Estaban sentadas junto a la ventana. Afuera, el cielo nocturno caía lentamente, con el negro del cielo mezclándose con el naranja de las farolas lejanas. Por la calle pasaban algunos peatones, dispersos en grupos de dos o tres.
De repente, el estómago de Anzhi hizo un gruñido. Ella, sonrojada, se cubrió la barriga con las manos.
—Mi rana está haciendo ruido.
¿Una rana?
Al notar que Yan Xi la miraba, se puso un poco más cohibida. Con sus pequeñas manos se señaló el vientre.
—Hay una rana que vive en mi barriga. Cuando tengo hambre, empieza a hacer “croac, croac”…
Al ver que la sonrisa de Yan Xi se profundizaba, su voz fue bajando poco a poco:
—…Eso dice mi abuelo.
Yan Xi escondió su sonrisa, fingiendo una expresión de revelación:
—Ah, ya veo.
Entonces Anzhi tomó una cucharita y empezó a comer puré de papas, disfrutándolo como si fuera un manjar.
Ver a una niña comer con tanto gusto… era bastante adorable, pensó Yan Xi. Sus ojos se llenaron de una sonrisa sincera. Después de terminar su hamburguesa, ya no comió más; simplemente se quedó observándola en silencio.
Sintió que sí, había crecido un poco.
Yan Xi le preguntó:
—¿Sabes dónde vives?
Anzhi sorbió un poco de su jugo:
—Sí, conozco la parada de autobús.
Yan Xi parpadeó, ligeramente confundida. Frunció un poco el ceño.
—¿Tomas el autobús?
Anzhi mordió su pajilla con un poco de fuerza. Su hoyuelo derecho se marcó con claridad. Respondió, con voz apagada:
—A veces… cuando no viene nadie a buscarme…
Ese día, aquel hombre que decía ser su papá la llevó a una casa grande, con chofer y sirvientes. Luego empezó a ir al jardín de infantes, pero no volvió a ver al hombre nunca más.
Al principio, alguien iba a buscarla al colegio. Pero con el tiempo, al notar que el “dueño” de la casa no se preocupaba mucho por ella, comenzaron a decir a sus espaldas: “Al fin y al cabo ella ni siquiera se apellida Chen… ¿Para qué molestarse tanto? Con que no se pierda es suficiente…”
El jardín de infantes terminaba a las cuatro y media. Muchos padres llegaban temprano, compitiendo por ser los primeros en recoger a sus hijos. Anzhi, en cambio, siempre era la última.
Al principio, las maestras se quedaban con ella, pero poco a poco empezaron a quejarse de que no podían salir a tiempo.
Anzhi lo entendía todo. Con el tiempo, empezó a salir sola por la puerta del colegio. Sabía que nadie iría a buscarla… y tampoco quería volver temprano. Después de todo, regresar era simplemente volver a una casa grande y desconocida.
Aquel abuelo de la entrada fue quien comenzó a hablar con ella, también quien le enseñó a tomar el autobús y a reconocer los números de las líneas. La primera vez que subió, el conductor pensó que se había equivocado, miró por detrás de ella creyendo que iba acompañada por un adulto. Todos en el autobús la miraron, con una expresión de compasión en el rostro.
Por suerte, el camino era fácil de recordar. Tomaba la línea 218, se bajaba en la última parada, caminaba tres mil pasos, giraba hacia atrás y luego caminaba mil pasos más. Al llegar a la quinta casa, ya estaba en su destino.
Anzhi recordó esas miradas y de pronto sintió un nudo en la garganta. Bajó la cabeza. En su interior se repetía: “No puedes llorar… te trajeron aquí con buena intención, no puedes ponerte a llorar…”
Bajó aún más la cabeza, alargó la mano, tomó una tarta de huevo y comenzó a darle mordidas grandes, con ansiedad.
Yan Xi contuvo el aliento. No pudo evitar levantarse de golpe, moviendo la silla con fuerza.
Al oír el ruido, Anzhi alzó la cabeza. Hizo un pequeño puchero, y las lágrimas empezaron a asomarse, a punto de caer. Se apresuró a pasarse la mano por la cara y bajó la cabeza otra vez.
Yan Xi se detuvo. No sabía cómo consolar a una niña, así que solo le acarició la cabeza con suavidad.
—Espérame aquí un momento, voy a hacer una llamada.
