La escalera era de madera, con alfombra por encima. Anzhi iba en brazos mientras subían. Al llegar al descanso del primer tramo, aún quedaban varios escalones por delante. Con vergüenza, dijo en voz baja:
—Puedo bajarme… Peso mucho…
La mujer que la llevaba sonrió con voz clara:
—Eres como un gatito, no pesas nada. Mis dos sobrinos son más pesados que tú. Cuando estoy en casa se me cuelgan encima, ¡y ni sacudiéndome los puedo quitar!
—¿Sobrinos?
—Sí, los hijos de mi hermano mayor. Son gemelos, tienen cuatro años, un poquito más chicos que tú. Hoy no están. Si estuvieran, podrían jugar juntos.
¿Serían los famosos “gorditos”?
El hoyuelo en la mejilla de Anzhi se marcó apenas un poco.
—Voy a llevarte a conocer a mis abuelos. Viven en el segundo piso. Ya son mayores, así que casi no suben escaleras. Por allá hay un pequeño ascensor…
Mientras subía cargándola, le hablaba con voz suave, aunque el esfuerzo le hacía respirar un poco más agitado. Desde la perspectiva de Anzhi, todo iba subiendo poco a poco, incluso su corazón.
En aquella casa grande, ella nunca dormía bien. Al principio temía que al cerrar los ojos despertaría en otro lugar desconocido. Después, simplemente no quería despertar para volver a ver esas caras indiferentes. Pero esta vez, al abrir los ojos, se encontró en unos brazos cálidos que la cuidaban.
Apoyó la mejilla contra la tela del hombro de la mujer y se quedó escuchando en silencio.
—Mis papás murieron cuando yo era muy chica y me criaron mis abuelos. Les encantan los niños, así que no tienes que tener miedo.
Ella siempre tenía un aroma suave, difícil de describir. Las profesoras del jardín o las mamás de otros niños también usaban perfume, pero ninguna olía tan bien como ella.
Anzhi se grabó ese olor.
Yan Xi había crecido en esa misma casa. Era la más pequeña de todos los nietos, y la única niña. Sus padres se habían enamorado en la universidad y se casaron antes de graduarse. Tuvieron cuatro hijos varones. Tanto ellos como los abuelos deseaban tener una niña. Después del segundo hijo, la mamá de Yan Xi se empeñó en buscar una “bufandita de algodón” (una hija que le abrigara el alma). Pero lo siguiente fue un par de gemelos… varones otra vez. Cansada, decidió no tener más hijos. Pero tres años después, para sorpresa de todos, quedó embarazada de Yan Xi. Fue una alegría inesperada.
Ella nació rodeada de amor y mimos. Pero a los cinco años, sus padres y su hermano mayor murieron en un accidente de avión. Desde entonces, ella y sus tres hermanos fueron criados por los abuelos.
La familia Yan era muy reconocida en el mundo de la música. El abuelo era un cantante condecorado, con una pensión especial del Estado. Había ingresado joven al Partido Comunista y fue oficial civil en el ejército. La abuela era profesora en el Conservatorio de Música de Beicheng. Llevaban más de cincuenta años juntos, con altos y bajos, pero seguían profundamente unidos.
Ahora estaban jubilados y vivían en una casa antigua en las afueras del norte de la ciudad. Se dedicaban a cuidar el jardín, las flores… y a sus bisnietos. Ambos estaban bastante bien de salud, salvo que la memoria de la abuela ya no era la misma.
En el salón del segundo piso se sentía una calidez tranquila. Los muebles de madera huanghuali tenían un diseño clásico y elegante. Un jarrón de porcelana blanca con bordes celestes sostenía flores de ciruelo amarillo que perfumaban el ambiente con su aroma suave. Las luces proyectaban sombras dobles sobre las paredes, y un arreglo de flores de begonia florecía sobre la mesa con serenidad y belleza.
Los dos ancianos estaban sentados uno al lado del otro viendo la televisión. Para ser precisos, el abuelo Yan acompañaba a la abuela Yan a ver la tele. Ella preguntó:
—¿Ese no es Ni Dahong?
—Sí —respondió él—. Está interpretando a Yan Song. Lo hace muy bien.
Cuando Yan Xi subió cargando a Anzhi, ya era la tercera vez que su abuela hacía esa pregunta.
—Abuelo, abuela —saludó Yan Xi, dejando a Anzhi sentada en una silla. Le dio unas palmaditas en el hombro para indicarle que se quedara tranquila—. Ella es Anzhi.
Echó un vistazo a la pantalla—. Ay, Chen Baoguo… ¿Otra vez esta serie?
El abuelo Yan, de cabello completamente blanco pero de espíritu enérgico, sonrió con amabilidad.
—Estoy acompañando a tu abuela… —respondió con una voz cálida. Era de esos abuelos que los niños adoran de inmediato, y no se molestó en seguir formalidades. Se inclinó levemente hacia Anzhi y le preguntó con naturalidad—: ¿Quieres una manzana?
