¿Acaso hubo una crisis financiera y ella no se había enterado? Jiang Xu intentó hacer memoria con desesperación, pero no recordaba que en la novela se mencionara nada parecido.
Entonces… ¿la Fiesta de las Cien Flores organizada por Ji Ruyu era en realidad una fachada para atraer comerciantes y recaudar fondos?
¿Podría ser que Ji Ruyu había malversado fondos públicos en secreto y por eso ideó esta estrategia para tapar el agujero?
Mientras Jiang Xu divagaba, Ji Ruyu y Lan Tangyue ya habían terminado de hablar. Lan Tangyue se despidió y se marchó.
Apenas se fue, Ji Ruyu no esperó ni un segundo para abalanzarse sobre Jiang Xu, empezando a desabrocharle la ropa.
—¿Te hice esperar mucho, cuñada?
¡¿Quién demonios estaría esperándola?!
Jiang Xu le sujetó las manos con fuerza, pero Ji Ruyu insistía, reacia a soltarla, aferrándose a su cuerpo como si fuera lo más preciado del mundo.
Ambas acabaron forcejeando sobre el lecho.
Incapaz de soportarlo más, Jiang Xu le soltó una bofetada.
El sonido nítido de la cachetada resonó por toda la habitación, y solo entonces el ardor de Ji Ruyu pareció calmarse un poco.
Ella se cubrió la mejilla con una expresión de fastidio.
—¡Siempre lo mismo contigo, cuñada! Te diviertes a gusto y luego me empujas como si fuera un trapo usado.
—¡No te hagas la víctima! —replicó Jiang Xu, furiosa—. ¡Nunca fui yo la que empezó con estas locuras! Y ahora dime: ¿qué pasó con el tesoro imperial?
Ji Ruyu frunció el ceño, molesta.
—¿Cómo puedes estar hablando del tesoro en plena noche de pasión? ¡Cada minuto de primavera vale mil monedas!
—¡¿Quién quiere pasar una noche contigo?! Responde en serio. Si el tesoro realmente tiene problemas, ¡ninguna de las dos va a salir bien parada!
Ji Ruyu sonrió, ladeando los labios.
—Ya está resuelto, ¿no?
Ante la mirada inquisitiva de Jiang Xu, cambió de tono, la tomó por el mentón y dijo con voz provocadora:
—Los asuntos de Estado los manejo yo, tú solo encárgate de atender bien a tu emperador.
Y con eso, volvió a inclinarse para besarla.
Jiang Xu le sostuvo el rostro con firmeza, impidiéndole acercarse.
—¿Qué pasó con el tesoro imperial? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Acaso malversaste fondos públicos?
Ji Ruyu se detuvo en seco… y de pronto estalló en carcajadas.
—¿¡Yo, malversar fondos!? —rió con fuerza—. ¡De verdad que esto es una injusticia, cuñada! Mejor pregúntale a Ji Mingqi cómo se dedicaba a despilfarrar el dinero cuando estaba en el trono. Ah, no, espera —añadió cubriéndose la boca con fingida sorpresa—. ¡Ya no puedes preguntarle! Ahora es poco más que un cadáver viviente. Todo esto es su castigo… ¡Se lo tenía bien merecido!
—¿Fue Ji Mingqi quien causó todo esto? —Jiang Xu la miró atónita.
¿No se suponía que Ji Ruyu era una tirana arrogante, una antagonista sin escrúpulos que hacía lo que quería sin importar las consecuencias? Si ese era el caso, ¿por qué parecía cargar con este caos como si fuera su responsabilidad?
—¿Por qué esa cara de sorpresa, cuñada? —preguntó Ji Ruyu con una sonrisa desconcertada—. ¿Acaso pensabas que todo esto lo hacía por Ji Mingqi? Si no fuera porque los soldados en el frente aún esperan su paga, y los damnificados del sur siguen mirando con esperanza cada saco de arroz que envía la corte… créeme que también me gustaría ser un emperador derrochador y egoísta, dejar que su podredumbre quede registrada en la historia para siempre.
Su tono estaba cargado de ironía. El desprecio hacia Ji Mingqi se le escapaba por cada palabra, sin intención alguna de ocultarlo.
—Pero por desgracia —continuó con una sonrisa amarga—, yo no tengo la capacidad de ser tan cruel como él… de ver el imperio sumido en el hambre y la ruina, y aún así dormir en paz entre sedas y manjares.
La mirada de Jiang Xu titiló con un leve estremecimiento.
Así que incluso los “villanos” de las novelas… también tenían un proceso para volverse oscuros. No nacían siendo monstruos. Al menos, en ese momento, el deseo de Ji Ruyu por cuidar a su pueblo no parecía una mentira.
Esa chispa de compasión bastó para que Jiang Xu reforzara su decisión: Ji Ruyu todavía podía cambiar. Ni ella ni Ji Ruyu estaban condenadas a terminar en la tragedia que narraba el libro.