No quería que la niña la viera molesta, así que se alejó unos pasos y llamó a Chen Muqi. Cuando la llamada se conectó, Yan Xi respiró hondo y le explicó lo sucedido. Aunque su educación era impecable, en ese momento sentía ganas de golpear a alguien.
Del otro lado de la línea, Chen Muqi guardó silencio un buen rato antes de murmurar:
—Entonces… no sé qué hacer…
Yan Xi soltó el aire. Al levantar la vista, vio que la niña la estaba mirando fijamente desde lejos, con una expresión de esperanza cautelosa.
Cuando sus miradas se cruzaron, la niña bajó la cabeza y volvió a comer sus papas fritas.
Esta pequeña era como una semillita que había empezado a echar raíces en el corazón de Yan Xi. Y ahora, había crecido tanto que ya no podía ignorarla. Le preocupaba de verdad.
—¿Y si la llevo con una pariente? Tiene hijos, sabrá cuidar a una niña…
Yan Xi respondió de inmediato:
—No hace falta.
Colgó la llamada y volvió a la mesa. El combo infantil ya casi había desaparecido.
—¿Estás llena?
Anzhi levantó la última papita:
—Sí, ya comí —luego se chupó el dedo—. La rana ya no hace ruido.
Yan Xi sonrió:
—Entonces, la próxima vez te traeré otra vez.
Las luces del local de KFC brillaban intensamente. Anzhi la miró hacia arriba, su hoyuelo se marcó ligeramente mientras decía:
—Tengo que volver.
Se acomodó las correas de la mochila.
Yan Xi bajó la cabeza para mirarla:
—¿De verdad quieres regresar?
Su voz era muy suave. Esta vez llevaba una camisa gris con las mangas arremangadas, dejando al descubierto unas muñecas finas y claras, adornadas solo por un reloj blanco. Era alta, y como se inclinaba para hablar con ella, su largo flequillo caía con naturalidad. Bajo la luz, sus mejillas brillaban con un resplandor sereno y delicado.
Yan Xi era, sin duda, la más amable y la mejor entre todos los adultos que Anzhi había conocido.
Ella agarró con fuerza las correas de la mochila y respondió:
—Es que ya no tengo a dónde más ir…
En ese instante, el arbolito que había echado raíces en el corazón de Yan Xi se ramificó de golpe, extendiendo enredaderas que la envolvían con fuerza, provocándole una punzada de dolor en el pecho.
Después de unos segundos de silencio, extendió la mano y le dijo:
—Ven.
Anzhi, aún algo aturdida, extendió sus deditos y tomó su mano. Al sentir el calor suave que la envolvía, dejó que la condujera unos pasos.
Levantó la vista con curiosidad. El cabello de Yan Xi se movía levemente con cada paso que daba. Caminó con ella fuera del KFC, bajo el cielo frío de la noche, entre luces encendidas, el bullicio del tráfico y el murmullo de las multitudes.
Cando Anzhi se encogió ligeramente, Yan Xi le apretó mano con más firmeza. Al alzar la mirada otra vez, se encontró con los ojos cálidos y tranquilos de Yan Xi, que le dijo con suavidad:
—Anzhi, si no tienes a dónde ir… ¿por qué no vienes a mi casa?
Todo a su alrededor pareció silenciarse. Era como si estuviera dentro de un sueño sacado de un cuento de hadas.
Entonces subieron al auto de Yan Xi. El espacio interior era amplio, y el asiento del copiloto muy grande; sus piernas ni siquiera llegaban al borde del asiento. Con el cinturón de seguridad abrochado, parecía un animalito asustado, atado y tembloroso.
Yan Xi sonrió suavemente y le revolvió el cabello. Bajó un poco la velocidad, notando que la niña estaba algo tensa. Entonces, señaló hacia la ventana.
Anzhi giró la cabeza. Fuera del auto, una lluvia de luces multicolores cubría el cielo. Desde el puente elevado, todo parecía flotar en el aire.
—¡Guaaau! —exclamó Anzhi, pegando la cara al cristal con los ojos bien abiertos.
Los ojos de Yan Xi se curvaron con una sonrisa. Descubrió que, cuando la niña se sorprendía, abría los ojos como platos y solo alcanzaba a decir “¡guau!” de lo emocionada que estaba.
Era muy tierna.
