¡¿Tenía que mirarla?!
¡¿Mirarla hacer qué?! Ni siquiera hacía falta pensarlo para saber qué clase de imágenes se le cruzaban por la cabeza a esa mujer.
Solo de imaginarlo, Jiang Xu se sintió tan avergonzada que se le puso la cara roja. De inmediato la empujó con fuerza.
—¡No quiero!
¡Ni loca se quedaría allí, siendo el objeto de fantasías de esa pervertida!
—¡Ah~!
Ji Ruyu cayó sobre la cama soltando un pequeño gemido.
Jiang Xu se giró con nerviosismo. La ropa de Ji Ruyu estaba medio desordenada mientras se sobaba la cintura y la miraba con ojos llenos de reproche.
—Cuñadita, fuiste tan ruda…
Por un momento, Jiang Xu se descolocó.
—¿Te lastimaste?
Instintivamente dio un paso para revisar si se había hecho daño, pero Ji Ruyu aprovechó para agarrarla y jalarla de nuevo a la cama.
—No pasa nada, a mí me gustan las cosas rudas~
Al ver a esa mujer sobre su cuerpo, con los ojos entrecerrados y llenos de deseo, Jiang Xu sintió que el corazón se le aceleraba varios latidos. Si aún fuera una paciente cardíaca, probablemente ya estaría declarada sin signos vitales.
Está bien que había aceptado ayudarla a lidiar con quienes querían asesinarla… ¡pero eso no incluía convertirse en parte de sus juegos pervertidos!
—¡¿Qué estás haciendo?! ¡Suéltame ya! —la miró con advertencia.
Ji Ruyu soltó una risita.
—¿Por qué está tan a la defensiva, cuñadita? Si no me la voy a comer…
Mientras decía eso, se volvió a pegar a su cuerpo y siguió haciendo esas cosas. Su expresión era tan provocadora que pronto, el sudor perfumado empapó la ropa de dormir de Jiang Xu.
Lo peor era que los gemidos descarados de Ji Ruyu… ¡eran con su voz!
Sí, la suya.
—Si a la cuñada le incomoda, puede golpearme o insultarme para desquitarse… aunque también me puede servir de motivación —dijo entre jadeos, como si lo propusiera con toda la buena intención del mundo.
—……
En ese momento, sintió una profunda impotencia. Era como enfrentarse a una nube de algodón: no podía hacerle nada.
¿Ji Ruyu estaba loca? ¿O es que había nacido así de pervertida?
Salvo aquellos que nacen siendo una mala semilla, toda persona con una personalidad retorcida lo es porque el entorno la ha moldeado así. Quizá Ji Ruyu no fuera la excepción. Tal vez era la enorme presión, el peso que cargaba, lo que la había llevado a buscar alivio de forma tan perversa y distorsionada. Solo así lograba sentirse satisfecha, solo así encontraba un respiro en su alma vacía.
Jiang Xu inhaló suavemente.
Ese repentino suspiro la delató y Ji Ruyu, algo sorprendida, la miró con desconcierto.
—¿Qué pasa, cuñadita? —preguntó con la mirada.
Jiang Xu, en lugar de responder, alzó la mano y con suavidad le sostuvo la nuca. Su voz bajó de tono, cálida:
—¿Hacer estas cosas… realmente te hace sentir bien?
Ji Ruyu parpadeó, confundida por la pregunta, pero no tardó en curvar los labios con una sonrisa.
—Claro que sí. ¿Acaso la cuñada nunca lo ha intentado?
En su vida pasada, esa que había sido tan corta, lo único que conoció fue la monotonía. Un ciclo constante de vacío, de aburrimiento, de falta de estímulos. Jamás se permitió perseguir algo llamado placer. Ni siquiera el deseo tuvo cabida en su diccionario antes de morir.
—No —respondió con honestidad.
Sin embargo, las palabras de Ji Ruyu activaron un recuerdo. Ese instante íntimo, prohibido, en el que sus cuerpos se habían acercado más allá de lo permitido.
Hasta ese momento, Jiang Xu había creído que simplemente era fría, que no tenía deseo. Pero entonces comprendió que no era así. Que también podía sentir, que también podía dejarse llevar por el placer.
Aun así, ella no era como Ji Ruyu. No podía renunciar al pudor por una descarga momentánea. No podía rebajarse a hacer esas cosas frente a otra persona, menos aún frente a ella.
—¿La cuñada quiere probar? Yo puedo enseñarle~ —propuso Ji Ruyu, con una sonrisa tentadora.
—No quiero —Jiang Xu rechazó con el rostro encendido.
Si algún día realmente necesitaba desahogarse, podría aprender sola. No necesitaba de esa mujer ni mucho menos hacerlo frente a ella. ¡Eso ya sería el colmo de la indecencia!
Ji Ruyu mostró una expresión de fingido pesar.
