Pero había una promesa de por medio, y la expectación de Ji Ruyu era tan palpable que Jiang Xu no quiso defraudarla. Rememorando la forma en que Ji Ruyu la había acariciado momentos antes, Jiang Xu imitó aquel gesto, extendiendo su mano hacia el espacio entre sus muslos.
No esperó que, con el primer roce, Ji Ruyu ya estuviera deliciosamente húmeda. Jiang Xu sintió cómo el rubor le subía al rostro.
Ji Ruyu, por su parte, se estremeció sobre ella al sentir aquel contacto.
Jiang Xu introdujo un dedo y la sensación que la invadió fue cálida y suave. Jamás había imaginado algo así.
Mientras la acariciaba, observaba con atención la expresión de Ji Ruyu, intentando descifrar qué la haría sentir aún más placer.
Ji Ruyu no mostró ni un ápice de vergüenza; cuando el arrebato la poseía, gemía con libertad, aunque con la voz de Jiang Xu.
Jiang Xu creyó que se había perdido por completo en el momento, ¡pero inesperadamente, aún recordaba el supuesto “asunto principal”! ¿Acaso no la había complacido lo suficiente?
Así que Jiang Xu se esforzó aún más.
De repente, Ji Ruyu se inclinó hacia su oído y, con voz temblorosa, susurró:
—Cuñada, ¡qué delicioso! Nunca imaginé que hacer el amor contigo sería así. Si pudiera elegir cómo partir de este mundo, elegiría hacerlo entre tus brazos, mientras me haces sentir así.
Luego añadió:
—Cuñada, ¿podrías introducir un par de dedos más? Quiero saber qué se siente ser llenada por ti…
Jiang Xu, encendida hasta el cuello, sintió que esas palabras ardían más que cualquier caricia. Ella no entendía cómo Ji Ruyu podía hablar así con tanta naturalidad, mientras ella misma apenas podía contener la vergüenza.
Seguramente era su falta de destreza lo que le permitía a Ji Ruyu aún tener energía para hablar.
Así que, complaciéndola, Jiang Xu introdujo dos dedos más.
Ji Ruyu estaba sumamente excitada, tan lubricada y relajada que no hubo ninguna resistencia.
Los gemidos de Ji Ruyu se volvieron cada vez más intensos, y ambas comenzaron a respirar con dificultad. El sudor se mezclaba entre ellas, y el aire se llenó de un aroma sensual, con el sonido de la humedad.
No fue hasta que Ji Ruyu alcanzó el clímax temblando y se desplomó sobre ella, jadeando sin parar, que Jiang Xu retiró sus dedos de aquel charco, con las yemas envueltas en un líquido viscoso.
Jiang Xu miró sus propios dedos con un dejo de incredulidad. ¿Realmente había cruzado esa línea con Ji Ruyu…? ¿Así, sin más?
Estaba a punto de tomar un pañuelo para limpiarse los dedos cuando, de repente, Ji Ruyu le tomó la mano y comenzó a lamerla.
—Yo lo limpio, cuñada —murmuró con voz entrecortada.
Antes de que Jiang Xu pudiera reaccionar, esa lengua húmeda y cálida envolvió sus dedos, uno por uno, lamiéndolos con una devoción que le erizó la piel. Quiso apartar la mano con vergüenza, como si la hubieran tocado con fuego, pero Ji Ruyu la sujetó con firmeza, sin dejar que se escapara.
Su boca recorrió cada falange con un gesto casi ceremonioso, como si bebiera un néctar prohibido. Cuando finalmente la dejó ir, fue con una expresión de lástima, como si le hubieran arrebatado algo preciado.
Jiang Xu no sabía cómo mirarla. Su cuerpo entero temblaba con la huella de cada caricia, y su corazón latía desbocado.
¿No era ella quien había tomado la iniciativa? ¿No debería ser Ji Ruyu quien estuviera ahora exhausta, sin fuerza ni aliento? ¿Entonces por qué esa mirada suya seguía siendo tan intensa, tan voraz, como si aún quisiera devorarla entera, hasta la última punta de los dedos?
A duras penas, Jiang Xu recobró algo de compostura y preguntó con voz forzada:
—Ya hemos hecho… lo que teníamos que hacer. ¿No crees que es hora de dormir?
Pero Ji Ruyu frunció el ceño, herida en sus sentimientos.
—Cuñada, qué cruel eres… Apenas hemos compartido algo tan íntimo, y ya me hablas con frialdad. ¿Ni siquiera un momento de ternura para calmar este corazón que aún late tan fuerte?
Jiang Xu parpadeó, confundida. De pronto, se sintió como una villana sin corazón. ¿Cómo logró darle la vuelta a todo…?
—¿”Un momento de ternura”? ¿A qué te refieres…?
Sin responder, Ji Ruyu simplemente la abrazó y la hizo recostarse junto a ella. No la tocó con deseo esta vez, solo buscó su calor, su cercanía.
