Como todos los jóvenes que recién se incorporan al mundo laboral, Yan Xi también tenía una brillante ilusión por el trabajo y un entusiasmo sin límites. Una vez definido el tema del programa de televisión, solo contaban con una semana para rodar, y con el tiempo tan ajustado y la carga tan pesada, los nuevos pasaban los días completamente absorbidos, de la mañana a la noche, sin un respiro.
Muchas veces, después de una larga jornada de grabación, igual se reunían de madrugada para compartir experiencias, analizar sus errores y aprender. Yan Xi se llevaba bien con los demás. En esas noches de horas extra, se reunían en cafeterías abiertas hasta tarde, en algún KFC 24 horas, o en un puesto de brochetas al borde de la calle.
A esa hora, Beicheng brillaba entre luces tenues y calles llenas de gente. Los jóvenes charlaban y reían, alzaban las copas, rebosando de esperanza por el futuro.
Y era solo en esos momentos que Yan Xi lograba relajarse un poco, y sin quererlo, pensaba en Anzhi.
Aquella niña pequeña, que perdió a sus seres más cercanos desde muy joven. Creyó que viviría con su madre, pero fue entregada a su padre, solo para ser recibida con indiferencia… hasta que fue llevada por Yan Xi a su propia casa.
Pero incluso después de eso, Anzhi no había encontrado un verdadero hogar. Como una pelota que pasa de un lado a otro, acabó nuevamente en un entorno extraño, sin que Yan Xi pudiera quedarse a su lado.
En el corazón de una niña tan pequeña, ¿no será difícil entender lo que significa “trabajo”? ¿No pensará que Yan Xi también es alguien que no la quiere?
Yan Xi pensó que, si estuviera en su lugar, probablemente lo vería así.
No, en realidad, no podía ponerse en su lugar. Aunque ella también perdió a sus padres y a un hermano mayor cuando tenía cinco años, era demasiado pequeña entonces como para entender. Muchos recuerdos ya se habían vuelto borrosos con el tiempo. Además, creció bajo el cuidado amoroso de sus abuelos y sus otros hermanos.
¿Cómo iba a ser lo mismo?
La tía Xin trataba de consolarla por teléfono:
—Anzhi se está portando muy bien, se baña sola, come bien, incluso se atreve a dormir sola… y se lleva muy bien con los abuelos. Tu cuñada, y Da Pang y Xiao Pang también regresaron… la casa está animada otra vez… Aunque no juegan mucho entre ellos. Anzhi es muy tranquila, algo tímida…
A pesar de todo, Yan Xi seguía sin poder estar tranquila.
Tras varios días de trabajo sin parar, por fin tuvo un día libre desde la tarde del domingo hasta la noche del lunes. Una compañera que había ingresado con ella al canal la invitó a salir de compras, pero Yan Xi se excusó y, en cuanto pudo, tomó el coche rumbo a las afueras de la ciudad.
Delante de la casa ancestral de los Yan había un gran jardín. Al abuelo Yan le encantaban las flores. Cuando Yan Xi llegó, aún quedaba un poco de luz de la tarde, y la mayor parte del patio estaba cubierto de crisantemos en todo su esplendor: blancos como la nieve, dorados como el oro, rojo oscuro como la tinta… eran hermosos.
Yan Xi venía desde el garaje cuando de pronto, desde el interior de la casa, salió corriendo un pequeño regordete, de mejillas sonrosadas y dientes blancos, gritando entusiasmado mientras trotaba hacia ella:
—¡Tía! ¡La tía pequeña ha vuelto!
Como si fuera un dúo, salió otro regordete idéntico, repitiendo a voces:
—¡Tía! ¡Tía pequeña!
Yan Xi ya estaba más que acostumbrada a esta clase de bienvenida. Se agachó un poco, estiró los brazos y, haciendo una imitación de la voz de Sun Wukong de “Viaje al Oeste”, dijo:
—¡Hijos míos, la vieja Yan ha regresado!
Los dos regordetes chillaron y se le lanzaron encima, cada uno aferrándose a uno de sus brazos como monitos. Se reían a carcajadas. Uno exclamó:
—¡Tía, eres el Gran Sabio, igual que el Rey Mono!
