Yan Xi era la compañera de cuarto de Tao Zhenzhen. En un principio, iba un año por debajo que ella. Cuando recién entró a la universidad, ya había escuchado que en su mismo edificio de dormitorios había una alumna de cursos superiores que había quedado embarazada sin casarse. En un campus universitario, los chismes vuelan, sobre todo cuando se trata de una historia escandalosa sobre una chica joven, bonita y destacada.
Cuando Yan Xi pasó a segundo año y la facultad reasignó los dormitorios, acabó compartiendo habitación justamente con aquella chica de la que tanto se hablaba.
Aunque estudiaban carreras distintas y tenían horarios diferentes, con el tiempo descubrió que Tao Zhenzhen era una persona orgullosa y dedicada. Su regreso a clases no había sido nada fácil: no faltaban las habladurías ni los mirones con mala intención que usaban su historia para burlarse o provocarla. Pero ella no les daba importancia. Todos los días caminaba por el campus con la cabeza en alto como un pavo real, luciendo con elegancia su belleza y talento. Estudiaba, iba a la biblioteca, participaba en concursos de oratoria, en debates, en las selecciones del consejo estudiantil…
Yan Xi la admiraba. Compartiendo cuarto, poco a poco se volvieron amigas que, aunque no compartían intimidades desde el principio, terminaron conversando con profundidad.
Yan Xi no era de abrir su corazón con facilidad. Creía que las amistades dependían del destino, pero incluso con las mejores había que marcar límites y respetar la privacidad del otro. Consideraba que ella y Tao Zhenzhen eran más que simples compañeras de habitación: una amistad sobria, serena, como esas relaciones discretas y firmes entre personas íntegras. Por eso, nunca le preguntaba nada que no le contara por voluntad propia.
Después de llevarle los papeles que necesitaba, Yan Xi planeaba marcharse enseguida. Los gritos entre aquel hombre y aquella mujer —ambos jóvenes y guapos, pero con el rostro distorsionado por la rabia— no eran cosa suya, ni deseaba involucrarse. Pero justo cuando se dio la vuelta para irse, se topó con la mirada de Tao Anzhi, que había abierto una rendija de la puerta.
La niña, vestida con un vestido que le quedaba largo, apenas alcanzaba a sujetarse de la puerta. Ni siquiera llegaba a la altura del picaporte.
¿Quién sabía cuánto tiempo llevaba escuchando?
Yan Xi no lo pensó dos veces y se acercó.
Había crecido en una familia bien educada, y le era imposible quedarse de brazos cruzados al ver sufrir a un niño o a un anciano.
La niña tenía un par de ojos oscuros y brillantes, puros y despiertos, más lúcidos de lo que se esperaría para su edad. La manita que tomó entre las suyas era como un pequeño trozo de malvavisco: suave, frágil, algo que solo se podía tratar con el mayor cuidado.
Yan Xi se dio cuenta de que su actitud frente a los niños coincidía justo con su edad y su carácter. Recién cumplidos los 21, no es que amara a los niños, pero tampoco le desagradaban. Tampoco era tan mayor como para que le saliera un instinto maternal automático con cualquier criatura.
Afortunadamente, su hermano mayor tenía un par de gemelos que eran auténticos terremotos —todo el día trepando muebles, armando desastres—, así que algo había aprendido sobre cómo tratar a los niños.
Su técnica era sencilla…
Comprarles comida.
No era una gran estrategia, pero funcionaba.
Solo que, después de comprarle el helado a la niña, se dio cuenta —algo tarde— de que probablemente una criatura de esa edad no debería estar comiendo cosas tan frías, ¿no?
Ni siquiera había mudado los dientes. Y tampoco era pleno verano como para que hiciera un calor sofocante que justificara el helado. ¿Y si le daba dolor de panza?
Pero al verla tan contenta, su preocupación desapareció por completo. Apenas abrió el envoltorio y vio que tenía forma de pez, la niña soltó un pequeño “¡guau!” y le dio una primera mordida con cara de asombro. Los ojos le brillaban de alegría.
¿Tal vez nunca había comido uno así?
Esa felicidad tan genuina borró cualquier duda que Yan Xi hubiera tenido sobre si había hecho bien en comprarle algo frío.
Le preguntó con suavidad:
—¿Está rico?
La niña tenía las mejillas infladas y asintió con entusiasmo. Después de tragar, le dedicó una sonrisa tímida y encantadora, y se le formó un pequeño hoyuelo en la mejilla derecha. Luego, como un hámster feliz, siguió masticando: mordida a mordida, con los labios manchados de chocolate.
Yan Xi tenía una sonrisa suave y constante en los ojos mientras sacaba un pañuelo para limpiarle la boca a la niña.
