Al ver cómo el rostro de Ji Ruyu se volvía cada vez más sombrío, Jiang Xu sintió, por primera vez en mucho tiempo, una pizca de satisfacción… una dulce sensación de revancha.
Siempre era esa mujer la que le traía problemas y le hacía doler la cabeza. Ahora, por fin, era su turno de hacerla pasar un mal rato.
—¿Qué pasa? —dijo con tono sarcástico—. Tú misma dijiste que si alguien se quejaba de tu falta de habilidad, irías a practicar. ¿Y ahora que soy honesta, te molestas?
Jiang Xu pensó que Ji Ruyu volvería a perder el control como solía hacer, pero para su sorpresa, esta vez simplemente guardó silencio. Luego levantó la mirada y le preguntó con seriedad:
—¿Me estás rechazando porque crees que no soy lo suficientemente buena?
Como ya no parecía tan desquiciada, Jiang Xu decidió seguirle el juego:
—Sí… en parte es por eso.
—¿Y si mejoro mi técnica? ¿Entonces me aceptarías?
Esa mirada suya, tan directa y brillante, la hizo estremecerse. Jiang Xu ya no quería enredarse con ella, así que respondió con fingida indiferencia:
—Si realmente fueras buena, tal vez te daría una oportunidad.
Después de todo, juzgar si su técnica era buena o no… dependía solo de su palabra.
Ji Ruyu entrecerró los ojos y sonrió con malicia.
—Perfecto. Como dice el proverbio: “Tres días sin ver a alguien, y hay que mirarlo con nuevos ojos”…. Te aseguro que haré que cambies de opinión, cuñada imperial.
Al ver que al fin dejaba de comportarse como una lunática, Jiang Xu suspiró aliviada.
—Tres días no bastan, vas a necesitar por lo menos tres meses de práctica. Hasta entonces, no vuelvas a mencionar este asunto. Solo pensar en tu torpeza me quita las ganas de seguir hablando.
Si con eso lograba que la dejara tranquila tres meses, le daba gracias al cielo.
—¿Puedo usar a la cuñada imperial como mi objeto de práctica? —preguntó de pronto Ji Ruyu, con toda la cara del mundo.
Jiang Xu soltó una carcajada fría.
—¡Ni en tus sueños!
La sonrisa de Ji Ruyu se desvaneció, y suspiró con una mezcla de fingida pena y auténtica osadía.
—Si la cuñada imperial me rechaza con tanta firmeza… luego no vaya a arrepentirse.
—¿Arrepentirme? —Jiang Xu sintió que acababa de oír un mal chiste. De verdad, a veces no lograba entender cómo funcionaba el cerebro de esa mujer. ¿Cómo se le ocurría que ella pudiera arrepentirse?
—No tengo nada más que hablar contigo.
—Está bien, está bien, ya me voy. Voy a desaparecer de tu vista ahora mismo. Seguro hay varios ministros esperando la oportunidad de quejarse con el emperador por la “ridícula e imprudente princesa heredera”. Después de tanto tiempo sin aparecer, deben estar a punto de estallar. O… ¿acaso la cuñada imperial lo que no quiere ver es a mí, y no al emperador?
Jiang Xu no dijo una sola palabra. Le parecía una pregunta tan tonta que ni ganas le daban de responder. Ji Ruyu siempre hacía ese tipo de comentarios raros y sin sentido, que no daban ni para discutirlos.
Por supuesto, Ji Ruyu tampoco esperaba una respuesta. Se dio media vuelta y se fue con aire despreocupado.
Solo cuando se marchó, Jiang Xu se dio cuenta de algo: ¡acababa de entregarle su dudou! ¡Y ni siquiera llevaba ropa interior debajo!
De pronto, la prenda que sostenía en brazos le ardía como si quemara. Solo de imaginar a esa mujer caminando por ahí con eso puesto… ¿No estaría planeando ponerse ropa de hombre y aún así no usar nada debajo?
¡Y lo peor es que solo ella lo sabía! Solo ella sabía que Ji Ruyu no llevaba nada bajo esa prenda…
Llevó la mano a su rostro y notó cómo le empezaba a arder la cara.
……
Las conductas absurdas de Ji Ruyu realmente provocaron una ola de críticas tanto dentro como fuera de la corte. Durante los días siguientes, el emperador estuvo excepcionalmente ocupado, pero Jiang Xu, por su parte, disfrutó por fin de algo de tranquilidad.
Jamás habría imaginado que con solo decirle “no tienes habilidad” lograría que Ji Ruyu dejara de acosarla. En secreto, se sentía bastante satisfecha.
Ante la fuerte presión del consejo, y con el fin de evitar nuevas “molestias” por parte de la princesa, la princesa Mingyue fue trasladada al palacio, lo que hizo que coincidiera más seguido con Jiang Xu.
