Tomó la toalla que la envolvía y empezó a secarse el cabello. Después del baño, todo su cuerpo y su cabello tenían ese aroma tan agradable. El champú y el gel de ducha tenían la misma fragancia, aquella que había olido en ella.
No sabía a qué flor correspondía ese aroma.
Mientras se secaba el pelo, miró a su alrededor. La cama era grande, con sábanas blancas, un edredón gris claro y almohadas gris oscuro. A un lado del cabecero había una lámpara de escritorio negra, alta, con un cabezal largo y flexible.
Sobre la mesita de noche había un portarretratos. Reconoció a Yan Xi en una de las fotos, junto a tres chicos. Todos altos, iguales. Yan Xi llevaba una coleta alta, su mirada dirigida al frente, con una sonrisa radiante y los ojos brillantes como estrellas.
Con esa mirada suya, parecía hacer florecer el mundo entero.
Cuando Yan Xi salió de la ducha, vio que Anzhi tenía entre sus manitas el portarretratos, observándolo con total concentración.
—Esa soy yo con mis hermanos.
Anzhi se giró.
—¿Tres?
Yan Xi se acercó, se sentó a su lado y tomó el marco.
—Tengo cuatro hermanos. El tercero y el cuarto son gemelos…
Hizo una breve pausa antes de continuar:
—Pero cuando yo tenía cinco años… el cuarto hermano y mis padres fallecieron.
Llevaba una bata ligera de dormir, con el cabello aún húmedo cayéndole sobre los hombros. Su cuerpo desprendía el mismo aroma que Anzhi. Sus largas pestañas temblaban levemente. No dijo nada más.
A Anzhi se le encogió el corazón, sin saber muy bien qué hacer.
—Ese… ese aroma —logró decir al fin, con la cara completamente roja—. El del champú… y el del gel… ¿de qué flor es?
—Ah, es este —dijo Yan Xi, sacando una botella blanca. En letras verde claro se leía “Kai”. Sacó un poco de la loción y la frotó en la mano—. Todo lo que usamos para el baño y el cabello es de esta marca. Huele a flor de gardenia.
Anzhi no conocía esa flor. Yan Xi sonrió de nuevo y explicó:
—Es una flor blanca. Esta marca le gustaba mucho a mi mamá, y a mí me encantan las gardenias.
Se quedó pensativa un momento, como si recordara algo del pasado. Sus ojos se tornaron un poco difusos, aunque solo por un instante. Luego volvió a sonreír:
—Abajo en el jardín hay unas plantadas. Aunque ya pasó la temporada, otro día te las muestro.
En realidad, aún no era hora de que Yan Xi se acostara, pero mientras le secaba el cabello a Anzhi, la niña estaba tan cansada que no podía mantener los ojos abiertos. Su cabecita se ladeaba poco a poco, hasta que acabó recostándose en ella. Yan Xi la sostuvo con cuidado, le acarició el cabello y la acomodó bien para que durmiera.
La verdad, no estaba acostumbrada a dormir con alguien más, y mucho menos en la misma cama. Tomó una manta grande y envolvió a la niña como si fuera un burrito, asegurándose de que no se destapara.
Pensó en ver un rato los videos de la productora, pero al final lo descartó. Si dejaba la luz encendida, tal vez ella no dormiría bien.
Se tumbó a su lado. Yan Xi apoyó una mano detrás de la cabeza, el cuerpo relajado, pero la mente no tanto.
¿En qué estaba pensando al traer a su casa a la hija de otra persona sin más…?
¿De verdad había pensado bien lo que iba a hacer después? Sus padres no eran confiables, sí, pero… ¿realmente le correspondía a ella decidir? ¿Acaso pensaba tenerla consigo?
Eso era imposible… ¿cierto?
Estos días Yan Xi estaba haciendo una pasantía como asistente de dirección, corriendo de aquí para allá tras los directores. La semana pasada se había definido el tema del proyecto y la próxima comenzaba el rodaje. Para este puesto no solo se requería buena redacción, habilidades comunicativas, paciencia y atención al detalle, sino, sobre todo, una enorme resistencia física. El ritmo de trabajo era intensísimo: mínimo doce horas al día, y pasar la noche en vela era habitual. Muchos de sus compañeros de pasantía, todos de su edad, sobrevivían a base de café y bebidas energéticas, y ya se habían instalado directamente en los dormitorios asignados por la productora.
Ella ni siquiera podía garantizarse días libres al mes… ¿cómo iba a cuidar a una niña?
Simplemente no tenía sentido.
Se frotó la sien y se giró para mirar a Anzhi. La niña dormía profundamente, en total silencio, con una respiración ligera.