Yan Xi se sentó a su lado y le explicó:
—Ellos son mi abuelo y mi abuela.
Anzhi no tuvo tiempo de pensar qué debía hacer. La pregunta del abuelo llegó tan rápido que se quedó de pie sobre la silla, sin saber si debía sentarse, saludar o responder. Parecía un conejito desconcertado, completamente nerviosa.
Yan Xi soltó una risita. El abuelo también sonrió.
—Anzhi, siéntate —le indicó con dulzura.
Ella se sentó con mucho cuidado. El abuelo le ofreció una rebanada de manzana. Anzhi miró a Yan Xi de reojo, y al ver que esta le sonreía con aprobación, murmuró:
—Gracias… abuelo…
Apenas dio un pequeño mordisco cuando, de repente, la abuela —que había estado concentrada en la televisión— reaccionó. Se inclinó hacia ella, le acarició la cabeza y las mejillas.
La anciana también tenía el cabello blanco, y su rostro irradiaba amabilidad. Además, de cerca, tenía un aroma suave y floral.
—¡Vaya, es una niña! —exclamó.
Anzhi no alcanzó a decir nada. Con la manzana aún en la boca, fue abrazada de golpe. La abuela frotó su mejilla contra la suya con entusiasmo.
—¡Ay, qué niña tan bonita!
El abuelo, desde el costado, comentó divertido:
—Shunian, vas a asustar a la niña…
La abuela rió alegremente.
—¿Es hija de Xiao Wu? ¿Tan grande está ya su hija?
Yan Xi tosió un poco, incómoda.
—Abuela, no es mi hija…
Pero la abuela no le hizo caso. Seguía acariciando la cabeza de Anzhi con ternura.
—¿Cuántos años tienes?
Anzhi apenas pudo tragar el trozo de manzana que tenía en la boca. Desde que llegó a esta ciudad, había pasado por varias casas, pero en ninguna la habían recibido con tanta calidez. Sus mejillas se tiñeron poco a poco de rosa.
—Abuela… tengo seis años —respondió con timidez.
Yan Xi observaba en silencio cómo sus abuelos se entretenían conversando con Anzhi, y no pudo evitar suspirar para sí:
Abuelo, abuela… ya volvieron a enredar las generaciones otra vez…
Un rato después, subió la tía Xin. Llevaba veinte años trabajando en la antigua casa de los Yan y era prácticamente parte de la familia. Con una sonrisa, le dijo a los ancianos que era hora de descansar, y luego le comentó a Yan Xi que ya había encontrado algo de ropa que le podría quedar bien a Anzhi, así que podía llevarla a bañarse y cambiarse.
Yan Xi miró el reloj: ya pasaban de las nueve. A esa hora, una niña ya debería estar dormida.
Pero… ¿tan pequeña sabría bañarse sola? Después de todo, para Anzhi la tía Xin era una completa desconocida. Probablemente no querría que ella la bañara.
Yan Xi frunció ligeramente el ceño. La verdad, nunca había bañado a una niña.
La casa de los Yan tenía cuatro pisos. La tía Xin y el resto del personal vivían en la planta baja. En el segundo piso estaban sus abuelos, su cuñada y los gemelos. El tercer piso era territorio de ella y de sus dos hermanos mayores.
Yan Xi llevó a Anzhi a su habitación. Luego fue al baño a preparar agua caliente y dejó la ropa lista para ella.
Su habitación era muy amplia. Le gustaban los muebles blancos, sencillos y robustos. Había varias plantas pequeñas y una gran estantería repleta de libros.
Anzhi miraba todo con ojos curiosos.
Yan Xi se remangó la camisa y recogió su largo cabello en una coleta. Le preguntó:
—¿Te vas a bañar sola, o…?
—Puedo hacerlo sola —respondió Anzhi.
Yan Xi soltó un suspiro de alivio al ver que la niña entraba sola al baño. Pero, pasados unos segundos, se llevó la mano a la cabeza. Aun así, no se sentía del todo tranquila… así que también entró.
Apenas cruzó la puerta, soltó una carcajada.
Anzhi llevaba puesto un vestidito que había intentado sacarse sola y se le había quedado atascado en la cabeza. Estaba forcejeando con él mientras hacía ruiditos de frustración, “¡uuuuh, uuuh!”, con las orejas todas rojas de tanto jalar, pero sin atreverse a pedir ayuda.
Desde arriba se oyó la risa suave de Yan Xi:
—No te muevas, no te muevas. Te ayudo a quitártelo.
Después de varios tirones, lograron sacarlo. Anzhi quedó con el cabello hecho un desastre, las orejas encendidas y el ceño fruncido, con los labios apretados en un puchero.
