Entonces, ¿de qué servían todas las promesas que la cuñada imperial le había hecho?
Al final del día, ellas no eran del mismo mundo. Lo poco de calidez que la otra le ofrecía… no era más que la fugaz compasión de los dioses hacia un pecador. Una misericordia momentánea, que nunca llegaría a convertirse en verdadero afecto.
Y al pensar eso, Ji Ruyu se sobresaltó.
¿Por qué estaba tan preocupada por lo que pensara la cuñada de ella?
La luz del farolillo en la carreta titilaba suavemente, proyectando un brillo tenue y dorado sobre los rostros. Ji Ruyu la miró fijamente, con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, como si intentara descifrar algo.
¿Qué era Jiang Xu para ella? ¿De verdad estaba empezando a verla como familia, solo por ese reciente cambio de actitud? ¿Tan fácil se había dejado seducir por sus dulces palabras?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Jiang Xu, totalmente desconcertada. Incluso sintió ganas de poner los ojos en blanco—. ¿Te preocupa ahora si me “ofendiste”? Pues cuando actuabas para esa matrona hace un momento, no parecías tener reparo alguno.
Mientras hablaba, una fina capa de rubor se extendió por sus mejillas. Estaba molesta, sí, pero también un poco avergonzada. Al ver su expresión, Ji Ruyu sintió una corriente eléctrica recorriéndole la espalda. Y no pudo evitar que su mente regresara a lo que había pasado un rato atrás.
Con esa reacción… era difícil pensar que su rechazo fuera fingido.
Con la mirada baja y la voz suave, Ji Ruyu murmuró:
—Vi que la cuñada se tapó la nariz… pensé que era porque le daba asco estar cerca de mí.
Jiang Xu se quedó muda. No se le había pasado por la cabeza que Ji Ruyu, que normalmente parecía tan arrogante y desvergonzada, pudiera ser en realidad tan susceptible.
—No es por ti… Me molesta el olor a sangre, mi salud no es muy buena… —dijo por fin, con un tono casi culpable.
—¿Entonces no es que te desagrade yo? —preguntó Ji Ruyu, levantando la vista con los ojos brillantes. Su cuerpo se inclinó, inconscientemente, hacia Jiang Xu. En un parpadeo, ya estaba justo frente a ella, con la voz baja y una chispa de picardía en los ojos—. ¿Entonces, cuñada… te gusto?
Jiang Xu abrió la boca, pero no se atrevió a responder.
Sabía bien cuál era la orientación de Ji Ruyu, pero… no tenía claro a qué tipo de “gustar” se refería con esa pregunta. ¿Y si respondía mal y la hería?
Para salir del paso, frunció ligeramente el ceño y dijo con fingida molestia:
—Si no hubieras sido tan ruda cuando estábamos haciendo aquello, puede que hasta me hubieras empezado a caer bien.
Ji Ruyu frunció el entrecejo, sin entender, y levantó la mano para mostrarle un dedo.
—¡Pero si solo fue este dedito, cuñada! ¡De verdad que solo usé este!
Jiang Xu no tuvo más remedio que mirar ese dedo largo, blanco, perfectamente arreglado… el mismo que, minutos antes, había estado dentro de ella, moviéndose con descaro, haciéndola estremecer…
Avergonzada y furiosa, Jiang Xu le apartó la mano de un manotazo.
—¡Cierra la boca! —espetó Jiang Xu.
Ji Ruyu, en lugar de molestarse por el golpe, soltó una carcajada baja y satisfecha. Se acercó a su oído con una voz melosa y provocadora.
—¿Cuñada imperial, estás avergonzada?
No hacía falta mirarse para saber que las puntas de sus orejas estaban completamente rojas.
Jiang Xu la empujó con enfado.
—¿Crees que todas somos tan descaradas como tú?
Ji Ruyu seguía riendo entre dientes.
—Estamos vivas, hay que disfrutar mientras podamos. ¿Qué hay de vergonzoso en buscar un poco de placer? Dime, ¿acaso no lo pasaste bien hace un rato?
De pronto, soltó un suspiro dramático.
—Si fue por mi falta de técnica y no logré darte una buena experiencia, entonces realmente merezco la muerte. ¡Volveré a practicar con empeño y te juro que la próxima vez te atenderé hasta que quedes completamente satisfecha!
La cara de Jiang Xu pasó de rojo a blanco y de blanco a rojo en cuestión de segundos. No sabía si decirle con seriedad que no habría próxima vez… o preguntarle con quién pensaba “practicar” exactamente.
—¡Ji Ruyu! —exclamó llevándose una mano al pecho—. Si sigues diciendo tonterías, te bajaré de una patada de este carruaje ahora mismo.