—Cuñada, abrázame… —susurró.
Jiang Xu dudó un instante, pero finalmente la abrazó.
Ji Ruyu correspondió al gesto, enredando sus brazos con los suyos.
Sus cuerpos quedaron así, entrelazados, piel con piel, compartiendo ese calor que se extendía lentamente como una brasa que se rehúsa a extinguirse. Jiang Xu, sin darse cuenta, dejó de resistirse.
Sí, aún había algo de extrañeza entre ellas. No se conocían del todo, y ambas guardaban reservas, prejuicios, silenciosas defensas que no terminaban de bajar. Pero, al mismo tiempo, eran la única presencia verdaderamente cercana la una para la otra en aquel mundo incierto.
Extrañas y cercanas. Dependientes y recelosas. Así era su vínculo.
Dos copos de nieve flotando en la larga noche invernal, aferrándose la una a la otra por una chispa de calor, sin pensar cuándo se derretirían.
—Oye… —Jiang Xu rompió el silencio, con voz baja y algo incómoda—. ¿De verdad… te sentiste bien, hace un rato?
No podía evitarlo. Aunque durante el momento deseaba que Ji Ruyu no dijera tantas cosas atrevidas, ahora, en la calma posterior, realmente quería saber si había logrado hacerla sentir bien.
Ji Ruyu levantó la cabeza de su abrazo y sonrió.
—¿Quieres analizar la experiencia para hacerlo mejor la próxima vez, cuñada?
—¿La próxima vez? —Jiang Xu se sonrojó levemente—. ¡No tiene por qué haber una próxima vez!
Lo de hoy había sido tan audaz, tan fuera de lugar para ella, que necesitaba tiempo para asimilarlo.
—Pero mi cuñada dijo “no tiene por qué”… no dijo “nunca habrá” —contestó Ji Ruyu con una sonrisilla.
—Tú…
—Jajaja, está bien, no te presionaré más —rió en voz baja, con un tono casi travieso—. ¿Quieres que sea sincera contigo?
Jiang Xu, por alguna razón, se sintió como una niña esperando que le corrigieran la tarea. Algo tensa, asintió.
—Por supuesto. ¿Qué tal?
Ji Ruyu curvó los labios, sus ojos chispeaban de picardía.
—Fue placentero, claro que sí… Pero si hablamos de verdadera dicha… creo que si tú me permitieras adorarte por completo, servirte con devoción, sería mil veces más delicioso que cualquier cosa que tú puedas hacerme. Me encantaría saborear cada parte de ti, perderme en tu piel, devorarte entera y sin dejar rastro…
Se rió, suave, como si probara una frase en voz alta para ver cómo resonaba.
—¿Acaso estas palabras suenan demasiado perversas para mi cuñada? ¿No te habré asustado?
El rostro de Jiang Xu se tiñó de un rojo encendido.
Así que esa mirada, cuando le lamía los dedos… ¡no era ternura, era hambre!
—Tú sabes bien lo que eres. Si te digo que estás mal de la cabeza, seguro hasta te excitas —espetó Jiang Xu, dándose la vuelta—. Definitivamente fue una locura hablar de esto contigo.
Lo mejor sería no mirarla. Si no la veía, quizás pudiera recobrar algo de sentido común.
Detrás de ella, el leve murmullo de una risa cómplice resonó, pero Ji Ruyu no insistió. Simplemente se acercó, la rodeó con los brazos y apoyó la frente contra su espalda.
Con un tono sereno, casi melancólico, murmuró:
—Cuñada… has cambiado tanto. Ya no eres la misma. Que estés dispuesta a llegar tan lejos por mí… me hace creer que hay palabras tuyas que, quizá, no fueron una mentira.
El corazón de Jiang Xu se estremeció levemente.
Por un lado, la inquietud le punzó el pecho: si Ji Ruyu notaba sus cambios, ¿no llegaría un día en que sospechara su verdadera identidad? Pero, al mismo tiempo, una suave calidez la envolvió: al fin, la sinceridad de la otra parecía estar derritiendo las barreras entre ambas, acercando dos corazones distantes.
Finalmente, cerró los ojos suavemente y dijo:
—A dormir.
Esa noche, Jiang Xu y Ji Ruyu compartieron el mismo lecho. Cuando el alba asomó, Ji Ruyu ya no estaba a su lado; sólo quedaban las sábanas algo revueltas como único testimonio de la locura de la noche anterior.
El calor subió a sus mejillas al recordarlo.
De pronto, un golpeteo suave en la puerta la hizo volver al presente. A través de ella llegó la voz de una de las doncellas del palacio de la princesa.
—Señorita, esta noche Su Alteza desea invitarla a pasear en barco. Hemos venido a ayudarla a vestirse y peinarse.
—No hace falta —respondió Jiang Xu con la voz algo ronca—. No me gusta que otros toquen mi cuerpo. Me arreglaré sola para ir al encuentro de la princesa.
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