Yan Xi contuvo la risa, cerró bien la puerta del baño y fue a revisar la temperatura del agua en la tina.
—¿Te lavo el cabello también?
—Mhm… —Anzhi ya solo tenía puesta su ropa interior, con sus bracitos y piernas redonditos como brotes de loto. Frotaba los pies entre sí, algo cohibida.
Yan Xi temía que se resfriara si se bañaba sola, así que le hizo una seña para que se acercara. Tomó la ducha de mano y le explicó:
—Mira, aquí hay dos colores. Si giras hacia el azul, sale agua fría. Si giras hacia el rojo, sale caliente. —Abrió el grifo, y el agua empezó a correr—. Prueba el agua con la mano. Si está a buena temperatura, puedes usarla así.
Se sentó al borde de la tina.
—Déjame ayudarte a lavar el cabello.
Anzhi se agachó y acercó la cabeza. El agua tibia le cayó sobre el cuero cabelludo, mientras los dedos suaves de Yan Xi masajeaban su cabello. Un aroma fresco y limpio llenó el aire.
—¿Está muy caliente?
Anzhi pensó que ese aroma se parecía al de ella… Cerró los ojos, disfrutando de la sensación.
—No, no está caliente…
Apenas terminó de decirlo, un poco de espuma se le metió en los ojos.
—¡Ah!
—¡Ay! No te muevas, no abras los ojos —le advirtió Yan Xi rápidamente.
La enjuagó con cuidado, limpiándole la cara con una toalla.
El rostro de Anzhi se arrugó como una bolita. Se puso de pie, con el cabello escurriendo gotas de agua. Ya empezaba a sentir frío.
—¡Brrr…! —se estremeció, encogiéndose un poco.
Y justo entonces, le entró agua en el oído.
Yan Xi, un poco desesperada, la sostuvo de la cabeza para ayudarla a drenar el agua.
—Perdón, perdón… ¿Ya está mejor? —le preguntó preocupada.
Justo cuando Anzhi iba a decir que ya se sentía mejor, una bolita de espuma que había quedado sin enjuagar le resbaló por la cabeza…
—…
—…
Las dos soltaron una carcajada al mismo tiempo.
Yan Xi le enjuagó bien el cabello y lo envolvió con una toalla.
—¿Estás más cómoda? —preguntó.
La carita de Anzhi, pequeña y dulce, apenas asomaba entre la toalla. Asintió con un suave “mmm”.
—Listo, ¿ya entras?… Oh, espera, el agua ya está fría…
Yan Xi volvió a llenar la tina con agua tibia, y al girarse vio que Anzhi seguía de pie, con algo de vergüenza en la mirada.
—¿Hmm? Tienes que quitarte la ropa interior también…
Anzhi la miró con las mejillas completamente rojas.
Yan Xi lo entendió enseguida y sonrió con los labios apretados.
—Está bien, no miro. Quítatela tú sola.
Anzhi la observó cerrar los ojos. Sus pestañas largas, curvadas, parecían sonreír también. Rápidamente se deshizo del resto de la ropa y entró en la bañera.
—¿Ya puedo abrir los ojos? —preguntó Yan Xi entre risas.
—Sí —respondió Anzhi, riendo con timidez.
El baño se llenó de un vapor suave y cálido. Anzhi se quedó mirando la espuma blanca flotando sobre el agua, tan esponjosa como nubes. Metió el dedo y empezó a pincharla con curiosidad.
Yan Xi recogió la ropa sucia y revisó la ropa que la tía Xin había preparado. Pensó que para dormir no parecía muy cómoda.
—Voy a buscarte algo más para dormir. Cuando termines, llámame —le dijo.
Los hoyuelos en las mejillas de Anzhi saltaron como dos comillas alegres. Yan Xi le guiñó un ojo antes de salir. Anzhi chapoteó un poco el agua con la mano, con una expresión de pura felicidad.
Un rato después, Yan Xi volvió a entrar para enjuagarle la espuma. La envolvió con una toalla de algodón suave y la alzó directamente en brazos.
La parte delantera de su camisa estaba completamente empapada, y al cargarla, un mechón de su cabello se deslizó hacia delante.
Anzhi la miró fijamente y, con delicadeza, apartó ese mechón de su rostro y se lo colocó detrás de la oreja. Yan Xi se sorprendió un poco, pero sonrió apenas, con un gesto leve.
La llevó hasta la cama, la acomodó y le puso una camiseta grande suya, que a Anzhi le quedaba como un vestido largo. Se veía adorable.
—Voy a darme un baño. ¿Te puedes secar el cabello tú sola, sí?
Anzhi asintió con obediencia, viendo cómo la mujer entraba en el baño.
Se quedó un rato en silencio. Desde que estaba en esta ciudad, nadie había hecho tanto por ella. Excepto su abuelo, nunca nadie había pasado toda una noche yendo y viniendo solo para cuidarla.
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