—Dirígete al Palacio Yangxin —ordenó Ji Ruyu con desparpajo.
Jiang Xu, sin poder contenerse, le lanzó una patada.
—¡Voy a regresar al Palacio Weiyang! ¡Vuelve sola a tu Palacio Yangxin!
Ji Ruyu ni siquiera intentó esquivarla. Después de recibir la patada, aprovechó para agarrarle la pierna cuando Jiang Xu intentó retirarla, y con una sonrisa descarada en los labios, comentó:
—Tan brava, mi cuñada… Eso no es propio de una dama educada. ¿Qué pensarán si te ven actuar así?
Jiang Xu la fulminó con la mirada, serena pero helada.
—Suéltame. O te pateo de nuevo.
Sorprendentemente, Ji Ruyu no insistió. Se encogió de hombros con fingida resignación, y con ambas manos sostuvo la pierna de Jiang Xu con cuidado, colocándola de nuevo en su lugar como si estuviera manejando una pieza de porcelana.
Jiang Xu no apartó la vista de sus movimientos ni un segundo, sin cambiar la expresión del rostro.
—Cuñada —empezó Ji Ruyu, fingiendo un suspiro dolido—, tú dijiste que tenías algo importante que discutir, pero ahora ni una palabra sueltas y lo único que quieres es echarme. Me sacaste de los brazos de otra mujer, ¿y ahora que me tienes ya no me quieres? Qué cruel eres… estoy destrozada.
Adoptó incluso una postura teatral, como si realmente su corazón se hubiese roto en pedazos.
Jiang Xu la miró, impasible ante su actuación.
—Si no hubiese ido, ¿qué pensabas hacer? ¿De verdad tenías intención de “atender” a la consorte Li?
Curvó los labios con frialdad.
—¿Qué ibas a hacer si la llevabas a la cama, y en medio del acto descubría que en realidad eres una mujer? ¿Pensabas explicárselo con vino y encanto?
Ji Ruyu soltó una carcajada, incapaz de contenerse.
—Parece que mi cuñada imperial, tan pura y etérea, realmente no se ensucia con los asuntos mundanos. ¿De veras no sabes nada de lo que ocurre en el harén? —La voz de Ji Ruyu era burlona, cargada de ironía—. Aunque mi hermano ya era medio cadáver cuando te casaste con él, ¿nunca pensaste en investigar un poco? Él sólo se volvió “honesto” cuando tenía medio cuerpo metido en el ataúd. No era precisamente un monje casto y devoto del pueblo.
Se acercó un poco más, su mirada centelleando como si estuviera revelando una conspiración íntima.
—Si yo, haciéndome pasar por él, paso demasiado tiempo en el harén, levantaré sospechas. Entre sus favoritas estaba la Noble Consorte Liu. Ella solía provocarte, ¿no? Ya la he castigado, la tengo en arresto domiciliario… pero no puedo mantenerla encerrada para siempre. Si se me acerca demasiado, notará la diferencia. Por eso debo mantenerla alejada. Fría.
Su tono se volvió pensativo, casi juguetón:
—Entonces… la pregunta es si debería aparentar ser un emperador justo, que reparte su afecto equitativamente… o fingir que tengo una favorita absoluta.
En ese momento, Ji Ruyu se inclinó de repente, tan cerca que su aliento rozaba la piel de Jiang Xu. Sus narices casi se tocaban.
—Y la única persona que conoce mi secreto… la única que puede guardarlo… eres tú, cuñada. Dime, ¿quieres ser mi única favorita?
—Haré lo que deba para mantener las apariencias —respondió Jiang Xu, manteniéndose firme—. Pero aléjate. ¡No te acerques tanto!
Pero lejos de obedecer, Ji Ruyu pasó un brazo por su cintura, y con una brusquedad inesperada, hundió el rostro en su cuello, mordiéndola sin piedad. Su cuerpo se abalanzó contra ella con violencia.
El carruaje se sacudió con fuerza.
Afuera, los eunucos y sirvientes en la escolta enrojecieron, comprendiendo mal lo que ocurría dentro.
Sabía perfectamente lo que estarían imaginando los de fuera. Intentó apartarla empujándole el rostro con fuerza.
