Esas palabras tan descaradas hicieron que la cara de Jiang Xu se encendiera como una manzana. No pudo evitar lanzarle una mirada fulminante a Ji Ruyu.
—Todo lo que pasó antes fue un malentendido, no fue mi intención desde un principio. De ahora en más, entre tú y yo solo habrá respeto, decencia y moral. ¡No vuelvas a decir esas cosas!
Ji Ruyu alzó la mirada con descaro:
—¿Y si lo digo qué? La boca está en mi cara, ¿acaso la cuñada imperial puede tapármela?
—¡Tú…!
Jiang Xu estaba tan furiosa por su descaro que casi se atraganta del enojo. Alzó la mano para taparle la boca.
Pero Ji Ruyu malinterpretó completamente el gesto, y en lugar de esquivarla, inclinó la cara para recibirla. Cuando la palma de Jiang Xu aterrizó en su mejilla, hasta ella misma se quedó desconcertada.
Ji Ruyu, en cambio, sonrió con picardía.
—Cuñada, ¿cómo es que estás tan falta de energía? ¿No será que no estás acostumbrada a usar la mano izquierda?
Con una generosidad fingida, le soltó la muñeca.
—Tú siempre me abofeteas con esta mano, ¿cierto?
—No tenía intención de pegarte —murmuró Jiang Xu, mirándola directamente, aunque con cierta incomodidad.
—¿Entonces qué querías hacer?
—Solo quería callarte. Es que tú y yo… no nos entendemos. Ni media frase sin discutir.
—Vaaaale, vale. Si mi cuñada no quiere escucharme hablar y quiere taparme la boca, tampoco me voy a oponer.
Ella se llevó los dedos largos y finos a los labios. Sus labios rojos parecían a punto de gotear, y con una expresión tan provocadora como repentina, dijo:
—Usa tu boca para callarme. Te prometo que no volveré a decir ni media palabra que te moleste.
—¡¡Ni lo sueñes!!
Jiang Xu no podía creerlo. Después de todo lo que había hablado con Ji Ruyu, resultaba que su único propósito era coquetear con ella.
De puro enfado, la empujó con fuerza y se dio la vuelta para marcharse.
Pero no había avanzado ni unos pasos cuando se detuvo.
El enojo inicial se enfrió y recordó a qué había venido en primer lugar.
—¿Por qué la cuñada imperial no sigue caminando? —La voz de Ji Ruyu sonó detrás de ella con una risita fría. Se puso de pie y se acercó despacio, paso a paso, hasta quedar frente a Jiang Xu. —Tú me detestas, eres tú quien no quiere tener nada que ver conmigo. Yo cumplí tu deseo. En todos estos días, ni una sola vez me he aparecido frente a ti. Y ahora eres tú la que viene a buscarme. ¿Qué soy entonces para ti, cuñada? ¿Una a la que puedes llamar cuando se te antoje y echar cuando te estorba?
Jiang Xu se llevó una mano a la sien, exasperada.
—¿Acaso en tu cabeza no caben otras ideas? No vine aquí a hablar de amor contigo. Vine por un asunto serio.
Ji Ruyu volvió a reír, con esa risa sarcástica que hacía que a uno se le helara la sangre.
—Si no hubieras oído que la princesa se ofreció para entrar al palacio como concubina, ¿de verdad habrías irrumpido aquí?
Jiang Xu se quedó en silencio.
Era cierto. Lo admitía. En el momento en que escuchó que la princesa estaba en el despacho imperial, se había puesto nerviosa. Pero no era por celos amorosos… Era porque temía que Ji Ruyu, herida por amor, se desbordara en furia y la arrastrara a ella también en la caída. No era otra cosa.
—Hablemos del asunto importante —cambió de tono—. Me dijiste que te encargarías de cuidar a la madre de la consorte Li. Dijiste que tenías tus propios planes y que no necesitabas que yo interviniera. Entonces, ¿por qué murió su madre?
En el fondo, Jiang Xu no creía que Ji Ruyu fuera alguien que rompiera su palabra. Por eso su tono al cuestionarla no era demasiado severo, más bien estaba genuinamente desconcertada.
—Ah, ya veo. Rompes el cielo viniendo a buscarme… y es por otra mujer —Ji Ruyu entonó con una voz mordaz—. Tranquila. Su madre tiene buena comida, buena cama, y la están atendiendo bien. Cuando llegue el momento adecuado, madre e hija se reencontrarán. ¿O es que la cuñada se conmovió al verla tan triste por la muerte de su madre? Pero cuando me rompías el corazón a mí, ¿no pensaste que yo también sentía?
Al escuchar que la madre de la consorte Li estaba bien, Jiang Xu suspiró de alivio. Pero apenas terminó de escuchar el torrente de sarcasmo de Ji Ruyu, le volvió a doler la cabeza.
—Confío en que sabrás cuidar bien de la madre de la consorte Li. Si está a salvo, no tengo más que decir. Me retiro —dijo Jiang Xu, y se giró para marcharse apresurada.
