Jiang Xu abrió mucho los ojos, sintiendo cómo esa oleada de emociones amenazaba con devorarla por completo.
El pánico se extendió por todo su cuerpo y rápidamente empujó a Ji Ruyu.
—No es eso lo que quise decir. Solo quiero decir… que estaré contigo. Que cargaré contigo con todo esto. Pero no quiero ser la emperatriz de nadie. ¿No te lo dejé claro hace un momento? Lo que ha pasado entre nosotras, en su mayoría, ha sido producto de malentendidos, de cosas que no pudimos evitar. Yo no puedo darte el tipo de relación que estás esperando. Si lo que necesitas es a alguien que comparta tu lecho… puedes buscar a otra persona. Después de todo, las mujeres que estarían dispuestas a ofrecerse a la princesa heredera podrían llenar toda la calle principal de Chang’an, ¿no es así? ¿Por qué tendría que ser yo, precisamente yo, la hija de familia noble y conservadora a la que más desprecias…?
Esta vez, su rechazo fue claro y rotundo.
Ji Ruyu simplemente la observó. No expresó ninguna emoción… o tal vez sí, pero Jiang Xu ni siquiera se atrevía a mirarla a los ojos, mucho menos a enfrentar la posible tristeza que pudiera haber en ellos.
—Ya dije todo lo que tenía que decir. Deberías descansar. Me voy.
Jiang Xu se dio la vuelta y se alejó con pasos apresurados. Podía sentir cómo la mirada de Ji Ruyu seguía clavada en su espalda, pero esta vez ella no vaciló ni una sola vez.
Los días siguientes pasaron sin que Jiang Xu volviera a ver a Ji Ruyu. La princesa asistía a las reuniones matutinas, recibía a los ministros y revisaba memoriales sin falta. No hubo escándalos con otras mujeres, ni tampoco vino a buscarla.
Jiang Xu se preguntó si aquel día, cuando el vicecomandante Li mencionó a su hermana mayor, no habría tocado una herida aún abierta en Ji Ruyu. Tal vez, pensó, debió haberla consolado. Pero al recordar la complicada relación entre ambas, y que ella acababa de rechazarla, no se atrevía a enfrentarla.
Los días siguieron su curso, tranquilos pero con esa incomodidad invisible flotando en el aire, hasta que un día, durante la visita matutina, la consorte Li rompió en llanto y le contó que su madre había fallecido.
Jiang Xu se quedó estupefacta. Ji Ruyu le había prometido que se encargaría del asunto. ¿Sería posible que, por estar sumida en la tristeza estos días, lo hubiera olvidado?
Después de consolar a la consorte Li, Jiang Xu no dejó de darle vueltas al asunto. Finalmente, decidió ir a buscar a Ji Ruyu.
Como ya había terminado la corte del día, suponía que estaría revisando memoriales en el Salón Imperial.
Pero al llegar, un eunuco le informó que Su Majestad estaba recibiendo a una visita.
Jiang Xu preguntó quién era.
—Está reunido con una princesa extranjera —respondió el eunuco.
Aunque el imperio estaba en guerra con las tribus del norte, las relaciones con los pueblos del sur habían mejorado considerablemente. El eunuco le explicó que esa princesa venía con la intención de establecer una alianza matrimonial. Lamentablemente, no había varones solteros en la familia imperial, pero la princesa no se daba por vencida… ¡y hasta quería entrar en palacio como consorte!
El eunuco le contó todo esto a Jiang Xu, la emperatriz, con una clara intención de congraciarse. Después de todo, ese tipo de noticias no solían llegar a sus oídos… era probable que el eunuco lo hubiese escuchado a escondidas frente a la puerta del salón.
Jiang Xu no pudo evitar imaginarse todo un drama trágico: una princesa extranjera y un emperador que en realidad era una mujer disfrazada de hombre… sin duda, una historia perfecta para una pasión prohibida y desgarradora.
Después de vacilar un momento, Jiang Xu pidió al eunuco que anunciara su presencia: quería ver al emperador.
La respuesta llegó rápidamente: Ji Ruyu le permitía entrar.
Jiang Xu entró al Salón Imperial.
El emperador no estaba revisando memoriales. Ji Ruyu descansaba lánguidamente recostada en un diván.
La luz del sol se deslizaba sobre la mitad de su cuerpo, envolviendo su figura en una neblina dorada que la hacía parecer irreal. Vestía una túnica imperial negra con bordes dorados, y sobre la tela se alzaba un majestuoso dragón de cinco garras, bordado en hilo de oro, como si estuviera a punto de alzar vuelo.
