—Has gobernado durante tanto tiempo sin que el país se desmoronara. Incluso te las ingeniaste para llenar las arcas vacías y conseguir provisiones para los soldados en la frontera. Podrías haber dejado morir sin más a la madre de la consorte Li… pero la salvaste. Nunca le has hecho daño a nadie. En el fondo, tú también eres una buena persona. Solo estás intentando romper las cadenas que el mundo te impuso. Sé que no te gusta vestirte de hombre ni deseas el poder. Solo quieres ser tú misma, ser… libre. Tú no has hecho nada malo. Si el mundo te odia es porque no conoce todo lo que hay detrás. Si supieran por todo lo que has pasado, también dirían que eres un buen emperador… una buena princesa…
—¿Yo? ¿Un buen emperador? ¿Una buena princesa? —repitió Ji Ruyu en voz baja, como si no terminara de creérselo.
—Así es —afirmó Jiang Xu con firmeza—. Eres excelente. Eres un buen emperador. Una buena princesa. La muerte de la princesa Zhaoyang no fue culpa tuya. No fue porque tú fueras una mala persona que ella murió lejos de casa. Ustedes se querían como hermanas. Incluso si tú hubieras sido la que terminaba casada por alianza en tierras lejanas y muerta en el extranjero, ella también se habría deshecho de dolor en la ciudad de Chang’an. Entre ustedes, daba igual quién viviera o muriera… el dolor sería el mismo para la que quedara. ¿No es así? Lo importante es que tú, la que está viva, vivas de verdad. Que vivas una vida diferente, una vida sin sometimientos. Que desde el más allá, ella pueda ver que has conseguido ser libre, sin seguir atrapada en la tristeza.
Después de escucharla, Ji Ruyu de pronto la abrazó con fuerza, envolviéndola por completo entre sus brazos.
¿Por qué? ¿Por qué su cuñada podía entender sus pensamientos? ¿Por qué sabía incluso aquello que ni ella se atrevía a admitir en sus pesadillas?
Durante años, todo el mundo solo vio a la altiva y libertina princesa Ji Ruyu, o al emperador arrogante que jugaba con el poder y disfrutaba de los placeres. Nadie vio su sufrimiento.
Y aquella cuñada con la que supuestamente tenía la relación más lejana, con la que no compartía nada… se había convertido en la persona más difícil de separar de su vida.
Todo empezó aquel día, cuando salió del pasadizo secreto. Quería decirle al médico imperial que no había esperanzas de que Ji Mingjue despertara. Y al ver a su cuñada, joven y hermosa, quiso molestarla. Se quitó su propio dudou (ropa interior) y se puso el de ella, solo para incomodarla. Pero la reacción de su cuñada fue completamente diferente a lo que había imaginado. Sin darse cuenta, terminó atrapada, y desde entonces los límites entre ambas se volvieron cada vez más borrosos…
Ahora su cuñada intentaba marcar una distancia clara, como era natural. Pero ¿por qué se sentía tan inconforme, tan dolida? Sabía perfectamente que esa mujer no le pertenecía…
Pero incluso si no le pertenecía, seguía siendo su cuñada. No podía simplemente apartarla, como si no existiera ningún lazo entre ellas.
Ji Ruyu apoyó su barbilla en el hombro de Jiang Xu y, a propósito, dejó que sus lágrimas resbalaran por el cuello de ella.
El calor húmedo hizo que Jiang Xu se estremeciera suavemente.
Ji Ruyu estaba llorando.
Nunca, sin importar la situación, había mostrado una cara tan vulnerable. Siempre había enfrentado todo con su coraza de espinas, jamás permitiendo que algo la hiriera.
Jiang Xu la abrazó de vuelta con suavidad. Empezó a preguntarse si todo lo que acababa de decir había sido demasiado solemne… ¿Acaso no había logrado ponerse en su lugar? ¿La habría herido otra vez sin querer? En ese momento, no sabía qué palabras podían consolar verdaderamente esas lágrimas.
Lo único que podía hacer era abrirle los brazos y acoger todas sus emociones, permitirse consentir su fragilidad.
Ji Ruyu, en el fondo, ya se había preparado para que la empujaran. Sabía muy bien que su cuñada rechazaba cualquier gesto demasiado íntimo de su parte, pero aun así no pudo evitar desahogarse sin reservas, como si quisiera fundirse con ella, absorbiendo cada gramo de indulgencia que nacía de su compasión.
Desde la muerte de su hermana mayor, no se había apoyado en nadie más.
Pero ahora… ahora deseaba poder quedarse así para siempre, acurrucada en los brazos de su cuñada, como un gato que se aferra a su dueña.
