A finales de septiembre, en la ciudad de Bei, soplaban fuertes vientos.
En cada rincón —ya fuera en calles estrechas, pasos elevados, paradas de autobús o entradas de metro— se veían hojas amarillas flotando en el aire. A veces, incluso quedaban algunas flores de finales de verano que aún no se habían marchitado del todo: sus pétalos exteriores ya estaban rizados y secos, pero el corazón de la flor seguía suave y fresco. Tenían una ternura obstinada, encantadora.
Yan Xi recibió una llamada de su amiga de toda la vida, Liu Yiyi, justo durante la hora pico del viernes por la tarde, mientras esperaba en un semáforo. Liu Yiyi la invitaba a ir a la montaña al día siguiente para ver los arces en otoño.
Yan Xi sonrió al escucharla. Después de todo, había visto esas hojas rojas desde pequeña, y ¿ahora tenía que sacrificar su único día libre del fin de semana para ir a verlas justo cuando había más gente? Evidentemente, la excusa no era el paisaje.
—Habla claro —dijo—. Si no es nada importante, mejor lo dejamos. Solo tengo un día de descanso y no quiero salir.
Liu Yiyi soltó una risita.
—Ay, ¡es que te extraño! ¿Cómo va la pasantía? Si te confirman el puesto, ¿significa que pronto podré verte en la tele?
—Falta mucho para eso —respondió Yan Xi—. Ni siquiera tengo el pie dentro todavía.
—Yo tengo toda la fe en ti, ¿eh? Te apoyo al cien. Pero prométeme algo: ¡no vayas a leer noticias! Eso es tan serio y aburrido. Nadie se fija en la ropa, nadie recuerda nada de lo que dicen… solo esa frase de “buenas noches, queridos televidentes”, y ya.
—…¿Estás segura de que entiendes cómo funciona el mundo de la televisión? —replicó Yan Xi, divertida—. ¿Te piensas que cualquiera puede ser presentador de noticias?
La carcajada de Liu Yiyi resonó desde el otro lado de la línea.
—Ahora mismo estoy en prácticas —explicó Yan Xi—. Aún no tengo un rol fijo.
Mientras hablaba, cruzó el semáforo y miró su reloj de pulsera. Pasaban quince minutos de las cinco.
—¿Para qué te matas tanto con la pasantía? —le dijo Liu Yiyi—. Podrías pedirle a tu hermano que hable con alguien en la cadena. Si quiere, te mete en el departamento que tú quieras, o en el canal que te guste…
—Mi hermano jamás permitiría algo así —la interrumpió Yan Xi—. Y además, quiero ganarme mi lugar por mí misma. Si me va bien y me confirman, genial, empiezo a trabajar. Y si no, vuelvo a la universidad y me preparo para el posgrado.
—…Está bien, ya veo que lo tienes todo pensado.
—Así que deja de rodeos y dime qué querías realmente —dijo Yan Xi, con tono directo.
Entonces Liu Yiyi se rindió.
—Está bien, es por Gao Jiming.
Yan Xi bajó un poco la velocidad. El tráfico se comenzaba a congestionar. Frente a ella había un taxi. Ella conducía un Chopster, y fue aflojando el paso un poco más. El aire dentro del auto olía a un suave aroma cítrico.
Finalmente preguntó:
—¿Qué pasa con él?
—¿De verdad vas a terminar con él?
—Decidió irse al extranjero. Yo me quedo en China. Fue una separación amistosa, sin dramas —respondió Yan Xi.
Gao Jiming había sido su compañero mayor en la universidad. Cuando se conocieron, él cursaba segundo año de máster y ella estaba en segundo de grado.
El campus de la Universidad de Bei tenía los escenarios perfectos para enamorarse en la juventud: senderos floridos al amanecer en primavera, un lago azul profundo en las tardes de verano, el aroma de las flores de osmanthus cayendo en otoño, y la biblioteca en los días fríos de invierno. Ellos vivieron todo eso juntos. Lo compartieron, se sorprendieron, lo disfrutaron. Durante esos dos años, se amaron de verdad.
—Solo me preocupa que te arrepientas —le había dicho Liu Yiyi antes de colgar—. Gao Jiming era el mejor entre los mejores en tu universidad, y ustedes hacían una pareja tan linda… nunca discutieron, terminar así es una lástima. Está en Seattle, ¿sabías? Me dijo que te llamó muchas veces y que nunca le contestaste. Después me empezó a llamar a mí como loco… ¡pero yo estoy en Londres! ¿Sabes lo que es el desfase horario? ¡No es tan fácil! En fin… ya te pasé el mensaje. Tú decides.
Yan Xi no respondió. Después de pasar el tramo de tráfico denso, la carretera se liberó un poco y presionó el acelerador.
Ella seguía creyendo que lo mejor era una separación en buenos términos. De hecho, lo había acompañado al aeropuerto para despedirse.
El lugar estaba lleno de gente, ruidoso. Gao Jiming, alto y delgado, llevaba un abrigo largo color caqui. Se veía tranquilo, elegante, y sobresalía entre la multitud.
