismos, y luego inventaríamos juntos la regla. Ahora… ¿por dónde empiezo?”.
Era como si alguien hubiera revelado el final de un acertijo cuidadosamente preparado antes de tiempo.
La profesora observó a la niña con más atención. Anzhi estaba allí, erguida, con su carita redonda y seria, los ojos como dos uvas negras brillando bajo la luz. Parecía preguntar con la mirada: “¿Dije algo mal, maestra? ¿Por qué no me felicita?”.
La maestra carraspeó y, algo incómoda, dijo:
—Muy bien, Tao Anzhi, todo correcto. Puedes sentarte.
Anzhi asintió y se sentó con toda tranquilidad, como si aquello fuera lo más natural del mundo.
Aceptó la mirada admirada de toda la clase con calma y dejó las manos sobre el pupitre.
La joven profesora, que recién empezaba su carrera y dependía de las reacciones de sus alumnos, se sintió un poco derrotada.
Su compañero de banco, el niño del sacapuntas con forma de coche, la miró con devoción.
—Eres increíble… —susurró.
Anzhi, en su mente, pensó: “Pero si es fácil… ¿para qué hace falta una regla? Basta con mirar y ya se sabe”.
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En la clase de lengua, la maestra de curso dijo:
—Antes de empezar la lección de hoy, vamos a adivinar un acertijo. “Tres personas se ven el mismo día”. ¿Qué carácter chino es?
Un estudiante respondió:
—El caracter 春 (“chūn”, primavera).
—Muy bien, exactamente. Es el caracter “primavera”. Ahora, ¿quién puede decirme palabras o frases que les hagan pensar en la primavera?
—“Primavera cálida y flores que se abren” —dijo uno.
—“En primavera se duerme sin sentir el amanecer” —citó otro.
Entonces Anzhi levantó la mano:
—En primavera, los peces y los camarones del estanque suben desde el fondo del agua y asoman la cabeza para invitarte a jugar con ellos. Las ramas de los sauces se despiertan y también vienen a curiosear, y de pronto empieza a llover suavemente. La lluvia es como un niño pequeño, que chapotea con sus pies en el estanque, ¡plash, plash, plash!
La maestra y toda la clase se quedaron en silencio, mirándola.
Anzhi bajó un poco la cabeza.
—¿Dije demasiado? —preguntó en voz baja.
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En la clase de inglés, le tocó practicar un diálogo.
Anzhi se levantó y dijo:
—I can see a frog. It’s cute, it’s green. What can you see, Joe?
Su pronunciación, aunque infantil, era sorprendentemente precisa y con un acento británico.
El niño que hacía de “Joe” se quedó paralizado.
—I… I can… I can see… Ah…
—A bird —susurró Anzhi para ayudarlo.
—A bird —repitió él, con las mejillas encendidas.
—What colour is it? —preguntó Anzhi.
—Ah… ah…
—Yellow —volvió a soplarle en voz baja.
Así, entre tropiezos y susurros, lograron terminar el diálogo.
La profesora de inglés se apoyó en el escritorio, ajustó las gafas y dijo, pensativa:
—Interesting…
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A las cuatro y media de la tarde, Yan Xi ya estaba en la puerta de la escuela.
La zona estaba llena de padres y abuelos esperando a los niños. Jamás habría imaginado ser una de esas personas, y sin embargo ahí estaba, inquieta, preguntándose si Anzhi se habría adaptado bien.
Había llamado al mediodía, pero no había querido interrumpir su descanso.
En la Escuela Primaria Afiliada, las normas eran estrictas: los alumnos de tercer grado hacia abajo solo podían salir después de formar fila, mientras el maestro comprobaba la lista.
Los de primero eran fáciles de distinguir, el grupo más pequeño entre todos. Yan Xi buscó el cartel de “Primer Grado, Clase Tres” y enseguida la vio: Anzhi, la más diminuta de todos, de pie en la primera fila.
La niña levantó la vista, la reconoció entre la multitud y sus ojos se iluminaron.
—¿Tao Anzhi, ella te viene a buscar a ti? ¡Qué bonita! —preguntó una compañerita detrás de ella.
—¡Sí! —respondió Anzhi con orgullo, mostrando su pequeño hoyuelo.
La maestra pasó lista y estaba por decir “Tengan cuidado al salir…” cuando la frase se perdió en medio del bullicio: los niños, como una bandada de palomas recién liberadas, salieron corriendo hacia la puerta.
Anzhi corrió también, sus pasitos sonaban “dong, dong, dong” sobre el suelo. Su carita redonda estaba sonrosada, y el pañuelo rojo que había recibido ese día flameaba sobre su pecho. Lucía encantadora.
—¡Tía! —gritó al verla.
Yan Xi, por primera vez, no sintió incomodidad con ese título; incluso le pareció tierno.
Se agachó y le apoyó una mano en el hombro.
—¿Tienes hambre?
—No —dijo Anzhi, negando con la cabeza—. ¿Ya saliste del trabajo?