—¿Por qué…? ¿Por qué te has vuelto así? ¿Siempre fuiste así desde el principio? —murmuró Ji Ruyu con voz baja, perdida en sus pensamientos, apoyando la frente en su hombro mientras la observaba fijamente.
Jiang Xu bajó la mirada y se encontró con aquellos ojos empañados que parecían buscar respuestas.
No podía decirle que ya no era la misma, que su alma había cambiado. Tampoco quería sembrar dudas en su corazón ni que comenzara a sospechar…
—Así como yo antes no supe verte con claridad… ¿acaso tú tampoco me viste realmente a mí?
Sus miradas se encontraron. Ji Ruyu se quedó atónita por un segundo y de pronto soltó una carcajada entre lágrimas.
—Tienes razón… Jamás imaginé que yo, Ji Ruyu, también pudiera juzgar mal a alguien. Y pensar que creí que mi cuñada era una mujer de pura rectitud y normas…
Jiang Xu se tranquilizó un poco al ver que no sospechaba demasiado. Pero había algo que no terminaba de entender… ¿por qué, entre sus palabras, se colaba un brillo de emoción?
De pronto, Ji Ruyu se inclinó hacia su oído y susurró:
—Si no fueras una mujer con fuego por dentro, ¿cómo habrías soportado tanto tormento impuesto por la sociedad? Cuñada… algún día lo entenderás. No hay nada mejor que abandonarse al deseo y al placer junto a mí, y disfrutar de las delicias del mundo, ¿no te parece~?
El susurro inesperado la hizo estremecerse. Jiang Xu se sonrojó al instante, avergonzada por la provocación.
Sin piedad, la empujó para apartarla.
Ya que Ji Ruyu tenía humor para coquetearle, entonces parecía que no estaba tan mal después de todo. La fragilidad, en ella, era solo algo fugaz.
—¿No te da vergüenza? Llamándome “cuñada” a cada rato, ¡y aun así me sueltas esas indecencias sin pudor!
—¿Entonces lo que estás diciendo es que si te llamo “Jiang Xu”, ya puedo decirte cosas indecentes? —replicó Ji Ruyu con una sonrisa pícara.
¡Sabía que esa ladina no se rendiría tan fácilmente!
—Si yo fuera tú, no perdería el tiempo con una mujer que no está interesada en mí.
—¿De verdad no estás interesada? —Ji Ruyu curvó apenas los labios y volvió a acercarse a su oído—. Cuando te quitaste la ropa, no decías eso… estabas disfrutándolo mucho.
Jiang Xu se sonrojó al instante, entre la vergüenza y la rabia, sin saber cómo responder.
—¿Qué es exactamente lo que quieres?
—Eso deberías preguntártelo tú, cuñada… ¿Qué tendría que hacer para que me aceptaras?
—No hay manera. Ni lo sueñes —Jiang Xu apretó los dientes, dejando en claro que no había espacio para concesiones.
—¿Y entonces por qué sí me aceptaste antes?
—¿No te lo he dicho mil veces ya? ¡Fue una situación fuera de nuestro control!
—Entonces… ¿con que sea una situación fuera de control basta, cierto?
Jiang Xu la miró con incredulidad. Incluso después de haber sido rechazada con tanta firmeza, seguía insistiendo.
¡Estaba loca! ¡Definitivamente era una lunática!
Instintivamente dio un paso hacia atrás.
Al notar que intentaba huir, Ji Ruyu avanzó hasta acorralarla contra la pared, sin dejarle espacio para escapar.
Jiang Xu desvió la mirada.
—Aunque no fueras mi cuñada… aun así soy tres años mayor que tú. No somos compatibles…
Ji Ruyu jugueteó con un mechón del cabello de Jiang Xu, sonriendo lentamente.
—Siempre usas la edad como excusa para rechazarme, pero nunca dices que esté mal que una mujer ame a otra mujer. Así que dime… ¿realmente no hay ninguna posibilidad entre nosotras, cuñada?
La miró con una expresión inocente, como si fuera una niña indefensa.
Pero Jiang Xu ya conocía bien su lado obsesivo y desquiciado. No se dejaría engañar por esa fachada.
—No la hay —respondió sin titubear.
Ji Ruyu soltó un bufido bajo y frío.
—Dices que no debería perder el tiempo con alguien que no está interesada en mí… pero si me acerco a alguien que sí lo está, ¿no eres tú la primera que se pone nerviosa?
Los ojos de Jiang Xu temblaron levemente.
Ji Ruyu la miraba fijamente, con una presión que resultaba asfixiante.
Claro… Ji Ruyu no era ninguna tonta. Jiang Xu estaba demasiado ansiosa por lograr su objetivo y había actuado con demasiada obviedad, así que era normal que sospechara algo así…
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