—La verdad, me da curiosidad. Me gustaría ver si, al hacer ese tipo de cosas, mi cuñada también se desarma como una mortal cualquiera… o si sigue con esa cara fría e imperturbable, tan lejana como siempre, incluso en medio del placer.
—¿De verdad tengo esa cara? —Jiang Xu frunció el ceño, confundida—. ¿Yo suelo verme así?
Ji Ruyu soltó una risita.
—Excepto cuando te estoy coqueteando —añadió con picardía.
¡¿Y todavía lo admitía sin vergüenza?!
Ji Ruyu continuó:
—Pero este tipo de cosas… hacerlo sola realmente no tiene tanta gracia. Con otra persona siempre es mucho más placentero.
Jiang Xu la miró con suspicacia.
¿No acababa de decir que nunca había hecho nada con nadie? ¿Entonces cómo sabía qué era “más placentero”? ¡Ajá! Ahora se había contradicho, ¿verdad?
—Vaya, parece que Su Alteza sí tiene bastante experiencia —dijo Jiang Xu, con una ligera burla, aunque más que por su vida libertina, lo dijo como respuesta al constante hostigamiento de Ji Ruyu.
Para su sorpresa, Ji Ruyu pareció molestarse de verdad.
—¡Ya te dije que no! ¿Por qué no puedes creerme, cuñada?
Luego se acercó un poco más, el rostro ligeramente sonrojado, pero con una sonrisa traviesa en los labios:
—¿No has oído el dicho de que aunque no se haya comido carne de cerdo, al menos se ha visto correr a los cerdos? Aquella vez que no terminamos, solo con eso ya me sentí increíble, mucho mejor que cualquier otra vez que me haya tocado sola. Desde entonces no dejo de pensar en ti, día y noche… soñando con el momento en que por fin podamos hacerlo.
Se inclinó aún más, la voz suave, suplicante, pero cargada de deseo:
—¿Por qué no te apiadas de mí de una vez, cuñada… y me das un poco de amor?
—¡Olvídalo de una vez! —exclamó Jiang Xu, con el rostro completamente encendido.
¡Esta mujer estaba loca! ¿Cómo podía decir, sin vergüenza alguna, que pensaba día y noche en su cuñada? ¡Era una completa pervertida!
—Pero… puedo ayudarte —dijo entonces Jiang Xu, haciendo acopio de todo su valor—. Como te dije la otra vez… con la mano.
Había tomado la decisión.
Porque justo ahora, bajo toda esa perversidad retorcida, había alcanzado a ver el dolor de Ji Ruyu. Si hacerlo podía aliviar aunque fuera un poco esa herida, si podía darle algo de consuelo, entonces… estaba dispuesta a hacerlo por ella.
Ji Ruyu se quedó completamente pasmada.
¿Ella? ¿La misma cuñada que la había rechazado incluso cuando le había rogado de rodillas la última vez? ¿Ahora se ofrecía voluntariamente?
—¿De verdad? —preguntó Ji Ruyu, sus ojos brillantes como agua, entornados con incredulidad.
Era difícil creerlo. Con la crianza que había tenido su cuñada, con sus estrictos valores… ¿cómo podía atreverse a traicionar así a su esposo, y además con una mujer?
Ellas dos… siempre habían pertenecido a mundos diferentes.
Si ya había dicho esas palabras, era porque estaba preparada.
—Pero… no soy buena en esto. No sé si podré hacerte sentir bien —añadió, esforzándose por sonar lo más serena y digna posible, aunque un leve rubor se asomaba de nuevo en su rostro.
Pero Ji Ruyu ya no escuchaba lo que decía. Lo único que había oído era que no estaba bromeando, que lo haría de verdad, que la tocaría con su propia mano.
La sola idea bastó para que su emoción se desbordara por completo.
Que su cuñada, la siempre recta y virtuosa emperatriz, cruzara esa línea prohibida y se entregara a una relación ilícita con ella… Para Ji Ruyu, aquello era como vengarse del mundo entero.
Una hija de familia noble, la encarnación misma del decoro bajo el yugo del viejo sistema… su cuñada… y sin embargo, si llegaba a acostarse con ella, si realmente se unían, entonces ella —Ji Ruyu— podría ensuciar con su barro todo ese cuerpo inmaculado. Podría arrastrarla a su mundo, hacerla caer con ella, hacerla su igual en la degradación.
Y solo de pensarlo, una extraña euforia le recorrió todo el cuerpo.
En un arrebato de emoción, Ji Ruyu abrazó a Jiang Xu con fuerza.
—Cuñada… te deseo —susurró con voz ronca, temblorosa—. Te deseo ahora mismo… Hazme sentir bien, por favor…
El cuerpo de Jiang Xu se estremeció ligeramente.
Aunque ya se había preparado mentalmente, en el instante en que el cuerpo suave y ardiente de Ji Ruyu se pegó completamente al suyo, no pudo evitar que los nervios se apoderaran de ella.
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