—Solo vine a buscarte. Quería estar aquí el primer día de clases, pero luego tengo que volver a la oficina —contestó Yan Xi, tomándola de la mano mientras caminaban. —¿Cómo te fue hoy? ¿Conociste nuevos compañeros?
—¡Sí! —respondió animada.
Había impresionado a todos sus profesores —de matemáticas, lengua e inglés— y dejado atónitos a sus compañeros, pero ahora, junto a Yan Xi, se mostraba tímida.
Tiró suavemente del abrigo de ella con sus pequeñas manos y dijo con los ojos brillando como luciérnagas:
—Las preguntas que me hicieron los maestros… ¡todas las supe! ¡Y las respondí bien!
Yan Xi la miró y, sin poder contener la sonrisa, le revolvió el cabello.
—¡Qué maravilla, Taotao! Sabía que lo harías muy bien.
Anzhi bajó la mirada, sonriendo de vergüenza, y caminó unos pasos más antes de darse cuenta:
—¿Eh? ¿Dónde está el coche?
—En casa —respondió Yan Xi divertida—. Vamos caminando, así aprendes el camino.
Anzhi asintió obediente.
—Está bien.
Caminaron hasta un semáforo. Yan Xi le explicó:
—Mira, aquí tenemos que cruzar hacia la izquierda. Si seguimos derecho, llegamos al centro comercial, ¿entiendes?
La niña alzó la cabeza para mirarla y sonrió con picardía, mostrando el hoyuelo.
—Ah, ¿ya lo sabes todo, eh? —rió Yan Xi.
Pensó que, claro, la pequeña había sido capaz de ir sola del campo hasta la ciudad, incluso había intentado escaparse de casa.
—No, solo me acuerdo de un poquito… —dijo Anzhi, moviendo los pies mientras caminaban.
Llevaba zapatitos blancos nuevos, avanzando despacio, y Yan Xi bajó el paso para acompañarla.
—¿Y te cae bien la abuela Liu? —preguntó.
La abuela Liu, de unos cincuenta años, era la madre del chofer de su hermano mayor. Una mujer amable, sonriente, que había trabajado como obrera y luego se certificó como niñera profesional.
Cocinaba muy bien y, con el sueldo que le daba la familia Yan, esperaba poder ayudar a su hijo a pagar el anticipo de su casa. Yan Xi la conocía y le caía bien, pero lo más importante era que a Anzhi también le agradara.
—Sí. Cocina muy rico. Pero… me llama “bebé”. —Anzhi bajó la voz, un poco avergonzada.
Yan Xi rió.
—Bueno, es que Taotao es una bebé.
—Es muy cursi… —murmuró Anzhi, cubriéndose la cara con las manos.
El aire de marzo era templado y claro; a esa hora, las cuatro y pico de la tarde, el sol seguía alto.
Era la hora en que las calles se llenaban de niños con mochilas y padres que regresaban a casa.
Pasaron frente a una florería, una tienda de mascotas y una tienda abierta las veinticuatro horas.
El camino era recto, fácil de memorizar. Anzhi avanzaba ligera, mirando de vez en cuando a Yan Xi y fijándose en los edificios para aprender la ruta.
Los árboles altos a los costados extendían sus ramas como brazos abiertos bajo el cielo azul y transparente.
Anzhi dirigió la mirada hacia Yan Xi.
Su rostro blanco y sereno, el cabello recogido en una coleta alta, la gabardina color crema ondeando con el paso, los pantalones negros de cintura alta, la camisa blanca pulcramente fajada.
Llevaba maquillaje ligero, y los pendientes de perla colgantes brillaban suavemente con cada movimiento.
Después observó sus zapatos: tacones grises de gamuza con un leve reflejo violeta.
—¿Qué pasa? ¿Cansada? ¿Quieres que te cargue? —preguntó Yan Xi al notar su mirada.
Anzhi se sintió tentada, pero, mirando su mochila y la gabardina de ella, negó con la cabeza.
—Puedo caminar.
—Está bien. Ya casi llegamos. La abuela Liu debe haber preparado la cena —dijo Yan Xi sonriendo.
—Mm.
Cuando llegaron a la entrada del complejo residencial, Yan Xi se detuvo a hablar con el guardia.
Le pidió a Anzhi que se presentara.
—Dile hola, así te reconoce.
Anzhi lo hizo educadamente.
—Tienes que recordar esto, ¿de acuerdo? En el camino de vuelta pasamos por esas tres tiendas.
—Sí. ¿Pero por qué tengo que hablar con el señor guardia? —preguntó curiosa.
—Por si algún día pasa algo y entras o sales sola, él sabrá quién eres. Pero escucha… si alguna vez te habla demasiado o hace algo raro, no le contestes, ¿sí?
Anzhi no entendió del todo, pero asintió.
Yan Xi suspiró, acariciándole el cabello.
—Aunque lo mejor sería que no tuvieras que entrar o salir sola… —hizo una pausa y añadió con voz suave—. No voy a dejarte sola, ¿de acuerdo?
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