Yan Xi no entendía nada del mundo infantil. Sus dos sobrinos eran ruidosos, traviesos y muy pegajosos. Sus hermanos no los soportaban y se habían mudado por su cuenta. A ella no le molestaban, pero siempre pensó que los niños eran una especie problemática, especialmente los varones.
Pensaba que sería genial si su cuñada tuviera gemelas. Seguro serían dulces, adorables, y si eran un poco traviesas, no importaba. Yan Xi solía pensar así.
Nunca imaginó encontrarse con alguien como Anzhi.
“No tengo otro lugar a dónde ir”.
Volvió a recordar esa frase. Una criatura tan pequeña, diciendo con voz suave algo tan lleno de tristeza. Era una niña que necesitaba más cuidado y cariño que cualquier otra.
Tal vez no estaba a la altura…
Siendo sincera, Yan Xi se arrepentía un poco de haber actuado por impulso al llevarla a casa. No había pensado en lo que vendría después. Solo supo, en ese momento, que no podía dejar que volviera sola.
Cada niño tiene, en su interior, un parque. Para la mayoría, como sus revoltosos sobrinos, ese parque está lleno de sol, columpios, caballitos que se mecen, ruedas de la fortuna y la risa compartida con sus padres.
Pero el parque dentro de Anzhi, quizá tenía esas mismas cosas… solo que ella estaba en la orilla, observando en silencio cómo jugaban las demás familias.
Yan Xi no sabía por qué le venía esa imagen a la cabeza, pero con solo pensarlo, el corazón se le apretaba.
Quería creer que llevarla a casa la haría feliz… pero temía que eso despertara en la niña una esperanza demasiado grande.
Porque no quería decepcionarla.
Por ahora, no tenía una mejor solución.
En fin… lo mejor era que se quedara un tiempo en casa. Por lo menos, mientras estuviera la tía Xin cuidándola, se sentiría más tranquila. De momento, tendría que ser así.
Cuando Anzhi despertó, durante un instante no supo dónde estaba…
¿Era la camita de su casa? ¿El departamento de Tao Zhenzhen? ¿O aquella casa enorme y fría donde nadie se ocupaba de ella?
Se incorporó, se frotó los ojos, y escaneó el cuarto con la mirada hasta recordar que estaba en la habitación de Yan Xi.
Tocó la manta que la cubría y miró las sábanas grises dobladas a un costado. Se quedó quieta un momento, sentada, hasta que finalmente fue a buscar la ropa que le habían dejado al pie de la cama.
Se bajó, fue al baño, y observó con cautela: encontró un cepillo de dientes y una toalla preparados para ella. Eso la tranquilizó.
Se puso de puntitas para cepillarse los dientes, se lavó la cara con agua fría, y se peinó.
Esperó un rato en la habitación, pero al ver que nadie venía a buscarla, sin saber bien qué hacer, decidió salir por su cuenta.
El tercer piso estaba en completo silencio. Se detuvo en la puerta, tratando de recordar en qué dirección estaban las escaleras.
Justo en ese momento, Yan Xi subía y la vio parada allí, algo perdida. Llevaba puesta una camiseta y pantalón de un amarillo claro. Al verla, Anzhi soltó un suspiro, como aliviada, y le sonrió con timidez.
—Ven —dijo Yan Xi suavizando la voz—. ¿Tienes hambre?
El desayuno olía delicioso: había gachas de mijo, leche de soya, youtiao crujientes, bollos rellenos de carne, crepes de huevo y varios encurtidos.
En la cocina del primer piso había una mesa larga y ancha de madera natural, junto a grandes puertas corredizas de cristal que daban al exterior, donde se extendía un enorme césped verde.
Era un entorno desconocido, y Anzhi, algo nerviosa, se sentó a la mesa sin atreverse a tocar nada. Aunque el aroma de la comida era cálido y tentador, solo echó una mirada discreta a los platos, sin pedir nada por su cuenta.
Yan Xi frunció levemente el ceño, apenas por un segundo, antes de relajarse. Luego, le sirvió un cuenco de gachas de mijo y le acercó un trozo de youtiao y una crepe de huevo.
—¿Sabes usar los palillos? —preguntó.
Anzhi dudó un poco y luego asintió con la cabeza.
Yan Xi le alcanzó un par de palillos infantiles y una cucharita. La niña los tomó con sus pequeñas manos y agradeció en voz baja. De pronto, como si recordara algo, preguntó:
—Tía Xin, ¿el abuelito y la abuelita… ya comieron?
Yan Xi la miró y respondió:
—Sí, ellos ya desayunaron. Yo también.