Pero Ji Ruyu no cedió. Le sujetó la muñeca con una mano y, con la otra, atrapó sus dedos entre los labios. Su lengua cálida se deslizó provocativamente sobre la yema de sus dedos.
Jiang Xu sintió un escalofrío recorrerle la columna, y, como si le hubieran conectado un cable de corriente, su cuerpo reaccionó por reflejo, aflojando la mano.
—¿De verdad no sabes lo que estoy haciendo, cuñada?
Los ojos de Ji Ruyu brillaban con rabia y desdén.
—¿Y qué si me esfuerzo en gobernar, si intento ser un buen emperador? Al final, los libros de historia sólo recordarán a Ji Mingliang. Ji Ruyu será apenas una nota al pie, una princesa deshonrada que se revolcó en el barro. ¿Para qué fingir virtud? ¿Para qué conservarle una reputación que no merece?
Jiang Xu la miró, atónita. Esa amargura… ese dolor encapsulado en cada palabra…
Ser una princesa escandalosa, por muy excéntrico que sonara, era infinitamente más fácil que vivir atrapada en el palacio imperial suplantando al emperador. Aunque Ji Ruyu actuara con descaro, Jiang Xu alcanzó a ver en su mirada algo más profundo: dolor y resentimiento. Ella no debería tener que cargar con todo eso sola…
Ahora lo entendía. Por eso odiaba a su hermano, y también la odiaba a ella, su cuñada imperial.
Ji Ruyu apenas tenía diecinueve años. En el mundo moderno, aún sería considerada una adolescente. El cuerpo de Jiang Xu era tres años mayor, pero su alma tenía seis más. ¿Y cómo iba a ser severa con alguien tanto más joven, con una niña obligada a vivir entre máscaras y responsabilidades que no eligió?
Quizás, si la guiaba con paciencia… tal vez aún podía cambiar.
Con ese pensamiento, Jiang Xu alzó las manos con suavidad y acarició el rostro de Ji Ruyu. Apenas la rozó, sintió cómo su cuerpo se tensaba al instante.
—Princesa… Sé que llevar esta carga tú sola debe ser muy duro. Pero no estás sola. Yo estoy aquí contigo. Como dice el dicho, la cuñada mayor es como una madre. No voy a abandonarte. Si alguna vez sientes que ya no puedes más, cuéntamelo. Lo enfrentaremos juntas, ¿sí?
—¿”La cuñada mayor es como una madre”? —Ji Ruyu repitió esas palabras con una mueca ambigua, como saboreándolas. Sus ojos, tan bellos como crueles, se llenaron de una bruma fría. La miraba… y a la vez, parecía mirar a través de ella, a un pasado lleno de heridas.
—Tú siempre me has despreciado, ¿no es así? —susurró con tono helado—. En tus ojos yo soy sucia, indigna, una vergüenza. Una mujer sin moral, sin escrúpulos. Has actuado como si te contaminara con sólo mirarte, ¿y ahora me sales con que no me abandonarías?
Sus labios dibujaron una sonrisa irónica.
—Dime, ¿cómo quieres que te crea, cuñada?
Era comprensible que la antigua emperatriz, criada bajo las estrictas normas del decoro y la virtud femenina, hubiera desaprobado por completo la conducta de Ji Ruyu. Su rebeldía, su gusto por las mujeres, su desprecio por las reglas…
Pero Jiang Xu no era aquella mujer. A ella no le importaba. Que Ji Ruyu amara a una mujer o a cien si así lo deseaba, no era su problema. La respetaría igual. La apoyaría incluso…
Siempre y cuando esa misma Ji Ruyu no acabara cayendo en una historia de amor destructiva que la llevara a la oscuridad… arrastrándola a ella también a la ruina.
Así que, aunque quisiera respetarla y desearle lo mejor, Jiang Xu simplemente no podía bendecir una cosa así. Dejar de intentar salvar a Ji Ruyu sería lo mismo que firmar su propia sentencia de muerte.
Y Jiang Xu… realmente amaba su vida.
—Princesa, las familias nobles como la nuestra siempre han sido personas de palabra. Yo te prometo que pase lo que pase, aunque tenga que enfrentarme al mundo entero, jamás te abandonaré.
