Durante el segundo semestre de cuarto grado, Anzhi sorprendió a todos al ir directamente con la maestra y decirle que quería participar en el examen de ingreso a secundaria ese mismo año.
Su profesora de Matemáticas, que la conocía desde primer grado, la apoyó sin dudar.
—Ya domina todo el contenido —le dijo a la maestra principal—. No hace falta seguir dándole clases extra; ya está trabajando con material de secundaria.
La maestra principal, sin embargo, lo pensó un momento antes de responder:
—Está bien, hablaré con su tutora antes de tomar una decisión.
Anzhi asintió con calma, pero luego bajó la voz:
—Profesora, me siento un poco mal… ¿puedo irme a casa?
El campus estaba tranquilo aquella tarde. Las clases seguían y solo se oían, a lo lejos, los ecos de algunas voces leyendo en los salones.
Anzhi se colgó su mochila y salió sola por la puerta del colegio.
La maestra seguramente llamaría a Yan Xi, pensó. Pero total, la casa no quedaba lejos.
Iba con la cabeza gacha, el cabello recogido en una coleta alta, las mejillas rosadas sin su habitual sonrisa. Avanzaba despacio, pateando las sombras del pavimento.
Desde que la señora Liu se había ido a cuidar a su nieto recién nacido, solo venía por las tardes para recogerla, hacerle la cena y marcharse. Yan Xi había intentado encontrar a otra persona de confianza, pero sin éxito. Por suerte, Anzhi había aprendido bastante de cocina en esos años; al menos no pasaría hambre.
El programa de Yan Xi, por otro lado, se había convertido en un éxito rotundo. La televisora contrató a una agencia de promoción online y el público se volcó con ella. El debate semanal entre académicos y jóvenes pensadores la volvió una figura reconocida, y pronto confirmaron una segunda temporada.
El programa se emitía a las 9:30 de la noche, justo la hora en que Anzhi tenía que acostarse. Por eso, casi nunca lo veía en directo; solo un par de veces. En la pantalla, su tía parecía alguien distinta: la misma sonrisa, la misma voz, pero envuelta en una luz que la hacía parecer más lejana, más inalcanzable.
Anzhi se sentía orgullosa, sí, pero también… triste.
Porque Yan Xi seguía tan ocupada como siempre.
Y aunque ella lo entendía, no dejaba de sentirse sola.
Una tarde, escuchó a sus compañeros hablar en el recreo:
—Si mi papá no me lleva a jugar, ¡yo lloro hasta que me haga caso! —presumía uno.
—Yo dejo las preguntas sin contestar en los exámenes —dijo otro—, así la maestra le avisa a mi mamá y me suben la mesada.
—A mí si me pegan me da igual, mi mamá termina llorando más que yo.
Todos parecían tener sus propios trucos para llamar la atención.
Anzhi los escuchaba en silencio. No estaba segura de si ella podía hacer algo así. Yan Xi nunca la trataba mal, pero tampoco tenía tiempo para caprichos. En lo material, no le faltaba nada: ropa, libros, dulces, juguetes. Todo lo que pedía, o incluso lo que no pedía, Yan Xi se lo conseguía.
Cuando se quejaba de que la ropa del centro comercial era fea, Yan Xi le encargaba a su amiga Liu Yiyi —editora de moda— que le consiguiera prendas de diseñador.
En el concurso de declamación en inglés de tercero, Anzhi llevó un vestido de tul color lila suave y zapatos negros de charol. Entre un mar de trajes rojos y verdes chillones, ella brillaba como una princesa. Yan Xi, entre el público, grabó todo con la cámara en mano, sonriendo con orgullo.
Sí, estaba siempre ocupada.
Pero en los momentos importantes, siempre aparecía.
Ahora, en abril, Baicheng se cubría de luz: el viento arrastraba pelusas de sauce y el aire olía a hierba nueva.
Anzhi no volvió a casa como debía. En el cruce de calles, dobló hacia el otro lado.
Caminó hasta un pequeño parque. En el centro había una fuente con una estatua de mujer; el agua caía sobre los lirios del estanque.
Se sentó en un banco de madera. Las motas blancas flotaban en el aire, cayendo sobre las hojas.
Se quedó allí, quieta, sin saber por cuánto tiempo.
Hasta que de pronto recordó: “La profesora va a llamar a casa”.
Saltó del banco y echó a correr. Al llegar, apenas había abierto la puerta cuando sonó el teléfono.
—¿Taotao? ¿Te sientes mal? La profesora me dijo que volviste antes —la voz de Yan Xi sonaba preocupada al otro lado.
—Yo… —Anzhi bajó la voz—. No, no me duele nada. Solo…
—¿Solo qué? —preguntó Yan Xi, con tono más suave.
—Solo… no quiero ir a la escuela.
Hubo un silencio.
Uno largo.
Anzhi apretó el auricular. ¿La habría hecho enojar?
Hasta que escuchó la voz de Yan Xi, más seria:
—La profesora me llamó a las tres. A las tres y media te marqué y nadie contestó. ¿Dónde estuviste esa hora?
Anzhi se quedó muda.
