—…Sí. Baja la voz, no me mires así. Ahora te toca a ti hacerte cargo de la niña.
—¿Cómo que me “toca”? ¡Nunca hubo un acuerdo entre nosotros! Fue tu familia la que se la llevó y hasta le pusieron tu apellido, Tao.
—¡Y todo por culpa de tus padres clasistas, y de ti también! Ahora que mi papá ya no está, te lo digo claro: es tu responsabilidad.
—¡Ja! ¿Me estás tratando de irresponsable? Hablas como si tú la hubieras criado. Lo único que hiciste fue endosársela a tu padre. Ahora que él murió, estás desesperada por sacártela de encima…
—¡Baja la voz…!
Las voces que venían de afuera subían y bajaban como un resorte. Cuando se alzaban demasiado, hacían esfuerzos por bajarlas, pero luego volvían a estallar. El tono se volvía cada vez más agudo. Era imposible no escucharlas.
El apartamento donde vivía Tao Zhenzhen estaba en un barrio viejo. Tenía solo una habitación y una sala, pero estaba ordenado con gusto y sencillez: cortinas de flores, una alfombra de algodón tejida a mano, pequeñas macetas cuidadas con esmero. Todo estaba impregnado de una calidez tranquila.
Tao Anzhi estaba sola en el dormitorio. Los adultos afuera creían que, con la puerta cerrada, podían discutir sin reparos sobre qué hacer con ella.
Tao Anzhi pensó: “Ojalá no entendiera tantas palabras”.
Empezó a sentir calor. En realidad, la ropa que le había comprado Tao Zhenzhen no era nada cómoda: las mangas y la falda eran demasiado largas, pero el cuello estaba algo apretado. Ella sabía que había un control remoto blanco, y que si presionaba el botón, ese aparato en la pared —el “aire acondicionado”— empezaría a girar y la habitación se pondría fresquita.
Pero ese control estaba en la sala.
Tao Anzhi pensó: “Si salgo, ¿será que ellos dejan de discutir?”.
Ambos eran muy guapos, pero sus voces sonaban horribles.
Ella no tenía ningún recuerdo de sus padres ni una idea clara de lo que representaban. Solo conocía a las tías del pueblo, que regañaban a sus hijos con cariño: que si la ropa no era suficiente, que si no habían comido bien… Y también pensaba en aquella pareja del tren, que hablaba en voz baja mientras consolaban a su niño mareado por el viaje.
Esas eran expresiones genuinas. Esas voces eran reales.
—Abuelo… —murmuró Tao Anzhi al aire, con la voz bajita.
Bajó la cabeza y acarició su mochila con forma de conejito, recorriendo con los dedos las largas orejas de peluche.
¿Y si fuera como Alicia en el país de las maravillas? ¿Y si el conejito cobrara vida y la llevara a un agujero en el árbol? ¿Y si pudiera hacerse pequeñita, muy pequeñita? Si pudiera, se escondería allí y ya no saldría nunca más.
Pero ni siquiera eso serviría. Afuera, los dos adultos ya habían dejado de fingir cordialidad.
—¡Mis padres se pasaron la vida enseñando, ganándose cada centavo con honestidad! ¡No como tu familia! ¿Necesito recordarte que tu linaje viene de tres generaciones de mineros? ¿Cuánto dinero sucio amasaron, ah? ¿Si tuviera otra opción, tú crees que dejaría que Anzhi se quedara contigo?
—¡Sí, sí! Ustedes los intelectuales, tan nobles. Claro, la niña debería quedarse contigo. ¿Cómo va a criarla una familia como la mía, tan maldita y corrupta?
—¡Chen Muqi, ¿tienes idea de lo que estás diciendo?! ¿Pretendes que renuncie a todo mi futuro? ¡Yo no soy como tú, yo solo me tengo a mí misma…! —La voz de Tao Zhenzhen ya se quebraba por el llanto.
