Para Anzhi, lo más difícil de la primaria no eran ni los contenidos de los libros ni relacionarse con sus compañeros. Lo verdaderamente frustrante era su altura, ese crecimiento de tortuga que frenaba su sueño de saltar de curso.
Al principio, en primer grado, todo era nuevo para ella. Su carácter dócil, sumado al respeto natural que sentía hacia los profesores —quizá heredado de su abuelo maestro—, la mantenía atenta en clase. Pero con el tiempo, la monotonía la venció. Y como estaba sentada en la primera fila, ni siquiera podía dormirse.
Así que empezó a practicar caligrafía, copiando modelos para que su letra fuera tan bonita como la de Yan Xi. Aunque, claro, a veces se aburría y acababa hojeando libros ilustrados a escondidas.
Yan Xi le había destinado un rincón entero de la estantería del segundo piso, con cuentos y álbumes de ilustraciones, en chino y en inglés, justo a la altura para que Anzhi pudiera alcanzarlos de puntillas.
La niña era lista: jamás leía durante Lengua —porque era la clase de la profesora jefa— ni durante Inglés, que era divertida y llena de canciones y juegos.
El “problema” era Matemáticas.
Allí, aburrida, abría sus cuentos a plena vista. Al principio trataba de disimular, pero como la profesora solo la hacía resolver ejercicios de vez en cuando o ayudar a su compañero torpe, pronto perdió el miedo.
Desde el estrado, sin embargo, nada pasaba desapercibido.
La joven profesora de Matemáticas, recién graduada y aún con la sensibilidad intacta de quien defiende su dignidad docente, aguantó una vez, dos veces, tres… hasta que, finalmente, estalló.
Le confiscó el libro y la mandó directo a la oficina.
El aula se revolucionó.
¡La alumna perfecta del 1°3, castigada!
Anzhi era la definición de “la hija ejemplar del vecino”: sobresaliente en todo, dulce y guapa (aunque bajita), simpática y siempre bien vestida.
El día del “casual day” había llevado un suéter amarillo, un overol celeste y una chaqueta vaquera con orejas de conejo en los bolsillos. Varias niñas la rodearon para preguntarle dónde la había comprado.
Encima, a veces llevaba galletas o tartaletas horneadas en casa para compartir. Y, por si fuera poco, ¡tenía una tutora preciosa! Todos querían ser sus amigos.
Por eso, cuando se supo que la habían llamado a la oficina —y que incluso podrían citar a su tutora—, medio curso se fue a espiar desde las ventanas.
La sala de profesores de primer grado estaba llena de pilas de cuadernos.
La maestra Yang entró con cara seria, seguida de una Anzhi que avanzaba despacito con la cabeza gacha.
—¿Qué pasa? —preguntó la maestra principal, alzando una ceja.
—No pone atención en clase y se pone a leer otros libros —respondió Yang, severa—. ¡Y no es la primera vez!
La profesora de Inglés, sentada detrás, levantó la vista con curiosidad.
La jefa de curso esperó en silencio: el caso era de Matemáticas, así que le cedió la palabra.
—¡Tao Anzhi! —tronó Yang—. ¿Qué te pasa? ¿Ya no quieres estudiar? Si sigues así, llamaré a tu tutora para que venga por ti.
—¡No, profesora! —protestó la niña—. ¡No llame a mi tía, está muy ocupada!
—Entonces explícanos por qué no prestas atención —intervino la maestra principal.
Anzhi frunció los labios, balanceó los pies y, tras unos segundos de duda, dijo con voz bajita:
—Es que… ya me lo sé todo.
—¿Ya te lo sabes todo? —repitió la maestra Yang, incrédula—. ¿Qué se supone que sabes?
Anzhi empezó a contar con los deditos:
—Multiplicar y dividir de tres cifras, operaciones con decimales, los cuatro tipos de operaciones…
Silencio.
La profesora la miró con escepticismo y buscó una hoja de ejercicios.
