“Los niños necesitan cuidado, besos, abrazos, atención y aliento. Necesitan amor y seguridad que puedan sentir. Si se les priva de eso, inevitablemente se les forman vacíos en el corazón”.
Esa era una frase de un ensayo de Annie Baby. Desde que Anzhi vivía con Yan Xi, ella pensaba a menudo en esas palabras. Muchas veces sentía que no lo estaba haciendo lo bastante bien, que había cosas que no sabía cómo explicar, por miedo a decir demasiado y asustar a la niña. Pero callar tampoco era una opción.
Cuidar de un niño seguía siendo para Yan Xi una tarea que le generaba una enorme presión, y quizás siempre lo sería. Por suerte, Anzhi era dócil y tranquila. Cada vez que esas grandes pupilas redondas y brillantes la miraban, Yan Xi sentía que la ansiedad en su pecho se calmaba un poco.
Al llegar a casa, la abuela Liu les sonrió. Era una mujer sencilla, afable y de sonrisa fácil. Apenas vio a Anzhi, exclamó con cariño:
—¿Volvió mi bebé? ¿Está cansada? —y alzó una mano para tomarle la mochila.
Anzhi sonrió con timidez y le lanzó a Yan Xi una mirada que decía claramente: “¿Ves? ¿No te dije que era un poco cursi?”.
Yan Xi soltó una risita.
—No pasa nada, señora Liu —dijo—, déjela que lo haga ella solita.
La cena fue una delicia: tortilla japonesa con queso, verduras al ajo, pescado rojo estofado y sopa de costillas con loto.
La abuela Liu, en efecto, sabía cocinar muy bien. Incluso había aprendido en internet algunos platos pensados para los gustos de los niños. A Anzhi le encantó la tortilla con queso, y Yan Xi, que prefería las comidas suaves y equilibradas, comió también con satisfacción.
Después de cenar, Yan Xi tenía que volver al canal. Aunque ya había pasado el periodo de prueba, seguía siendo una empleada nueva, a la que todos podían llamar para cualquier cosa. Al principio, sus compañeros la veían como una chica bonita, de buena familia, que seguramente estaba allí solo para ocupar un puesto estable. Pero con el tiempo descubrieron que era amable, trabajadora y sincera, y empezaron a tratarla con más respeto.
Su puesto era de asistente de dirección, pero a veces tenía que encargarse de filmar o incluso salir a buscar patrocinadores, lo que significaba muchas horas extra.
Antes de salir, Yan Xi le recordó a la niña:
—Voy al canal un momento. Haz tus deberes y, cuando termines, puedes ver un capítulo de Doraemon.
—Ya hice la tarea en la escuela. También practiqué caligrafía y repasé las lecciones —respondió Anzhi.
—Muy bien —dijo Yan Xi, sonriendo y volviéndose hacia la abuela Liu—. Le encargo que se quede con ella.
La mujer rió con voz alegre.
—No se preocupe, váyase tranquila.
En realidad, no había motivo para preocuparse, pero Yan Xi no podía evitar sentirse culpable. Antes de irse, se agachó y le dijo a Anzhi:
—Volveré sobre las ocho. Si te bañas y tienes sueño, acuéstate, no me esperes.
Anzhi sonrió, mostrando su pequeño hoyuelo.
—Maneja con cuidado, tía.
—De acuerdo —dijo Yan Xi con una sonrisa.
La voz de la niña, suave y dulce, con esos diminutivos que tanto usaba, siempre la enternecía.
—Entonces me voy, ¿sí? —preguntó mientras tomaba las llaves del coche.
Anzhi agitó la mano despidiéndose.
Yan Xi recordaba haber leído un estudio: más del 90 % de las mujeres que volvían al trabajo después de tener hijos sentían culpa por dejar a los niños.
Antes no lo entendía. “Los hijos son importantes, claro, pero ¿no es el trabajo aún más importante?”, pensaba.
Esa noche, por fin lo comprendió. Se sentía tan culpable que apenas podía salir de casa, y en el trabajo no lograba concentrarse.
A las ocho y media regresó. Las luces del primer piso estaban encendidas y se oían las risitas de Anzhi.
