En medio de aquella somnolencia pesada, Yan Xi sintió que volvía a los días de universidad. A las veredas bordeadas de plátanos orientales, al lago del campus, a la figura alta y atractiva que la esperaba allí. Aquel día de lluvia intensa, bajo el paraguas, él se inclinó y rozó su mejilla con un beso; cuando sonreía, los ojos se le curvaban de una manera inolvidable.
También era verano, un fin de semana. Ella había vuelto al campus después de visitar a sus abuelos y quería darle una sorpresa. Llevaba dos vasos de té helado de limón cuando, bajo la gran acacia junto al dormitorio masculino, vio a Gao Jiming de pie frente a otra chica.
La joven era hermosa: piel clara, ojos brillantes, cabello largo. Era la chica más bonita del departamento de Lengua China.
—Shixiong, acéptame, por favor. Sé que tienes novia, pero… “si tu corazón fuera como el mío, jamás traicionarías este sentimiento”. —Aquellas últimas palabras estaban borrosas en su memoria; lo único que recordaba con claridad era que Gao Jiming no la rechazó de manera rotunda. El té helado de esa noche pareció congelársele dentro del pecho.
Yan Xi siempre supo que él sí la quería, pero no lo suficiente. Antes de conquistarla había mostrado pasión y entusiasmo; ella era su fortaleza que deseaba derribar, el código que quería descifrar. Pero una vez estuvieron juntos, él fue perdiendo esa intensidad inicial.
Conquistar: probablemente un instinto biológico arraigado en todos los hombres. Y más aún en alguien como Gao Jiming, talentoso y acostumbrado a que todo le saliera bien. Lo que deseaba, lo conseguía con solo esforzarse un poco. Y aquello que se obtenía sin dificultad pronto lo cansaba.
Cuando decidió irse al extranjero y Yan Xi le propuso terminar, esa ruptura despertó en él el deseo de recuperarla. Pero para entonces, ella ya había tomado una decisión. Le había dado una oportunidad; aquella noche en que lo había visto con la otra chica no dijo nada, esperando que él se lo contara por sí mismo. Pero él nunca lo mencionó.
Entre sueños, Yan Xi frunció el ceño. Aquellos primeros días tras la ruptura fueron una tortura: noches sin dormir, vueltas y vueltas sin descanso. Por suerte, poco después Taotao llegó a su vida.
Su consciencia flotaba entre el sueño y el despertar. Sabía que estaba pensando en Gao Jiming y no entendía por qué. Tal vez porque había gente a su alrededor empeñada en actualizarla sobre él: que ya estaba comprometido, que su prometida era su compañera de trabajo en Silicon Valley, que un día ella le había propuesto matrimonio en la oficina, y que sus colegas habían sacado flores y vino para celebrar.
Sin darse cuenta, Yan Xi se revolvió entre las sábanas. Su sueño era pesado, incómodo. Intentó despertar varias veces, pero no pudo hasta mucho después. Cuando por fin abrió los ojos, sintió la garganta reseca.
Estiró la mano para levantarse a buscar agua, pero en la mesita vio un vaso servido. Lo tomó y bebió la mitad. En verano, siempre hervían el agua y la dejaban enfriar. Era una costumbre inculcada por sus abuelos.
Ahora, también Anzhi había adoptado ese hábito.
Yan Xi presionó sus sienes para aliviar el aturdimiento y bajó las escaleras.
—¿Taotao?
El salón estaba iluminado y desde la cocina llegaban ruidos.
Aliviada, pensó que debía estar cocinando. Para su vergüenza, ahora que la abuela Liu solo venía de vez en cuando a traer comida, el resto de los días o Yan Xi compraba algo, o era Anzhi quien preparaba la cena.
Era sorprendente lo rápido que la niña había aprendido; estaba claro que le gustaba. Yan Xi, por su parte, solo se dedicaba a comer y luego lavar los platos. Increíble considerando que era la mayor de las dos.
Apenas llegó al comedor, un aroma cálido y suave a mijo y porotos verdes le llenó la nariz.
Sobre la mesa había una pequeña olla de barro, dos cuencos de gachas enfriándose y un plato de pepino aliñado. Con el cabello recogido en un moño, la frente limpia y despejada, Anzhi cortaba la carne de res que habían preparado el día anterior.