—Muy bien, haz esta prueba entonces.
—Pero… en la próxima clase tenemos educación física —murmuró Anzhi, tentada por la idea de jugar afuera.
—¡Haz la prueba primero! —ordenó Yang, frunciendo el ceño.
Anzhi cerró la boca, pero su carita seguía llena de disgusto. La jefa de curso intervino con tacto:
—Hazla rápido, y luego podrás ir al patio.
La niña suspiró, tomó el examen y se inclinó sobre el escritorio.
En media hora lo terminó.
—Profesora, ¿puedo irme ya a gimnasia? —preguntó, bajando de la silla y mirando de reojo su cuento de “Grimm” en el escritorio.
Yang revisó las hojas… y se quedó muda.
Todas las respuestas estaban correctas.
Multiplicaciones y divisiones de tres cifras hechas mentalmente, uso de operaciones simplificadas, incluso problemas de áreas.
—¿Lo ves? —le mostró a la jefa de curso, todavía sorprendida—. ¡Esto lo resuelve sin borrador!
—Es muy inteligente —comentó la otra profesora—. En Lengua también es destacada, reconoce muchísimos caracteres y se expresa muy bien.
La de inglés se acercó a mirar la hoja y, con una media sonrisa, solo dijo:
—Interesting…
Minutos después, Anzhi regresó corriendo, todavía con el sudor de haber jugado.
—¿Profesora?
Yang le entregó un cuadernillo.
—Toma. Es de olimpiadas matemáticas. A partir de ahora puedes no escuchar la clase si quieres, pero resuelve los ejercicios de aquí. Y eso sí: las tareas normales también hay que entregarlas. ¿De acuerdo?
Anzhi, jadeante, tomó el libro con una sonrisa amplia.
—Gracias, profesora.
¡Por fin! ¡Ya no tendría que escuchar más sumas y restas!
La profesora de Matemáticas la miró, sin saber si reír o suspirar: aquella niñita con su hoyuelo hundido en una sonrisa satisfecha parecía orgullosa de su “hazaña”.
Y por si fuera poco, Anzhi sonrió aún más:
—Profesora, ¿puede devolverme mi libro de cuentos, por favor? —dijo con un tono dulce, las manitos juntas en gesto de súplica—. ¿Y también… podría no contarle esto a mi tía? Está muy ocupada, de verdad…
La profesora se quedó sin palabras. “¡Esta mocosa, encima de traviesa, me sale con carita tierna!”, pensó.
Finalmente, ella guardó el secreto… pero la maestra principal no. Esa misma noche, Yan Xi ya estaba enterada.
En el segundo piso, la casa estaba cálida y tranquila. Yan Xi leía junto a Anzhi, que estaba recostada entre cojines, con las piernas cruzadas y los pies balanceándose mientras pasaba las páginas de su libro.
Yan Xi la miró con una sonrisa contenida y preguntó con tono casual:
—¿Pasó algo divertido hoy en la escuela?
Los ojos de Anzhi se movieron apenas.
—No… nada —respondió con aparente inocencia.
Yan Xi reprimió la risa. “Así que ya sabe mentir…”.
Pero en el fondo le alegraba verla más suelta, más viva. Liu la había llamado para contarle que la niña había jugado mucho en la clase de gimnasia y vuelto sudando de felicidad.
Yan Xi no insistió:
—Ah, ya veo… —dijo simplemente.
Luego le dio un golpecito en el hombro.
—No te recuestes así, siéntate bien. —Y al ver que seguía con su libro—. ¿Tan interesante está ese cuento?
Anzhi levantó la vista, se acercó con expresión seria y dijo:
—Descubrí algo muy raro.
—¿Ah, sí? —Yan Xi arqueó una ceja.
—Blancanieves fue salvada por un príncipe, la Bella Durmiente por un príncipe, Rapunzel también por un príncipe… ¿Por qué siempre es un príncipe? ¿No tienen nada mejor que hacer?