Pero no había dado ni dos pasos cuando Ji Ruyu la sujetó con fuerza por la muñeca desde atrás.
—¡Jiang Xu! —Fue raro oírla llamarla directamente por su nombre.
Jiang Xu no se volvió a mirarla.
—¿La princesa va a entrar al palacio? ¿Y yo debería aceptarlo?
Una inexplicable irritación brotó dentro de Jiang Xu.
—¡Ya te lo dije! Es un asunto de Estado, ¿por qué me lo preguntas a mí? Consúltalo con tus ministros, decide tú misma.
—¿Asunto de Estado? —La presión en su muñeca aumentó.
—Una princesa enviada a casarse con otra nación, asegurando la paz en la frontera sin derramar una sola gota de sangre… Consigue varios años, incluso décadas de estabilidad. Hacer ese sacrificio por su país… es un honor, ¿no lo crees?
Cuanto más grandilocuente sonaban sus palabras, más falsa parecía su intención a los oídos de Jiang Xu.
Porque ella misma también era una princesa.
Y Jiang Xu recordaba claramente la rabia contenida cuando Ji Ruyu hablaba de su hermana mayor fallecida. Toda esa amargura no se había desvanecido.
Entonces, ¿por qué decía ahora todo esto?
¿Acaso cambiar de posición realmente cambiaba su manera de pensar?
—¿Fue Ji Mingjue quien envió a la princesa Zhaoyang a casarse como tributo? —preguntó Jiang Xu, girándose por fin para mirarla.
Los ojos de Ji Ruyu estaban oscuros, su expresión tensa, su cuerpo entero parecía endurecido. Aunque no era fácil leer su rostro, se percibía una presión asfixiante.
—¿Y qué consiguió la princesa Zhaoyang a cambio de su sacrificio? ¿Unos pocos meses de paz? ¿Tú misma no sabes si aquello fue o no un honor?
Ji Ruyu no respondió.
—Un país débil no tiene diplomacia —continuó Jiang Xu con firmeza—. Al final, es porque nuestro Liang es demasiado débil militarmente que las naciones vecinas se atreven a invadirnos como si nada. No importa cuántas princesas se envíen como ofrenda, ni cuántos tratados se firmen. Todo depende del humor de otros. Una princesa representa el honor de la familia imperial. Pero en un país débil, una princesa enviada a casarse por paz no será más que una moneda para ser despreciada y maltratada. La debilidad nacional no se compensa enviando mujeres al infierno. Confío en tu carácter como princesa, sé que no la enviarás a una miseria absoluta. Pero igual tendrá que abandonar su tierra, separarse de su hogar. Ponte en su lugar. Si tú hubieras estado en el trono en aquel entonces… ¿habrías enviado a la princesa Zhaoyang a casarse con los extranjeros?
Ji Ruyu seguía en silencio.
Jiang Xu, tras decir esto, retiró su brazo y se zafó del agarre. Quería irse, dejar que Ji Ruyu reflexionara sola.
Pero de pronto, un sonido extraño la detuvo.
Se giró bruscamente. Ji Ruyu estaba llorando y riendo al mismo tiempo. Sus ojos de forma almendrada estaban enrojecidos, llenos de lágrimas.
—Nadie me había dicho nunca esas cosas —dijo con voz temblorosa—. Todos repiten que mi hermana murió con honor, que su muerte valió la pena… La ensalzan por su sacrificio, hasta le han erigido un memorial. Mi hermana, toda su vida, fue recta y contenida. Se reprimía, se guiaba por la virtud, trataba a todos con amabilidad… Su reputación de mujer ejemplar fue justo lo que la convirtió en la candidata ideal para una boda diplomática. Y yo… yo soy famosa por mi comportamiento deshonroso, por mi libertinaje. Excepto por unos pocos que solo quieren escalar posiciones, la mayoría de los nobles me evitan como si fuera una plaga. Gracias a eso, fui yo quien se salvó de ese destino. ¿Por qué las personas buenas no tienen un buen final, mientras las malas pueden seguir viviendo sin consecuencias? ¿Por qué Ji Mingjue, un emperador incompetente y negligente, que favorece a los aduladores y aleja a los sabios, ha llevado a este país al colapso, pero aun así puede pagar sus errores con la vida de mi hermana? Pero mi hermana ya está muerta… Era una princesa tan buena. Ahorrativa, modesta, compasiva con el pueblo, siempre pensando en los demás… ¿Y cuál fue su final? Y yo, justo yo, que no valgo nada… sigo viva como si nada…
Jiang Xu la escuchó desahogarse y, por primera vez, sintió que Ji Ruyu estaba bajando verdaderamente la guardia, abriendo un rincón de su corazón.
Debería haber aprovechado la oportunidad, haber medido sus palabras, haber sido prudente.
Pero simplemente no pudo.
—¿Y qué hay de malo contigo? —dijo, con firmeza—. ¿Qué tiene de tan indeseable alguien como tú?
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