Ji Ruyu sonrió con tranquilidad.
—Eso no se puede, cuñada. Si me lastimo, ¿quién irá mañana a la corte?
Jiang Xu se quedó helada.
Tenía razón. El periodo de retiro espiritual del emperador había terminado. Ji Ruyu volvía a desempeñar el papel de princesa heredera, y en ese breve lapso ya había conseguido resolver un asunto importante, luchando por el bienestar del tesoro imperial.
Y pronto… volvería a ser emperador. Un emperador obligado a desgastarse por un imperio que, en realidad, no le pertenecía. Si de todas formas tenía que sacrificarse… ¿por qué no tomar el trono para sí?
Jiang Xu soltó una sonrisa amarga. Tomar el poder no era tan fácil como parecía, menos aún para una mujer. Además, cada vez que Ji Ruyu debía disfrazarse de emperador, se notaba cuánto odiaba ese atuendo. Siempre que podía, se lo quitaba enseguida.
¿Cuán desesperada debía estar… para seguir atrapada en el papel que más detestaba?
Cuando regresaron al palacio, Ji Ruyu se fue directamente al estudio imperial a encargarse de los memoriales atrasados. Jiang Xu, agotada por la jornada, apenas se disponía a descansar cuando una doncella vino a informarle de una visita inesperada.
—Su Majestad… Su Majestad…
Tan pronto como la Consorte Li entró, rompió en llanto.
Jiang Xu la hizo pasar, ordenando a los sirvientes retirarse antes de hablar con ella.
—¿Qué ocurre? Si hay algo que pueda hacer por ti, solo dímelo. —Últimamente, Jiang Xu había comprendido que ser emperatriz también significaba cuidar del bienestar de las mujeres del harén. Y en el caso de la consorte Li, le parecía una mujer realmente desafortunada.
La consorte Li logró calmarse un poco, aunque su voz aún temblaba.
—No tengo a quién acudir… Me han informado que mi madre está gravemente enferma, pero mi padre se niega a pagar el tratamiento. Si esto continúa, ella… no sobrevivirá… Yo no tengo peso en la corte, pero si Su Majestad pudiera enviar un decreto de preocupación imperial por mi madre, tal vez mi padre se lo pensaría dos veces… La vez pasada ni siquiera pude agradecerle por su ayuda, y ahora ya estoy aquí, otra vez, sin más recursos que esta súplica…
Jiang Xu se conmovió al ver su devoción filial, y la consoló con palabras amables para tranquilizarla. Pero, al no tener del todo claro cómo proceder en asuntos de palacio o corte, decidió consultar el tema con Ji Ruyu.
Y como no quería armar alboroto, fue sola y sin ostentación, llevando un abrigo delgado que ya estaba empapado por el rocío nocturno. A su lado, el eunuco Fang sostenía un farol para iluminar el camino.
—La noche está fría y Su Majestad tiene un cuerpo delicado… ¿Qué urgencia hay que no pueda discutirse mañana con Su Alteza? La consorte Li también, de veras… sabiendo que Su Majestad tiene tan buen corazón, aun así…
—¿Y cómo sabes que vine por el asunto de la consorte Li?
La pregunta repentina de Jiang Xu lo dejó helado. Parpadeó un par de veces antes de responder con cautela:
—Vi que la consorte Li vino a esta hora a visitarla, llorando a mares… el sirviente solo hizo una suposición.
Jiang Xu quedó pensativa.
—Ve y adviérteles a los sirvientes: nadie debe mencionar que la consorte Li vino esta noche.
—Entendido —respondió Fang Gonggong con rapidez, admirando aún más a la emperatriz. ¡Qué mujer tan íntegra y compasiva! Había pocas como ella en todo el palacio. Aunque fuera un pensamiento irreverente… ¿qué había hecho el emperador para merecer una esposa así?
Jiang Xu no pidió que anunciaran su llegada. Le pidió a Fang Gonggong que esperara afuera y entró sola al estudio imperial.
Nada más entrar, vio esa figura familiar tras la mesa del dragón.
Llevaba de nuevo el traje del emperador, el pecho vendado, vestida con una gallardía que imponía. Tan marcial y firme que por un momento, Jiang Xu —ya acostumbrada a la imagen de la princesa heredera Ji Ruyu— quedó confundida.
Ji Ruyu alzó la mirada al oír pasos. En cuanto la vio, sonrió con deleite.
—¿La emperatriz viene a estas horas? ¿Acaso no podía soportar la espera y ha venido porque me extrañaba?
Jiang Xu, ya inmunizada a sus bromas sinvergüenzas, simplemente dejó pasar el comentario como si no lo hubiera oído.
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Comentarios del capítulo "Capítulo 18"
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