Yan Xi no pudo evitar sonreír.
—¿Y quién más podría salvarlas, si no es el príncipe?
—¡Otra princesa! —replicó Anzhi con total convicción—. ¿Por qué tiene que ser siempre un príncipe?
Yan Xi se echó a reír. La niña estaba tan seria que no podía con ella.
—Tu idea es muy interesante —dijo, divertida.
Anzhi se iluminó al sentirse elogiada. Se inclinó sobre sus rodillas, con su hoyuelo marcado:
—¡¿Verdad que sí?! ¡¿Verdad que sí?!
Yan Xi rió entre dientes.
—Pero piensa: cuando el príncipe rescata a la princesa, después se casan… ¿Y si la rescata otra princesa?
—Entonces la princesa se casa con la princesa —respondió Anzhi sin dudarlo, como si fuera lo más lógico del mundo.
Yan Xi se quedó un segundo en silencio, luego sonrió.
Para ella, eran palabras inocentes, sin peso alguno. Dudó un instante, pero decidió no corregirla. No tenía sentido decirle “eso no puede ser”. Los pensamientos puros, la curiosidad y la imaginación de un niño debían cuidarse, no frenarse. Los cuentos eran para enseñarles a sentir la bondad y la belleza del mundo. Eso bastaba.
—¿No se puede? —preguntó Anzhi, alzando el rostro desde su regazo, con sus ojos redondos brillando a la luz.
Yan Xi pensó que, cuando fuera mayor, la niña misma entendería las complejidades del mundo. Pero por ahora… no había nada de malo en dejarla soñar.
Asintió despacio.
—Sí, claro que se puede. Las princesas también pueden salvar princesas… y también pueden casarse entre ellas. Todo es posible.
Anzhi sonrió feliz, se acurrucó en su pecho y la rozó con la cabeza, restregándose cariñosa.
Yan Xi rió bajito y le acarició el cabello.
Más tarde, cuando llegó la hora de dormir, Anzhi la ayudó a acomodar las almohadas.
Yan Xi le había preparado su propia habitación justo enfrente: una cama pequeña, un armario, un escritorio, estantes llenos de peluches y libros. Su plan era que la niña aprendiera a dormir sola.
Pero cuando Anzhi la miró con esos ojos grandes y suplicantes diciendo:
—¿No puedo dormir contigo? —Yan Xi fue incapaz de negarse.
Recordó las noches en que la había visto llorar dormida, y decidió postergar su idea.
“Cuando llegue el verano, quizá…”, pensó.
Después de ducharse, Yan Xi se secó el cabello, impregnado del suave aroma a gardenia, y tomó un libro antes de acostarse.
El colchón estaba tibio y mullido.
Para ayudar a la niña a dormir, le leía siempre algo cálido y sereno. Últimamente, “Gitanjali” de Tagore:
“En esta noche cansada, déjame entregarme al sueño, y confiarme a ti. No me dejes forzar mi espíritu exhausto para ofrecerte un culto vacío. Tú cierras con la noche los ojos del día, y en la fresca alegría del despertar, renuevas la vida”.
Su voz era suave, paciente, con un ritmo pausado que invitaba al descanso.
Luego leía la traducción en inglés, con una dicción elegante y clara, ese acento oxfordense que le daba un toque de nobleza y calma.
Anzhi no entendía del todo las palabras, pero no le hacía falta. Sentía en esa voz una ternura que la envolvía por completo, como un refugio. Bajo el mismo edredón, junto a Yan Xi, dormía tranquila, protegida, como una pequeña princesa a salvo de las pesadillas y del mundo entero.
Cuando Anzhi cumplió ocho años, aún no había alcanzado los 115 cm. Seguía siendo bajita, y su maestra, tras pensarlo mucho, decidió no dejarla saltar de curso.
—Anzhi es muy lista, sus notas son excelentes —le explicó a Yan Xi—, pero hay que considerar su desarrollo emocional, su capacidad para valerse por sí misma y, sobre todo, su relación con sus compañeros. Si la adelantas, se rodeará de niños mayores y podría sentirse aislada. A la larga, eso le haría más mal que bien.
