Jiang Xu no era alguien que pudiera ser manipulada tan fácilmente.
—¡El problema es que tú tienes malas intenciones! ¿Y todavía quieres echarme la culpa a mí? ¡No hay absolutamente ninguna excusa que justifique que lastimes a la inocente princesa Mingyue!
—La cuñada imperial quiere que practique mis habilidades, pero no me permite hacerlo con otras personas… ¿Acaso quiere volverme loca? —Ji Ruyu fue acortando la distancia, arrinconándola contra una roca ornamental. A través de la ropa, le mordió el hombro suavemente. Su tono era bajo, ambiguo—: La única manera de salir ganando las dos… es que tú seas mi objeto de práctica. Así dejaré de pensar en las demás.
—¡Sigue soñando! —Jiang Xu se negó con firmeza, su voz tajante, pero no logró apartarla. La resistencia solo hizo que Ji Ruyu le sujetara los hombros con más fuerza.
—Entonces no me queda más remedio… Tendré que buscar a otra. Hoy me vigilaste con Mingyue, pero ¿y mañana? Hay miles de mujeres en este mundo, ¿cómo vas a controlar que no me acerque a alguna? Cuando no estés mirando, puedo divertirme con quien sea…
Jiang Xu apretó con fuerza el puño oculto dentro de su manga.
Ji Ruyu tenía razón. No podía vigilarla todo el tiempo. Si de verdad se la pasaba rodeada de mujeres, ¿no se cumpliría exactamente el desarrollo de la historia? Se enamoraría de otra, sufriría por amor y terminaría cayendo en la oscuridad… arrastrándola consigo.
Ji Ruyu notó su silencio y supo que la había hecho dudar. Y eso solo confirmó lo que ya sospechaba.
Su cuñada tenía sentimientos por ella. Solo que no lo quería admitir. Ya fuera por su crianza, por su estatus como dama noble, como emperatriz, o por el hecho de que eran cuñadas, simplemente no se atrevía a aceptar lo que sentía.
De lo contrario, ¿cómo explicar la forma en que trataba de alejarla de todas las demás mujeres? ¿No era esa una clara muestra de su deseo de posesión?
—Ay… —Ji Ruyu suspiró a propósito, como si estuviera resignada—. Ya que la cuñada no quiere, lo dejo estar. Me volveré a Palacio Xinxi… tal vez alguna doncella sea lo bastante guapa…
Justo cuando se dio la vuelta para marcharse, Jiang Xu la sujetó con fuerza del borde de la túnica.
—¡No dejaré que vayas por ahí haciendo escándalos!
Ji Ruyu se giró despacio y la miró. Allí estaba su cuñada, de pie tras la roca, sola y vulnerable, su silueta temblorosa bajo la luz de la luna. Parecía acorralada, indefensa. Por primera vez, Ji Ruyu sintió un atisbo de compasión.
¿Para qué seguir presionándola así? Todo lo que ella pedía era, para su cuñada, algo que desafiaba por completo lo establecido. Cada acercamiento debía ser una batalla interna para ella.
Y aun así… no podía evitar sentirse molesta por sus evasivas, por su terquedad.
Claramente la cuñada tenía un deseo de posesión hacia ella, pero no lo quería enfrentar. Si fuera un poco más honesta, ¿acaso tendría que usar estos métodos tan bajos para obtener lo que quería?
Jiang Xu tenía razón: ella era despreciable, un verdadero monstruo. Pero qué placer tan perverso le provocaba verla ceder, rendirse poco a poco.
—Pero… en el Pabellón Yangxin, se duerme sola. En mi lecho… hace falta una mujer.
Jiang Xu siguió en silencio, sin decir palabra.
Ji Ruyu no tenía paciencia para esperar una respuesta. Se inclinó de golpe y la besó.
Incluso en los momentos de mayor intimidad, rara vez se atrevía a tomar la iniciativa de una forma tan invasiva.
Más que una muestra de deseo, fue una prueba.
¿Jiang Xu iba a resistirse con todas sus fuerzas? ¿Le daría una bofetada, la insultaría? ¿O simplemente… aceptaría ese beso en silencio?
No hubo tormentas ni relámpagos, solo los temblorosos labios suaves de su cuñada imperial.
Ella no se resistió. Acorralada contra la roca del jardín, se vio obligada a participar en algo tan absurdo como prohibido.
Su cuerpo se negaba, pero con tal de evitar que aquella mujer se acercara a otras, prefirió soportar la humillación. Qué ironía tan amarga.