—¿De verdad tenemos que separarnos? —le preguntó él.
Yan Xi sonrió con calma:
—Yo puedo soportar una relación a distancia. Y sé que tú dirías lo mismo. Pero los dos sabemos que no duraríamos.
La Universidad de Bei era una de las diez mejores del país, y la carrera de programación donde estudiaba Gao Jiming estaba entre las más prestigiosas. Era brillante, atractivo, y muy popular entre las chicas. Siempre había tenido pretendientas, incluso después de empezar a salir con ella.
—Eso no es justo, Yan Xi —replicó él—. Me costó mucho que aceptaras salir conmigo. Todavía quiero estar contigo.
Tenía unos ojos suaves, sin filo, que cuando miraban fijamente daban la sensación de estar completamente enfocados en ti. Era su arma secreta. Por eso, incluso teniendo pareja, otras chicas se le confesaban en su cara, sin importarles que Yan Xi estuviera al lado.
Ella antes no se molestaba. Pero que no le molestara entonces, no significaba que siempre sería así.
Yan Xi negó con la cabeza, le dio una palmada en el hombro.
—Cuando tomo una decisión, no la cambio. Lo sabes. Si lo dejamos ahora, sin rencores, en el futuro aún podremos volver a vernos como amigos.
Bajó la ventanilla para que entrara el viento, interrumpiendo esos recuerdos.
Cuando decidía algo, no miraba atrás. Tenía un fuerte instinto para elegir lo que quería en la vida.
Como cuando eligió estudiar Periodismo como primera opción y Filología como segunda. Como cuando decidió que la fotografía sería solo un hobby, no una profesión. Como cuando renunció a su recomendación directa para el posgrado y optó por trabajar y entrar a la televisión. Como cuando, entre todos los chicos que la perseguían, aceptó a Gao Jiming. Y ahora, como cuando decidió romper con él.
Siempre actuaba por intuición. No se daba espacio para arrepentirse. Una vez que decidía, se entregaba por completo. Luego, dejaba que el destino hiciera lo suyo.
Liu Yiyi solía decirle que era demasiado racional. Que para otras cosas estaba bien, pero que en el amor no se podía ser tan lógica. Que no era como un grifo, que se abre y se cierra a voluntad.
—Yo los vi juntos —le había dicho—. Nadie podría dudar de que se amaban. ¿De verdad no te duele terminar con él?
¿Dolía? Por supuesto. Era su primer amor. Habían reído, llorado, dudado y amado con intensidad. Pero a veces, el amor se acaba en un instante. Ella había decidido dejarlo ir y olvidarlo. No quería gastar más energía pensando en eso. Y además, estaba realmente ocupada.
Miró su reloj. Ya eran las seis.
El cielo se había vuelto más bajo y las nubes estaban teñidas de naranja. En un semáforo, se detuvo junto a un Cadillac. En el asiento del copiloto, una niña pequeña hablaba sin parar:
—Papá, ¡la pizza estaba riquísima! ¿Podemos quedarnos afuera un ratito más? ¡No quiero volver tan rápido!
—Ya llevamos más de una hora, cariño. Tenemos que volver a casa…
De repente, la imagen de Tao Anzhi apareció en la mente de Yan Xi.
Había pasado un mes. Tao Zhenzhen ya se había ido del país. ¿Cómo estaría esa pequeña ahora?
Aún recordaba perfectamente cómo la había mirado antes de irse.
Con el viento de otoño soplando suave y las hojas danzando en el aire, la niña, con su carita como un capullo y el pelo revuelto, tenía los ojos tan brillantes como el agua. Desde lejos, a contraluz, parecía que en sus párpados brillaban lágrimas diminutas.
Yan Xi sintió un leve temblor en el pecho. Si hubiera tenido una cámara, esa imagen sería perfecta para una gran fotografía. Pero no lo hizo. No porque no tuviera cámara, sino porque no pudo.
Ese día, por alguna razón que ni ella entendía, le pidió a Tao Zhenzhen el número de teléfono de Chen Muqi. Unos días después, lo llamó para preguntar por la niña.
Él creyó que ella llamaba de parte de Tao Zhenzhen, así que contestó con indiferencia:
—Está yendo al jardín de infantes. ¿Qué otra cosa podría estar haciendo?
Yan Xi no lo negó. Incluso preguntó qué jardín de infantes era.
Al otro lado del teléfono, se oía la voz juguetona de una mujer. Chen Muqi dudó un buen rato antes de decir el nombre.
Justamente ese jardín quedaba cerca de allí, pero… a esa hora ya debía estar cerrado, ¿no?
Yan Xi vaciló un momento, pero finalmente giró el volante y puso rumbo hacia allí. Con ayuda del GPS, encontró la dirección. Recorrió el lugar con la mirada y, de pronto, su vista se detuvo en un punto.
Pasadas las seis, el jardín de infantes ya había cerrado hacía rato. Las puertas estaban bien cerradas. Pero junto al parterre de flores en la entrada, había una pequeña figura sentada… y una mochila de conejo que le resultaba demasiado familiar.