La voz de Chen Muqi sonó resignada:
—No es que no quiera, Zhenzhen… Pero ya tengo novia…
Y luego añadió, titubeante:
—¿Y si la mandamos a…?
Su voz se fue apagando.
Tao Anzhi se tapó los oídos de golpe. Sus pequeños hombros temblaban. Sentía que la habitación se volvía más y más caliente, que el cuello de su vestido la apretaba, que el aire se volvía irrespirable. Quería gritar.
Pero no gritó. En cambio, sonó el timbre.
Y entonces oyó una voz suave y clara:
—Zhenzhen, te llamé pero no contestabas. Los papeles que tienen que completar los estudiantes seleccionados para irse al extranjero llegaron al dormitorio, así que te los traje…
—Gracias, Yan Xi…
Las dos empezaron a hablar en voz baja sobre temas de la universidad. Zhenzhen se había ausentado unos días y no quería perderse ninguna notificación importante.
Tao Anzhi sintió curiosidad por aquella voz y se acercó, abriendo una rendija de la puerta con mucho cuidado. Lo primero que vio fue a una mujer alta, vestida con una camisa blanca, jeans azul cielo y zapatos planos.
Le daba la espalda mientras conversaba con Tao Zhenzhen, y de vez en cuando decía palabras que Anzhi no comprendía, como “hu zhao” o “qian zheng”.
Su voz era preciosa. Le recordaba a aquel día de verano del año pasado, cuando su abuelo la llevó a pescar a un arroyo en la montaña. El sonido del agua fluyendo entre las piedras era tan cristalino y fresco como esa voz.
Pero entonces, Chen Muqi interrumpió bruscamente, visiblemente molesto:
—Oigan, basta de eso. ¡¿Vas a decirme de una vez qué vas a hacer con la niña?! ¡No pienses que vas a zafarte como si nada!
Tao Zhenzhen se giró de inmediato para responderle de frente:
—¿Y quién fue el que se esfumó sin decir una palabra, ah? ¡Desde luego no fui yo!
Eran dos jóvenes impulsivos, claramente no preparados para ser padres, que ya ni se soportaban. Usaban a la niña como un arma para herirse mutuamente, sin el menor pudor.
Chen Muqi, incómodo, soltó:
—¿Puedes dejar de hacer escándalo? Por favor, despide a tu amiga y hablamos.
—¿Y por qué habría de esconderme? ¡Toda la universidad sabe que me topé con un imbécil, que tuve una hija sin casarme, que perdí un año de carrera…! ¡Si no fuera por eso, ya me habría graduado el año pasado!
Chen Muqi, completamente enfurecido por el tono sarcástico de Tao Zhenzhen, soltó la frase más hiriente que se le podía decir a una mujer:
—¡Yo no te obligué a acostarte conmigo!
Fue una puñalada directa y profunda. Tao Zhenzhen se quedó sin color en los labios, temblando sin poder articular una sola palabra durante varios segundos.
Chen Muqi, en cuanto lo dijo, supo que había ido demasiado lejos. Pero no pensaba disculparse, así que se fue a sentar a un rincón, enfurruñado.
En la sala volvió el silencio. Tao Anzhi apenas empezaba a recuperar el aliento cuando escuchó la voz de la mujer de la camisa blanca:
—Zhenzhen, yo me voy.
Y justo en ese momento, al girarse para irse, se topó con la puerta entreabierta… y con la mirada de Tao Anzhi al otro lado.
Años después, cada vez que Tao Anzhi recordaba ese instante, se alegraba profundamente de haber abierto esa rendija.
Con el tiempo llegó a conocer bien la personalidad de Yan Xi. Por eso, estaba segura de que en verdad tenía la intención de irse, porque era ese tipo de persona: discreta, respetuosa, que sabía cuándo avanzar y cuándo retirarse, y que daba gran importancia a la privacidad de los demás.
Tao Anzhi recordaba con claridad ese rostro sin maquillaje que se volvió hacia ella. A su edad, no tenía todavía las palabras suficientes para describir lo hermosa que era.