El silencio se alargó un poco antes de que ella volviera a hablar, conteniendo la tensión en la voz:
—Voy a volver a casa. La señora Liu no puede ir hoy, su nieto está enfermo… así que la cena…
—Yo puedo hacerla —se apresuró a decir Anzhi—. Puedo ir a comprar los ingredientes…
—No hace falta —la interrumpió Yan Xi con un tono más firme—. Quédate en casa, yo me encargo.
El cambio en su voz hizo que la niña se quedara callada. Apenas murmuró algo que se perdió entre los chasquidos de la línea.
Yan Xi suspiró.
—Cuelga, ¿sí? Espérame en casa.
Anzhi apretó los labios.
—Taotao… —la voz de su tía se suavizó un poco—. Sé buena. Hablamos cuando llegue.
Cuando colgó, Anzhi se pasó las manos por el pelo, nerviosa. “Ya está, la hice enojar…”, pensó.
Se acordó de aquella vez, cuando tenía seis años, y quiso volver al pueblo: Yan Xi también se había enfadado, pero más por preocupación que por rabia. Esta vez, al menos, no había gritado… y ella nunca colgaba primero.
Una hora después, Yan Xi llegó al edificio.
Mientras aparcaba, se repitió mentalmente: “Cálmate, no te enfades. Solo es una niña”. Había estado recordando la angustia de aquella vez que la buscó por toda la ciudad. Seguramente ahora también había algo que la tenía intranquila.
Respiró hondo, enderezó la postura y entró en casa.
Anzhi la esperaba en el primer piso, de pie junto a la mesa.
—Vamos a cenar —dijo Yan Xi con una sonrisa—. Te compré croquetas de pollo, las que te gustan.
La niña la miró, sorprendida.
—Anda, come. Si se enfrían, ya no saben igual. Las acaban de freír en la tienda.
El olor llenó el aire: croquetas doradas, crujientes, rellenas de pollo con un poco de salsa tártara. Acompañadas con una taza de gachas de arroz con cerdo y huevo centenario, y los encurtidos que había dejado la señora Liu.
Comieron en silencio, hasta quedar satisfechas.
—Primero se come, después se habla —dijo Yan Xi, repitiendo una frase de su abuelo. Él siempre decía que con el estómago vacío nadie podía pensar con claridad.
Luego, hizo un gesto con la mano.
—Ven.
Anzhi se acercó despacio.
—Tu maestra me contó que quieres presentar el examen para secundaria —dijo Yan Xi, decidiendo no mencionar lo de la “enfermedad” fingida.
—Sí… —respondió bajito.
—Ya hablé con ella. Puedes hacerlo.
La niña la miró, algo sorprendida.
—¿Y si no paso?
Yan Xi sonrió.
—Entonces seguirás en quinto grado. No pasa nada. —Le acarició el cabello, ahora largo y brillante—. Pero yo confío en ti.
Anzhi bajó la mirada, la voz apenas audible:
—¿Cómo sabes que puedo, si ya ni revisas mis tareas?
Eso le cayó como una pequeña aguja en el corazón. Yan Xi la tomó en brazos, sentándola sobre sus rodillas.
—Tienes razón… he estado demasiado ocupada. Lo siento.
La niña apoyó la cabeza en su hombro y murmuró:
—Perdón… no debería haberme escapado de clase.
Yan Xi soltó una risita.
—No pasa nada.
—¿Eh? —Anzhi alzó la cabeza, confundida.
—Todos los alumnos faltan a clase alguna vez —dijo Yan Xi con una sonrisa traviesa—. Solo que la próxima vez, avísame. Me preocupo, ¿sabes? No quiero que te pierdas como aquella vez.
Los ojos de Anzhi se humedecieron y asintió.
Yan Xi le acarició el cabello, pensativa.
—Estoy trabajando demasiado últimamente… ¿qué voy a hacer contigo, eh? —murmuró, medio en broma, medio en serio.
Anzhi la miró con atención, el corazón apretado.
—No importa, de verdad. Cuando entre a secundaria también tendré más deberes, así que estaremos las dos ocupadas.
“Ella necesita su propia vida”, pensó. “Como dice la tía Xiao, los adultos tienen su trabajo, su mundo”.
Y además, la Yan Xi de la televisión era tan elegante, tan brillante…
La mujer la miró, con una ternura tranquila. Le revolvió el pelo y no dijo nada.
—Estás triste —observó al fin.
—Es que… —Anzhi dudó—. ¿Y si nunca crezco? ¿Y si nunca llego a ser tan alta como tú? Da Pang y Xiao Pang me siguen llamando “enana”.
Yan Xi soltó una carcajada.
—No les hagas caso. Yo ya ni los cargo, pesan como sacos de arroz.
Luego añadió, con voz suave y cálida:
—Aunque te confieso algo… ojalá no crecieras tan rápido. Quiero poder abrazarte unos años más, Taotao.
Y entonces, mientras hablaba, se inclinó para rozarle la frente con un beso ligero, tan delicado como el toque de un pétalo o la caída de una pequeña flor de nieve.
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ShadowTP
Tan hermoso 😭❤️