La mirada de Ji Ruyu, tan clara como un lago de agua fría, se congeló de pronto.
¿Qué estaba diciendo Jiang Xu?
No. No podía ser. ¡No podía ser!
—¿Cuñada…?
De repente, Ji Ruyu la sujetó con una mano por las muñecas y, con la rodilla, forzó un movimiento entre sus piernas, golpeándola de nuevo con brutalidad.
—¡Agh…! —Jiang Xu dejó escapar un quejido ahogado.
La litera se sacudió violentamente. El rostro de Jiang Xu enrojeció al instante; su cuerpo, débil por naturaleza, apenas soportó el embate. Las lágrimas se asomaron en sus ojos sin que pudiera evitarlo.
Desde lo alto, Ji Ruyu la observaba. Sus ojos, cargados de deseo y furia, se cruzaron con los suyos… y por un instante, vacilaron. Pero su voz aún sonaba gélida.
—Qué ingenuas son tus palabras, cuñada. No tienes ni idea de quién soy yo. Aún no lo sabes… Pero ya lo verás. Cuando descubras que no puedes soportarme, cuando quieras tragarte tus propias promesas, yo haré como si nunca las hubieras dicho.
Jiang Xu dejó de llorar. Sus ojos, silenciosos, la miraron sin una sola palabra.
Ji Ruyu tenía apenas diecinueve años, sí. Pero si había logrado engañar a toda la corte durante tanto tiempo, jugando dos papeles a la vez sin que nadie lo notara… era evidente que no era alguien común. Domarla sería mucho más difícil de lo que Jiang Xu había imaginado.
—¡Llegamos al Palacio Yangxin! —anunció la voz del eunuco desde fuera.
El carruaje se detuvo.
Ji Ruyu extendió la mano y, con un gesto tan inesperadamente suave como cruel, le limpió las lágrimas que aún brillaban en las mejillas.
—Y eso que fui delicada. ¿Cómo es que tienes esa carita como si te hubiera destrozado?
Como si nada hubiese pasado, Ji Ruyu volvió a su actitud habitual. Esbozó una sonrisa tranquila, con los labios apenas curvados.
—Si sales con esa cara, cuñada, no me molestaría que el buen nombre de Ji Mingjue sumara una nueva mancha por abusar de una hija de la familia Jiang. Pero qué lástima… tu familia no iría a buscar a Ji Mingjue, sino a mí. Y lidiar con ellos, francamente, es agotador.
Jiang Xu le dirigió una mirada de reproche. Con este cuerpo tan frágil como una flor enferma, ¿qué podía hacer?
—Vete tú primero. Déjame recuperarme un poco.
—¿Recuperarte de qué?
Ji Ruyu frunció los labios. ¿Acaso no había sido solo un empujoncito inofensivo? ¡No se había lanzado sobre ella presa del deseo ni le había hecho nada brutal!
Jiang Xu, con algo de fastidio, explicó:
—Tengo las piernas temblorosas. No puedo caminar.
Ji Ruyu se quedó en blanco. Su mente, sin permiso, comenzó a imaginar cosas. Si con solo un empujón ya no podía moverse, ¿qué pasaría si realmente se dejaba llevar con ella? ¿No quedaría inmovilizada en la cama por días? Su cuñada debería estar agradecida de que no hubiera pasado nada.
—En ese caso, ¿por qué no te llevo yo?
Y sin darle oportunidad a negarse, antes siquiera de terminar la frase, ya la había cargado en brazos.
—¿De verdad quieres que todo el mundo vea cómo caminas con las piernas flojas, sin fuerza? ¿O prefieres que te lleve en brazos? Elige tú.
—Tú…
Jiang Xu apretó los dientes, la fulminó con la mirada… y finalmente dejó de resistirse.
Ji Ruyu soltó una risita desdeñosa.
Al verla bajar del carruaje cargando a la emperatriz en brazos, y recordando los sonidos que se habían escuchado momentos antes, todos los presentes enrojecieron al instante y bajaron la cabeza al unísono, fingiendo no haber oído nada.