Solo recordaba que, al verla, la mujer frunció levemente el ceño, desvió un poco la mirada y dijo:
—¿Una niña en la habitación… y ustedes peleando así?
Después caminó hacia ella. Se agachó a su altura y en sus ojos limpios apareció una suave sonrisa:
—Hola.
Y añadió:
—Me llamo Yan Xi, soy amiga de tu mamá. ¿Cómo te llamas tú?
Tao Anzhi pensó: “Por fin alguien que se da cuenta de que soy una niña… y que no me trata solo como a una niña”.
Respondió:
—Anzhi. Tao Anzhi.
Mientras lo decía, pensaba: “¿Cómo se escribirá Yan Xi? ¿Qué “yan”, qué “xi”?”.
La mirada de la mujer frente a ella se volvió aún más cálida. Esbozó una pequeña sonrisa, y con esa voz clara y melodiosa dijo:
—Qué nombre tan bonito.
Luego giró un poco el rostro y dijo:
—Zhenzhen, me llevo a Anzhi a tomar un poco de aire. Aquí hace demasiado calor.
Al moverse así, con la luz del sol iluminando la sala, sus pestañas largas temblaron suavemente… parecían suaves y esponjosas, daban ganas de tocarlas.
Después volvió a mirar a Anzhi y le extendió una mano blanca y delicada. La tomó por la suya, y así, con total naturalidad, se la llevó.
Tao Anzhi se quedó pasmada un buen rato, mirando su mano entrelazada, luego giró la cabeza hacia la puerta cerrada. Las discusiones de adentro ya no tenía que escucharlas más.
¿Y todo gracias a esta mujer que tenía delante, que se llamaba Yan Xi? Alzó la vista para mirarla. ¡Qué alta era! Desde su ángulo podía ver claramente la línea blanca y suave de su mandíbula.
De pronto, Yan Xi bajó la cabeza y le sonrió.
—¿Quieres presionar el botón del ascensor?
Tao Anzhi la miró como si no terminara de entender, y luego asintió con timidez. La primera vez que vino, ya había sentido curiosidad por esa puerta de metal, pero no se atrevió a preguntarle a Tao Zhenzhen. En los días siguientes, tampoco habían bajado; todo lo que comieron fue por pedidos de comida.
—Ve y presiona la flechita que apunta hacia abajo —le dijo Yan Xi soltándole la mano.
Tao Anzhi caminó hasta el ascensor, miró los dos botones con flechas y luego volvió a mirar a Yan Xi. La mujer sonrió con dulzura. Anzhi pensó un segundo y, poniéndose de puntitas, presionó el botón correcto.
Junto a él, unas letras rojas comenzaron a parpadear, y desde dentro se oía un leve zumbido. Al poco tiempo, un “ding” suave anunció que las puertas de metal se abrían con un brillo plateado.
El rostro de Anzhi se iluminó de inmediato, y con la boca entreabierta soltó un suave “¡Guau!”
Ya dentro del ascensor, presionó el botón del primer piso. El elevador retumbó levemente y empezó a bajar. Yan Xi volvió a tomarla de la mano, y Tao Anzhi bajó la cabeza, contenta. La mano que la envolvía era cálida, suave y reconfortante.
La guiaba paso a paso con suavidad.
Tao Anzhi se distrajo un momento en sus pensamientos, y de repente se le ocurrió: “¿Y si esta mujer fuera en realidad mi verdadera mamá?”.
El lugar donde vivía Tao Zhenzhen era un antiguo complejo residencial remodelado. El entorno era tranquilo, con un aire muy cotidiano. Abajo del edificio, unos viejos árboles daban sombra, y bajo ellos había mesas y bancos de piedra donde la gente solía sentarse a descansar.
Tao Anzhi y Yan Xi estaban sentadas juntas, una grande y una pequeña. Anzhi sostenía un helado con cobertura crocante que Yan Xi le había comprado. Tenía forma de pez: la capa exterior era de chocolate con avellanas, crujiente al morder; por dentro, un relleno blanco con sabor a leche, más frío y cremoso.