Yan Xi lo meditó durante días. Incluso consultó con los abuelos de la familia, y al final, aceptó la recomendación: no habría salto de curso.
Anzhi no protestó. Aunque las clases le resultaban demasiado fáciles, no le disgustaba el ambiente de la escuela.
Su única verdadera preocupación era su estatura. Veía cómo sus amigas crecían más y más, mientras ella seguía igual.
Fuera de eso, su vida era sencilla: Yan Xi la llevaba y la recogía del colegio cuando podía, asistía a las reuniones de padres, y la señora Liu solía bromear: “Ustedes dos parecen madre e hija de verdad, hasta se entienden con solo mirarse”.
Y era cierto: se entendían bien, salvo por un tema en el que nunca coincidían: la comida.
—¿Por qué el tomate con huevo es dulce? —preguntó un día Yan Xi, desconcertada.
—Porque así debe ser —respondió Anzhi con total seriedad—. La abuela Liu quería ponerle sal, pero yo dije que con azúcar es más rico.
—¿Azúcar? Eso es una aberración culinaria.
Anzhi no sabía qué significaba “aberración”, pero por el tono entendió que no era nada bueno.
—¡Yo siempre lo he comido dulce! ¡Con azúcar, con azúcar!
—No, señorita —replicó Yan Xi, firme—. Ese plato es salado. Es un principio de vida.
—¡Aaah! ¡Azúcar, azúcar! —chilló Anzhi, inflando las mejillas.
La señora Liu se doblaba de la risa.
Los fines de semana volvían a la vieja casa de los Yan. A veces salían con los tíos o con la amiga de Yan Xi, Liu Yiyi.
El tiempo pasaba rápido y lleno de momentos tranquilos: “Primavera con flores, otoño con luna, verano con brisa, invierno con nieve. Si nada te preocupa, cualquier estación es un buen tiempo”.
Cuando Anzhi llegó a tercer grado, apenas medía 120 cm. En cambio, los gemelos —un año menores— ya alcanzaban los 135.
La molestaban: “¡La enana que solo crece cinco centímetros al año!”. Ella, indignada, se negaba a hablarles.
Mientras tanto, Yan Xi llevaba tres años trabajando en la televisión.
Su talento y dedicación la habían hecho destacar. El canal preparaba un nuevo programa para jóvenes universitarios, con debates entre académicos y figuras emergentes sobre temas de actualidad. El proyecto que eligieron fue el suyo, y como además tenía presencia y fluidez, el director decidió ponerla al frente del programa como presentadora y guionista.
El ascenso la dejó sin aliento: días interminables, trabajo acumulado y noches sin descanso. A veces llegaba tan tarde que ya no quería despertar a Anzhi, así que decidió que durmieran separadas.
A los nueve años, Anzhi empezó a dormir sola.
Yan Xi ya casi nunca tenía tiempo para los cuentos antes de dormir. Sus llamadas eran breves y ruidosas; detrás se escuchaban voces, música, ruido de estudio. Cuando lograba volver temprano, el cansancio se le notaba en la piel. Pero aun así, hablaba un rato con la niña, le sonreía y le decía que no esperara despierta.
Anzhi no hacía caso. Cada noche la esperaba, aunque fuera solo para verla unos minutos. Yan Xi, al darse cuenta, trató de llegar antes, incluso llevaba parte del trabajo a casa.
Al entrar, el sonido de los tacones llenaba el pasillo. Se quitaba el abrigo —gris o azul marino, sus colores favoritos— y lo colgaba en silencio. Liu la mandaba a la tintorería, pero Anzhi tenía otra tarea: llenar los bolsillos y el coche de caramelos. Desde que vivían juntas, esa era su misión personal. Sabía que Yan Xi tenía hipoglucemia y que, por su ritmo de trabajo, a veces olvidaba comer.
