El verano estaba en su esplendor. A ambos lados de la calle, los plátanos orientales se extendían frondosos, y la luz se filtraba entre sus hojas formando manchas cálidas sobre el asfalto.
Una bicicleta de montaña color naranja avanzaba por la avenida. En los pedales, un par de zapatillas blancas; más arriba, dos tobillos delgados y claros asomando bajo unos jeans azul denim cortados a la altura del tobillo.
El viento sopló. El cabello negro de la chica se elevó suavemente, brillante bajo la luz del sol, como si tuviera un halo. Algunos mechones sueltos se pegaron a su mejilla blanca, justo junto a la hoyuelito que aparecía cuando sonreía.
Anzhi entrecerró los ojos, levantó un poco la cabeza y dejó que el viento fresco le rozara la piel. Miró el cielo azul profundo, las nubes suaves como una gasa blanca.
Otro soplo de viento infló su camiseta gris. Fresco. Cómodo.
El verano era maravilloso. El tiempo pasaba volando: el primer año de secundaria ya había terminado.
A finales del cuarto grado de primaria, aquel junio, había presentado el examen de ingreso a la secundaria. Tal como Yan Xi se lo había dicho, lo aprobó sin ningún esfuerzo. No era la más pequeña entre los postulantes, pero sí la que obtuvo mejor resultado. Matemáticas e Inglés con puntaje perfecto; un solo punto menos en Lengua. Quedó entre los diez primeros de la ciudad y la escuela afiliada a la Universidad Normal la aceptó de inmediato.
Pero lo que más feliz la tenía no era eso. Ese mismo verano, después del examen, su estatura empezó a crecer de golpe: pasó de 130 cm a 150 cm. Era como si hubiese despertado un día y el mundo se hubiera vuelto más cercano, más amplio, más alcanzable.
Ahora ya alcanzaba casi el hombro de Yan Xi. Bueno… cuando Yan Xi no llevaba tacones.
Feliz. Emocionada. Eufórica.
Happy, excited, awesome.
Anzhi se levantó un poco del asiento y pedaleó fuerte, como si la bicicleta pudiera despegar. Soltó una mano del manubrio y mostró una sonrisa enorme.
—Ten cuidado cuando montes —le había dicho Yan Xi.
Había sido Yan Xi quien le compró la bicicleta. El día que llegó, Anzhi casi no cabía en sí de emoción. Aunque fuera nueva, ella se pasó media tarde limpiándola con una franela, pegándole calcomanías y murmurando:
—Desde hoy serás mi bici-bici.
Yan Xi observaba a un lado, conteniendo la risa.
Aunque hubiera crecido, seguía llamando “bici-bici” a todas las bicicletas.
Recordando el consejo, Anzhi volvió a poner bien la mano en el manubrio.
La secundaria no estaba mal. Tenía su bicicleta. Y además…
Tocó el bolsillo. Yan Xi había querido comprarle un teléfono nuevo, pero Anzhi insistió en quedarse con el antiguo. Así que ahora llevaba el viejo iPhone 5 de Yan Xi.
Anzhi llegó al centro comercial y estacionó la bicicleta frente al café del hotel, junto al ventanal.
Se quedó parada un momento.
Todo comenzó en el primer semestre de secundaria, cuando Chen Muqi había aparecido para verla. Explicó que no había estado durante sus años de primaria porque había estado viviendo en Japón y recién había regresado. Después de eso, se vieron de vez en cuando, pero nunca hablaron realmente de nada. O le daba dinero, o la invitaba a comer, y después de comer… le daba dinero otra vez.
Pero esta vez parecía diferente.
Lo vio sentado junto a una mujer. Los dos hablaban cerca, en un tono íntimo. Adentro, la música suave del piano: “Sueño de amor” de Liszt, melancólica y dulce.
Chen Muqi le hizo señas.
—¿Qué quieres tomar?
—Jugo.
Cuando se sentó, pudo ver claramente a la mujer. Chen Muqi ya rondaba los treinta, pero la mujer parecía mayor que él. Su maquillaje era impecable, su ropa ajustada, su falda de cintura alta. Llevaba un perfume penetrante. Chen Muqi, en cambio, iba muy casual, casi descuidado. Había ganado algo de fama como pintor en esos años y eso parecía haberle dado confianza.
Desde que Anzhi se sentó, la mujer la observaba, sutilmente.
—Ah, esta es la tía Xu —dijo Chen Muqi—. Mi novia.
—Ay, nada de tía. Soy tu prometida —dijo la mujer riendo, pasándole un dedo por el brazo—. Y tú debes ser Anzhi. Hola.
—Jajaja, sí, sí —rió él.
—Yo podría ser la hermana mayor, pero ahora tengo que convertirme en “la tía”. Todo por tu culpa —la mujer lo pellizcó con cariño.
—Jajajaja.
Anzhi bebió su jugo. Ni hermana mayor ni tía. Ella ya tenía a su “tía” de verdad. Una que era como una hermana mayor también. Y era cien veces más bonita. No, un millón de veces.
—Verás —dijo Chen Muqi—, Xu y yo estamos pensando en viajar para casarnos. Ella quería conocerte, así que te llamamos. ¿Quieres cenar con nosotros esta noche?
—Sí, Anzhi —agregó la mujer—. Tú decides dónde. ¿Pizza? ¿Vamos a Pizza Hut?
—Oye, ¿no que te cae pesada la pizza? —dijo Chen Muqi—. Te hace doler el estómago, ¿recuerdas? Mejor otra cosa.