Cada vez que Jiang Xu intentaba sonsacarle a Mingyue qué era lo que tanto le gustaba de Ji Ruyu, esta cambiaba rápidamente de tema. Aunque le parecía extraño, Jiang Xu lo atribuía a la timidez y decidió dejarlo pasar… por ahora.
Esa noche, justo cuando Jiang Xu estaba por irse a dormir, la princesa Mingyue llegó a visitarla, visiblemente emocionada.
—Su Majestad la Emperatriz, Ji Ruyu me ha invitado a pasar la noche con ella… pero no tengo experiencia. ¿Cree que debería prepararme de alguna forma? —preguntó, con la cara totalmente sonrojada y los ojos llenos de ilusión.
—¿Pa-pasar la noche? —Jiang Xu quedó tan impactada que no logró articular palabra por unos segundos.
Mingyue no notó su reacción.
—¡Claro! Me dijo que tarde o temprano nos casaremos, y que esto es algo natural entre dos personas que se quieren.
—Sí —respondió la princesa, cada vez más avergonzada—. Me citó esta noche junto al peñasco en el jardín de Qingshui…
¡¿Encima al aire libre?!
Jiang Xu se quedó helada. ¡Mingyue todavía era una niña! ¿Cómo podía Ji Ruyu aprovecharse así de su inocencia? ¡Era un verdadero monstruo!
Contuvo con esfuerzo su ira, manteniendo una expresión tranquila, aunque por dentro estaba que ardía en furia.
—Mingyue, no puedes ir —dijo, esforzándose por sonar calmada—. Porque… porque salir tan tarde sin acostarse antes va contra las normas del palacio. Podrías causar el disgusto de Su Majestad. Ji Ruyu es su hermana, seguramente no la castigarían… pero contigo sería diferente…
Inventó una excusa lo más creíble posible. Por suerte, Mingyue aceptó sin poner resistencia.
—Entonces no iré. ¿Podrías avisarle tú a la princesa para que no me espere en vano?
—Eh… está bien.
—¡Gracias, Su Majestad! —respondió la princesa Mingyue, sin mostrar la más mínima tristeza, y se despidió alegremente.
Apenas se fue, el rostro de Jiang Xu se ensombreció de inmediato.
Tan solo imaginar a esa mujer esperando ahora mismo detrás de la roca artificial, lista para atrapar a una pobre e inocente conejita en sus garras, la llenaba de una rabia descomunal. ¡Ji Ruyu se estaba pareciendo cada vez más a una villana!
Jiang Xu decidió que iría ella misma a esa cita. Y llevó consigo la vara de castigo.
Esta vez, pensaba darle una lección como correspondía, hacerla entrar en razón, y no mostraría piedad.
La noche era fría, así que Jiang Xu se puso un abrigo grueso antes de salir.
Cuando llegó al lugar acordado, no había nadie a la vista.
¿Acaso esa desgraciada, además de engañar a una niña, también era impuntual y rompía sus propias promesas?
Justo cuando Jiang Xu ya había condenado a Ji Ruyu mentalmente unas ochocientas veces, de pronto sintió cómo unos brazos cálidos la abrazaban por la cintura desde atrás. Un cuerpo se pegó al suyo y, sin decir una palabra, empezó a besarle suavemente el lóbulo de la oreja.
El corazón de Jiang Xu dio un brinco. Al pensar que así era como Ji Ruyu planeaba tratar a la princesa Mingyue, se dispuso a girarse y abofetearla de inmediato.
Pero Ji Ruyu le sujetó la muñeca y la arrinconó contra la roca artificial, sellando sus labios con un beso.
Hacía tanto que no estaban así de cerca… En ese instante, más allá del torbellino de recuerdos que ese contacto despertaba, su mente quedó completamente en blanco.
El beso, profundo y prolongado, le robó hasta el último aliento. Jiang Xu se sintió aturdida, embriagada, hasta que la otra la soltó y rió suavemente.
—Ya decía yo que este sabor me resultaba familiar… ¡Con razón, si era mi querida cuñada! ¿Qué hace la cuñada por aquí, en plena madrugada? ¿Será que vino a una cita secreta?
¡Paf!
Sin dudarlo ni un segundo, Jiang Xu le dio una bofetada.
A la luz de la luna, por fin pudo verla con claridad.
Ji Ruyu tenía marcada la mejilla con la huella del golpe, pero sonreía como si no le importara en lo más mínimo. Aún llevaba puesto el manto imperial, claramente acababa de salir del despacho del emperador sin siquiera cambiarse.
¡¿Cómo se atrevía a ir vestida así a encontrarse con la princesa Mingyue?!
—Sabes perfectamente por qué estoy aquí —dijo Jiang Xu entre dientes—. Ji Ruyu, no tienes ningún límite. ¡Engañar a la princesa Mingyue para tener una cita a escondidas contigo! Eres… ¡un auténtico animal!
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