Sin inmutarse, Ji Ruyu llevó a Jiang Xu directamente hasta el interior del Palacio Yangxin y la acomodó cuidadosamente sobre el lecho antes de retirarse.
Poco a poco, Jiang Xu fue sintiendo que recuperaba algo de fuerza. Estaba a punto de levantarse para despedirse cuando, de pronto, una silueta familiar emergió desde detrás del biombo.
Cuando no necesitaba mantener las apariencias, Ji Ruyu se deshacía enseguida de todo disfraz: sin vendajes que le comprimieran el pecho, sin maquillaje que endureciera sus rasgos. Vestía una holgada túnica de descanso, con el cabello suelto, y su rostro, hermoso hasta lo demoníaco, irradiaba un brillo casi irreal bajo la luz de la luna.
En ese momento, parecía un cruce entre hada y demonio.
—Cuñada, ¿quieres ir a ver al muerto viviente?
¿Eh…? ¿Se refería al emperador en estado vegetal?
Si era sincera… no le apetecía nada. Pero ya atrapada en esta situación, Jiang Xu sabía que necesitaba entender bien en qué terreno estaba parada.
El majestuoso emperador del Liang ahora yacía en una habitación oculta bajo el Palacio Yangxin, inconsciente, completamente ajeno al mundo.
El hombre en la cama tenía rasgos muy similares a los de Ji Ruyu, aunque en comparación se veía algo más débil, más frágil. Ella lo había imitado a la perfección.
En el sótano no solo se encontraba el emperador vegetal, también había un médico imperial presente.
Con expresión serena, Ji Ruyu observó fríamente al hombre acostado y le preguntó al médico:
—Doctor Xu, ¿alguna novedad sobre su estado?
El hombre negó con la cabeza.
—Sigue sin mostrar señales de conciencia. Tal vez… lo que necesita es más estimulación externa.
—Entendido. Puedes retirarte.
Una vez que el médico se marchó, el sótano quedó en completo silencio. Solo quedaban Jiang Xu y Ji Ruyu.
Ji Ruyu caminaba lentamente junto a la cama, sus pasos suaves, como si no quisiera perturbar el silencio de aquel sótano sombrío. Observaba a su hermano mayor, inconsciente, con una tenue y helada sonrisa en los labios.
—Cuñada, dime… ¿realmente importa si él despierta o no? Ha estado acostado aquí tanto tiempo, y nadie ha notado su ausencia. En este mundo, no hay una sola persona que lo eche de menos. Qué triste, ¿no te parece?
¿Era una burla hacia el emperador en coma? Tal vez. Pero en su mirada había algo más… como si se compadeciera de sí misma.
—Dime, cuñada… ¿quieres que él despierte?
Jiang Xu vaciló ante la pregunta.
Si Ji Mingjue despertaba, todo esto se acabaría. Se acabaría la farsa, el riesgo de que Ji Ruyu fuera descubierta o terminara perdiendo el control. Pero también significaría que ella —como emperatriz— tendría que vivir junto a ese extraño con quien no compartía nada. La idea le resultaba profundamente incómoda.
—Entre mi hermano y yo… ¿a quién preferirías como esposo?
¿No podía elegir a ninguno?
Pero siendo la emperatriz, no podía dar una respuesta tan directa. Así que desvió la conversación:
—¿Por qué debería responder a una pregunta tan absurda?
Ji Ruyu soltó una risa ligera.
—No importa lo que digas o lo que pienses… porque ahora mismo, tu esposo soy yo.
Y antes de que Jiang Xu pudiera reaccionar, Ji Ruyu la rodeó por detrás, abrazándola con fuerza por la cintura, atrapándola entre sus brazos. Jiang Xu intentó zafarse, pero fue inútil. La joven princesa la sostenía con firmeza, con la mirada fija en su propio hermano, tendido e inmóvil.