La receta se la había enseñado la abuela Liu.
Compraron un trozo completo de carne de pierna. El primer paso era desangrarla completamente.
—Si no, queda olor a animal —explicó Anzhi.
Puso la pieza entera en la olla, la cubrió de agua y añadió tres ramas de cebolla de verdeo atadas, un chorro de licor de cocina y unas rodajas de jengibre.
—¡Siempre con la tapa abierta, que hierva! —iba murmurando mientras lo hacía.
Yan Xi no pudo evitar reírse de lo seria que se ponía.
—Cuando hierva fuerte, pasamos a fuego medio. ¡No te rías! —bufó Anzhi inflando las mejillas—. ¡Hay que tomarlo con seriedad!
Yan Xi se contuvo.
—Sí, sí, yo lo hago —dijo, tomando unos palillos largos y moviendo la carne en la olla.
Estuvieron más de una hora pendientes de eso, agregando agua cuando hacía falta, hasta que, al pinchar con los palillos, ya no salía sangre.
Ahí sí pudo decirse que estaba bien desangrada.
Apagaron el fuego, Anzhi sacó la carne, la lavó en agua fría y Yan Xi coló el caldo, retirando las cebollas y el jengibre.
—Ese caldo lo vamos a usar después —indicó Anzhi.
—Perfecto.
Yan Xi lavó la olla y devolvió el caldo limpio adentro.
—Dime, ¿qué va ahora? —preguntó.
—Carne, un sobre de té rojo, la bolsa de especias y azúcar de roca.
—Listo.
—Ahora cien mililitros de salsa de soja oscura y cien de salsa ligera. Mezcla bien.
—¿Cien mililitros? ¿Cuánto es eso?
—¡Pues mídelo en el vaso medidor!
—¿La abuela Liu escribió estos números tan exactos por tu culpa? ¿No será que tú le insististe?
—Ella dijo “pon un poco”. ¿Y yo cómo iba a saber cuánto es “un poco”?
Yan Xi soltó una risita.
—¡No te rías! ¡Seriedad ante todo!
Siguieron las instrucciones hasta que la carne estuvo lista, la guardaron en bolsas y la refrigeraron toda la noche.
Ahora, mientras Anzhi cortaba las rebanadas, tragaba saliva sin poder evitarlo. Y al final, cayó en la tentación, tomó un trozo y se lo metió en la boca.
—¡Mmm! ¡Qué rico! —cerró los ojos de gusto—. ¡Está buenísimo!
A Anzhi le gustaba la carne de res más que la de cerdo. Le encantaban las preparaciones frías, la carne marinada, el estofado con sandía y los asados.
Yan Xi sonrió.
—¿Está rico?
—¡Ya despertaste! Vamos a comer.
La cena era simple: gachas de mijo y porotos verdes, pepino aliñado y carne marinada en rebanadas.
—También hice crepas de mango —le dijo Anzhi, orgullosa.
El aderezo de los pepinos lo había preparado ella misma: ajo triturado salteado, salsa de soja, aceite de sésamo, pasta de chile y vinagre aromático. Lo calentó en la olla y lo vertió sobre los pepinos antes de espolvorear sésamo y cilantro. Una vez frío, quedaba perfecto.
Entre ellas nunca había desacuerdos culinarios… salvo con el dilema eterno de si el huevo con tomate llevaba azúcar o sal.
A Yan Xi le encantaban las ensaladas de Anzhi, a las que llamaba “ensaladas marca Taotao”.
Las gachas estaban deliciosas, la carne marinada era exquisita y los pepinos frescos y crujientes. Yan Xi se tomó dos cuencos enteros y sintió que por fin escapaba del sueño extraño y del dolor de cabeza que la había estado agobiando.
Cuando terminaron, le pidió a Anzhi que subiera a jugar mientras ella se encargaba de lavar los platos, limpiar la cocina, pasar el trapeador y revisar el jardín.
Entonces, desde el segundo piso, escuchó el grito aterrorizado de Anzhi:
—¡Tía! ¡Tía!
Yan Xi corrió hacia adentro justo cuando la niña bajaba a toda velocidad con la cara blanca del susto.