Cuando le preguntó la edad, notó que ella se puso un poco seria. Las mujeres, sin importar la edad, siempre tienen cierta sensibilidad con respecto a eso. Y las niñas pequeñas, al contrario: les molesta que las crean más pequeñas de lo que son.
“¿Seis años, eh? Parece de poco más de cuatro…”, pensó. Sabía que en ese departamento los dos adultos —los padres de la niña— estaban discutiendo por la custodia. ¿Ninguno quería hacerse cargo?
Para un adulto, todo eso es terriblemente cruel. Ojalá ella no lo entendiera…
Yan Xi se quedó mirando un buen rato las mangas de la niña, arremangadas varias veces porque le quedaban grandes. Luego apartó la vista con un suspiro. Los niños son sensibles. ¿Cómo no iba a entenderlo?
Su celular en el bolsillo vibró varias veces. Ese día, Yan Xi había pedido medio día libre en el canal de televisión para volver a la universidad y firmar unos documentos relacionados con su salida. De paso, aprovechó para traerle los formularios a Tao Zhenzhen. Jamás pensó que terminaría metida en algo así.
Tenía que irse ya.
Pero… mejor esperar un poco más.
La niña la estaba espiando con disimulo. Yan Xi fingió no verla y apagó la pantalla del celular.
Volvió a mirar hacia el frente, rascándose los dedos. Se quedó allí sentada, en silencio, tan tranquila como un pequeño animalito esperando que alguien viniera a reclamarlo.
De repente, la niña se irguió y se bajó del banco.
Yan Xi captó el movimiento con el rabillo del ojo: Tao Zhenzhen y Chen Muqi venían hacia ellas. La cara de Tao Zhenzhen mostraba determinación; Chen Muqi arrastraba los hombros con desgano.
Parecía que ya habían tomado una decisión. Aquella escena era, después de todo, un asunto familiar. Ella se sentía fuera de lugar.
Yan Xi dudó un momento, pero al final no dijo “me voy”.
Cuando llegaron, Tao Zhenzhen tenía colgado del brazo un pequeño bolso con forma de conejo. Las orejas largas del conejo se mecían a cada paso.
La cara de Anzhi se puso blanca al instante.
Yan Xi entendió de inmediato. Frunció el ceño.
Tao Zhenzhen respiró hondo y le dijo a Chen Muqi:
—…Déjame hablar con ella un momento.
Chen Muqi asintió.
—Anzhi…
La niña se dejó llevar de la mano. Pensó con frialdad: “Al fin me toma de la mano… pero tiene un precio”.
Tao Zhenzhen giró las palabras en su mente varias veces. Solo logró pronunciar su nombre y se le atragantó. Respiró profundamente unas cuantas veces, y al final decidió ir directo al punto:
—A partir de ahora… vivirás con tu papá.
El hombre que estaba a unos pasos no pudo evitar cambiar de expresión al oír esa palabra. Carraspeó. Tao Zhenzhen siempre se refería a él como “tu papá” cuando le hablaba a la niña, sin pensar que ella misma era su “mamá”.
Tao Zhenzhen se mordió los labios unos segundos, luego se quitó la mochila en forma de conejo y se agachó para ponérsela a la niña.
Pero Anzhi no la recibió. Tenía la cara pálida como un papel. Sentía como si algo le retorciera el corazón, como si se lo desgarraran a cuchilladas. Su mente estaba en blanco. No sabía qué decir.
De repente, un pensamiento cruzó su cabeza: “¿Será que conozco muy pocas palabras?”. Luego vino otro: “¿No debería estar yendo al jardín de infantes ya?” Y después, otro más: “Pero no puedo ir… mi abuelo murió”.
Y morir significaba no volver nunca más.
Como el abuelo ya no iba a volver, entonces ya no quedaba nadie que la quisiera.
La mujer frente a ella no la quería. Y ese hombre que llamaban su padre, tampoco.
Un dolor inmenso la invadió, como una ola gigantesca que arrasa todo. Un dolor que desgarraba, que punzaba. Y en ese entonces, Anzhi no sabía que esa herida le tomaría la mitad de su vida en sanar.
Los tres adultos que la rodeaban guardaban silencio. Yan Xi apartó la mirada en silencio.
Todos esperaban que la niña reaccionara como una niña: que llorara, que hiciera un berrinche, que se tirara al suelo y gritara.
Pero nada de eso pasó.
Tao Anzhi se quedó parada un buen rato. Luego, como una marioneta colgando de hilos invisibles, tomó la mochila con movimientos torpes y se la colgó a la espalda.
Tenía la cara completamente lívida, como ceniza.
Tao Zhenzhen ya no pudo más. Le temblaban las manos al tocarle los hombros pequeños.