De noche, mientras la mujer trabajaba en el salón, rodeada de papeles y apuntes, Anzhi estudiaba a su lado.
Yan Xi había comprado todos los libros de primaria, de primero a sexto, para entender mejor lo que ella aprendía. Desde segundo curso, Anzhi ya leía los de los grados superiores.
A veces, mientras Yan Xi practicaba los guiones del programa, la niña simplemente la escuchaba. Solo quería permanecer junto a ella un poco más, hasta que el sueño la vencía. Entonces Yan Xi la tomaba en brazos y la llevaba a su habitación, le acomodaba el edredón y dejaba la puerta entreabierta.
Años después, Anzhi descubriría que, cada noche que Yan Xi estaba en casa, entraba a verla dormida antes de acostarse.
Los fines de semana, si no iban a la casa familiar, se quedaban con Liu la mayor parte del tiempo.
Incluso cuando volvían al viejo hogar, Yan Xi casi no paraba.
—Xiao Wu trabaja demasiado —comentó la tía Xin una tarde, mientras preparaba dumplings—. ¿Cómo aguanta ese ritmo?
—Es joven —respondió la cuñada mayor, Xiao Yutong, riendo—. A esa edad, hay que aprovechar.
—Será, pero yo aún prefiero que encuentre a alguien bueno y forme una familia. El trabajo no calienta la cama —refunfuñó la tía Xin, sin dejar de amasar.
Anzhi, que intentaba ayudar, rompió un dumpling y se quedó mirando la masa abierta.
—Ay, Anzhi, ese ya no se salva —rio Yutong—. Bueno, no importa, que no se escape el relleno.
—Veinticuatro años y sin pareja, ¿no te parece preocupante? —siguió la tía Xin—. Desde que salió de la universidad, nadie le ha durado. ¡Y pretendientes no le faltan!
—El destino no se fuerza —contestó Yutong—. Oye, Anzhi, ese te ha quedado… bueno, aceptable.
La niña sonrió tímidamente y dejó el dumpling deforme en la bandeja.
—Oye, pequeña Anzhi —preguntó la tía Xin, curiosa—, ¿tu tía tiene novio?
—¿Novio? —repitió la niña, perpleja.
Las dos mujeres rieron.
—Ay, claro, ni entiende lo que le pregunto —dijo la tía Xin.
—No te apures, con el tiempo sabrá —añadió Yutong, sonriente.
Luego, más suave, le explicó:
—Un novio es alguien que te quiere, que te cuida, y con quien un día te casas. Como tu tío y yo.
Anzhi escuchó en silencio, procesando despacio cada palabra.
—No te preocupes —dijo Yutong al final, tocándole el hombro—. Aunque tu tía se case, tú siempre tendrás un lugar aquí. Eres parte de esta familia.
—Eso mismo digo yo —asintió la tía Xin.
Anzhi abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se limitó a sonreír.
Mientras las dos adultas seguían conversando, se quedó mirando los dumplings en la mesa: las suaves arrugas de la masa, los pliegues perfectos, tan blancos y brillantes. “Seguro a Yan Xi le encantarán”, pensó.
Esa noche, sin embargo, no pudo dormir.
La habitación estaba iluminada, el reloj marcaba las diez y media, y el silencio se sentía inmenso.
Por primera vez, comprendió que el mundo de los adultos era un lugar lejano. Yan Xi, su tía tan atenta y fuerte, debía tener una vida más allá de la que ella conocía. Quizá existía un espacio suyo, invisible para ella, lleno de cosas que no entendía.
En la entrada del departamento, seguían las dos marcas en la pared: una baja y otra muy alta. Las separaba una distancia inmensa.
“Como el tiempo”, pensó Anzhi. Como la distancia que crece entre las personas, aunque vivan bajo el mismo techo.
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ShadowTP
Creo que de aquí en adelante comenzaré a revivir emociones no muy buenas sobre esta novela…