La casa de Yan Xi quedaba en las afueras de la ciudad. Hubo algo de tráfico, así que llegaron al residencial pasadas las ocho. Ya era tarde y el viento soplaba más fuerte. Mientras el auto avanzaba entre los jardines, las ramas de los árboles se deslizaban rápidamente junto al coche. Cuando llegaron al garaje, Anzhi ya se había quedado dormida, recostada en el asiento.
Yan Xi se bajó, le quitó el cinturón con cuidado y abrió la puerta del otro lado. La cargó con suavidad; su cabecita quedó apoyada sobre su hombro, y la pequeña mochilita de conejo colgaba de su otro brazo.
Era muy liviana. Y tan blanda… Mucho más fácil de cargar que sus dos sobrinitos gemelos que parecían cerditos.
Pasó por el corredor exterior, silencioso y envuelto en el aroma tenue de las enredaderas verdes y crisantemos frescos.
Al entrar en la casa, una mujer de unos cincuenta años, de rostro amable y sonrisa cálida, salió a recibirla.
—Xiao Wu, ya volviste —dijo. Al ver a la niña que traía en brazos, se mostró sorprendida—. ¿De quién es esta pequeña?
[NT: El sobrenombre “Xiao Wu” (小五) significa literalmente “la quinta pequeña”. En muchas familias chinas, es común llamar a los hijos según su orden de nacimiento. En este caso, “Wu” (五) significa “cinco”, lo que indica que Yan Xi es la quinta hija o la menor entre cinco hermanos.]
—Tía Xin —respondió Yan Xi—. Es hija de una amiga. Se va a quedar en casa por un tiempo. ¿Puedes ver si encuentras algo de ropa que le quede?
La mujer a la que llamaban tía Xin pensó un momento y dijo con un tono algo resignado:
—Va a estar difícil… No hay muchas niñas en la familia. Ah, pero todavía tenemos guardada tu ropa de cuando eras pequeña, voy a buscar.
—¿Y mi cuñada? ¿Dónde están los gorditos?
La tía Xin sonrió:
—Tu cuñada se los llevó a casa de sus padres por unos días. Los abuelos los extrañaban.
—Sí, ya era hora de que causaran estragos allá también…
Mientras las dos hablaban, Anzhi ya se había despertado. Aunque no tenía los pies tocando el suelo —algo que normalmente la haría sentir insegura—, la calidez del abrazo le resultaba tan cómoda que no quería moverse. Aquella fragancia suave e indescriptible le llegaba de nuevo. Solo deseaba quedarse así un rato más.
Mientras escuchaba la conversación de los adultos, la curiosidad la llevó a mover levemente la mejilla, como buscando el origen de la voz.
Yan Xi lo notó y le preguntó en voz baja:
—¿Estás despierta?
Anzhi no respondió de inmediato. Abrió los ojos con timidez y miró a la “tía Xin” que tenía enfrente, quien le sonreía con una expresión muy amable.
—Tía Xin, ella es Anzhi —presentó Yan Xi.
La mano detrás de Anzhi le dio unas palmaditas suaves, y ella enseguida entendió y saludó con dulzura:
—Hola, tía Xin…
La tía Xin pareció quedarse pasmada por un segundo, pero luego sonrió aún más:
—Qué niña tan linda… Pero deberías decir “abuela”, ¿sí?
Le acarició la cabeza con cariño, y a Anzhi le cayó bien de inmediato.
—Xiao Wu, ya has tenido un día largo. Mañana tienes que ir a trabajar. Déjamela a mí —dijo mientras estiraba los brazos para cargarla.
Pero Anzhi, casi por reflejo, se encogió y se aferró al cuello de Yan Xi.
—No pasa nada —respondió Yan Xi con una sonrisa—. La llevaré a ver al abuelo y a la abuela. ¿Dónde están?
—Ah, están en el segundo piso viendo televisión —contestó la tía Xin, algo sorprendida.
Quiso tomarle la mochilita de conejito, pero antes de que Anzhi pudiera decir nada, Yan Xi esquivó el gesto con naturalidad.
—Entonces, subiré —dijo, mientras seguía avanzando hacia las escaleras con Anzhi en brazos.
La tía Xin la miró alejarse y dejó escapar una sonrisa pensativa.
—Parece que Xiao Wu le ha tomado cariño a esta niña…
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