Ji Ruyu la abrazó por la espalda, tomando sus manos heladas entre las suyas. Jiang Xu intentó zafarse, pero no logró soltarse.
Las manos de Ji Ruyu estaban cálidas, suaves como jade pulido, y mientras ella forcejeaba, esas manos se deslizaron entre sus dedos, hasta que, sin darse cuenta, acabaron entrelazando los diez dedos.
Ella inhaló con avidez el aroma del cabello que caía sobre su sien. La atmósfera, cargada de ambigüedad, empezó a subir de temperatura sin control.
—¿Así estás más calentita, cuñada?
Su mejilla se pegaba a la de ella, compartiéndole poco a poco el calor de su cuerpo.
—Yo tengo una forma de hacer que entres en calor de verdad… pero ese método requiere que vayamos a la cama a discutirlo —dijo con una sonrisa descarada y provocadora.
Jiang Xu comprendió al instante el sentido oculto de esas palabras.
¿Desde cuándo lo íntimo entre ellas se había vuelto algo tan… habitual?
Una sensación de pánico comenzó a apoderarse de Jiang Xu. Rápidamente empujó a Ji Ruyu, que la miró con confusión, sin entender, como si fuera una niña a la que hubieran regañado injustamente.
—¡Ji Ruyu! ¡¿Qué crees que soy yo para ti?! Me llamas “cuñada” a cada rato, pero no muestras ni una pizca de respeto. ¿Me ves como una mascota que crías para tu disfrute?
Jiang Xu la increpó con dureza. Pero Ji Ruyu, en lugar de mostrar vergüenza, tenía la cara llena de desconcierto, e incluso se quejó con tono agraviado:
—Cuñada… eres muy cruel. Yo creía que lo nuestro era un secreto tácito entre las dos. Si querías apartarme, ¿por qué no lo hiciste desde antes, en vez de corresponderme? ¿Ahora resulta que todo fue una ilusión mía?
—¿Antes? —Jiang Xu desvió la mirada y respondió con frialdad—. Todo eso fue en momentos apremiantes, no me quedó más remedio. ¿O acaso crees que no aguanto la soledad y que fui yo quien quiso tener esta relación confusa contigo?
Ji Ruyu volvió a acercarse, tomándola por los hombros y preguntándole con intensidad:
—¿Y antes de eso? Cuando supiste que iba a visitar a la consorte Li, ¿por qué viniste corriendo? Cuando escuchaste que organizaría el banquete de las cien flores para elegir concubinas, ¿por qué te rebajaste a vestirte como una bailarina bárbara con tal de infiltrarte? Yo creía que lo hacías porque te importaba… ¿acaso no era así?
Ji Ruyu esbozó entonces una sonrisa burlona:
—Jiang Xu…
Era la primera vez que la llamaba por su nombre.
Sus ojos, tan afilados como el hielo y la nieve, la forzaron a sostenerle la mirada, como si quisieran atravesar el fondo de sus pupilas.
—¿O acaso… fuiste tú quien se metió demasiado en el papel? ¿De verdad empezaste a verme como tu esposo? ¿Me tomaste por un sustituto, alguien con quien satisfacer tus deseos? ¿A quien no le permites acercarse a otros, pero a quien tampoco quieres entregarte por completo? ¿Como si fuera algo que puedes llamar cuando te conviene y desechar cuando te estorba?
—¡No…! —Jiang Xu lo negó de forma instintiva, pero se quedó sin palabras. No sabía cómo explicar lo que había hecho.
Ella solo quería evitar que Ji Ruyu se dejara llevar por el amor y terminara cayendo en la oscuridad. Pero ni siquiera sabía quién sería la persona que la heriría.
Por eso había preferido cortar por lo sano y evitar cualquier posibilidad de que se involucrara con otras mujeres.
Solo quería sobrevivir. Siempre pensó que su decisión era razonable. Pero en este instante, de pronto comprendió que, al querer evitar que Ji Ruyu sufriera por amor, también había cerrado la puerta a que pudiera encontrar el verdadero amor o ser feliz.
—¿No sabes qué decir, cuñada imperial? ¿Acaso es porque acerté de lleno? —Ji Ruyu soltó una risa baja, pero había un tinte de locura en esa risa.
Se apartó un mechón de cabello de la sien con un gesto elegante.
—No tengas miedo, cuñada. Ya te lo dije: puedes usarme como sustituto, pero si esperas que corra como un caballo, también tendrás que alimentarme. Si yo te doy lo que quieres, tú también tendrás que darme lo que necesito. Seguro que esta ropa te encanta, ¿verdad? ¿Así es como más me parezco a él?