—Ya sea como mi emperatriz… o como mi cuñada… —murmuró Ji Ruyu, con los ojos brillando como los de una niña que anhela afecto—. ¿No deberías sentir un poco de lástima por mí?
Jiang Xu respiró hondo, conmovida por un instante.
—Princesa… sé que este camino no ha sido fácil para ti, pero no te preocupes. A partir de ahora, nosotras…
“…podremos enfrentar juntas lo que venga. No más soledad, no más cargas solo para ti. Estaré a tu lado, sin importar qué…”
Pero todas esas palabras sinceras, que brotaban de su pecho, quedaron atascadas en su garganta.
Ji Ruyu le puso un dedo en los labios, ansiosa, interrumpiéndola con una sonrisa traviesa:
—Si de verdad te preocupas por mí… entonces deberías compensarme como es debido. ¿Qué loción estás usando, cuñada? Hueles delicioso… déjame acercarme a oler…
Y diciendo eso, volvió a acercarse con descaro.
Jiang Xu no pudo más. Le soltó otra bofetada.
—¡Ji Ruyu, no cambias nunca! ¿Quién debería compadecer a quién aquí? ¡La que debería dar lástima soy yo, que tú me haces dar mil vueltas al día!
Ji Ruyu, sin siquiera parpadear, respondió como si nada:
—Cuñada… qué débil es tu bofetada.
Jiang Xu estaba tan indignada que no pudo evitar apretar los labios, mordiéndolos con rabia.
—Si la cuñada imperial no quiere hacer este tipo de cosas… entonces olvídalo —dijo Ji Ruyu, retirándose con inesperada facilidad.
¿Tan fácil se rendía? Jiang Xu la miró con desconfianza, sin terminar de creerlo.
—¿Hace un momento no ibas a decir que, en el futuro, estarías dispuesta a enfrentar todo esto a mi lado?
—Sí —respondió Jiang Xu sin dudar.
Aunque Ji Ruyu solía sacarla de quicio, cuando se trataba de asuntos importantes, Jiang Xu sabía que debían mantenerse unidas.
—Si estás dispuesta a hacerme un favor, entonces creeré que no me estás mintiendo —dijo Ji Ruyu, observándola con una mezcla de seriedad y picardía.
—¿Qué favor quieres que te haga? —preguntó Jiang Xu, algo inquieta.
¿Tendría que encabezar una iniciativa para reducir el gasto en el palacio? ¿Pedir apoyo a su familia para respaldar un nuevo impuesto a los nobles? ¿O tal vez… Ji Ruyu estaba planeando una reforma más profunda, que fuera más allá de simples parches?
Su mente empezó a divagar cada vez más, imaginando escenarios cada vez más complejos.
Pero entonces, Ji Ruyu comenzó a juguetear con un mechón de su cabello, y con tono burlón y provocador, soltó:
—Con esa ropa, cuñada, no podrías estar más perfecta. Unos cuantos retoques más… y serías igualita a una dama persa. Y si además aprendes a moverte con un poco de coquetería, el parecido sería… irresistible.
—¡Oye…! —Jiang Xu la fulminó con la mirada, enfadada—. ¡Estoy hablando en serio contigo! ¿Por qué siempre terminas diciendo cosas tan desvergonzadas?
—¡Pero si yo también estoy hablando en serio! —replicó Ji Ruyu, con una expresión de completa inocencia, pestañeando como si nada. —Si tu promesa sigue en pie… entonces ven conmigo —añadió, poniéndose de pie.
Jiang Xu, aún con dudas, se cubrió con un velo y la siguió. Ji Ruyu se giró y le tomó la mano sin previo aviso.
Con una sonrisa ladeada, dijo:
—Sabía yo que alguien como tú, criada en una familia noble, no sería como esta salvaje que soy yo. Cuando dices algo, lo cumples.
Jiang Xu frunció la nariz, sin interés en los halagos exagerados que le soltaba Ji Ruyu, y por un momento se olvidó por completo de que iban de la mano. La siguió como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Esa es la nueva favorita de la princesa heredera?
—¡Qué figura tan elegante tiene! ¡Una belleza de verdad!
—Hace tiempo que no veía a la princesa sonreír tan feliz…
—¡Bah, no digas tonterías! ¡La princesa sonríe todo el tiempo! ¡Has leído demasiadas novelas!
Entre los murmullos y comentarios a su alrededor, Jiang Xu caminó junto a Ji Ruyu, atravesando los jardines hasta llegar a una zona poco transitada. Ji Ruyu la condujo hacia el subsuelo del palacio de la princesa heredera.
Allí, en un oscuro sótano… había una mujer prisionera.
¡Una mujer de ojos azules y cabello castaño! ¡Y vestía exactamente la misma ropa que Jiang Xu!
—¿Qué… qué es esto? —preguntó, alarmada.
Al verla, la prisionera —una mujer persa—, hasta entonces sin vida en el rostro, se llenó de furia al instante. Gritó con un acento torpe en lengua central:
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Comentarios del capítulo "Capítulo 11"
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