Jiang Xu, entre el rubor y la indignación, apenas lograba contener el temblor en su voz.
—Todo esto fue una trampa. Me tendiste una red desde el principio, y yo caí de lleno… El único error que cometí fue subestimar lo lejos que eres capaz de llegar. ¡No sabía que podías ser tan descarada!
Ji Ruyu soltó una carcajada, ladeando la cabeza con gesto burlón.
—A decir verdad, me gusta más cuando maldices que cuando te haces la muda. Sigue así, cuñadita, que me subes el ánimo para lo que haremos ahora.
Mientras hablaba, le quitó lentamente el velo del rostro. Sus ojos la escrutaban con un brillo travieso, como si disfrutara cada matiz de vergüenza e ira en su expresión.
—Y sabes qué más me gusta… —añadió en voz baja—, verte así, mordiéndote la lengua de pura furia.
¡Qué pervertida! Jiang Xu ya no podía encontrar palabras para maldecirla; sentía que, sin importar cómo la insultara, solo la excitaría más.
—Bestia —escupió con tono frío, como quien lanza su último dardo.
Ji Ruyu frunció ligeramente el ceño. Algo en ese gesto la descolocó.
—¿Bestia? ¿Por qué? —preguntó, con voz más grave—. ¿Por querer consolar a una mujer joven encerrada en los muros del palacio? ¿Por intentar darte algo que nadie más se atrevería?
—No vengas con excusas nobles. No es por mí que lo haces —replicó Jiang Xu, erguida, firme—. Todo esto es por ti, por satisfacer ese deseo retorcido que tienes. ¡Tú solo quieres poseerme porque soy tu cuñada!
Por un momento, Ji Ruyu se quedó callada. Siempre tan desvergonzada, tan suelta, tan difícil de herir… pero esta vez algo cambió. Aunque seguía sonriendo, había en su mirada un brillo desequilibrado, casi doloroso.
—Tienes razón —dijo finalmente, en voz baja—. Estoy completamente trastornada.
De repente, Ji Ruyu la empujó sobre el diván, se abalanzó sobre ella, inmovilizando sus muñecas con la mano izquierda y sujetándolas por encima de su cabeza.
—¿Quieres saber por qué soy así? Porque todo esto me lo enseñaron ellos. ¡Porque este rostro, esta máscara, esta locura… se la debo a Ji Mingjue y a sus padres! —espetó, con voz quebrada—. Esos dos ya están muertos, y él… también debería estarlo. Así al menos su deuda conmigo estaría saldada.
¿Qué estaba diciendo Ji Ruyu? ¿Los padres de Ji Mingjue no eran también sus propios padres? Con esa forma de referirse a ellos, era evidente que solo había odio y ni un ápice de afecto familiar.
¿Qué demonios estaba pasando?
—Cuñada… eres su emperatriz. —La voz de Ji Ruyu era baja, ronca, cargada de emociones contenidas—. Entonces dime, ¿no deberías pagar por lo que él me debe? No quiero nada más. Solo quiero… probar cómo se siente tenerte. Quiero verte perder el control, aferrarte a mí y llamarme “esposo”.
Ji Ruyu pensaba que la cuñada imperial era una dama noble, y que en su forma de ver el mundo todo se regía por jerarquías como “soberano y súbdito, padre e hijo, esposo y esposa”. Cuando hablaba de “esposo”, lo hacía convencida de que todas las negativas de la cuñada hacia ella se debían a estas normas. Así que quería convertirse en su “esposo”, quería reemplazar a ese hombre.
—¡Sigue soñando! —Jiang Xu la rechazó con un grito, sorprendida y furiosa.
Pero Ji Ruyu entendió algo más en esa respuesta: Tú nunca podrás reemplazar a ese hombre muerto.
Eso hizo que los ojos se le enrojecieran de rabia.
—¿No soy mil veces mejor que él? —exclamó—. ¡¿Acaso él podía tocarte así?!
Se inclinó, y comenzó a besarle la oreja, a lamerle lentamente el cuello. El cuerpo de Jiang Xu se estremeció de inmediato.
Tenía que admitirlo: no entendía mucho de estas cosas. Ya había pensado que lo que pasó entre ellas la última vez había sido excesivo, que nada podría superarlo… pero no. Ahora se daba cuenta de que eso solo había sido el comienzo. Aún había demasiadas cosas por descubrir… demasiados “juegos” por desbloquear.
—¡Una cuñada mayor es como una madre, no puedes hacerme esto! —Esta vez, el reproche era notablemente menos enérgico que antes; para los oídos de Ji Ruyu, sonaba casi como un capricho.
—A la cuñada imperial le encanta usar esa frase para presionarme —respondió Ji Ruyu con una sonrisa burlona—. Si de verdad quieres ser mi madre, ¿no tendrías que haberme amamantado primero? Desde que nací, nunca probé la leche de mi madre biológica. Si tú estás dispuesta a darme de comer… puedo llamarte “mamá”, y así te cumplo el deseo.