Mientras hablaba, fruncía el ceño con fuerza, como si estuviera aguantando el asco.
Ji Ruyu y su hermano se parecían mucho. Si no, nunca habría podido suplantarlo tanto tiempo sin que nadie notara nada. Ni los ministros de la corte, ni los oficiales… nadie había sospechado que el emperador en el trono ya no era quien decían.
Pero Jiang Xu, en el fondo, sentía que no se parecían en nada. Por más que Ji Ruyu lo imitara, no era lo mismo. En el rostro de Ji Ruyu había una energía decidida que su hermano, con su complexión pálida y arruinada por los excesos, nunca tuvo.
—No, ustedes no se parecen en absoluto.
—¿No nos parecemos? —Ji Ruyu soltó una risa helada—. Dime entonces qué me falta. Lo que sea que digas, lo cambiaré por ti.
De pronto, la sujetó por la muñeca, y su mirada se volvió aún más enloquecida.
—¿En qué soy inferior a él? ¡Dímelo, cuñada!
Jiang Xu trató de zafarse, pero en el forcejeo Ji Ruyu la empujó contra el escritorio. Los pinceles de caligrafía cayeron al suelo, y el sello imperial rodó hasta sus pies, manchando el dobladillo de su vestido con tinta roja.
Pero esa mujer ya no prestaba atención a nada. Solo se abalanzó sobre ella, tomándola por las muñecas y sujetándolas detrás de la espalda, mientras gritaba, fuera de sí:
—¿Si fuera mi hermano, entonces sí querrías? Dime, ¡¿él podría darte el mismo placer?! Ese hombre egoísta nunca pensaría en ti, ¡pero yo sí sé cómo hacerte sentir bien!
Jiang Xu estaba furiosa y desesperada. Intentó resistirse, pero sus manos estaban completamente atrapadas.
—¿Estoy loca? ¡Sí, estoy loca! ¡Pero estoy loca por ti, cuñada! ¿Por qué él sí puede y yo no? ¡Si ya tomé su lugar en este mundo, entonces también debería poder tomar su lugar en esto! ¿Por qué no me ves como a él? ¡Mírame! ¿Acaso esta cara no es de tu agrado? ¡No importa si lo hacemos como él o como yo, mientras estés conmigo!
—¡¿Puedes dejar de sujetarme de una vez?! —Jiang Xu, agotada tras forcejear sin éxito, ya había perdido toda la paciencia y le gritó a Ji Ruyu sin contenerse— ¡Eres una pervertida, una loca, una estúpida engreída! ¿Cuándo dije que te veía como un sustituto de tu hermano? ¿Cuándo dije que me interesara ese emperador medio muerto? ¡Ni siquiera he intercambiado una sola palabra con él, y tú ya estás delirando! ¡Estás enferma!
Ji Ruyu se quedó congelada por un momento, no se sabía si porque las palabras de Jiang Xu habían tocado una herida profunda o porque le sorprendía ver a la siempre elegante y compuesta cuñada imperial insultar de esa forma tan descarnada.
—¿Crees que tú no querías ser emperador, pero yo sí estaba encantada de ser emperatriz? ¿Por qué tengo que elegir entre ustedes dos? ¡Ni lo quiero a él, ni te quiero a ti! ¡Ji Ruyu, suéltame!
—Cuñada, yo… —El rostro de Ji Ruyu mostró por un instante un atisbo de arrepentimiento, lo que encendió una chispa de esperanza en los ojos de Jiang Xu. Pero enseguida, esa expresión fue sustituida por una obstinación fría e inflexible.
—Que no quieras a ese hombre lo entiendo… pero, ¿cómo es posible que tampoco me quieras a mí?
Jiang Xu se quedó sin palabras. Sentía que comunicarse con ella era completamente inútil.
Aprovechando que Ji Ruyu se había distraído un instante, Jiang Xu logró zafarse de su agarre.
—¡Cuñada…! —La voz de Ji Ruyu tembló mientras parecía volver a acercarse a ella. Pero, presa del pánico, Jiang Xu alzó la mano y le dio una bofetada.
¡Paf!
El sonido fue tan nítido que ambas quedaron paralizadas.
Justo en ese momento, una voz se oyó desde el otro lado de la puerta.
—Su Majestad, el general Li ha llegado. Está esperando afuera.
Las miradas de ambas se cruzaron. Jiang Xu, incapaz de sostener la vista sobre la mejilla enrojecida de Ji Ruyu, fue la primera en apartar la mirada. Sin decir palabra, se dio la vuelta y se escondió rápidamente detrás del biombo.
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