Al pasar por el salón y entrar en el comedor, un dulce aroma a leche llenó el aire. Anzhi, con un camisón de muñeca, la recibió emocionada.
—¡Tía Yan Xi! Mira, la abuela hizo turrón de leche.
Las golosinas estaban ya envueltas en papelitos brillantes. La abuela Liu, más detallista aún, las había puesto dentro de bolsitas transparentes con moños. Anzhi ayudaba a cerrarlas.
—Hice unos dulces para que la bebé lleve a la escuela mañana y reparta con sus compañeros —explicó la mujer, sonriendo.
Yan Xi se quedó un segundo sin saber qué decir.
—Está… muy bien —acertó a responder.
Y mientras observaba la escena, no pudo evitar sonreír.
Al final, se había preocupado por gusto: la pequeña se estaba adaptando perfectamente.
—Ya puede irse, yo ya llegué —dijo Yan Xi con una sonrisa.
—Ay, muy bien, entonces nos vemos mañana, bebé.
—Hasta mañana, abuela Liu. Tenga cuidado al volver —respondió Anzhi. La misma niña que hacía poco decía que “bebé” sonaba cursi, ahora ya se había acostumbrado al apodo.
La abuela Liu le acarició la cabeza, le dijo un par de frases más y se marchó despacio.
“Se llevan bastante bien, ¿eh…?”, pensó Yan Xi para sí, con un gesto divertido.
Sirvió un poco de agua y se sentó junto a la mesa. Miró los caramelos de turrón ya envueltos con esmero, mientras Anzhi colocaba una a una las piezas sueltas sobre un platito.
La calefacción mantenía la casa cálida. Yan Xi se quitó el abrigo, estiró las piernas largas y sintió el cansancio del día.
De pronto, la pequeña Anzhi se le acercó con una golosina en la palma de la mano.
—No quiero —dijo Yan Xi, moviendo la cabeza con voz perezosa.
—Guárdala para mañana en la mañana.
Yan Xi se sobresaltó un poco y la miró.
—¿Te diste cuenta esta mañana?
—Ajá —asintió la niña, frunciendo sus finas cejas—. Te vi marearte. Le pregunté a la abuela Liu y me dijo que si comías un poco de azúcar se te pasaba.
Yan Xi guardó silencio unos segundos, luego tomó el caramelo, lo desenvolvió y lo metió en la boca. Acto seguido, alzó a Anzhi y la sentó sobre sus rodillas.
El turrón tenía trocitos de maní; el aroma a leche y a cacahuate tostado era intenso, y el mismo perfume parecía venir de la niña.
—¿Ayudaste a la abuela a hacer los dulces?
—Sí. Yo ayudé a revolver. Fue muy divertido —dijo Anzhi, acurrucándose entre sus brazos, tan suave y tibia como un pedacito del mismo turrón.
—Mmm… muy rico, pero…
—Ya sé —la interrumpió enseguida—. No puedo comer muchos dulces. Y de noche tampoco, porque hay que cepillarse los dientes.
Yan Xi soltó una risa. La niña ya se había adelantado a todo lo que iba a decirle.
Anzhi la miró desde su regazo, con los ojos grandes y brillantes como dos canicas negras.
—¿Estás cansada hoy? —preguntó con voz suave.
El cansancio del día se disolvió un poco entre esas palabras. Yan Xi, con una sonrisa, bajó la cabeza y frotó la coronilla de la niña contra su mejilla.
—Un poquito… sí, estoy cansada.
Recordó la víspera de Año Nuevo, cuando habían visto los fuegos artificiales abrazadas, usándose mutuamente de abrigo. Y ahora, de nuevo, Anzhi estaba sobre sus piernas, quieta y cálida, dejando que la sostuviera como si fuera una muñeca.
—¿Cómo te fue hoy en la escuela? ¿Te gustó más que el jardín infantil?
—Sí —respondió enseguida la niña, poniéndose muy seria.
Había repasado todos los libros y los encontraba fáciles: reconocía casi todos los caracteres de chino, las matemáticas eran sencillas, y el inglés no tenía dificultad.
Aunque su abuelo no enseñaba letras, desde pequeña le había hecho escuchar canciones infantiles en inglés. Y cuando vivió un tiempo en la vieja casa de los Yan, la tía Xiaoyu Tong —que había estudiado en Inglaterra— le enseñaba pronunciación a los gemelos, y a veces también a ella.