—¿Qué pasó? ¿Qué pasó?
Anzhi se lanzó a sus brazos.
—¡Wuu… qué miedo!
Días atrás, su primo mayor, Yan Dafang, le había regalado un libro diciendo que era un thriller terrorífico. Anzhi no le dio importancia. Pero hoy, sin nada que hacer, decidió leerlo.
La historia transcurría en un pueblo: el hijo se marchaba a trabajar lejos y dejaba en casa a su esposa y a su madre. Una noche, la suegra regresaba y encontraba a la nuera desaparecida. En el suelo, solo había un cadáver decapitado.
Había una ilustración: un cuerpo sin cabeza, vestido con un abrigo acolchado de flores y pantalones gruesos, tirado en el piso. Todo el cuerpo estaba ahí, menos la cabeza.
A Anzhi se le erizó la piel, pero la curiosidad la empujó a pasar la página.
La policía hallaba una cabeza irreconocible cerca del embarcadero del pueblo y pedía a la suegra que la identificara. Al verla, la mujer empezaba a repetir una y otra vez:
“Esa no es la cabeza de mi nuera… esa no es su cabeza…”
Movía la cabeza de un lado a otro, como si hubiera perdido la razón.
Para cuando llegó a esa parte, Anzhi ya estaba al borde del llanto y tiró el libro antes de bajar despavorida.
—Está todo bien —dijo Yan Xi, abrazándola—. Voy a ver qué demonios es esto.
Tomó el libro: sin portada decente, autor desconocido… comenzó a leer las primeras páginas.
Anzhi no despegaba los ojos del libro, temblando, imaginando que la imagen del cadáver podía saltar en cualquier momento.
Soltó un sollozo agudo, como un conejo asustado, y Yan Xi la atrajo hacia sí. La niña enterró la cabeza en su abdomen, como buscando un lugar seguro. Yan Xi siguió leyendo, pasando las páginas rápido, hasta que de pronto se detuvo y cerró el libro de golpe.
—¿Quién te dio esto?
—Dafang —susurró.
—Esto es basura —dijo Yan Xi con frialdad—. No vuelvas a leer estas cosas. Si quieres novelas de misterio, tengo muchas. Allí, en el estante izquierdo, tengo la colección completa de Agatha Christie. Si los nombres extranjeros se te hacen difíciles, empieza con unos cuantos de Gu Long.
La historia, en realidad, no era un thriller; a mitad del libro había una cantidad absurda de descripciones explícitas, vulgares y misóginas. Más que novela de detectives, era pornografía barata y de mal gusto.
—¿Hasta dónde leíste? —le preguntó con cautela.
—Solo… solo hasta lo de la cabeza. Al principio. ¡Qué miedo!
Yan Xi respiró tranquila.
—No lo leas más. —Le acarició la cabeza.
—Está bien… —Anzhi dudó un momento—. Pero… ¿quién mató a la nuera?
Yan Xi respondió con indiferencia:
—Esa no era la nuera. La nuera quería huir con otro hombre, así que mataron a una mujer con problemas mentales del pueblo, le pusieron la ropa de ella y luego escaparon juntos.
Los ojos de Anzhi se abrieron como platos.
—¿De… verdad?
—Ese truco está más usado que nada. Ninguna novedad —resopló Yan Xi—. Y la escritura es pésima, llena de errores, sin atmósfera, sin técnica. No vale la pena. Ve a leer los que te dije.
Anzhi miró alternadamente a Yan Xi y al libro tirado lejos.
—Ah… está bien…
Apenas la niña se fue al estante, Yan Xi tomó el libro, bajó, abrió la puerta, salió al patio, caminó hasta el contenedor de reciclaje y lo arrojó dentro.
Acto seguido, marcó el número de su cuñada.
Esto era inaceptable. ¿Cómo podían darle ese tipo de libro a Taotao? Los niños maduran rápido; a veces sus cuerpos aún no se desarrollan del todo, pero sus ideas ya se desvían. No es que Yan Xi quisiera prohibirles todo, pero había cosas que debían leerse con criterio. Y desde luego, ella no iba a permitir que semejante basura fuera la “educación” de Anzhi.
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ShadowTP
Así es! Ella solo puede leer Yuri xd