Se inclinó sobre el hombro de Jiang Xu y murmuró con voz temblorosa:
—Hermano… puedes seguir durmiendo tranquilo. Duerme para siempre, si quieres. Yo cuidaré de tu esposa por ti. Desde pequeña, siempre observé cómo padre y madre lo daban todo por ti. Cómo te allanaban el camino, cómo moldeaban todo este imperio para entregártelo a ti. Y yo… yo ni siquiera merecía su atención. Nada fue para mí. Todo, todo en Liang era tuyo. Y sin embargo, mírate ahora. Encerrado en este sótano, sin poder mover un solo dedo. Y yo, sin mover un solo músculo, me he quedado con todo. Incluso con ella. Incluso tu esposa… ahora es mía.
Desde atrás, Ji Ruyu estrechó aún más su abrazo. Una de sus manos inmovilizó las muñecas de Jiang Xu, mientras con la otra acariciaba lentamente su cuello. Luego, de forma brusca, le sujetó la barbilla y la obligó a girar el rostro hacia ella.
¡Jiang Xu no tenía ni idea de qué pretendía hacer esa mujer que parecía haberse vuelto loca de repente!
—¡Ji Ruyu, suéltame ahora mismo!
Frente a frente en esa postura, Jiang Xu notó con asombro que los ojos de Ji Ruyu estaban ligeramente enrojecidos. Su expresión era terca, casi al borde del delirio.
—¿Qué tengo que hacer, ah? —murmuró Ji Ruyu con voz contenida—. ¡La que se casó contigo en la ceremonia fui yo! ¡Fui yo quien te llevó al altar en su lugar! ¿Y aun así tengo que seguir llamándote “cuñada”? ¿No te parece ridículo?
—Tú…
Pero no tuvo tiempo de responder.
Ji Ruyu… ¡la besó!
Capturó sus labios de golpe. Fue un beso impetuoso, cargado de deseo. El calor desconocido de aquel contacto invadió a Jiang Xu por completo. Durante un segundo, su mente se nubló, sin poder ubicar en qué momento de su vida estaba, ni quién era esa mujer que ahora la envolvía.
La falta de aire trajo consigo la lucidez. Y con ella, la rabia.
Sin dudarlo, Jiang Xu le mordió con fuerza el labio.
—¡Ah!
Por fin, Ji Ruyu soltó sus labios con un quejido de dolor.
Jiang Xu aprovechó el instante de confusión para liberarse con todas sus fuerzas del agarre opresivo que la tenía atrapada.
¡Paf!
¡Jiang Xu le dio una bofetada a Ji Ruyu con todas sus fuerzas!
Una bofetada tan intensa que le dejó los dedos temblando. Respiraba agitada, con el pecho subiendo y bajando, y aunque ya no le quedaban fuerzas, aún le lanzó una maldición:
—¡Ji Ruyu, eres una bestia!
Pero Ji Ruyu, lejos de enojarse, parecía aún más entusiasmada.
Por el rabillo del ojo, echó una mirada —como si fuera accidental— al hombre inconsciente tendido en la cama. De pronto, una intensa sensación de euforia se apoderó de ella.
Su odiado hermano estaba reducido a un vegetal, y ahora ella controlaba todo el imperio de Liang. ¿Pero era eso realmente placentero?
No.
Solo al recibir la bofetada de su “cuñada” sentía algo real. ¡Solo eso le hacía latir el corazón!
—Sí, soy una bestia —dijo con voz baja pero firme—. ¿Y qué? ¿Con esa bofetada ya se calmó, Su Majestad la Emperatriz? Si no es suficiente…
Giró la cara, ofreciéndole la otra mejilla, y con dedos ligeramente temblorosos se apartó un mechón de pelo, colocándolo detrás de la oreja.
Sus ojos, brillantes como pétalos empapados en rocío, la miraban fijamente, entre suplicantes y provocadores. Sonreía… como si con esa sonrisa pudiera tentarla de nuevo.
—Entonces, dele otra. Golpéeme de nuevo si así se le pasa el enojo.
Las palabras salían como una súplica de arrepentimiento… pero en su rostro no había ni rastro de culpa. Esa mirada, esa sonrisa, decían claramente:
“Si me das otra oportunidad… volveré a hacer exactamente lo mismo”.
Por favor, introduzca su nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Usted recibirá un enlace para crear una nueva contraseña a través de correo electrónico.
Comentarios del capítulo "Capítulo 3"
MANGA DE DISCUSIÓN