La mujer sonrió, las pequeñas arrugas en las comisuras escapando al maquillaje.
—Tú… —lo tocó suavemente en la mejilla—. Eres adorable. Pero escucharemos a Anzhi, ¿vale?
Bajó adrede la voz, pero igual se aseguró de que Anzhi la oyera:
—Ahora los niños de entre diez y tantos años tienen mucha personalidad. Lo que menos soportan es que los adultos les organicen todo.
Los ojos de Chen Muqi estaban llenos de afecto.
—Sí, sí, tú siempre tan considerada.
Anzhi sintió que el jugo de esa tienda podía disolverle hasta las muelas del juicio de lo ácido que estaba.
Por suerte, su teléfono sonó justo en ese momento. Lo tomó y dijo que iba a contestar afuera. Apenas se dio la vuelta, oyó a la tía Xu comentar:
—¿Lo ves? A esa edad y ya con teléfono propio…
Anzhi torció la boca y se fue hacia un rincón tranquilo.
Era Yan Xi.
—Taotao, ¿dónde estás?
Anzhi se lo contó, añadiendo un pequeño lamento:
—Y encima quieren que me quede a cenar con ellos…
—Ni les hagas caso —dijo Yan Xi—. Busca cualquier excusa y escápate.
—Ajá… —Anzhi soltó un suspiro. Si lo hubiera sabido, no venía. ¡No tenía ningún interés en Chen Muqi! Era obvio que él estaba enamorado. ¿Así era como los adultos salían con alguien?
Del otro lado, Yan Xi preguntó con suavidad:
—¿Qué quieres cenar? ¿Hmm?
Anzhi curvó los labios, casi ronroneando:
—Tía, tía… quiero pizza para la cena.
Al colgar, la sonrisa se borró en un segundo. Volvió a la mesa con esa expresión seria de “adolescente con carácter” y dijo, seca:
—No voy a cenar. Me voy a casa.
La tía Xu parecía incluso satisfecha con esa reacción. Chen Muqi había querido decirle algo, pero ella ya lo había cortado.
Al marcharse, los dos caminaban tan juntos que casi parecían pegados.
Anzhi los miró desde atrás. La escena de la primera vez que conoció a Chen Muqi, discutiendo a gritos con Tao Zhenzhen, todavía seguía muy clara en su memoria. Quizá ahora que había crecido, ya no se hacía ilusiones imposibles. También podía sentir que él todavía no se adaptaba al papel de “padre”; cuando estaban solos, se notaba su incomodidad. Tal vez esa mujer mayor, más segura y madura que él, era la adecuada para él.
El viento movió su cabello. Un leve amargor le subió al pecho. Se quedó quieta un momento, luego soltó un largo suspiro.
La pizzería olía a queso y carne horneada. El lugar era amplio, lleno de gente pero sin ser ruidoso. Yan Xi pidió dos combos.
A un lado, Liu Yiyi dijo:
—¡Yo quiero de durián!
—Taotao y yo no lo comemos. Te pido una pequeña para ti sola.
—Pero si el durián es delicioso. ¿Por qué ustedes no comen? —Liu Yiyi dejó las bolsas de compras con indiferencia. Ella solía llamar a Anzhi “Pequeña Anzhi”, pero ahora, por contagio de Yan Xi, soltó también un “Taotao”. Las cejas finas de Yan Xi se fruncieron apenas, sin decir nada. Con Liu Yiyi era así: cuanto más le pedías que no dijera algo, más lo decía.
Cuando llegó la pizza, Anzhi entró apresurada. Su flequillo estaba húmedo, su carita blanca tenía un rubor suave, y en la punta de su naricita brillaba una gotita de sudor.
—Despacio —le dijo Yan Xi, pasándole la Coca-Cola fría.
Anzhi dio un gran sorbo y le sonrió radiante.
—Este clima es insoportable —dijo Liu Yiyi, mirando el sol dorado tras los ventanales—. El aire acondicionado es lo mejor del mundo.
—A mí no me molesta —dijo Anzhi—. Si vas en bici, te da el viento. Se siente rico.
—No olvides ponerte más protector solar —recordó Yan Xi.
—Sííí —respondió Anzhi, dulce, antes de ir a lavarse las manos.
Liu Yiyi mordió un trozo de pizza de durián. Con la boca llena de queso, murmuró:
—De verdad te pareces a su ma…
Yan Xi la miró:
—¿Comes o hablas?
La favorita de Anzhi era la pizza hawaiana hecha a mano: mozzarella rallado a mano, piña, jamón y láminas de almendra. A Yan Xi también le gustaba. Liu Yiyi estaba absorbida con su pizza de durián.
Últimamente, Anzhi comía mucho. Yan Xi había pedido dos pizzas a propósito. Pero mientras las otras dos charlaban, Anzhi seguía comiendo trozo tras trozo, con las mejillas llenas, como un conejito feliz. Al final, las dos adultas la miraban sin decir nada.
—¿Qué pasa? —preguntó Anzhi, lamiéndose los dedos con una expresión inocente.
—Pequeña Anzhi, si sigues así, ¡te vas a convertir en una bolita! ¡Tu tía te acaba de comprar un vestido! ¡Si no te entra, vas a ver! —la asustó Liu Yiyi.
—No va a pasar. Yo no engordo como tú —contestó Anzhi, agarrando el último pedazo y sacándole la lengua. Lo mordió con fuerza, estirando el queso para provocarla—. Mira, mira.
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ShadowTP
Gracias por el capitulo 💕