Tao Anzhi lo comía con mucho entusiasmo.
—¿Está rico? —le preguntó Yan Xi.
Ella sostenía una botella de agua mineral. Al destaparla y echar un sorbo, su cuello blanco y esbelto se movía delicadamente al tragar.
Tao Anzhi justo acababa de darle un buen mordisco al helado, que le había dejado un ángulo entero roto. Con la boca llena y redonda, asintió enérgicamente.
El helado se iba derritiendo dentro de su boca, con una sensación tibia y fría a la vez, tan extraña y deliciosa que no pudo evitar dar otra mordida.
De pronto, una mano blanca y fina tomó una servilleta y le limpió con cuidado la comisura de los labios. Desde tan cerca, pudo ver los dedos delicados, hasta los nudillos suavemente curvados parecían lisos y pulidos.
—¿Cuántos años tienes? ¿Cuatro?
…
Tao Anzhi bajó la cabeza, algo frustrada.
—…Seis.
Después de decirlo, se sintió incómoda. Con el palito del helado ya terminado y la servilleta en la otra mano, se alejó unos pasos y los tiró al cesto de basura.
Al volver, alzó la vista y miró a Yan Xi. Ella parecía haber notado su incomodidad, porque le sonrió con suavidad y le dio unas palmaditas en la cabeza.
Anzhi se sonrojó de la emoción. Incluso pensó en rozar su cara contra esa mano.
¿Y si de verdad fuera su mamá? Qué maravilloso sería.
Pero… su apellido era Yan. ¿Se escribía como “sal” (盐), como “rostro” (颜), o como “palabra” (言)?
¿Y el Xi con el primer tono…? ¿Era Xi como en “oeste” (西)? ¿O “descanso”(息)? ¿O tal vez “arroyo”(溪)?
…No sabía más. No se le ocurrían más caracteres posibles.
Conocía tan pocos, que ni siquiera podía imaginar cómo se escribían esos dos caracteres de su nombre.
Le echó una mirada disimulada a la mujer. Justo en ese momento, una suave brisa levantó unos mechones sueltos de su cabello cerca de la sien. Y entonces, Anzhi captó un aroma sutil en el aire.
Un olor muy agradable.
La mujer se dio cuenta de que la estaba mirando otra vez y le sonrió mientras se giraba ligeramente. Luego desenroscó la tapa de la botella y volvió a beber.
Pasó un rato, y algo en su bolsillo pareció sonar. Sacó un pequeño cuadrado blanco. Tao Anzhi parpadeó: “¿Ese será el famoso ‘celular’, el teléfono del que siempre hablaban los adultos?”.
¿Será que alguien la estaba buscando? ¿Ya se tenía que ir?
De pronto, Anzhi sintió una punzada de tristeza. La miró con los ojos muy abiertos, con la mirada suplicante.
Pero la mujer simplemente rechazó la llamada y volvió a guardar el celular en el bolsillo.
Pasó un momento más, y como no se levantaba, Anzhi lo comprendió de golpe.
“Se está quedando por mí”.
Seguían allí, una grande y una pequeña, cada una sentada en una silla de piedra. No hablaban.
“Quizás no es alguien muy habladora”, pensó Anzhi, “o tal vez no sabe de qué hablar con una niña como yo”.
Los sentimientos humanos eran cosas realmente extrañas. Llevaba días viviendo en un estado constante de miedo, angustia y ansiedad, y encima no podía demostrarlo, porque sabía que su mamá no la quería.
Y ahora, sentada al lado de esta extraña cuyo nombre ni siquiera sabía escribir, se sentía tranquila. Incluso había aceptado y comido un helado que esa mujer le compró.
Porque ella fue quien tomó primero su mano.
Una brisa de principios de otoño soplaba aún con el calorcito del verano. Y sin saber por qué, el corazón de Anzhi, al fin, encontró calma.
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