Ji Ruyu no mostró ni una pizca de remordimiento; por el contrario, soltó una risita despreocupada.
—Fue algo consensuado, ¿cómo puedes llamarlo engaño? Aunque… en vez de la princesa, fuiste tú quien vino esta noche…
Se fue acercando lentamente. Bajo la oscuridad de la noche, era difícil distinguir su expresión, pero aún así se podía ver claramente la curva traviesa de sus labios.
—¿No será que mi querida cuñada está celosa? ¿Y por eso la alejó a propósito… para ocupar su lugar y pasar esta noche conmigo?
—Si no te detuviera, ¿acaso no ibas a ponerle las manos encima a Mingyue esta noche? ¡Es solo una niña! ¿Y tú ya estás pensando en aprovecharte de ella? ¡Eres peor que una bestia! —espetó Jiang Xu, con la voz tan fría como el hielo.
Ji Ruyu se echó a reír, con una alegría descarada.
—Cuñada, hacía tiempo que no me insultabas con esas palabras tan bonitas… —dijo con descaro—. La última vez que me hablaste así fue cuando en la cama te hice enojar de verdad… Me gusta cómo suena, deberías hacerlo más seguido.
Decía aquellas barbaridades con total desvergüenza. Aunque ya era medianoche y estaban escondidas tras la falsa montaña del jardín, Jiang Xu sentía como si estuvieran bajo el sol del mediodía, siendo descaradamente acosada. Se llenó de vergüenza y rabia.
—¡Insolente! —gritó, y le soltó una bofetada con toda la fuerza de su cuerpo. —¿Acaso no sabes lo que has hecho mal? —exclamó, furiosa.
Había usado tanta fuerza que pensó que esta vez sí le dolería, pero Ji Ruyu apenas ladeó un poco la cabeza. Ni siquiera se tambaleó. Y aún así, volvió a acercarse, como si nada.
—Tienes razón, he sido una mala chica —murmuró con una sonrisa, tomándole la mano a Jiang Xu—. Te hice usar tanta fuerza, y tú tienes las manos tan suaves… ¿te dolió? Déjame ayudarte a masajear un poco, ¿sí?
—¡Tú…!
Jiang Xu estaba tan en shock como furiosa.
—¡Suéltame ahora mismo! —le gritó, tratando de apartarse.
Le había abofeteado para castigarla, ¡¿y esa mujer todavía tenía el descaro de querer masajearle la mano como si nada?! Estaba completamente fuera de sí.
Quizás por fin notó que Jiang Xu no lo soportaría más, porque Ji Ruyu, con un esfuerzo visible, se contuvo. En lugar de seguir con su descaro, empezó a masajearle la palma con una delicadeza inesperada.
El roce de la piel provocó un cosquilleo sutil, cálido, y sorprendentemente íntimo.
Jiang Xu se apresuró a retirar la mano, con el ceño fruncido. La miró por un momento, desconcertada, y preguntó:
—¿De verdad no te duele?
¿O será que, por más fuerza que usara, para ella no era más que una caricia?
Pero Ji Ruyu soltó una risa inesperada, baja y divertida.
—Cuñada… tú no entiendes nada.
—En realidad, cuando una mujer te abofetea —dijo Ji Ruyu con toda naturalidad—, lo primero que llega no es el dolor, sino su aroma. Ese instante en el que la fragancia llena tu nariz… el ardor en la cara ya no se siente como dolor, sino como placer.
—…
Jiang Xu la miró, incrédula.
—¡¿Estás diciendo tonterías otra vez?!
Pero Ji Ruyu no parecía estar bromeando en absoluto. De hecho, su expresión revelaba un ligero dejo de insatisfacción, como si no hubiera tenido suficiente.
—¿Cómo pueden ser tonterías? Si me dejaras lamerte la mano, cuñada, sería aún mejor.
Jiang Xu sintió que algo invisible le pinchaba la palma. Con un gesto instintivo, escondió la mano tras la espalda.
—Vaya, parece que no es la primera vez que la princesa recibe bofetadas de mujeres… Tan acostumbrada está, que hasta lo disfruta.
Esa frase, en vez de molestar a Ji Ruyu, activó algo en ella. Sus ojos brillaron y se le soltó la lengua.
—He recibido bofetadas de una sola mujer, y es de ti, cuñada. Solo tus bofetadas me resultan tan placenteras. Tú siempre tan altiva, tan impasible, como si nada pudiera afectarte. Pero solo yo… solo yo logro que pierdas el control. Solo yo puedo hacer que te enfurezcas tanto como para levantarme la mano. Esa marca que me dejaste en la cara… es como una medalla de honor.