¡Esto era cada vez más absurdo!
Sin embargo, su cuerpo, ya debilitado por el reciente esfuerzo, no tenía fuerzas para negarse. Solo pudo permitir que Ji Ruyu le subiera la ropa, dejando su piel más tierna expuesta al aire frío.
—Mami, tengo hambre… ¿vas a alimentarme bien?
Ji Ruyu sonrió con picardía, como una zorra astuta y voraz. Se inclinó sobre ella, atrapando suavemente el pezón entre los labios, con la nariz enterrada en la carne tibia.
Jiang Xu perdió el control de su respiración. Un calor sofocante, como nunca antes, se apoderó de todo su cuerpo. Aparte de aquella parte que Ji Ruyu lamía y mordisqueaba, no encontraba otro modo de liberar toda esa tensión.
A medida que se dejaba llevar por la excitación, Ji Ruyu le sostuvo la cintura y la alzó sobre sus piernas. No se detenía ni un segundo. Su boca atrapaba con ansias, luego liberaba lentamente, dejando en el aire un rastro de sonidos húmedos, llenos de deseo.
La mente de Jiang Xu quedó en blanco. Incluso cuando ya no estaba siendo sujetada, había olvidado por completo resistirse. Al contrario, rodeó el cuello de Ji Ruyu con sus brazos, pegando su cuerpo aún más al de ella.
—Su Alteza, la señorita Lan pide verla.
La voz de una doncella sonó repentinamente desde el otro lado de la puerta, rompiendo de golpe la atmósfera absurda y cargada de deseo que llenaba la habitación.
Escuchando los jadeos entrecortados de la cuñada, Ji Ruyu, imperturbable, le bajó la ropa con calma, la rodeó con los brazos y la atrajo contra su pecho, hundiéndole el rostro entre los pliegues de su túnica.
—Haz pasar a la señorita Lan.
Su voz no dejaba entrever ni una pizca del frenesí de deseo en el que había estado sumida momentos antes.
Poco después, una comerciante de los pueblos del oeste, de porte gallardo y mirada afilada, entró en la habitación. Era la mujer a la que la doncella se refería como “la señorita Lan”: Lan Tangyue.
Apenas cruzó el umbral y vio a Ji Ruyu con una belleza en brazos, no pudo ocultar su sorpresa.
—¿Princesa? ¿No dijiste que lo del certamen de belleza era solo una fachada? Que no estabas tan desesperada… ¿Y ahora que vuelvo, después de correr de un lado a otro por ti, resulta que ya tienes a una belleza entre los brazos?
¡¿Quién no se enfadaría en una situación así?!
Por eso Lan Tangyue no dudó en reclamarle directamente.
Jiang Xu, aún sin recuperarse del todo del placer reciente, seguía con el rostro enterrado en el pecho de Ji Ruyu. Al escuchar eso, su corazón dio un vuelco.
¿Qué significaba que el concurso de belleza era solo una fachada? Ji Ruyu había organizado un gran banquete de las Cien Flores, ¿no era para satisfacer sus propios deseos, sino que en realidad tenía otro propósito?
Pero Ji Ruyu no solo no mostró el menor remordimiento, sino que ni siquiera se molestó en dar una explicación. Solo puso los ojos en blanco con desgano y abrazó a Jiang Xu con más fuerza.
—Qué tosca eres, no vayas a espantar a mi belleza.
—…Loca de remate —murmuró Lan Tangyue.
Sin embargo, su expresión, que se había torcido por un instante, volvió rápidamente a la normalidad. Aunque sabía que la princesa heredera no siempre era confiable, al menos tenía claro cuándo debía tomarse algo en serio.
—Perdón, fue una grosería de mi parte. Para no asustar a tu bella dama… ¿te importaría pedirle que nos deje a solas?
—No hace falta —respondió Ji Ruyu con una leve sonrisa.
Jiang Xu se sorprendió un poco. ¿Qué clase de complot estaba tramando Ji Ruyu que ni siquiera se molestaba en alejarla? Aun así, siguió fingiendo ser una damita tímida y temerosa, acurrucada en su regazo sin moverse.
Al ver que Ji Ruyu hablaba en serio, a Lan Tangyue se le crispó la comisura de los labios.
—Bueno, si a la princesa no le molesta, yo tampoco tengo por qué hacerme problema… siempre y cuando no tenga que enterarme de que algún día se te prendió fuego el jardín trasero.
—Exageras —respondió Ji Ruyu con una voz suave y ligera, lo que solo hizo que Lan Tangyue la encontrara aún más exasperante. —Bueno, hablemos de lo importante. Con este Banquete de las Cien Flores, ¿cuánto hemos ganado?
Lan Tangyue le echó una mirada a Jiang Xu, pero al final no comentó nada más. Con tono tranquilo, respondió:
—Cubrir el déficit del tesoro imperial ya no debería ser un problema.
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