Pero de pronto, frunció los labios y bajó la cabeza.
—Hoy, cuando hicimos los ejercicios de recreo…
—¿Ah? No te preocupes si no sabes hacerlos, ya aprenderás —la tranquilizó Yan Xi.
Anzhi negó con la cabeza.
—No es eso. Mi compañero dijo que me enseñaría, y el profesor también. Es solo que… —murmuró, con tono apagado—. Creo que soy la más bajita… de toda la escuela… —su voz sonaba tan lastimera que daba ternura.
Yan Xi no pudo evitar imaginarse la escena: la pequeña Anzhi parada entre filas de niños, diminuta, mirando hacia arriba. Se contuvo para no reír, pero sus ojos se llenaron de una sonrisa imposible de disimular.
Anzhi infló las mejillas, molesta, y la miró con una mezcla de vergüenza y enfado.
—Ejem… —Yan Xi se aclaró la garganta y escondió la sonrisa, poniéndose seria de nuevo. La bajó de su regazo, se levantó y buscó un marcador.
Salió del comedor y fue hasta la entrada.
—Ven, ponte aquí, bien derecha —le dijo.
Anzhi se estiró todo lo que pudo, con los labios apretados, mientras Yan Xi medía su altura contra la pared y marcaba una línea. Luego tomó una regla y midió con cuidado.
La niña la observaba atenta, como un conejito con las orejas erguidas, esperando el veredicto.
Yan Xi miró los números y no dijo nada. Sacó el teléfono, abrió Baidu y buscó la tabla de referencia de altura y peso por edad.
En la fila de seis años decía:
Altura promedio: 116 cm
Ligeramente baja: 112 cm
Baja estatura: 107.6 cm
Anzhi no llegaba ni a 105 cm.
Yan Xi guardó silencio, pensativa. Bueno… sí, estaba un poco bajita.
Al notar que no decía nada, Anzhi comprendió de inmediato. Los ojos se le humedecieron y empezó a hacer pucheros.
—Ay… —Yan Xi la abrazó y la meció suavemente—. No pasa nada, de verdad. Aún no cumples los seis, así que es normal. Pronto, muy pronto, mi Taotao va a crecer un montón.
—¿De verdad? —preguntó la niña entre sollozos.
—Claro que sí. ¿Cómo no vas a creerme? Si hasta pedimos un deseo de Año Nuevo, ¿no? Pues se cumplirá. —Yan Xi sonrió y mintió sin pestañear—. Cuando yo tenía tu edad, era igual de bajita que tú.
Después se puso de pie junto a la pared, tomó el marcador y trazó otra línea en su propia cabeza.
—Mira, ahora estoy así de alta.
Los ojitos de Anzhi siguieron la marca desde su propia línea hasta la de Yan Xi, muy arriba, enorme la diferencia.
Con la nariz roja, preguntó con voz suave:
—¿De verdad voy a crecer tanto?
—Claro que sí —afirmó Yan Xi, recordando a los gemelos Tao Zhenzhen y Chen Muqi y convencida de que Anzhi también terminaría creciendo bien.
La niña miró pensativa las dos líneas en la pared, tan lejanas entre sí, y luego volvió los ojos hacia ella.
¿De verdad se podía crecer tanto?
¿Cómo se sentirá ser así de alta?
Yan Xi soltó una risa y la levantó en brazos, alzándola hasta su propia altura.
—¡Mira! ¡Ahora ya estás tan alta como yo!
—¡Wuaaah! —Anzhi chilló, entre el mareo, el miedo y la diversión. —¡Me da vueltas! ¡Qué miedo!
Yan Xi no pudo contener la risa, y la abrazó fuerte mientras la bajaba.
Anzhi también estalló en carcajadas.
Yan Xi tenía una sonrisa luminosa, de esas que iluminan toda la cara.
Anzhi, en cambio, mostraba un pequeño hoyuelo encantador cuando reía.
Frente con frente, se miraron entre risas, y en los ojos de Yan Xi brilló una calidez tan dulce y viva como la de un hogar encendido en mitad del invierno.
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ShadowTP
Protejan la de todo mal… :v