—¡Lo siento tanto! —soltó al fin—. ¡Yo… yo no estaba preparada para ser mamá! —Y en cuanto dijo esas palabras, las lágrimas comenzaron a caer una tras otra. Sollozaba sin poder contenerse.
Ella murmuró de nuevo, como para convencerse a sí misma:
—Todavía no estoy lista… aún no estoy preparada…
Como si repitiéndolo pudiera reafirmar su decisión.
—Recién me gradué, y a duras penas conseguí esta oportunidad para estudiar en el extranjero. Solo tengo esta chance… Tú lo sabes, el abuelo… papá ya no está, y yo no tengo a nadie más en quien apoyarme… ¿Lo entiendes? Anzhi, tu padre… Chen Muqi es distinto. Él no necesita esforzarse tanto, aún tiene a sus padres. Su familia tiene dinero, puede criarte sin problemas…
La voz de Tao Zhenzhen temblaba mientras hablaba:
—No te preocupes, ya está firmado que él será tu tutor legal. Estás protegida por la ley. Si se atreve a maltratarte… puedes denunciarlo…
Toda su vida había querido irse de ese pueblo, dejar atrás la pobreza y las limitaciones de su familia de origen. Lo suyo era como un arco ya tensado: no había forma de volver atrás. Solo podía seguir adelante.
Dijo todo eso con la voz rota, mientras Tao Anzhi permanecía con la cabeza gacha, apretando fuerte las correas de su mochila. No lloraba. No decía nada. En cambio, era Tao Zhenzhen quien no podía dejar de llorar, con las lágrimas cayendo como pétalos, hasta quedarse sin aliento.
Yan Xi frunció el ceño. Quería decir algo, pero al final solo suspiró. Aquí los adultos se comportaban como niños… y los niños no tenían más opción que actuar como adultos.
Chen Muqi, fastidiado, soltó:
—Ya, deja de llorar. ¿No se está haciendo todo como tú quieres? Encima te haces la víctima… Tranquila, ¡no voy a maltratarla!
Él también se sentía molesto. Aún no sabía cómo explicarle a sus padres todo esto. Refunfuñó con impaciencia:
—¿Terminaste? Si ya dijiste lo que tenías que decir, entonces vete. No sigas fingiendo que hay algún lazo maternal entre ustedes…
—¡Chen Muqi!
Él se rió con desprecio:
—¿Y acaso estoy mintiendo? A ver, tú dices que te vas al extranjero a estudiar, ¿no? Serán tres, cuatro años… digamos cinco. ¿Después qué? Cuando te gradúes y empieces a trabajar, ¿de verdad vendrás a buscarla? ¿Te atreves a asegurarlo?
Tao Zhenzhen se quedó paralizada.
Chen Muqi sonrió con amargura.
Tao Anzhi levantó el rostro y miró a su madre, pero Tao Zhenzhen no pudo sostenerle la mirada. Tampoco fue capaz de decir esa frase que la niña esperaba: “Voy a volver por ti”.
Y entonces, poco a poco, los ojos de Tao Anzhi se fueron apagando.
—Vamos —apresuró Chen Muqi.
Tao Anzhi, de pronto, se quitó la mochila, la abrió y sacó un cuaderno. Lo desplegó y dentro había varias fotografías. Con sus pequeñas manos, buscó entre ellas y eligió una. Se la tendió a Tao Zhenzhen.
Ella la tomó con manos temblorosas.
Luego, Anzhi volvió a colgarse la mochila al hombro, se giró y, sin decir una palabra, siguió los pasos de Chen Muqi, alejándose despacio.
Tao Zhenzhen miró la foto… y no pudo evitar taparse la boca con la mano mientras rompía a llorar. En la imagen aparecía su padre abrazando a Anzhi, los dos sonriendo con una felicidad radiante.
Su llanto fue tan desgarrador que apenas podía mantenerse en pie. Yan Xi, que había presenciado todo en silencio, tuvo que sostenerla por el brazo para que no se desplomara.
No la consoló, ni comentó nada. De hecho, en ese momento, se arrepentía de haber pedido ese día libre. Si no hubiera vuelto al dormitorio, no habría visto los formularios sobre la mesa, no se los habría traído… y tampoco habría presenciado una escena tan cruel y dolorosa.
Ella no era más que una espectadora. No tenía derecho a opinar.
La pequeña figura infantil se alejaba cabizbaja, arrastrando los pies detrás del adulto. En su espalda, la mochilita de conejo colgaba con sus largas orejas bamboleándose al ritmo de sus pasos. Una y otra vez, con un vaivén suave y triste.
Una ráfaga de viento le revolvió el cabello a Yan Xi, nublándole la vista. Alzó una mano para apartarlo del rostro.
Y justo en ese instante, la niña, allá adelante, se detuvo.
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