—¿Q-qué dijiste? ¿Que te gusta Ji Ruyu? ¿Que estás dispuesta a casarte con ella?
La princesa Mingyue tenía la expresión tímida y encantadora de una jovencita enamorada.
—La princesa heredera posee una elegancia inigualable… y eso ha despertado toda mi admiración.
Jiang Xu miró a Ji Ruyu con incredulidad. Esa mujer se había arreglado con esmero, lucía deslumbrante entre las flores del jardín imperial. Si alguien dijera que era una belleza que eclipsaba a toda la corte, no estaría exagerando.
Ji Ruyu curvó los labios en una sonrisa y preguntó con aire juguetón:
—Cuñada, ¿cuándo emitirás el edicto para concedernos el matrimonio?
—Un edicto así tendrás que pedírselo al emperador —respondió Jiang Xu, apretando el puño dentro de la manga.
¿Acaso… la mujer que terminaría por arrastrar a Ji Ruyu hacia la oscuridad sería realmente la princesa Mingyue?
Sus personalidades eran tan opuestas, que una convivencia prolongada no podía más que provocar roces.
Y cuanto más lo pensaba, más sentido le encontraba… y más inquietud sentía.
—Entonces, me retiro por ahora —dijo alegremente la princesa Mingyue—. ¡Esperaré con ansias que Su Alteza venga a pedirme en matrimonio!
Con esa frase se despidió y se marchó feliz.
Jiang Xu tenía la mente hecha un caos. También quería alejarse de allí cuanto antes.
Pero una mano la sujetó del brazo con fuerza, impidiéndole marcharse.
—¿Cuñada, recuerdas nuestra apuesta? —preguntó Ji Ruyu, con una chispa traviesa en la mirada.
Jiang Xu inhaló hondo y se volvió hacia ella.
—La princesa Mingyue es muy joven. ¡Seguro que la engatusaste con tus palabras dulces!
Ji Ruyu soltó una risa.
—Yo también soy mucho más joven que tú, cuñada. ¿Cómo es que no piensas que tú me engañaste a mí? ¿Por qué siempre tengo que ser yo la mala?
Se acercó aún más, con la mirada intensa y fija en ella.
—Sea como sea, cumplí las condiciones. Dime, ¿de verdad quieres darnos tu bendición?
Apretó el puño dentro de la manga.
No era su imaginación. Su cuñada siempre evitaba, consciente o no, verla interactuar con otras mujeres.
Seguro que le gustaba. Solo que no lo quería admitir.
Pero Ji Ruyu estaba dispuesta a esperar… hasta escuchar cómo lo decía con sus propios labios.
Jiang Xu desvió la mirada, nerviosa, y se dio la vuelta.
—¿De verdad piensas casarte con ella? Con tus dos identidades no tendrás ni un momento de paz. ¿Cómo piensas manejarlo?
Ji Ruyu se acercó por detrás, le puso una mano en el hombro y le susurró al oído:
—Entonces, ¿eso quiere decir que no estás de acuerdo, cuñada? ¿Acaso ya olvidaste nuestro trato? Si no me dejas estar con ella, deberás entregarte tú… como intercambio.
Jiang Xu se apartó de golpe, como si la hubieran tocado con fuego.
Ji Ruyu frunció el ceño y bufó con frialdad:
—¿Acaso piensas romper tu palabra, cuñada?
Jiang Xu gritó con rabia:
—¡Tú no sientes nada por la princesa Mingyue! Todo esto lo haces porque sigues empecinada en esa idea absurda de adueñarte de tu cuñada. ¿Cómo esperas que yo respete eso, que te bendiga? ¡¿Vas a arruinar la vida entera de la princesa Mingyue solo por tus caprichos?!
Ji Ruyu avanzó de un paso y la sujetó con fuerza por la muñeca, hablando con frialdad:
—Mi querida cuñada tiene un corazón tan noble que se preocupa por la felicidad de todos… ¿pero y la mía? ¿No te preocupa la mía? Estoy sola, atrapada, sin salida… ¿y ni siquiera me dejas encontrar una compañera? ¡Esto sí que es ir contra el cielo y matar los deseos humanos! —Se inclinó hacia ella con una sonrisa peligrosa—. Pero si estás dispuesta a romper tu promesa… entonces no me dejas opción: tendré que sacrificar a la princesa Mingyue.
Escucharla hablar así, con tal indiferencia, encendió por completo la furia de Jiang Xu.
—¡Mingyue todavía es una niña! ¡Eres un monstruo!
Ji Ruyu soltó una carcajada y, sin dejarla escapar, la abrazó con fuerza ignorando su resistencia.
—¿Y yo qué? ¡Yo también soy una niña! ¡Soy tres años menor que tú! Pero fue tu mano la que se metió en mi cuerpo… y también mi lengua la que ha explorado el tuyo. Entonces, ¿quién es el verdadero monstruo aquí, cuñada?