El cielo al atardecer parecía cada vez más bajo. La niña, con ropa delgada, se acurrucaba temblando en la brisa del anochecer, la mirada fija en el suelo.
Parecía un animalito abandonado.
El corazón de Yan Xi se encogió. Otra escena digna de una fotografía. Y, aun así…
Abrió la puerta del coche y se acercó caminando.
En ese momento, un guardia de seguridad, un anciano, se adelantó y se dirigió a la pequeña figura:
—Niña, ya son las seis. ¿Hoy tampoco vino nadie a recogerte?
La niña no se movió.
El hombre suspiró:
—Buena niña, anda, vamos. Te acompaño a tomar un autobús…
Tao Anzhi asintió y giró el rostro hacia él con una sonrisa… y entonces, su mirada se cruzó con la de Yan Xi.
Se quedó pasmada. Sus ojos se abrieron de par en par.
Yan Xi sonrió suavemente y se acercó.
—¿Vienes a recogerla? —preguntó aliviado el anciano—. Qué bien… la niña lleva más de una hora esperando. Ay…
Y finalmente, el guardia se retiró tranquilo.
—¿Todavía te acuerdas de mí? —preguntó Yan Xi, echando un vistazo al suelo.
Notó que sobre el pavimento había algo escrito con tiza blanca: “H (1), He (2), Li (3), Be (4), B (5), C (6), N (7)…”
¿Eran letras en inglés? No… no era eso.
Yan Xi se sorprendió al descubrir que eran los símbolos de los primeros elementos de la tabla periódica. ¿Eso lo había escrito ella?
—Me acuerdo de ti… Te llamas Yan Xi —respondió la niña con voz suave y tierna.
La sonrisa de Yan Xi se ensanchó. La miró con diversión.
Después de decirlo, Anzhi pareció darse cuenta de que no era muy educado llamar así directamente a un adulto, y con cierta timidez, agregó dos palabras más:
—…jiejie.
[NT: “Jiejie” (姐姐) significa “hermana mayor”, pero también puede usarse para dirigirse con afecto o respeto a una mujer mayor, sin que haya relación familiar.]
¿Yan Xi… jiejie?
Con ese título… Yan Xi se llevó la mano a la frente. Si su madre no fuera su compañera de universidad, ese “jiejie” técnicamente no estaba mal.
Bueno, al menos la recordaba.
Dudó unos segundos, pero al final no le preguntó por qué nadie había ido a recogerla. La respuesta no era difícil de imaginar.
Así que en cambio le dijo:
—¿Tienes hambre? Te llevo a comer algo, ¿sí?
Yan Xi llevó a Anzhi a un local de KFC. Solo entonces cayó en la cuenta: esta comida frita y poco saludable tampoco era lo más adecuado para una niña pequeña. Después de la experiencia anterior dándole helado a una niña que aún ni cambiaba los dientes, su plan original era llevarla a comer algo más saludable.
Pero, en el coche, le había preguntado:
—¿Hay algo que quieras comer?
Y Tao Anzhi había señalado un cartel: el abuelo blanco.
Yan Xi siguió la dirección de su dedito, y no muy lejos, el famoso coronel Sanders del KFC sonreía con su cabello blanco y su barba blanca.
Pues… ni modo.
—Voy a pedir. Quédate sentadita, ¿sí? —le dijo Yan Xi antes de ir a hacer la fila.
Tao Anzhi se presionó la pancita que gruñía de hambre, asintió con su cabecita, y se sentó obediente.
Era hora pico de la cena. El local estaba lleno, el ambiente era algo ruidoso. Había parejas, familias, y también personas solas.
Anzhi estaba feliz. Observaba la espalda de Yan Xi mientras ella hacía la fila: esbelta, alta, llevaba una camisa azul grisácea y jeans. Tenía una cintura delgada, piernas largas.
Con su vocabulario limitado, Anzhi intentaba describir lo que veía: solo podía pensar que era muy, muy hermosa. Miró alrededor: nadie le parecía tan bonita como ella.
Después de hacer el pedido, Yan Xi la llevó a lavarse las manos y se sentaron a la mesa.
Pidió para ella un menú infantil tipo A: puré de papas, tarta de huevo, papas fritas pequeñas y un jugo de frutas. También venía con un juguetito. Para ella pidió un combo con hamburguesa.
En cuanto vio el juguete, Anzhi se olvidó por completo del hambre. Sus ojitos brillaban. Yan Xi lo abrió por ella.
Era un conejito blanco con mejillas sonrosadas, que abrazaba un tamborcito. Al apretarlo, sus patitas empezaban a golpear el tambor: ¡pom, pom, pom, pom!
La carita de Anzhi se iluminó bajo la luz cálida del local. Emocionada, se movió un poquito en la silla, sin poder creerlo del todo:
—¿Es para mí?
Yan Xi la miró con una sonrisa llena de ternura:
—Claro que es para ti. ¿A que tú naciste en el año del conejo?
Anzhi abrazó al conejito con ambas manos, su hoyuelo en la mejilla derecha se marcó profundamente, y sus ojos grandes, oscuros y redondos se curvaron con alegría:
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