Ji Ruyu odiaba la falsedad de Jiang Xu, su manera de engañarse a sí misma, esa inocencia fingida… y aun así, la sensación de poseerla a la fuerza la llenaba de un placer oscuro y vertiginoso.
—Cuñada imperial… —murmuró con voz ronca, sus labios rozando los de ella—. ¿Sabes algo? Cuando te veo aceptar esto a la fuerza, me resulta mucho más excitante que cuando finges cooperar.
—¡Despreciable! —Jiang Xu escupió la palabra con furia contenida.
Ji Ruyu sonrió con dulzura, una flor venenosa en plena floración.
—Mi cuñada imperial, tan noble y altruista… dispuesta a sacrificarse para que ninguna otra mujer sufra a mis manos. Realmente admirable.
El sarcasmo le goteaba de los labios. En el fondo, no pudo evitar pensar: ¿acaso no es esto lo que ella quiere? ¿Por qué finge rechazarla mientras aparta a todas las demás? Si se cree tan pura, tan por encima de todo, entonces la arrastraría con ella al barro, hasta que no le quedara rostro para hablar de moral ni virtud.
La sujetó por la cintura, levantó sus piernas y la alzó sin esfuerzo.
Jiang Xu, sobresaltada, se aferró instintivamente a su cuello.
—¿Qué… qué piensas hacer?
—Hacerlo contigo, cuñada. ¿O prefieres que sea aquí mismo?
—Tú… —Jiang Xu no podía creer que Ji Ruyu fuera capaz de decir algo tan descarado—. ¿No tienes vergüenza?
—Lo que quiero es a mi cuñada. ¿De qué sirve la vergüenza cuando puedo tenerte?
Ni siquiera se molestó en recoger la corona caída. Mañana, cuando los eunucos y las doncellas vinieran a limpiar, todos sabrían que la mujer que salió del Salón de la Armonía Interior —la que se perdió tras la colina con el “emperador” hasta dejar su corona tirada— no era otra que la mismísima emperatriz.
¡Ya veremos cuánto tiempo puede seguir fingiendo su cuñada imperial!
Ji Ruyu cargó a Jiang Xu en brazos y la llevó de vuelta al Salón de la Armonía Interior. Las doncellas y eunucos, al ver la escena, entendieron enseguida y se retiraron discretamente a esperar fuera.
Dentro del salón, las velas ardían con una luz cálida y brillante.
Ji Ruyu depositó a Jiang Xu sobre la cama.
Jiang Xu sintió el cuerpo arderle, como si estuviera sobre un lecho de agujas. Se incorporó a duras penas y se apartó un poco, buscando distancia. Ji Ruyu se sentó a su lado; ya se había quitado la vestimenta imperial y limpiado todo el maquillaje, dejando al descubierto su piel nívea y su rostro tan hermoso como una flor.
Sus ojos brillaban como el agua y su sonrisa era luminosa.
—Cuñada imperial, ¿de verdad soy tan terrible? No creo que tengas que sentirte tan humillada. Si mi rostro al natural te resulta desagradable, puedo maquillarme otra vez.
Jiang Xu forzó una sonrisa rígida.
—No es necesario. Con la luz apagada da igual. ¿Podrías apagar las velas?
La sonrisa de Ji Ruyu se congeló por un instante.
—¿Qué quieres decir con “da igual con la luz apagada”? Te aseguro que te haré ver que no soy como las demás mujeres.
Jiang Xu soltó una risa helada.
—No hace falta que me lo digas. En toda mi vida no he visto a otra tan depravada y sin vergüenza como tú.
Ji Ruyu, que acababa de apagar las velas y regresaba hacia la cama, la escuchó y replicó con sarcasmo:
—Hablas con tanta dureza, cuñada… y eso que hace un momento comprobé que tu boca no era tan firme.
El rostro de Jiang Xu se endureció al instante.
Sin embargo, en la habitación ya no quedaba ni una chispa de luz; solo la débil claridad de la luna se filtraba por las ventanas. Ji Ruyu no alcanzaba a ver su expresión, pero se sentó nuevamente a su lado.
—Cuñada imperial, dices que no sientes placer conmigo porque soy torpe, ¿no es así?
—¡Así es! —respondió Jiang Xu con desafío en la mirada.
—Pero tenemos un acuerdo. Dijiste que si mejoraba mi técnica, me darías una oportunidad.
—Y ahora pretendes romper ese acuerdo y forzarme —replicó Jiang Xu con un tono lleno de reproche—. ¡Eso no es lo que prometiste!
—Ay, cuñada… si realmente no quisieras, podrías haberte marchado. Pero aquí estás. ¿Por qué será? No me digas que te gusta mi torpeza…
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