Después de varios días sin verla, parecía no haber cambiado… aunque su aura se percibía más serena y apacible que de costumbre.
Junto a ella, sentada en un banco, había una joven. Al notar la presencia de Jiang Xu, se levantó lentamente y se inclinó para saludarla.
—Saludo a Su Majestad, la emperatriz.
Su reverencia era torpe, claramente aprendida hace poco. No vestía ropa extranjera, sino que ya usaba vestimenta de estilo chino. Donde fueres, haz lo que vieres: su determinación por casarse en Chang’an era evidente.
—Princesa, no sea tan formal —respondió Jiang Xu, correspondiendo el saludo con cortesía.
A pesar de haber adoptado el atuendo del imperio, su temperamento franco seguía intacto.
—Su Majestad —dijo dirigiéndose a Ji Ruyu—, ¿voy a poder casarme o no? ¿Por qué sigue sin darme una respuesta clara?
La mirada de Ji Ruyu se posó en Jiang Xu con un destello de intención oculta.
—El asunto del harén no lo decide el emperador —dijo con calma—. Lo decide la emperatriz. Y mi emperatriz… es bastante celosa.
Jiang Xu no sabía si Ji Ruyu hablaba en serio o solo buscaba desentenderse del asunto, pero no estaba dispuesta a cargar con esa acusación.
—No soy una mujer celosa —respondió con serenidad.
El rostro de Ji Ruyu se oscureció levemente, pero la princesa exclamó con alegría:
—¡Majestad, la emperatriz acaba de decir que no es celosa!
—¿Oh? ¿Así que la emperatriz quiere tomar la iniciativa de elegirme una nueva consorte?
Quizá los demás no lo notaran, pero Jiang Xu podía percibir claramente que Ji Ruyu ya no estaba de buen humor.
—Una alianza matrimonial entre naciones es un asunto de Estado. El harén no debe inmiscuirse en política. Será mejor dejar todo en manos de Su Majestad.
Ji Ruyu respondió con voz sombría:
—¿Ha oído eso, princesa? La emperatriz dice que esto es un asunto nacional, que ella no puede decidir. Habrá que pensarlo bien… Por ahora, regrese a sus aposentos.
La princesa se despidió a regañadientes, y una vez que salió, el estudio imperial quedó en completo silencio.
Ji Ruyu la llamó con un gesto:
—Emperatriz, ven aquí.
Jiang Xu dudó un momento, pero finalmente se sentó frente a Ji Ruyu, sobre el diván.
—¿Y por qué tan lejos de mí?
Incluso a esa distancia, la presión que emanaba de ella era abrumadora. ¿Cómo atreverse a acercarse más?
—Así es más acorde al protocolo —respondió Jiang Xu, rechazando de forma cortés.
—¿Protocolo? —Ji Ruyu soltó una risita y abandonó por completo el aire solemne del emperador. —Si hubieras mencionado el protocolo hace un tiempo, tal vez te habría respetado. Pero ahora, cuando escucho esa palabra salir de tus labios, solo me resulta ridícula.
Jiang Xu sabía bien a qué se refería con ese comentario.
—Sí, lo que pasó entre nosotras fue inapropiado, pero nadie es perfecto. Si me equivoqué, puedo corregirme. Basta con no repetirlo.
Ji Ruyu contuvo la respiración un instante y, luego de una pausa, habló con una punzada de reproche:
—Entonces dime, ¿a qué has venido ahora? Apenas se extendió la noticia de que la princesa viene con intenciones matrimoniales y tú ya estabas desesperada por venir a verme… Y encima dices que no eres celosa. ¿No quieres que yo te tenga, pero tampoco permites que alguien más lo haga? ¿No es eso ser celosa?
—No he venido por eso —replicó Jiang Xu con calma—. Además, la princesa no quiere casarse contigo. Ella busca a Ji Mingyue.
No era su intención ser cruel, pero Ji Ruyu fue quien empezó con los comentarios venenosos.
—¡Ja, ja, ja! —Ji Ruyu soltó de repente una carcajada, llevándose la mano al estómago—. ¿Y qué importa eso?
De pronto, sujetó con fuerza la muñeca de Jiang Xu, impidiéndole alejarse. Sus miradas se cruzaron, intensas.
—¿Aún recuerdas quién fue contigo al altar? ¿Y que al entrar en la habitación nupcial descubriste que todo era una farsa, y lloraste como una niña? La persona con la que querías casarte no era yo, pero la que se acurrucó contigo, la que compartió la almohada y el lecho… esa fui yo. ¿Y no es eso suficiente? ¿Qué importa a quién quisieras? La única que ha estado realmente contigo… he sido yo.
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