—¡Cállate! —Jiang Xu miró alrededor aterrada, como una liebre sorprendida en pleno escape. Al no ver a nadie cerca, soltó un pequeño suspiro.
—¡Suéltame ya! ¡¿Y si alguien nos ve?!
Una princesa heredera, enredada así con su cuñada… Si alguien llegaba a presenciar semejante escena, causaría un escándalo político imposible de sofocar.
Pero Ji Ruyu sonrió con desprecio.
—¿A qué le temes, cuñada?
De repente, con un gesto rápido, desató el nudo del cuello de su ropa, revelando el familiar dudou rojo (ropa interior tradicional china) que llevaba debajo.
—¿Lo recuerdas, verdad?
Jiang Xu la fulminó con la mirada.
¡Por supuesto que lo recordaba!
¡Era suyo! ¡Esa prenda era suya!
¡Y esa mujer… ¡¡esa mujer se la había quedado… y seguía usándola!!
—¡Ji Ruyu, eres una pervertida!
Quiso zafarse de sus brazos, desesperada, pero estaba tan conmocionada por su comportamiento que no pudo más: en un estallido de impotencia, le dio una bofetada.
¡Paf!
El golpe resonó con fuerza, espantando a los pájaros que descansaban en la baranda cercana.
Ji Ruyu, sin embargo, ni parpadeó. En cambio, le sujetó la mano con que la había abofeteado y dijo, con una sonrisa provocadora:
—¿Te duele la mano, cuñada? Me pegaste con tanta fuerza… ¿podrías apretar con esa misma fuerza la próxima vez que me toques?
—…
¡Iba a enloquecer! ¡De verdad iba a perder la cabeza!
—¡Quítate mi dudou ahora mismo, no te lo vuelvas a poner jamás!
Ji Ruyu la miró con ojos brillantes, bajó la vista hacia su escote medio abierto y sonrió con picardía:
—Vaya, cuñada… sí que sabes jugar. ¿Quieres que me lo quite aquí mismo?
—¡¿Aquí?! ¡¿Estás loca?!
Pero lejos de desistir, la reacción de Jiang Xu solo pareció emocionarla más. Ignorando por completo que era pleno día, y sin preocuparse de estar al aire libre, Ji Ruyu se quitó el dudou rojo delante de ella, con los ropajes desordenados, y se lo tendió directamente.
—Toma, cuñadita. Se lo devuelvo a su dueña, pero guárdalo bien, ¿eh? Todavía está tibio por mi cuerpo.
Jiang Xu estaba completamente fuera de sí: no podía ni quería tomarlo, pero tampoco podía dejarlo ahí. Miraba nerviosa a su alrededor, temiendo que alguien los viera y presenciara semejante locura. Con manos temblorosas, arrebató el dudou de sus manos y lo apretó contra su pecho, ocultándolo de inmediato.
Ji Ruyu la observaba con una sonrisa encantada, su mirada oscurecida por un fuego imposible de apagar.
Entonces Jiang Xu, en un arranque desesperado, le subió el escote de la ropa, sujetándola con fuerza mientras apretaba los dientes.
—¡Ji Ruyu! ¡Aunque no te importe tu reputación, al menos piensa en la mía! Si llegan a decir que tengo algo contigo… ¿cómo se supone que pueda seguir siendo emperatriz?
Ji Ruyu soltó una carcajada, tranquila.
—¿Ah, con que es eso lo que te preocupa? Tranquila, ya me encargué de que nadie pase por aquí… —le guiñó un ojo con descaro—. ¿Y ahora? ¿No te animas a probar algo más atrevido conmigo?
Con un solo movimiento, deslizó los dedos por su escote y dejó al descubierto un hombro níveo y perfecto, provocadora, deslumbrante.
El aliento de Jiang Xu comenzó a volverse entrecortado, pero no de deseo, sino de furia.
—¡¿Acaso pretendes que lo hagamos aquí mismo, al aire libre, como si esto fuera un burdel?!
Los ojos de Ji Ruyu se iluminaron con auténtico entusiasmo.
—Si a mi cuñada le incomoda el lugar, siempre podemos ir a la cama. ¡Yo encantada!
—¡En ningún sitio, ni aquí ni allá! ¡Jamás haré algo así contigo! ¡Abandona de una vez esa idea absurda!
Pero Ji Ruyu no se rendía.
—¿Es que no te gusto? ¿No soy tu tipo? Dímelo. Si no te gusta cómo me veo, puedo maquillarme. Si no te gusta cómo lo hago, puedo practicar. Tú vives en este palacio igual que yo, sabes lo frío y vacío que puede ser… ¿Qué tiene de malo que nos abracemos para darnos un poco de calor? ¿O acaso… ya tienes a alguien más? ¿Estás pensando en…?
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