El otro lo contradijo:
—¡Pero nosotros no nos apellidamos Sun! ¡Tía es la vieja Yan, y nosotros somos los pequeños Yan!
—¡Pero la tía nos llama Da Pang y Xiao Pang!
—¡Y ustedes siguen siendo Da Pang y Xiao Pang! ¡Dos cerditos! ¡Pesan una tonelada!
Yan Xi los balanceó un poco, sintiendo que en solo unos días ya parecían más pesados.
—Bueno, entonces son Yan el Gran Caballo y Yan el Pequeño Caballo… —respondió ella con tono burlón, sin dejar de mirar al frente.
Anzhi había salido trotando detrás de los gemelos. Aunque tenía más de un año más que ellos, su cuerpo era al menos una talla más pequeño. Y no se movía tan rápido. Dio unos pasos más, y al ver que Yan Xi tenía a ambos niños abrazados, se detuvo con timidez. Cuando vio que Yan Xi la miraba, recién entonces esbozó una pequeña sonrisa.
De pronto, Yan Xi sintió un pinchazo en el corazón.
Quiso llamarla, pero los gemelos no la soltaban y charlaban sin parar:
—Tía, ¡¿dónde están nuestros juguetes?! ¡¿Y el robot?! ¿El robot?
—Tía, ¡¿y mis bloques de construcción?!
—Están en el maletero. Se los doy en un rato… ahora bájense.
Los gemelos soltaron una exclamación y saltaron al suelo. Justo cuando Yan Xi exhalaba un suspiro, cada uno la tomó de una mano y tiraron de ella para llevarla dentro. Solo pudo mirar hacia atrás de reojo.
La pequeña figura de Anzhi venía rezagada, caminando lentamente.
—Anzhi…
En la sala de estar, los gemelos de la familia Yan abrían con entusiasmo sus juguetes nuevos, probándolos y jugando animadamente.
Su madre, Xiao Yutong, les dijo:
—¡Sólo piensan en jugar! ¿Ya le dieron las gracias a su tía?
Los gemelos respondieron al unísono:
—¡Gracias, tía pequeña!
—¡Queremos más la próxima vez!
—¡Tráenos más cosas la próxima vez!
Todos en la sala rieron con ese intercambio.
Yan Xi miró de reojo a Anzhi, que estaba sentada tranquilamente a su lado, con las manitas juntas sobre las rodillas, muy correcta.
Se dio cuenta de que había sido muy descuidada. Los regalos para los gemelos los había comprado hacía ya un mes y los tenía guardados en el maletero del auto. Pero como se había apresurado en regresar hoy, se le olvidó comprarle algo a Anzhi. Ahora estaba con las manos vacías, sin nada para darle… No sabía qué estaría pensando la niña.
Yan Xi, sintiéndose culpable, le acarició con suavidad el cabello fino y suave. La pequeña, al sentir el gesto, levantó la cabeza y le sonrió. En sus ojos oscuros y brillantes había una dulzura serena.
Yan Xi notó que a Anzhi parecía gustarle que le acariciaran la cabeza. No lo demostraba demasiado, pero cada vez que lo hacía, sonreía con sus hoyuelos dulces como el azúcar.
Movida por una ternura repentina, Yan Xi no pudo evitar acariciarle de nuevo la cabeza, pasando los dedos también por detrás de sus orejitas. La niña frotó ligeramente su mejilla contra la palma de su mano, como un conejito pequeño, tímido, buscando cariño sin atreverse del todo.
Ese gesto hizo que el corazón de Yan Xi se ablandara aún más, pero también le doliera un poco.
Entonces, Da Pang —el mayor de los gemelos—, al ver que su mamá ayudaba a Xiao Pang con los bloques de construcción y que su tía no le hacía caso, se sintió desplazado. Con algo de celos, se acercó a Anzhi con una pistola de juguete y se la apuntó a la cara:
—¡Pum, pum, pum!
Anzhi se asustó y chilló, escondiéndose tras la espalda de Yan Xi. Ella la abrazó con fuerza y frunció el ceño:
—¡Yan Qi!