Anzhi guardó silencio un momento y murmuró:
—Me levanté tarde…
Yan Xi le revolvió el cabello con ternura.
—No pasa nada, ellos no suelen desayunar en el comedor. Se levantan muy temprano. Y la tía Xin también… Vamos, come. Si no, la ranita de tu estómago va a empezar a cantar.
Solo entonces Anzhi pareció relajarse un poco. Empezó a comer despacio, en pequeños bocados. Tomaba una cucharadita de gachas, soplaba suavemente, la llevaba a su boca y luego la tragaba. Le daba una mordida a la crepe, volvía a las gachas… todo con una delicadeza casi silenciosa.
Parecía un conejito: hasta el sonido de su masticación era suave.
Y solo comía aquello que habían colocado justo frente a ella.
Con eso, parecía estar contenta. De vez en cuando levantaba la vista y le sonreía a Yan Xi, mostrando sus hoyuelos.
A Yan Xi se le agitó un poco el corazón. No sabía cómo explicarle que ese mismo día tendría que volver a la ciudad por trabajo. Pero debía ser honesta con ella.
Esperó a que terminara de comer. Luego, se sentaron juntas en el salón.
—Anzhi… —Yan Xi intentó comenzar con suavidad. Pero en cuanto la niña oyó su tono, se sentó muy derechita y la miró con ojos abiertos, atentos, como un conejito asustado que acaba de alzar las orejitas.
Yan Xi le acarició detrás de la oreja y le dijo:
—Puedes quedarte tranquila aquí. De verdad, no te preocupes. La tía Xin, mis abuelos y yo estamos encantados de tenerte. Y en unos días vendrán mis sobrinos. Son más o menos de tu edad, seguro podrán jugar juntos…
Anzhi apretó los labios, y su hoyuelo en la mejilla derecha se hundió con tristeza. Preguntó en voz baja:
—¿Tú… no te vas a quedar aquí?
Yan Xi respondió:
—Trabajo en la ciudad. Estaré bastante ocupada, así que no podré volver todas las noches…
Anzhi la miró en silencio.
—Regresaré el próximo mes… bueno, la semana después de la próxima —añadió Yan Xi.
Anzhi seguía observándola. Desde tan cerca, podía ver que la piel de Yan Xi era muy blanca, tenía un doble párpado pronunciado y los ojos alargados, con las comisuras ligeramente levantadas. Eran unos ojos que sonreían por naturaleza.
Sus pequeños hombros se encogieron un poco, y su fino cabello se pegaba a la mejilla. Bajó la mirada. Yan Xi llevaba una sudadera gris grande y unos jeans holgados. Anzhi se fijó en el dobladillo blanco que rodeaba la manga.
De pronto, una mano cálida y suave le cubrió la oreja. Anzhi alzó la vista involuntariamente. Los ojos de Yan Xi brillaban con una ternura cristalina. Sonrió con dulzura y dijo en tono sereno:
—Anzhi, volveré la próxima semana. Te lo prometo.
De camino a la ciudad, el cielo se oscureció de repente. Se llenó de nubes espesas, como si estuviera a punto de llover. Yan Xi sintió una leve melancolía.
Antes de irse, habló un rato más con la tía Xin, pidiéndole que cuidara bien de Anzhi.
En realidad, no tenía por qué preocuparse tanto: la tía Xin los había criado a ella y a sus hermanos, y tenía mucha experiencia con niños.
Pero Anzhi era distinta…
Justo cuando terminó de explicarle que debía irse, la niña le dijo de pronto:
—Quiero saber cómo se escribe tu nombre.
Yan Xi se sorprendió un poco. No entendía del todo por qué lo preguntaba, pero si servía para distraerla, estaba bien.
—“Yan” como en “palabra”, y “Xi”… bueno, ese carácter es un poco difícil.
Buscó papel y bolígrafo, y escribió despacio para que pudiera seguir el trazo.
—Significa “camino pequeño” —explicó.
Su caligrafía era delicada pero firme, escrita con el cuidado que un adulto pone al enseñar a un niño. Anzhi observaba con atención, y luego apretó el papel entre sus manos.
—¿Y por qué te llaman Xiao Wu? —volvió a preguntar.
—Porque soy la quinta en mi familia. Xiao Wu es mi apodo —respondió Yan Xi, sonriendo.
—Yo también tengo un apodo —dijo Anzhi, con voz suave y dulce—. Mi abuelo me llamaba Taotao… solo él me llamaba así.
Algunas gotas grandes golpearon el parabrisas. Yan Xi regresó de sus pensamientos. Comenzaba a llover suavemente: la primera lluvia del otoño había llegado, empapando el mundo con su murmullo constante.
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