Se tocó la mejilla con la punta de los dedos, casi con orgullo, mientras hablaba.
Jiang Xu ya no sabía ni qué decir. Se llevó una mano al pecho, como intentando estabilizar su respiración. La miraba con una mezcla de desconcierto, exasperación y resignación.
—¡Estás completamente enferma!
Que no se hubiera desmayado ya, era mérito de todos los años que llevaba entrenando su paciencia.
“Si esta mujer hubiera nacido en la era moderna, seguro tendría el historial médico más largo del hospital psiquiátrico. Una carpeta entera solo para ella”, pensó.
¿De verdad era posible corregirla? ¿Devolverla al buen camino?
Con el corazón encogido, Jiang Xu metió la mano en la manga y sacó la vara de castigo que había traído consigo.
Los ojos de Ji Ruyu brillaron apenas la vio.
—¿Para qué es la vara, cuñada? —preguntó Ji Ruyu con una sonrisa traviesa.
Jiang Xu devolvió la pregunta con frialdad:
—¿De verdad no sabes para qué la traigo?
Ji Ruyu echó un vistazo a la vara de castigo en sus manos, y sus labios se curvaron con descaro.
—Ah… ya entiendo. ¿Quieres jugar a algo un poco más… emocionante?
—¡Cierra la boca! —Jiang Xu ya había aprendido a ignorar sus tonterías.
Ji Ruyu la miró con una mezcla de picardía y rendición. Se quitó la corona que llevaba, símbolo del poder imperial, y la dejó caer al suelo con desprecio. Luego, sin mostrar la más mínima resistencia, se arrodilló dócilmente a los pies de Jiang Xu.
—Lo que la cuñada quiera hacer… como quiera hacerlo… yo lo aceptaré todo.
Había un matiz provocador en su mirada que resultaría irresistible para cualquier otra mujer. Pero lanzárselo a Jiang Xu era como lanzárselo a una estatua de hielo: no surtía ningún efecto.
Jiang Xu sentía una mezcla de impotencia y desesperación.
—¿Alguna vez vas a reconocer que estás mal? ¿Eres siquiera capaz de cambiar?
—¿Cambiar? —Ji Ruyu la miró como si no entendiera el concepto—. ¿Y qué fue lo que hice mal exactamente?
Jiang Xu apretó más fuerte la vara entre los dedos, agitándola como advertencia.
Pero Ji Ruyu alzó una ceja, indiferente.
—¿Me vas a castigar con esa vara? Está bien, encantada. Pero después de jugar con esos “truquitos”, ¿realmente piensas divertirte conmigo aquí mismo? Digo, es tentador, pero temo que podrías resfriarte, y con lo delicada que eres… ¿por qué no mejor vamos a mis aposentos? Allí está más cálido, y yo… puedo atenderte como mereces.
Para Ji Ruyu, incluso esa vara era solo otro accesorio para sus juegos. ¿Cómo alguien podía ser tan descarada y depravada?
—¡Ji Ruyu! No te hagas la tonta. Si tienes tanta lujuria contenida, ¿por qué desquitarte con una niña inocente como la princesa Mingyue? ¡Aún es una niña! ¿No te da vergüenza?
Por primera vez, la expresión de Ji Ruyu titubeó. Jiang Xu siempre había sido una mujer fría, distante, nunca se involucraba en asuntos ajenos. ¿Desde cuándo le preocupaba tanto alguien como Mingyue, una princesa extranjera a la que apenas conocía? Esa emoción sincera… ¿era real?
Ji Ruyu sintió una punzada en el pecho. Tal vez se había pasado. Pero si no hacía cosas así, si no actuaba como la villana de esta historia… ¿acaso conseguiría que su cuñada la mirara?
Si se portara bien, ¿habría recibido esa bofetada?
No. Jamás.
Ji Ruyu se incorporó de golpe y tomó la muñeca de Jiang Xu, acercándose sin darle espacio para escapar.
—Cuñada… no te hagas la santa. ¿No fuiste tú quien me dijo que tenía que practicar mis “habilidades”? Si no es con Mingyue, ¿con quién más quieres que practique? No importa a quién elija, igual estaré sacrificando a una mujer inocente. ¿Prefieres que lo haga sin que te enteres, en silencio, a tus espaldas? ¿Así puedes fingir que no pasa nada y vivir tranquila?
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Comentarios del capítulo "Capítulo 28"
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