El niño se quedó pasmado. Su tía siempre lo llamaba con cariño “Da Pang”, pero nunca lo había regañado tan en serio, con su nombre. Su carita se torció de pena, y enseguida rompió en un llanto estruendoso.
Xiao Yutong se apresuró a ir hacia ellos al escuchar el alboroto. Miró a Yan Xi con cierta incomodidad y trató de consolar a su hijo:
—Ya, ya… Mira cómo asustaste a tu hermanita…
—¡Ella no es mi hermana! —sollozó Da Pang—. ¡Tía pequeña…!
Al ver a su hermano llorar tan fuerte, Xiao Pang también se unió al llanto, y en un instante la sala parecía haber estallado.
Yan Xi, aún abrazando a Anzhi, le dijo con tono severo:
—¿No te dije que no se podía apuntar con la pistola a otras personas? ¿No te acuerdas de que me lo prometiste? ¡Por eso te la compré! Y ahora haces esto… No volveré a comprarte nada.
Da Pang ya no recordaba ninguna promesa. Solo escuchó “no volveré a comprarte” y se echó a llorar aún más fuerte, su carita roja como un tomate. Su hermano, en sincronía total, lloraba como parte de un dueto.
Xiao Yutong no lograba calmarlos. Frustrada, lanzó un suspiro y miró con reproche a Yan Xi y a Anzhi:
—Ay, tía… sólo estaba bromeando. Ya, ya no lloren… No se puede apuntar a la hermanita con la pistola, ¿verdad?
Tras una breve pausa, agregó con tono exasperado:
—Xiao Wu, di algo tú también…
Yan Xi suspiró.
—Está bien, ya no lloren… La tía les comprará otra vez…
En ese momento, la tía Xin entró a tiempo y dijo:
—Bueno, bueno, ya basta de llorar. Es hora de la leche. Vengan, les traje su favorita…
Da Pang y Xiao Pang, aún sollozando, agarraron sus pajillas y empezaron a sorber ruidosamente. La tía Xin también le pasó una botella a Anzhi, quien la recibió con ambas manos.
Era leche entera para niños, de la misma marca que les encantaba a los gemelos.
Anzhi la sostuvo unos segundos. En realidad, no le gustaba la leche entera. En el campo, ella no tomaba leche de caja; de vez en cuando, su abuelo conseguía un poco fresca, la hervía y le añadía azúcar. Era dulce, cálida, con un aroma especial… Esa sí le gustaba.
Anzhi le devolvió la botella a Yan Xi. Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Qué pasa? —le preguntó, mientras sin pensarlo le abría la pajilla, la insertaba en la botella y se la devolvía con naturalidad.
Anzhi la recibió, y tras una breve pausa, sorbió un pequeño trago.
Bueno… no estaba tan mal.
A la hora de la cena, los gemelos volvieron a armar escándalo. En casa de los Yan, como los abuelos ya eran mayores, solían cenar arriba, en el segundo piso, para evitar el bullicio de los niños.
La mesa familiar tenía un pequeño plato frente a cada persona. Los adultos se servían directamente de los platos centrales, mientras que a los niños se les ponía la comida en sus platitos. Especialmente los gemelos, que estaban aprendiendo a usar los palillos, no podían servirse solos. Por eso, a la hora de la cena, el ambiente era siempre ruidoso y caótico.
—¡Tienen que comer vegetales! Miren a su hermana, qué bien se porta… ¡ella no hace berrinche!
—¡Ella no es nuestra hermana!
—¡No, no es!
Yan Xi frunció el ceño. ¿Tenían que repetir esta escena en cada comida?
En contraste, Anzhi comía tranquila, sentadita, sujetando los palillos infantiles con ambas manos, llevándose pequeños bocados de arroz a la boca.
Yan Xi se inclinó un poco para mirar su platito. La calabaza amarga seguía intacta.
Algo le dio un vuelco por dentro: ¿También la odiaba?
Y justo cuando pensó en eso, vio cómo Anzhi, después de una pausa, estiró su manito hacia el plato con calabaza amarga, tomó una pequeña porción y, tras detenerse unos segundos como reuniendo valor, se la llevó a la boca.
Arrugó un poco su naricita delicada… y de inmediato se llevó un bocado de arroz.
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